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IX - Noticias de Extrema Calamidad

Querido Ereas:

Me he enterado de que mis padres te han permitido comenzar a entrenar con la espada ¡Por fin! Y una todavía castigada acá ¿Por qué no me cuentas esas cosas cuando me escribes, Ereas? Sabes que también son importantes para mí ¡Y me encantaría ver lo que has aprendido en cuanto nos veamos! Es más, prometo ir a tus entrenamientos en cuanto pueda, a ver si logro aprender algo yo también. Te daré ánimos desde una orilla y te llevaré galletas para que repongas tus fuerzas, sí es que logro aprender a hacer galletas. Madre dijo que las últimas estaban duras e insípidas, pero se mostró satisfecha. Bueno, un poco. Ya conoces a mi madre.

Aparte de eso estoy terriblemente preocupada, esta mañana escuché a una de las criadas llorar porque supuestamente su marido había sido seleccionado para pelear en el frente, murmuraban sobre una inminente guerra y posibles conflictos bélicos acá en la capital ¿Será Lobozoth? Nuestros padres siempre han dicho que las relaciones con ellos nunca han estado bien. No lo sé, pero se veían muy asustadas y me preocupa que justo ahora te hayan dejado usar una espada ¡Thal quiera que estén equivocadas! Jamás podría soportarlo si te pasara algo.

Con todo mi amor, Didi.

P.D.: Sé que no debería decir esto, pero contigo fue mi primer beso... Perdóname, pero siento que deberías saberlo.

Ereas se guardó la carta con profunda consternación ¿Qué podía hacer con todo aquello? se lanzó sobre la cama tratando de pensar. Las palabras de Didi lo habían mantenido casi sin dormir gran parte de la noche, y no precisamente por los rumores de una posible guerra, sino por las extrañas sensaciones que parecía despertarle. Sensaciones nuevas, desconocidas, que parecían aguardarle en un extraño, recóndito y misterioso espacio de su mente, esperando a que se armara de valor y se atreviera a dar los pasos suficientes para alcanzarlas. Le asustaba aquella idea, sentirse en el umbral de una puerta a algo desconocido, a ratos aterrador, que no lograba comprender del todo, pero que sabía que en algún punto de su vida debía cruzar. Su mente era un lio de emociones, pensamientos, sentimientos y antagónicas dicotomías que colisionaban entre sí una y otra vez dejándolo tan confuso y desorientado como lo era su vida en esos instantes. Suspiró profundo intentando disipar su mente. Aun debía ir al templo a rezar, a clases con el maestro Peter y a entrenar con Taka. Recién acababa de desayunar y darse su acostumbrado baño matutino. Era temprano y sería un largo día. ¿Noticias de una guerra? Se dijo. Sí, tal vez eso explicaba la repentina cancelación de las celebraciones por su recién nacido hermano y de paso el extraño comportamiento de sus padres, semanas atrás se hubieran negado rotundamente a facilitarle una espada, o por lo menos lo hubiera hecho su madre. Pese a ello, los rumores de posibles enfrentamientos y batallas se habían escuchado desde que tenía memoria de su frágil existencia, concluyendo la mayoría de la veces en simples cuadrillas de ladrones o piratas que habían tenido la osadía de intentar desafiar al poderoso reino de su padre, antes de ser aplastados por éste mismo por amenazar la seguridad de su gente, ¿Sería real aquella vez? ¿Había llegado finalmente el día? ¿O era otra de aquellas falsas alarmas? Habían encontrado a su maestro Taka, del reino de Lobozoth, herido en el bosque después de todo. Tal vez las cosas si tenían algo de sentido aquella vez. Más sus padres no le habían dicho nada, nunca le decían nada. Consideró prudente consultarle a su maestro respecto a ello, si lograba abordarle de la manera correcta de seguro podría sacarle algo de información, él jamás se atrevería a mentirle. Se apresuró a bajar para reunirse con él de inmediato, sería un largo día y no podía permitirse llegar tarde.

