XI - La Batalla de Drogón (Pt.2)
Fue en ese mismo instante que los retenidos gritos de guerra se desataron como un huracán. Las contenidas bestias alzaron sus armas rugiendo furiosas y extasiadas. Edón intimidado ante la visión de la apabullante marea de criaturas que amenazaba con desbocarse tragó saliva buscando algo de valor, respiró hondo una última vez. Era el inicio de la batalla, el punto de no retorno, el preludio hacia la muerte.
—¡ARQUEROS! —rugió desde lo alto— ¡PREPARAOS!
Los hombres chocaron sus botas al unísono de manera marcial, volviendo a fijar una flecha en los arcos de inmediato y quedando en posición de espera apuntando hacia el suelo, aun sin tensar. Estaban asustados. A la más breve orden dispararían una lluvia de saetas rogando que fueran lo suficientemente poderosas para mantener al enemigo a raya aunque sea por el breve instante que se demorarían en volver a cargar. Taka sabía que aquello era imposible. Eran demasiados. Calculó dos o tres cargas hasta que el enemigo lograse traspasar las empalizadas para asaltar la muralla. Debían irse preparando para comenzar a cortar manos y gargantas en cuanto los primeros llegaran hasta la cima. Seguramente traerían escaleras, cuerdas y cadenas. Solo era cuestión de tiempo para que ello ocurriera. Edón, en cambio, parecía un poco más optimista.
Entonces el enemigo atacó. El ruidoso cuerno volvió a sonar una vez más con estruendosa intensidad mientras el colmilludo monstruo verdoso montado en la criatura jabalí rugió con todas sus fuerzas apuntando con una pesada espada con pinchos hacia la muralla. El gutural vozarrón que emitió sonó como el trueno. Los ya asustados hombres palidecieron ante la arrolladora visión del enemigo, en menos de un segundo habían iniciado una atronadora y caótica carrera directo hacia las murallas. Se movían sin ton ni son, como si compitiesen imperiosos por ser los primeros en traspasar las empalizadas. Los líderes rugían sus órdenes desde atrás mientras sacudían sonoramente los látigos de manera amenazante. Los misteriosos seres de capucha junto a los dragones fueron los únicos que conservaron tranquilamente su posición a mitad del campo, todos los demás parecían luchar con arduo ímpetu por ponerse a la cabeza.
—¡APUNTEN! —gritó Edón a todo pulmón mientras alzaba su espada.
Los hombres tensaron los arcos tan rápido como pudieron de manera casi coordinada. Estaban nerviosos, aterrados. Taka solo rogó porque sus flechas impactaran algún objetivo, a ese punto cada disparo era esencial, no podían fallar.
—¡FUEGOOOOO...! —rugió Edón.
El silbido de los arcos al liberar su carga resultó placentero por un instante, era el primer aviso de que no se dejarían invadir. Taka alzó la vista esperanzado, viendo entre penumbras como las aglomeradas saetas cortaban el aire de camino al enemigo. En cuanto cayeron a tierra los espantosos alaridos y seres abatidos llenaron el campo de batalla por un momento... pero fue tan solo un momento, porque la cantidad de muertos y heridos fue casi mínima en comparación al enorme número de criaturas que se les venía encima. Los arqueros prepararon la segunda carga de inmediato, sin embargo, el enemigo ya habían ganado el suficiente terreno para ir apagando cada una de las hogueras que se hallaban de camino. Los siguientes disparos iban a tener que hacerlos a oscuras.
—¡DISPAREN! —rugió Edón mientras la segunda lluvia de flechas silbaba de camino al enemigo.
En ese instante, sin embargo, surgió el primer indicio del enorme poder con que contaban sus contrincantes, cuando sorpresivamente la gigantesca criatura encorvada del cuerno corrió hacia la muralla arrasando con todo a su paso. Hasta ese entonces no lo habían notado, pero la criatura en su otra mano cargaba una enorme masa del tamaño de una bestia con la que golpeó violentamente una de las ardientes hogueras que se le cruzó a mitad del campo de batalla. Las estacas salieron disparadas a velocidad inhumana impactando de manera estruendosa por sobre la muralla, varios hombre fueron alcanzados por ellas de manera arrasadora. Edón se quedó boquiabierto, aquellos hombres eran la primera señal de lo que les esperaba a los demás. Si no detenían a aquella bestia terminarían todos muertos antes de tiempo.