Aquella misma mañana el rey Edón se levantó más temprano de lo acostumbrado, junto a su hijo Ougín, el heredero, más algunos de sus consejeros para visitar y supervisar la armería y el trabajo de los herreros y los artesanos de flechas que habían estado trabajando a toda capacidad desde que se había decretado el estado de guerra. Los ejércitos de Maraz, Aguaoscura y algunos otros llegarían durante el transcurso del día y los primeros aldeanos y campesinos ya habían comenzado a ingresar por las puertas de la ciudad buscando cobijo. Pronto estarían llenos a rebosar, por lo que habían habilitado parte del bosque real para darles mayor espacio y a la misma vez mantenerlos alejados de la muralla principal. El comandante en jefe, Zelas Madabarast, le mantuvo informado de los avances e inconvenientes durante todo el día, aun debían terminar de posicionar las balistas sobre la muralla y los ejércitos de Manchester, con su arsenal de guerra, no llegarían sino hasta el anochecer del día siguiente. Algo que mantenía a Edón profundamente preocupado. Sin el apoyo de las casas y ciudades de la costa, Manchester y sus hombres representaban casi un tercio del poder de batalla con el que contarían, sin él sería imposible ganar o incluso resistir.

También revisaron detenidamente las defensas del puente y el castillo. Aquellas criaturas iban a tener que traspasar la ciudad entera primero si es que querían asaltar la fortaleza, lo que al menos les brindaba el tiempo suficiente para realizar las acciones defensivas necesarias en caso de no poder contenerlos con la muralla exterior. La única entrada al castillo era por el puente, por lo que aquellas criaturas iban a tener que realizar incontables sacrificios para siquiera llegar a tocar sus puertas. El resto de la fortaleza estaba rodeado por las poderosas cascadas, difícilmente atacarían por ahí... Exceptuando aquel lugar por donde se había escapado Didi y Ereas, pensó Edón sonriendo al recordarlo. Eran tan solo unos cuantos metros y la muralla era extremadamente alta. Aun se sentía impresionado de la tremenda audacia que habían tenido sus retoños. Al menos había criado a un par de chicos con carácter, se consoló a sí mismo. Como rogó por que todo saliera bien, su familia era lo que más le importaba. Mandó a reforzar el lugar de inmediato, si intentaban asaltar el castillo por aquel sector se les haría tan difícil como por el puente, pues tendrían que traspasar la muralla de los bosques, aventurarse entre los tupidos árboles y exponerse peligrosamente a campo abierto antes de divisar los cimientos de la fortaleza. No podía dejar nada al azar.

Tras chequear las defensas del puente y el castillo, visitaron también las murallas de la ciudad, aquella era la primera defensa con la que contaban y por tanto la más importante. Varias cuadrillas de hombres, al mando de líderes de confianza, se hallaban cortando árboles en las cercanías que sistemáticamente transformaban en largas y puntiagudas estacas que iban clavando en el terreno exterior a la muralla de manera semivertical, apuntando hacia los bosques, para formar una empalizada. Sin duda aquella había sido una muy buena sugerencia de Varys. Para que el ejército de criaturas alcanzara la base de la muralla e intentara asaltar la ciudad primeramente iban a tener que saber eludir las afiladas estacas, lo que les daría algo de tiempo a los hombres para abatirlos a flechazos y a la misma vez le dificultaría el paso a las máquinas de asedio que seguramente traería el enemigo. Taka ya les había hablado de arietes y catapultas con las que habían hecho caer las murallas de Lobozoth. Todas las precauciones que estaban tomando no estaban demás.

—¿Cómo va la instalación de las balistas? —preguntó Edón ingresando al adarve de la muralla acompañado del príncipe heredero Ougín, más un par de consejeros y algunos hombres de la guardia real.

Tras la guerra de la Alianza Drogón se había hecho con los secretos de las más avanzadas y eficaces máquinas de guerra, entre las que destacaban las potentes balistas, de mecanismo similar al de las ballestas, pero de mayor tamaño y capaces de lanzar un proyectil de manera guiada a más de cien metros de distancia; y por supuesto también los poderosos trabuquetes, que al trabajar con un sistema de contrapeso se habían transformado en un significativo perfeccionamiento del viejo sistema de tracción de las catapultas, haciendo de estas últimas algo casi obsoleto. Todo ello herencia del desaparecido imperio Azario, aquel imparable enemigo que había osado adueñarse de la mitad de la Tierra Conocida alguna vez en su época de apogeo.

—Bien, su majestad —contestó un hombre haciendo una reverencia. Era el hijo del comandante en jefe Zelas Madabarast, un tipo joven y agradable— Muchas ya estaban inutilizables, pero nos estamos encargando de repararlas y volver a ponerlas en funcionamiento —mencionó.

Y sí, aquello era evidente, debido a los prolongados años de paz y prosperidad la mayoría de ellas llevaba tanto tiempo guardadas acumulando polvo que ni siquiera se habían acordado de haberles dado una debida mantención. Asumiendo que con las pocas que habían mantenido en funcionamiento era suficiente, jamás habían imaginado que un ejército tan numeroso y terrible como el que habían descrito Taka y Asaf pudiera llegar algún día hasta las mismas puertas de la ciudad.

—¿Cuándo estarán todas listas? —preguntó Edón mientras observaba a los hombres trabajar en su instalación.

Las estaban fijando sobre pequeñas plataformas móviles sobre las murallas. A la misma vez, otros atareados voluntarios se estaban encargando de proveer el lugar con abundantes haces de flechas, lanzas y rocas en grandes montones para el uso de los trabuquetes y de los hombres en caso de asalto, junto a ellos también apilaban barriles de madera cargados de brea y aceite de lámpara. Otros cuantos instalaban una serie de receptáculos redondos de hierro situados sobre altas pértigas de metal para disponer de oportunas hogueras. Tras las conversaciones con los consejeros y estrategas militares, pensaban hacer buen uso de ellas... "Y aún falta el surtido arsenal de Manchester" se dijo Edón a sí mismo con orgullo. Taka aseguraba haber visto dragones, aquellos terroríficos y descomunales lagartos con el poder destructivo de un dios. Algo que a Edón a ratos se le hacía difícil de creer, hacía tanto que nadie hablaba de dragones... más sabía, con todo lo narrado, que era perfectamente posible. Y si eso llegaba a ocurrir las balistas serían una buena manera de lidiar con ellos. Iban a vender cara la defensa de la ciudad, iban a vender caras sus vidas.

—Antes de mañana, su majestad —aseguró el hombre tratando de mostrarse eficiente— Solo nos urge la producción de proyectiles por el momento, pero nuestros hombres ya están recorriendo la ciudad solicitando aportes para aumentar nuestras reservas de metal. En un par de días cada olla, cada cubierto o trasto se habrá transformado en algún arma para defender Drogón —aseguró— La gente se ha mostrado muy comprometida, mi señor.

—Bien hecho —le sonrió Edón mostrándole aprobación. Aquel hombre le agradaba de cierta forma, estaba resultando ser tan eficiente como su padre. Algo que también esperaba de su heredero Ougín algún día.

—¡Padre! —habló el príncipe apuntando hacia el camino bajo la muralla con espanto— Alguien viene hacia nosotros —advirtió.

Allá una pequeña caravana de campesinos con sus familias y animales se movía hacia las puertas, sin embargo, el príncipe le estaba señalando otra cosa. Un maltrecho jinete galopaba presuroso en dirección a la ciudad, traía el escudo de armas de la casa Ludovico, así como varias flechas clavadas en distintas parte de su cuerpo. Un cuerno dando aviso de la proximidad del jinete fue soplado con diligencia, era un hombre de los ejércitos de Manchester sin duda. Edón se temió lo peor.

¡Jinete herido a las puertas! ¡Jinete herido a las puertas! —gritó uno de los guardias de la puerta a viva voz.

Edón se apresuró a descender de la muralla junto a sus hombres para ver qué era lo que estaba sucediendo.

El jinete, en tanto, llegó al galope descendiendo pesadamente y con apuro desde la montura, estaba muy malherido. Los guardias de las puertas corrieron a auxiliarlo.