—¡LAS BALISTAS! —gritó diligente— ¡DISPAREN LAS BALISTAS!
Su orden no tardó en ser obedecida, saliendo una serie de proyectiles disparados con una fuerza descomunal, no obstante, solo uno impactó a la gigantesca criatura del cuerno clavándosele profundamente en un costado, haciéndola rugir de dolor. Los demás disparos se perdieron en la oscuridad impactando a quien sabe qué.
—¡DISPAREN A LA CRIATURA IMBÉCILES! —apuntó el comandante Zelas con las espada. Aquella bestia venía directo hacia ellos. Seguramente intentaría derribar las puertas y de paso borrarlos del mapa.
Los soldados recargaron las balistas a toda prisa mientras la gigantesca criatura se arrancaba el afilado proyectil con renovada furia. Taka en tanto se aseguró con una lanza preparándose a lanzársela en cuanto estuviera a tiro. En ese instante las últimas hogueras del campo de batalla terminaron de ser apagadas mientras la tercera ola de flechas silbaba de camino al enemigo. Iban a tener que seguir luchando a ciegas.
—¡NECESITO LUZ! —demandó Edón un tanto desesperado.
El comandante Zelas ordenó soplar el cuerno de señal de los trabuquetes, que tras la muralla aguardaban con sus palas cargadas con enormes barriles de brea que tras la señal fueron encendidos rápidamente con antorchas, mostrando llamas rojas y anaranjadas que se avivaron poderosas ante el estimulante aire nocturno.
—¡FUEGOOOO...! —rugió Zelas de manera casi histérica.
El ruido de las primeras criaturas intentando cruzar las empalizadas allá abajo empezaba a alarmarlo mientras los contrapesos de los trabuquetes cayeron de golpe haciendo rechinar las estructuras de madera con el violento movimiento de sus ejes, elevando las palas que lanzaron poderosas los barriles de brea ardiente por sobre las murallas hacia la oscuridad. Una luz parpadeante y fantasmagórica iluminó el campo de batalla por algunos pocos segundos, Edón y los demás volvieron a vislumbrar al enmarañado ejército que se movía veloz en la penumbra... Pero entonces la gigantesca criatura del cuerno llegó frente a ellos borrando de un mazazo las puntiagudas estacas de las empalizadas que habían dispuesto como protección y barrera frente a la muralla... Los barriles envueltos en llamas, en tanto, impactaron contra el ejército enemigo y el suelo estallando en mil pedazos. Los chillidos de las criaturas alcanzadas por la infernal sustancia ardiente fueron lo más espantoso que oyeron jamás. Un profundo escalofrío sacudió la espina de Taka mientras que el príncipe Ougín se cubrió los oídos temblando aterrado como intentando escapar de alguna forma del horror.
Aquella batalla no era un lugar para Ougín, se dijo Taka, podía entender la importancia que como heredero de Drogón tenía para hacerse participe, sin embargo, sabía que el muchacho no sobreviviría.
La criatura gigante, en tanto, golpeó con fuerza descomunal las almenas de la muralla que protegían al rey haciendo saltar violentamente una porción de ellas que se perdió en la oscuridad. Varias esquirlas impactaron a Taka que gracias a su armadura evitó recibir algún daño. El cuerno de señal de ataque de los trabuquetes volvió a sonar. Los arqueros comenzaban a disparar directamente hacia abajo por entre las almenas mientras algunos otros hombres arrojaban pesadas piedras a los primeros enemigos que intentaban escalar. Varias flechas en respuesta silbaban por sobre sus cabezas. En tanto, Edón retrocedió asustado tratando de proteger a su hijo mientras Taka se adelantó diligente con su lanza arrojándola con todas sus fuerzas hacia la amenazante criatura que se hallaba a unos escasos metros tratando de montarse sobre la muralla. Su ataque la impactó de lleno, sin embargo, la lanza solo le penetró un par de centímetros en su gruesa y rugosa piel desviándose inmediatamente hacia otra parte. La criatura volvió a golpear las almenas con un estremecedor rugido. Estaba realmente furiosa, pero para suerte de Taka y los demás la monstruosa criatura al menos seguía siendo un tanto más pequeña que los muros que la detenían, pese de su gigantesco tamaño. Si descubría que podía saltar estaban perdidos.
—¡LAS BALISTAS! —rugió Edón recobrando la compostura— ¿¡DONDE ESTÁN LAS BALISTAS!?
Los barriles de brea ardiente volvían a volar por los aires iluminando brevemente el campo de batalla. Eran demasiados. Las amontonadas criaturas ya comenzaban a lanzar cuerdas con ganchos y cadenas para comenzar a encaramarse sobre las murallas. Taka también pudo dilucidar que traían escaleras y sin duda alguna, en algunos cuantos minutos más, aparecería un ariete. Era evidente, cualquier ejército invasor contaba con su ariete.
—¡Al primero que se le ocurra fallar el tiro lo lanzo de la muralla de una patada en el culo! —amenazó Zelas Madabarast.
Las balistas por fin volvieron a lanzar sus proyectiles. Esta vez supieron donde disparar y antes de que la bestia de piel acorazada alcanzara a lanzar algún otro tipo de ataque dos proyectiles lo impactaron de lleno en el costado y la cabeza. La fuerza descomunal de las balistas sin duda era incomparable, la criatura cayó pesadamente a los pies de la muralla aplastando a unos cuantos bichos verdosos que murieron reventados bajo el enorme cadáver. Taka y Edón se sintieron aliviados, pero no hubo tiempo para celebrar, pues varias de las criaturas más pequeñas se montaron sobre el cuerpo de la bestia muerta de inmediato comenzando a disparar una serie de flechas hacia la cima. Tras ellos, algunos otros se preparaban para lanzar sus cadenas e iniciar su ascenso hasta donde se encontraban. El asalto a la ciudad oficialmente había comenzado.
Fueron tan solo unos instantes antes de que la primera criatura enemiga se asomara frente a ellos por entre las almenas. A esas alturas ya no había tiempo para trazar algún plan, la muralla completa se hallaba plagada de hombres luchando, gritando, muriendo... por lo que no había más opción que dejarse llevar por aquel instinto primario, primitivo, que los empujaba a luchar y utilizar la fuerza bruta, o cualquier otro medio necesario, con tal de mantenerse con vida. Taka fue el primero en desenvainar la espada y asestar un poderoso golpe que traspasó yelmo y cráneo de la horrible criatura que asomó desde la oscuridad. El cadáver de su víctima se precipitó muralla abajo dejándole la espada manchada con una sangre espesa, sin embargo, Taka no se detuvo ahí, sabía que venían más... muchos más, por lo que dándose media vuelta tomó otra de las tantas lanzas que habían dispuesto para ellos sobre la muralla para defenderse de mayor distancia esta vez. La siguiente criatura en subir recibió una flecha en la garganta de un diligente príncipe Ougín. Taka le sonrió agradecido antes de empujar con la parte roma de la lanza a la criatura para devolverla hacia la oscuridad bajo la muralla. El muchacho seguía temblando asustando, pero al menos empezaba a defenderse. Edón se mostró orgulloso. No obstante, una vez más no hubo tiempo para celebraciones, porque desde ese momento en adelante ya no llegaron de a uno, sino de a montones. En cada espacio entre las almenas había una criatura tratando de alcanzar los adarves y un montón más tras de ellos, siguiéndoles los pasos. Taka, Zelas, el rey Edón y su hijo Ougín comenzaron a matar a una criatura tras otras de manera frenética, la adrenalina en sus cuerpos y el terror del momento ni siquiera los hizo darse cuenta del tiempo y la cantidad de enemigos que se fueron acumulando al pie de las murallas. A cada tanto los barriles de brea ardiente volaban por sobre ellos volviendo a iluminar el campo de batalla por algunos instantes mostrando un mar de infinitas criaturas que no cesaban. El chillido de las desesperadas bestias quemándose en cada ataque pronto comenzó a volverse un sonido placentero y agradable a sus oídos, eran menos enemigos que matar. El mensajero de la casa Ludovico que había llegado herido aquella tarde tenía razón, se repetía Edón mientras clavaba a un enemigo tras otro, eran tantos como la arena del mar. Solo la voz de un alarmado Taka volvió a sacar al rey de su ensimismamiento.