—¡Mi señor! ¡Mi señor! ¡La casa Ludovico ha caído! —gritó como pudo en cuanto vio a Edón. Apenas si parecía pronunciar las palabras, daba la impresión de que en cualquier momento se desvanecería— Aquellos monstruos... ¡Eran demasiados! —señaló con horror— ¡Arrasaron con todo!

—¿¡Pero cómo...!? ¿¡Y Manchester!? ¡Oh Thal! —exclamó Edón horrorizado mientras se llevaba las manos a la cabeza con incredulidad.

Sin las fuerzas de la casa Ludovico era casi imposible que sobrevivieran ¡Necesitaban del apoyo de su ejército! ¡Necesitaban del apoyo de su arsenal!

—¡No lo sé! ¡No lo sé! —dijo el hombre— Me envió de inmediato junto a algunos otros. Solo yo sobreviví.

Edón se tironeó los cabellos desesperado ¿Qué harían ahora? Se preguntó con impotencia. Imploró al cielo por que al menos Asaf llegara a tiempo con refuerzos desde Flemister. Algo casi imposible, considerando que era una semana de viaje hasta la frontera. Su desconsuelo fue abrumador, aun así luchó por aferrarse a la esperanza de que podían resistir lo suficiente. Era la única oportunidad que parecían tener.

—¿Cuantos eran? —preguntó Edón tratando de buscar alguna buena noticia, algo en que cimentar su fe.

—Tantos como la arena del mar —se lamentó el hombre con los ojos desorbitados por el horror— ¡Venían de todos lados! ¡De todas partes!

El monarca se sobrecogió por un instante.

—No tenemos oportunidad —agregó el hombre al borde de las lágrimas.

Entonces Edón se detuvo, un trago de saliva descendió lento por su boca haciendo un nudo en su garganta, le pareció que aquel momento era irreal, un engaño de su mente, un terrible cuento de su imaginación, suspiró profundo tratando de controlarse, de aceptar la realidad. Su hijo estaba presente, sus consejeros, sus hombres... no podía mostrar su debilidad, su temor. Él era el rey, el protector del reino, el monarca de Drogón, debía hacer algo... Ordenó acelerar los preparativos de inmediato, cada hombre, mujer, niño y anciano aportarían con lo que pudieran. Hasta el último de ellos debía trabajar. El momento estaba próximo.

Y no pasó mucho antes de que las criaturas llegaran a golpear sus puertas. Aquella noche fue la última vez que Edón pudo estrechar a sus hijos, antes de entregar su vida por ellos y su reino.

¡Oh padre amoroso Thal! Tú, el sin principio ni final

Guía mis pasos en la oscuridad, no me alejes de tu gloria.

Dame calma y sabiduría ¡Líbrame de todo mal!

¡Dame fuerza en la adversidad! Mantenme siempre en tu memoria.

—Oh Thal... ayúdame por favor, ayúdame por favor —susurró Edón sintiendo el terror en cada una de sus fibras. El sol ya casi terminaba de ocultarse y había acudido al templo desesperado tratando de hallar algo de paz, algo de guía. El ambiente del lugar era cálido, pero aun así sentía la espina tan fría como noche de invierno. Un ligero escalofrío le recorría, sacudiéndolo de maneras que hacía mucho creía olvidadas—. Protege mi reino, protege a mi familia ¡Dales una oportunidad! Sabes que he seguido tu directrices con devoción toda mi vida ¡No te olvides de mí! ¡Se mi guía! ¡Se mi luz! ¡Dame tu fuerza para enfrentarme a lo que venga! —rogó acongojado mientras juntaba sus manos y cerraba sus ojos con fuerza— No me desampares te lo ruego.

—¿Adelantando las oraciones? —preguntó el maestro Peter en un susurro mientras se acercaba con sutileza.