—¡ZELAS!— gritó Taka apuntando hacia el lado oeste del muro— ¡Hay que detenerlos!
Allá un grupo de criaturas ya había comenzado a adueñarse del adarve de la muralla acercándose peligrosamente hacia ellos matando todo a su paso. Algunos hombres valientes intentaban plantarle cara, pero iban cayendo uno tras otro. No obstante, Zelas no alcanzó a reaccionar al llamado de Taka porque en ese mismo instante la aterrada voz de un hombre a caballo llegó gritando a viva voz.
—¡MAJESTAD! ¡MAJESTAD! ¡EL MURO ESTE HA CAÍDO! ¡EL MURO ESTE HA CAÍDO!
Zelas y Taka se paralizaron por completo mientras sentían que sus corazones intentaban escapárseles del pecho. Fue como si el mundo se les viniera encima, como si sus pocas esperanzas de victoria fueran aniquiladas de un solo golpe. El rey Edón se giró consternado, temeroso, negándose a creer lo que acababa de escuchar. Era el hijo de Zelas, aquel agradable joven al que se había hallado dirigiendo la instalación y reparación de las balistas la mañana anterior, venía salpicado de sangre enemiga. Junto a las tropas Aguaoscura se le había encargado la protección del lado este de la muralla.
—¿Qué has...? —intentó preguntar Edón.
—¡Las criaturas vienen! ¡Las criaturas vienen! —repitió apuntando tembloroso hacia la distancia.
Allá, por las estrechas callejuelas de la ciudad una masa de enormes y musculosos monstruos colmilludos se abría paso con marcada brutalidad mientras las asustadas tropas Aguaoscura intentaban detenerlos formando una enmarañada barrera de escudos y lanzas. Mataron a unas cuantas bestias antes de que el primer enemigo lograse abrir una brecha entre ellos. Edón se quedó boquiabierto y solo entonces se dio cuenta que todo había sido una trampa, las criaturas que habían estado matando hasta ese entonces no se comparaban ni de cerca con el porte y estatura de aquellas que ahora venían hacia ellos. Sin lugar a dudas los habían engañado lanzando lo peor del ejército frente a las puertas para atacar con los verdaderos guerreros por ambos flancos. Supuso que el lado oeste debía estar en similar situación y al alzar la vista pudo comprobar que no se equivocaba. El fuego y el humo comenzaban a llenarlo todo mientras varios de sus hombres ya corrían asustados tratando de hallar refugio. Si intentaban mantener sus posiciones terminarían por morir todos. La ciudad ya estaba perdida.
—Abandonen sus puestos —susurró con profunda angustia.
Un amargo sabor se le subió a la boca en cuanto pronunció dichas palabras. Sabía de antemano la alta probabilidad de que las cosas resultaran de aquella manera, sin embargo, nunca se lo había llegado a creer realmente. Había albergado la secreta esperanza de que las cosas pudieran ser diferentes, había querido creer que aún había algo que pudieran hacer para cambiar sus destinos, pero ese fue el momento en que se dio cuenta de que ya no había manera. No eran más que un frágil bote de papel tratando de luchar con la más salvaje de las tormentas. El naufragio era ineludible.
—¿¡Mi rey está usted...!? —intentó preguntar el comandante Zelas con incredulidad.
Taka estaba igual de desencajado.
—¡Resistiremos en el castillo! —aseguró Edón luchando por recobrar su confianza perdida— ¡Ordena el cuerno de retirada! ¡Nos reagrupamos frente al puente!
Zelas asintió ordenando sonar el cuerno de inmediato. Los hombres habían sido preparados para dicha eventualidad, conocían la señal, sabían que hacer.
En cuanto el cuerno dio la señal de retirada las tropas se replegaron rápidamente abandonando la muralla de manera rápida y gradual formando varias barreras defensivas a través de las calles que se encargaron de bloquear con todo lo que pillaron en un radio de varias cuadras a la redonda, debían resistir hasta que el último hombre lograse retornar el castillo. Esta vez fue Zelas Madabarast quien dirigió el repliegue del ejército, viéndose forzado a limpiar junto a Taka, como pudieron, el lío que se había armado con las criaturas que ya se habían montado sobre los adarves. El asunto les tomó unos cuantos instantes en el que debieron cercenar varias cabezas antes de lograr abarrotar el lugar con lanceros y hombres cargando marmitas de aceite hirviendo que fueron lanzando sistemáticamente por entre las almenas provocando los ya conocidos chillidos de dolor del enemigo. Antes de abandonar la muralla, Taka, en la distancia, pudo ver que ya traían el ariete para irrumpir por las puertas. Sabían que tenían la batalla ganada. Ahora solo era cuestión de tiempo para tener a todo el ejército enemigo allí adentro.
Y fue en ese punto donde las cosas pasaron de ir mal a transformarse en un completo desastre. Taka y Zelas junto a los guardias reales condujeron al rey Edón y al príncipe Ougín de regreso al palacio. Iban celosamente protegidos, no obstante, cuando aún faltaban unos cuantos pasos para alcanzar el puente, de manera súbita y repentina una de aquellas gigantescas criaturas encorvadas de piel gruesa y rugosa apareció atacándolos con marcada furia. Ésta, al igual que aquella que habían liquidado frente a la muralla, traía un enorme garrote con el que atacó tan violentamente que de un solo mazazo levantó a cinco contendientes por los aires, entre los que lamentablemente se hallaba el rey Edón, que elevándose y cayendo a varios metros de distancia se golpeó duramente la cabeza contra la calzada. La sangre brotó de inmediato.
—¡PADRE! —gritó Ougín horrorizado mientras corría a socorrerlo.
Taka y Zelas junto a varios de los guardias, en tanto, espabilándose de la impresión inicial se apresuraron diligentes a hacerle frente a la horrible criatura antes de que terminara por finiquitar a Edón.
—¡Protejan al rey! —ordenó Zelas luchando con su propio miedo y sus deseos de darse a la fuga.
Sus hombres en tanto formaron una improvisada barrera para detener el avance del monstruoso engendro. Fue la primera vez que pudieron apreciar a una de aquellas criaturas desde tan cerca y fue algo verdaderamente espantoso; su piel de tonos marrón era un pellejo grueso, irregular y plagado de verrugas, tenía unos brazos desproporcionalmente largos y piernas cortas, su espalda larga y encorvada conducía hasta una cabeza tosca y deforme con una gran boca atiborrada de dientes chuecos, amarillos y desgastados, sus ojos eran oscuros y hundidos, pero lo peor sin duda fue el olor, aquel espantoso olor, que parecía desprender de cada uno de sus poros y en especial de su boca. Era un olor a muerte, a podredumbre, a comida regurgitada... Taka no pudo menos que sentir asco de aquella criatura; era un ser bruto, primitivo y repugnante en todo sentido. En cuanto los vio tratando de hacerle frente sonrió complacido ante el placer que le producía la contienda.