El templo aún estaba vacío, un profundo silencio reinaba en el lugar. Los hombres de Edón esperaban afuera. Tras el incidente en las catacumbas aquella tarde, el maestro Peter y Taka se habían visto obligados a dar un largo rodeo por el camino bajo las cascadas, bajando hacia los bosques para bordear el rio y llegar al castillo a través de la ciudad. Había sido un largo paseo, pero al menos habían evitado ser sorprendidos por Varys. Algo estaba tramando el consejero y Peter no supo intuir si era el momento adecuado de informárselo a Edón o no.

—Parece que no soy el único —susurró el rey con una sonrisa amarga.

—Ya me he enterado de todo, majestad. Siempre hace bien buscar un poco de paz y claridad ante los tiempos difíciles.

—Llámame Edón, viejo amigo —contestó Edón— Sabes que en momentos como este estimo más tu amistad que cualquier protocolo de conversación.

—Solo es la costumbre —le dijo Peter sentándose en silencio a su lado.

El templo era enorme y estaba ricamente decorado con adornos y terminaciones en oro y plata. Hacia arriba una gigantesca cúpula con hermosas pinturas representando hechos divinos a lo largo de la historia de la Tierra Conocida cubría sus cabezas. Probablemente en algunas horas ya no quedaría nada de ello. Edón se mantuvo en silencio al igual que Peter tratando de dilucidar el sombrío futuro que parecían tener por delante ¿Serían capaces de doblarle la mano al destino realmente? Parecía algo imposible en esos momentos.

—¿Peter? —lo llamó Edón tras un momento.

El maestro había estado susurrando fervoroso sus propias oraciones. En cuanto finalizó se mostró atento a escucharlo.

—¿Crees que nos hallamos equivocado en nuestras decisiones? —preguntó Edón.

Peter se quedó un instante dubitativo.

—Pues... Creo que hemos hecho lo mejor que hemos podido —contestó— Eso debería ser suficiente —sonrió.

—Siempre has sido mi mejor consejero —dijo Edón— Y sabes que eres el único que considero un amigo ¡Solo mira a Varys! ¡Ese idiota! —bufó— Ha sido útil, pero ambos sabemos que me clavaría una daga en la espalda en cuanto me diera la vuelta si pudiera.

—Supuse que por eso no lo dejaste partir a Flemister —contestó Peter volviendo a acordarse de lo de las catacumbas— Sabia decisión de tu parte —aclaró cuestionándose seriamente si sería prudente contarle lo que habían visto. Varys claramente lo estaba robando y parecía planear alguna especie de venganza en contra de Edón, en contra del reino.

Por un momento estuvo a punto de contárselo todo, cada detalle, cada conjetura que había sacado, pero en el último instante las palabras se ahogaron en su garganta. Otra preocupación antes de la batalla podía pasarle la cuenta al rey, era mejor dejar que se enfocara en la defensa de la ciudad primero, ya se encargarían del asunto de Varys más tarde. Después de todo, Taka también estaba al tanto, quien como hombre de acción tampoco dejaría que Varys concretara sus planes. Cada cosa en su momento.

—¡Sin duda no hubiera vuelto jamás! —recalcó Edón con una sonrisa amarga- Y necesitamos ese apoyo de Flemister ¡Ahora más que nunca!

—Asaf no fallará —lo tranquilizó Peter— ¡De eso puedes quedarte tranquilo!

—Es solo que no puedo evitar temer por mi familia, Peter. ¡Ereas! ¡Mis hijos...! —se pausó pensativo— Son tan pequeños ¿Sabes? Jamás pensé llevar a vivir un momento como este —suspiró acongojado— Jamás se me pasó por la cabeza algo así.

—El muchacho tendrá un gran destino —lo consoló Peter— ¡Todos ellos tendrán un gran destino! —recalcó— De eso puedes quedarte tranquilo. Ya todo está arreglado.

—¿Qué pasa si nos equivocamos, Peter? —se cuestionó con preocupación— ¿Qué pasa si nos equivocamos con Ereas?

El maestro se quedó un instante pensativo.

—Entonces todos nuestros esfuerzos habrán sido en vano —dijo con amargura— Thal quiera que no sea el caso —rogó.


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