Zelas fue el primero en atacar, golpeándolo duramente con la espada que apenas pareció dañarle. Fue prácticamente como golpear una pared, no hubo ni una muestra de sangre y tan solo unas leves marcas se quedaron sobre la gruesa piel. La criatura en cambio lanzó un fuerte manotazo que Zelas eludió sin problemas, pero que igualmente terminó por borrar del mapa a otro par de hombres que murieron reventados en el acto, causando el horror de los presentes que se alejaron temerosos tratando de hallar refugio tras sus escudos y lanzas mientras luchaban por mantener la formación. La sangre salpicó sus rostros. Taka, en cambio, aprovechó aquel momento de distracción para bordear a la bestia y atacarlo por la espalda, encaramándose ágilmente sobre la joroba de esta para tratar de vulnerar su cuello. Fue una verdadera lucha intentar sacar la espada en aquella posición, pues la sorprendida criatura al verse asaltada por el guerrero comenzó a perseguirse a sí misma violentamente como perro intentando morderse la cola, rugía furiosa y pataleaba descontrolada arrasando y golpeando todo a su paso. Fue una suerte de que la bestia fuera demasiado estúpida como para pensar en algo mejor, pues al descubrir que le era imposible pillar a Taka de aquella forma levantó el garrote tan alto como pudo y comenzó a golpearse a sí misma una y otra vez erróneamente en la cabeza hasta que pareció quedar aturdida. A Taka, naturalmente, le fue imposible mantenerse aferrado a su joroba ante tan violento aporreo y sin poder evitarlo cayó rodando sobre la calzada estrellándose contra una pared, un carro, un cadáver o alguna otra cosa, pues mareado como estaba ni siquiera alcanzó a percatarse, solo tuvo tiempo de ver a la horrible criatura que espabilándose volvió a correr y alzar el garrote mientras lo miraba con profundo odio. Taka, asustado, solo atinó a recogerse y cubrir su rostro instintivamente con las manos, como si aquello le sirviera de algo. Un sudor helado cubrió su cuerpo en un segundo mientras el estómago se le estrujaba, su corazón pareció detenerse, creyó que era su fin, pero justo antes de que el enorme garrote recorriera el camino hasta su frágil humanidad un enorme proyectil de hierro atravesó la deforme cabeza de la criatura de lado a lado. Taka giró su rostro sorprendido hasta la fuente de dónde provenía tan milagroso tiro, encontrándose a un furioso y dolido Ougín que montado sobre la muralla de acceso al puente maniobraba una enorme balista con ayuda de sus hombres. El gigantesco y desgarbado engendro marrón cayó pesadamente sobre la calzada. Sin duda el príncipe estaba resultando mucho más útil de lo que Taka había imaginado, sin embargo, ese también fue el instante en que el guerrero cayó en cuenta de la tremenda carnicería que estaba dejando el enemigo. Las líneas de soldados del lado este ya habían sido arrasadas irremediablemente mientras montones de civiles que se habían negado a dejar sus casas o que habían intentado hallar refugio en los templos corrían despavoridos por las calles tratando de eludir su destino. Las criaturas, en tanto, venían calle por calle y casa por casa destruyendo, quemando y matándolos a todos. Hubo un ligero instante en que un repentino pitido inundó la cabeza de Taka ante la dura realidad que le rodeaba, fue como si su mente intentara abandonar su cuerpo, como si todo a su alrededor fuera una realidad alterna de la que él era totalmente ajeno; el choque de las espadas, los gritos de horror, el olor del humo y la sangre inundando su nariz... Se paralizó, aquello no podía estar sucediendo una vez más. No en aquel lugar.
—Hay que llevar a mi padre hacia el castillo —le ordenó Ougín despertándolo de su ensimismamiento.
Taka lo miró sorprendido, el príncipe ya se había bajado de la muralla y lo miraba con ojos suplicantes. Ougín era el heredero, le correspondía llenar el puesto de su padre antes de que sea demasiado tarde.
—¿Zelas? —preguntó Taka incorporándose como pudo. No lograba verlo por ninguna parte. Necesitaban al comandante.
—Está muerto —señaló Ougín apuntando a un cadáver a la orilla de la calzada. Tenía el cuello roto. Su llamativa armadura lo delataba. Sin duda era él—. La criatura lo alcanzó mientras intentaba quitarte de su joroba —aclaró.
Taka asintió aun aturdido, se sentía sonámbulo. Todo se había ido al carajo, sin Edón y sin Zelas manejar a aquel agónico ejército era casi un despropósito, sintió deseos de salir corriendo, tal y como lo había hecho una vez allá en Lobozoth, no obstante, la repentina imagen de Ereas sobre su cabeza le hizo desistir de inmediato de aquella idea. Le había hecho una promesa a Peter, le había hecho una promesa a Edón, no podía volver a comportarse como un cobarde. Llevaría las cosas hasta el final aquella vez, aunque aquello le costara la vida. Desde que se había hallado al muchacho en el patio que no tenía ninguna duda al respecto.
—¡Ya escucharon al heredero! —se recompuso Taka ordenando a los soldados.
Éstos aun yacían apostados protegiendo al rey, ninguno se había atrevido a moverlo siquiera. Estaban asustados sin saber qué hacer.
—¡Lleven a su rey al castillo! —ordenó.
Los soldados obedecieron sin chistar. Entre seis tomaron a Edón de la manera más práctica y delicada posible transportándolo a través del puente a toda velocidad. Edón aún vivía, estaba débil, pero seguía resistiendo. Ougín trataba de calmarlo mientras le aseguraba que todo iba a estar bien, que aún lo necesitaba. El pobre muchacho lucía abatido. Taka pudo darse cuenta que a pesar de los intentos del príncipe por convencerse a sí mismo de que aun podían dar vuelta la batalla tampoco era ciego a la realidad... era poco lo que podían hacer.
Las puertas del castillo se cerraron tras ellos mientras lo que aún quedaba del ejército se reagrupó frente al acceso al puente de la fortaleza dispuestos a resistir en una última táctica defensiva. El hijo de Zelas fue quien dirigió a las tropas esta vez, apostando varias líneas de lanceros frente al umbral de entrada con un sinnúmero de arqueros sobre la muralla. Otra ordenada línea de guerreros se apostó a lo largo del puente dispuesto a repeler a toda criatura que lograse traspasar las líneas de lanceros. Era el todo o nada, luchar o morir, la gloria o el eterno olvido.
La batalla fue campal, lo más brutal y encarnizado que se pudo apreciar en mucho tiempo. Acorde a diversos registros militares es bien sabido que los implicados terminan por sacar su máxima ferocidad cuando se hallan atrapados en lugares donde ya es imposible la rendición o la retirada, lugares donde el primitivo instinto de supervivencia prima por sobre todo lo demás... y en ese punto cada hombre de Drogón sabía que no había escapatoria. Casi un millar de hombres lucharon y murieron tratando de proteger el acceso a la fortaleza aquella noche. Para cuando el último de ellos cayó, las criaturas ya habían comenzado a lanzar ganchos y cadenas desde todas direcciones para acceder al interior del castillo. No obstante, Taka, por su parte, al igual que en Lobozoth, ya se había esfumado hacía rato.
—Taka... Taka... —balbuceó Edón en su agonía. Su vista parecía irse perdiendo lentamente en la oscuridad. Estaba muriendo.
—¡Padre! —rogaba Ougín sujetando con firmeza su mano como si de alguna forma aquello pudiera retenerlo de lo inevitable.
Taka se acercó a Edón en silencio, sabía que había llegado el momento.
—Mis hijos, mis hijos —imploró Edón en cuanto lo vio— Salva a mis hijos.
De su boca emanaba sangre negra y coagulada. Era evidente que cada palabra que pronunciaba le torturaba las entrañas. Taka asintió. El esperado plan de huida debía ponerse en marcha.
—Ve con él —rogó mirando a Ougín— Ve con este hombre.
—No —sollozó el príncipe— No te dejaré.
—Por... por favor —imploró Edón tratando de convencerlo. Su voz parecía irse desvaneciendo lentamente en la nada, ya apenas tenía fuerzas para sostener su propia cabeza.
—Un verdadero rey jamás abandona a su ejército —lloró el príncipe tratando de contenerlo. Estaba temblando—. No dejaremos que ingresen al castillo ¡No los dejaremos!
—No seas ton... —pero al ver la decidida expresión del príncipe decidió callar. Sabía que su llama interna ya llegaba a su fin. En cuanto cerrara sus ojos no los volvería a abrir jamás, se esforzó en resistir mientras alzaba su mano para sentir el rostro de su hijo una última vez, pero ni siquiera tuvo fuerzas para ello, se quedó a medio camino.
—Estoy orgulloso de ti hijo...
Fueron las últimas palabras de Edón antes de que su vida se apagara para siempre. Ougín sin resistir la pena cayó desconsolado sobre el cadáver de su padre mientras rompía en el más lastimoso llanto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro