
Capítulo 30: nuevos comienzos.
Lizzie Willer
Sentí como me jalaba una ola de energía, y entonces desperté de un suspiro, sus ojos irradiaban alegria, y me sentí a salvo por unos segundos pero después tuve miedo de seguir atrapada y que todo fuese una alucinación. Sin embargo, Isaac me hizo sentir segura, y por tan loco que suene lo único que quería en ese momento era lanzarme a besarlo, y darme cuenta de que era él. Besé a Thomas porque quería sentir que aún estaba en la preparatoria pero besaría a Isaac para saber que era con el único que quería estar en ese momento. Todos lo sabían, y sólo yo lo ocultaba.
Su piel era tan suave pero a la misma vez tan tosca, su cuerpo me estaba invitando acercarme.
Lo miré a los ojos y planté un beso fugaz, cada poro se me erizó y mi garganta se quedó seca, tenía miedo de la respuesta. Porque creí que después de elegir a Luzbel, y tratarlo como remplazo cuando lo besé no volvimos hablar de eso.
Pero al tocar sus labios con los míos, no creí que fuese un beso cualquiera, lo podía sentir hasta la punta de los pies, y de pronto una explosión en mi interior hizo que me apartara de él, me hizo saber que estaba viva, y que estaba con él, sin embargo creí que era un error y que nos habíamos dejado llevar, pero la verdad es que mientras estaba en su closet y olía su ropa que ahora tenía un ligero aroma a quemado y loción... no me arrepentía.
Salí sigilosamente del closet al escuchar el seguro de la puerta, y abrí la ventana, cuando agaché la mirada vi a una de sus bestias indicando que subiese a su lomo, y aunque en la mayoría del tiempo tenía miedo, esta vez sabía que no me pasaría nada. Brinqué tratando de no caer, y quedé ajustada a su lomo, como si supiera la distancia exacta para atraparme. Me subí, y acomodé dejando ir un quejido. Aún dolía por la herida, alcé la camisa, y aunque ya no había una como tal, parecía un rasguño de mi pecho a mi estómago.
—Bien —resoplé—, no sé adónde quiere llevarme Isaac, pero vamos —acaricié el pelaje.
No tenía miedo pero su pelaje me aturdía, era tan grande que parecía un caballo gigante. Comenzó a andar por el bosque alejándome lo más posible de la casa. Isaac era en extremo cuidadoso, y por alguna razón sentía que esto acabaría pronto. Me sentía adormecida pero cada que cerraba los ojos la bestia daba un ligero salto.
Me bajó en un claro que estaba en el bosque. Aún podía escuchar el lago pero sabía que estábamos lejos, y sin embargo, me dió miedo. Hacia mucho que no entraba, normalmente cosas malas sucedían al hacerlo. El frío de la noche chocaba con mi piel, era una frialdad reconfortante, se sentía como la libertad. Dejé ir el aire de mis pulmones, relajé mis cejas y separé ligeramente los labios para inhalar y exhalar por la boca. Podía escuchar el lago, los pinos y arboles del bosque golpeaban con fuerza. El sonido era tan familiar que podía formular la palabra; hogar.
Me senté y abracé mis rodillas. Comencé a sentir un escalofrío, tenía tantas ganas de llorar. El sentimiento de estar completamente perdida me abrumó.
—Esto es real, es real —quise de convencerme a mí misma.
Mis lágrimas comenzaron a salir, y de pronto vi que la bestia de Isaac se convertía en una cachorra pequeña. No dejaba de lucir escalofriante aunque, era pequeña, como un lobo. La miré perpleja con una sonrisa y se acomodó en mis piernas. Comencé a acariciarla, y me sentí más tranquila.
—Gracias... supongo que sabes lo que es tener miedo —sollocé.
Me quedé allí en el suelo, abrazada de ella, era cálida, así que quise cerrar los ojos y dormir, esta vez fue extraño, no soñé nada. Simplemente descansé. Suponía que Morfeo aún no sabía que estaba viva y para ser realistas, yo no quería. No necesitaba nada de eso, quería irme lejos de ambos, la había pasado tan bien cuando nos mudamos a la universidad, sin ellos, sin nadie. Apenas recordaba lo que era mi vida.
—¿Estás lista? —escuché la voz de Isaac llamarme y abrí los ojos.
Me recargué de mis manos y noté que la cachorra ya se había convertido en una bestia. Al menos me acompañó a dormir. El pasto era frió contra mis yemas, y yo estaba cálida, supuse a quien se debía. Ya no era tan oscuro como cuando salí por la ventana, pero aún no veía el sol en el horizonte.
—¿Para qué? —fruncí el ceño.
—Vamos a irnos de aquí. Tus padres darán un funeral. —me ayudó a levantarme y asentí—. Y, en ese momento nosotros estaremos volando del otro lado del mundo.
—Está bien —mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Qué sucede? —acarició mis mejillas.
—No podré despedirme de ellos, Isaac.
—Ellos lo saben, y te aman. Todo estará bien —me abrazó y suspiré entre sollozos.
¿De verdad están bien con mi muerte?
—¿Cómo conseguiste el viaje? —indagué limpiando mis lágrimas inexistentes al tacto.
—Mi padre... no le dije nada. Sólo me envió el dinero y un privado —dijo. Desorientado.
—¿Quiénes saben que morí? —tragué saliva con esperanza de que Luzbel no, y no entendía la razón.
—Todos, excepto tus padres.
Oh, todos...
Caminé con él hacía la carretera, ya estaba amaneciendo. Fruncí el ceño.
—¿Cuánto dormí?
—Lo necesario —dijo con voz ronca.
En cada paso que daba sentía que alguien aparecería, que todo se volvería oscuro y que Isaac estaría allí tirada; con el cuerpo hacia el oeste y la cabeza al norte. No quería esa imagen vivida. Isaac estrujó mi mano para ayudarme a caminar, pero no sentí que avanzaba. El aire era caliente.
Me tensé un poco y el aire estaba faltándome. Miré a Isaac y perdí el equilibrio.
—No es real, no es real —comencé a negar y retroceder. Solté a Isaac.
Cubrí mis oídos con esperanza de no escuchar nada si sucedía algo desagradable; algo de lo cual estaba segura.
—¡Escúchame! Desde ahora todo es real —dijo tomándome del rostro. Me obligó a mirarlo.
Mi garganta tenía un frío similar al que se te hace cuando bajas por una montaña rusa y tienes vértigo. Literalmente sientes que el corazón se saldrá por tu boca. Me sentía mal, me dolía la cabeza, mis ojos se sentían pesados. Casi me desvanecía en el mismo lugar. Mis pies punzaban con un cosquilleo que decía; corre...
—Sólo... sólo quiero irme de aquí —traté de formular palabra.
—Eso es lo que pasará. Ven. Necesitas ver esto —caminamos un buen tramo y me asomé a la parte de la carretera. Allí estaba mi madre, Patrick, Valeria, y Thomas... —mis ojos se alarmaron y apreté el brazo de Isaac.
Era Luzbel emergiendo del bosque hacia lo que se suponía que era mi tumba.
—Llévatela de aquí —susurró Isaac. Caminó hacía mi familia y suspiré mientras mi mano se aferró a la suya cuando salió a toda prisa.
Pude ver cómo Luzbel miraba mi ataúd, y con toda la intención de abrirlo. Isaac llegó rápidamente y lo apartó, discutían pero decidí no mirar más. No quería mirar. Mis oídos se volvieron sordos, lágrimas deslizaron sobre mis mejillas, provocando humedecer mi garganta antes de tragar saliva y desviar finalmente la mirada. Comencé a respirar con más rapidez y fuerza, mi pecho se elevaba una y otra vez. Traté de mantenerme cuerda. Apreté mis manos y cerré los ojos para dejar ir el aire de mis pulmones. En lugar de necesitarlo quería que el oxígeno desapareciera. No se sentía bien estar cerca de él, todo se volvían gritos y oscuridad de sólo saber que estaba tan cerca.
La hellhoud de Isaac se echó indicándome que subiera, pero no pude hacerlo de inmediato, sentía que debía ir pero al final no. Isaac no merecía tal cosa, y Luzbel no me merecía a mí, o quizá si, pero ya no quería.
Narrador
Luzbel y Morfeo pasaban su luto de distintas maneras. Orfeo simplemente había es dejado su trabajo de ensoñación, no era porque quisiera, es que ni siquiera tenía noción del tiempo.
Luzbel por otro lado decidió que debía hablar con los celestiales, no sin antes ir a ver a su hermano para que le diese un buen consejo. Tuvo que darse un baño y portar la ropa para un Rey. Ya había pasado la etapa de castigarse a sí mismo, y todos sabían que de alguna manera era su culpa. Pero nadie podía contradecirlo.
Luzbel se dirigió al reino de Morfeo con esperanza de que él lo aconsejara, que debía decirle a los celestiales para que se la diesen de regreso, pero las cosas fueron distintas.
—¿Qué quieres, Luzbel? —indagó Morfeo desde su trono.
Morfeo contra él mismo para no pelear hasta morir por ella. Por lo que le hizo. Ambos querían lo mismo pero cegados por el dolor no lo aceptaban.
—¿No es obvio? ¡Estoy aquí por un pequeño consejo! Tú sabes que soy impulsivo, y no quiero equivocarme en esto —se excusó.
—Equivocarte es parte de tu trabajo al parecer —dijo con voz desanimada. Quería castigarlo, odiaba demasiado lo que sucedió y por ende lo odiaba a él.
—Regálame un poco de luz para ver tu rostro, sólo puedo ver la silueta siniestra de ti, y para ser sinceros das mucho más miedo que todos mis demonios juntos —Trataba de calmar la tensión entre hermanos.
Aunque, ¿realmente luzbel estaba para bromear? ¿Se sentía bien? ¿Cuerdo?... quizá era la misma máscara de dolor que suele usar.
—¡Ya vete, Luzbel! —espetó.
—Sé que cometí un error, Morfeo... —lo frenó de inmediato.
Morfeo se incorporó para acercarse ligeramente, pero sabía que si lo hacía no podría detenerse.
Lo miró fulminante:
—¡Por tu culpa ella está muerta! No me vengas con arrepentimiento. ¡Te dije que la dejarás en paz! ¡Te lo dije, Luzbel! —Frunció los labios para no verse débil con lo que parecía querer ser dolor—. Pero eres egoísta, sólo piensas en ti. ¡Todo el maldito tiempo eres tú y lo que es bueno para ti! Estoy harto de recoger tus escombros. ¡Jamás debí aceptar cuidarla!
Luzbel pude sentir cada palabra atravesando lo más profundo de su ser. Como una daga rompiéndolo y haciéndole sentir realmente mal, su boca se secó ligeramente pero no iba a permitir que lo viese así —Jamás vulnerable, no de nuevo. —pensó.
Sin embargo Luzbel no conocía el miedo, lo que quería era tener aliados y al parecer ya los había perdido.
—¡No te hagas el inocente! Te enamoraste de ella —confrontó Luzbel. Se acercó a él.
Ambos tenían la intención de no separarse, seguros de que el contrario tiraría el primer golpe, pero, ¿era eso lo que querían?
—¡Era una bebe! ¿De qué hablas? —se echó hacia atrás. Confundido.
—¡No! —lo señaló, reponiendo los dos pasos que Morfeo había dado lejos de él—. Te enamoraste de la mujer que sabías que sería. ¿Y, si la cuidabas porqué diablos no la salvaste?
—Creí que la guerra se avecinaría —dijo. Decepcionado de sí mismo.
Cobarde —pensó Morfeo.
Morfeo creyó que si se interponía a Luzbel una guerra innecesaria sucedería, y ambos sabían cómo acababa eso. Pero ahora él mismo se castigaba por no actuar.
—Siempre pensando en las consecuencias. —negó Luzbel, con ironía. —¡Tú sabías que no le haría daño!
—¡La traumatizaste, Luzbel! Eso es hacer daño —pasó las manos por su cabello rebelde antes de cometer una locura.
Los hermanos discutían a calor del momento sin saber que el funeral de la chica se llevaría a cabo.
—¿Qué me dices tú? ¡Estabas con el enemigo y no te diste cuenta!
Maldita cazadora —pensó Morfeo.
—Admito que cometí un error, pero eso no se compara a lo que tú hiciste —se defendió.
Trataban de ver quién tenía menos culpa, pero ambos sabían que no había un mal menor.
El mal es mal sin importar qué tanto sea.
—¡Por eso estoy aquí! La voy a recuperar, Morfeo. No importa lo que me cueste —se acercó amenazante—. No me interesa si la guerra se desata en ambos mundos, no hay uno sin ella.
—Espero que mueras en el proceso —mintió tensando la mandíbula.
Se ponían escuchar los dientes de Morfeo al apretar su mandíbula. Claramente Morfeo no quería eso pero estaba tan dolido que no sabía que más decir u hacer. Luzbel por su lado lo creía, y deseo tanto morir con ella.
—Puedes decir lo que quieras, pero sé que la quieres recuperar tanto como yo —acusó malicioso.
—No me interesa lo que hagas. ¡Déjame vivir mi duelo, y lárgate! —rodó los ojos y se dió la vuelta.
Se recargó del respaldar de su trono y resopló.
—No necesitas estar en duelo si ella está viva —dijo Luzbel. Su sonrisa era amplia y al mismo tiempo escalofriante.
—Pero no es así, Luzbel. ¡Ella murió, y tú contribuiste a matarla!
—¿Cómo osas...? ¡Ustedes que tenían a la asesina como aliada!
—Okay. ¡Vete a la mierda, Lucifer! —tomó un poco de aire después de hacer retumbar las paredes de su reino—... Vete de mi reino antes de que yo mismo te entregue a los celestiales. —aclaró la garganta y pensó en todas las veces que Luzbel había sido un completo idiota, eso lo hacía permanecer enojado.
Amaba a su hermano pero odiaba sus acciones, mucho más después de ella. Caminó a su trono.
—¡Eres un cobarde!
El pecho de Morfeo iba a estallar. Necesitaba llorar y no podía, no se lo permitía, no aún.
Luzbel caminó decepcionado por la respuesta de Morfeo pero en ese instante ambos sintieron un golpe en el pecho, como si su corazón intentara decirles algo. Morfeo frenó antes de volver a su trono y giró anonadado a Luzbel, que imitó el movimiento instantáneamente hacia él. Ambos supieron lo que significaba. Emprendieron camino hasta la casa de los jóvenes pero no había nadie, y Morfeo los localizó por Flama, se dirigieron al lugar y cuando supo adónde estaban parados; en el cementerio del condado, Morfeo frenó antes de acercarse por el bosque.
—No quiero verla así —dijo Morfeo con un nudo en la garganta.
—No importa, la tomaremos, y la llevaremos a mi reino —consoló Luzbel.
Él negó al mirar cómo su hermano hablaba sin ningún sentido.
—No, Luzbel. No podemos hacerles eso. Ya hicimos suficiente, creo que ellos deben procesar su muerte.
—Tú puedes quedarte aquí, pero yo no me resignaré... no puedo hacerlo.
Su alma estaba tendida en ese ataúd marrón con perfectos arreglos dorados y flores amarillas... amarillas cómo su piel.
—Deberías hacerlo por ella, en su memoria —la tristeza en el rostro de Morfeo era tan genuina, su voz sólo regalaba baladas de tristeza y resignación.
Morfeo realmente amaba a la chica, pero Luzbel no existía sin ella, era su mundo, y su oxigeno. Él fue forzado a tomar todo por la fuerza, y ella le había enseñado que no siempre debía ser así.
—Entonces quédate —escupió Luzbel, con decepción se dirigió a esa pequeña ceremonia donde parecían estar todos son familiares.
Cuando vió como metían el ataúd y le echaban tierra no pudo contenerse y se acercó bruscamente, pero fue intervenido por el sabueso infernal. Él no permitiría que arruinara algo así, algo como el funeral de su mejor amiga.
—¿Qué es lo que ocurre contigo? —Lo frenó colocando sus manos en el pecho de Luzbel.
—¡Quítate de aquí! —trato de contener la rabia mezclada con tristeza—. Me la llevaré, eso es lo que haré.
Lo apartó de un golpe y el sabueso volvió a su posición.
—¿Qué sucede contigo? —replicó Isaac.
—¡La quiero de vuelta! —se derrumbó en pena—. Yo puedo lograrlo, sólo debo ir con los celestiales. Sólo eso y ya.
Su semblante era perdido y vacío, la cordura no estaba del lado de Luzbel, y tampoco fuese del sabueso si no supera que esta viva. El chico notó lo mal que estaba, lo comprendía porque también estaría así.
—No puedo dejar que te la lleves. Está muerta, y debes de aceptarlo —dijo deteniéndolo de esa idea irracional que tenía.
—¿Cómo puedo aceptarlo? ¿Como jodidos ángeles lo haces tú...? La sentí, sentí que algo volvió a mí —su mirada perdida veía a los familiares—. Tuvo que ser ella.
El sabueso negó, sintiéndose el más miserable por mentir así.
—Yo lo sabría, también la hubiese sentido pero en cambio no sucedió nada. Ella está allí, con una herida de hacha envenenada —tragó saliva para poder formular palabra.
Luzbel negó repetidas veces.
—No es justo —suspiró tragando sus lágrimas—... voy a matarlos a todos por hacer esto.
Isaac logró tranquilizarlo.
—No, no lo hagas. Ella no estaría feliz —negó con la cabeza, mientras hacía retroceder a Luzbel.
—¡Eso no lo puedo saber porque esta muerta! —farfulló apartándolo de él. Ladeó la cabeza ligeramente para enfocar sus ojos— ¿Está muerta?
Luzbel cegado por la ira y el rencor no podía pensar con claridad. Sin embargo tenía la esperanza de que le dijese lo contrario.
—No puedo seguir viéndote, Luzbel —cambió de tema. Tensó la mandíbula—. Eres el vivo recuerdo de que Lizzie murió. Así que te pediré que jamás vuelvas a contactarme. Al menos espera un año, y después puedes disculparte con ellos —le mostró a la familia de Lizzie, lloraban desconsolados.
No tenía sentido que ella muriese. No para él.
—Para ser sincero contigo, chico... no me interesa —acomodó su postura y corbata—. Voy a revivirla, así tenga que volver a ponerme alas.
Isaac negó un poco asustado, ya que si se enteraba de que le mintieron sería implacable.
—No estás diciéndolo en serio —hizo una mueca. Sabía lo que significaba.
Luzbel escaneo al chico. Necesitaba una pizca de titubeo para describir su mentira. Ya no le pertenecía, y eso lo hacía más difícil.
—Yo nunca miento. Debo pagar por lo que hice, y si eso la trae de vuelta, lo haré. —Luzbel le dió un toque de hombro a Isaac y resopló—. Más vale que practiques tu poder, puede que en la guerra lo necesites.
Todos sabían que no se resignaría, pero no importa porque el sentimiento de mantenerla era más fuerte que evitarle a Luzbel un sufrimiento así.
—¡No es necesario que provoques una guerra, Luzbel!
—¡Claro que lo es! —negó incrédulo—. Creí que tú mejor que nadie lo entendería —sus ojos llenos de tristeza e incredulidad lo miraron como si fuese lo único cercano que tuviese a ella y lo traicionara.
Lo veía y no creí que estuviese tan... bien. Lo decía porque ellos daban la vida por el otro, y aún así él se resignaba a vivir sin ella. Luzbel no lo entendía. ¿Cómo un mestizo sería más fuerte que él? Y ese era el problema de Luzbel... su ego.
Isaac se acercó fulminante ante Luzbel.
—Eres un idiota, Luzbel. Te atreves a decir que no me interesa tenerla con vida, ¡cuando fuiste tú el que la lanzó a los brazos de la muerte! —lo empujó—. Si hay una guerra, no peleare por ti, ni para ti. ¡Peleare para que pagues por esto! —le mostró el ataúd y los padres de la chica llorando.
—Tus amenazas son como las plantas de mi reino... inexistentes —se burló sin muchas ganas.
—Lizzie logro que existieran, y no me importa quién seas —lo miro con repudió—. Aléjate de su cuerpo, o yo mismo te entregaré a los celestiales! —advirtió. Notó como Luzbel retrocedió, y no por miedo, si no por decepción.
El chico Isaac lo miró como un enemigo, no como un viejo aliado u amigo. Ante sus ojos, él había causado el dolor de Lizzie, y estaba cansado de temer. Luzbel se marchó con una sonrisa irónica, y al mirar a esa dirección vió a Morfeo recargándose de un árbol. Isaac se acercó mientras veía como Luzbel desaparecía a plena luz en medio del bosque.
—¿Qué haces aquí, Morfeo?
Él negó, y con la mandíbula tensa lo miró a los ojos.
—La sentí chico. Fue como si una parte de mí volviese a existir —dijo, decepcionado.
—Deberías irte, Morfeo —le pidió con espera de que pudiera detener a Luzbel—. Te pondrás peor si sigues aquí. Las personas no han dormido, y supongo que tú debes hacer lo mismo —colocó la mano en su hombro.
—Dime la verdad, Isaac. —Sus ojos miraron los de Isaac como dagas. Y no cómo Morfeo si no como colegas— ¿Está muerta?
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas en espera de otra respuesta diferente a la que recibió. Quería ser fuerte pero necesitaba la verdad.
Isaac no debía titubear, así que suspiró y se armó de valor para soltar:
—Estuve allí cuando su corazón dejó de latir, Morfeo. No es algo que quiera recordar —desvío la mirada hacia el suelo y la devolvió a él.
Isaac sabía los riesgos de decirle a Morfeo directamente.
—Sólo te pregunté algo —replicó.
—Ella ahora está bien, Morfeo. —asintió con las lágrimas rodando—. Está descansando... por favor no me busques. Necesito tiempo para asimilar todo esto.
Sin más él asintió, apartó la mano de Isaac de su hombro y palmeó su brazo para hacer una mueca e irse decepcionado. Sabía que algo ocultaba.
Isaac sintió un temblor en el cuerpo al ver cómo se marchaba. Y, quizá no tenía hermanos pero Morfeo había sido él único que lo acompañó en su transición de adolescente a sabueso del infierno, y ahora él le daba la espalda.
—Vete de aquí, chico. Salgan de aquí —musitó Morfeo y desapareció en el bosque al igual que Luzbel.
Ninguno de ellos se había ido conforme, sabían que mentía, pero Morfeo se fue tranquilo. En el fondo él sabía que ella estaría bien, y ya no importaba si era parte de su vida, le dolía pero obviamente eso estaría bien, si ella lo estaba.
Esperaban que en algún momento el dolor fuese inexistente.
***
Después del funeral todos volvieron a casa. Isaac preparó sus maletas y las de Lizzie. Ella ya se encontraba en la pista de despegué. Esperaba por Isaac para irse mientras la bestia aguardaba cerca de ella.
—Cuídate mucho, hijo —Anna abrazó a Isaac, imaginando que era su hija de la que se despedía.
Patrick la imitó y ambos felices le sonrieron con lágrimas en los ojos.
—No podré mantenerme en contacto, es lo mejor. Traten de estar lo más tristes posibles.
Ellos asintieron y se dirigió a la chica Valeria.
—Cuídate, y sobre todo cuida tu mente —se acercó a ella y le susurró en el oído—. Lo que sea que veas, mantenlo para ti y para nadie más.
Ella sorprendida asintió y evitó la mirada de Thomas y los padres. Isaac se dirigió a Thomas para darle un estrujón. Después de todo el había muerto por salvarla, era de esperarse.
—Jamás olvidaré lo que hiciste por Lizzie. Es una deuda que nadie aquí podrá pagarte, pero siempre puedes ser compensado.
Al separarse pudo ver sus ojos azules querer desprender lágrimas.
—Está bien. No sirvió de mucho —hizo una mueca tratando de que sus ojos azules no dejasen ver su tristeza.
Y aunque Isaac haya sentido que debía decírselo, tuvo que elegir entre en sufrimiento de otros por la vida de Lizzie.
Realmente no debía pensarlo tanto.
—Debo irme. No puedo seguir aquí, pero espero que tú puedas salir adelante. Cuida la casa. La compré hace unos días, era sorpresa para Lizzie pero... —sus ojos tuvieron que mentir llenándose de lágrimas—. Bueno —suspiro—. Suerte, Wilson.
—¿Quieres que te lleve? —indagó Patrick. Con esperanza de que al llegar pudiese verla y saber lo que sólo se quedó en sospecha.
—No, estoy bien —dijo escuetamente.
Al dirigirse a la puerta pudo percatarse de que dejaba por fin esa vida, y todo lo demás. Pero nada lo hizo más feliz que saber lo que se llevaba.
—Cuídense... todos.
La imagen que vió fue de su pasado, y estaba agradecido por ser quien era. Jamás sería mejor persona de lo que vió en quién se había convertido. El chico pelirrojo había quedado atrás, justo en el momento que decidió arriesgar su vida por ella.
Al dirigirse al bosque encontró a una de sus bestias con un regaló. Tenía una pequeña maleta verde que sostenía con los colmillos por las agarraderas. El chico frunció el ceño sonriéndote y cuando lo dejó caer pensó en que no era posible.
—¿Cómo lo hiciste? —esbozó una sonrisa.
Sabía lo que había allí, pero esperaría a que Lizzie estuviera segura, y tranquila.
Subió al lomo de su bestia, y lo hizo finalmente. Emprendió camino sin mirar atrás.
Isaac Anderson
Cuando la vi parada en medio de la pista, quizá fue uno de los movementos más felices de mi vida. Ella corrió hacia mí con una sonrisa en el instante que me vio. Corrió hacia mí y eso me hizo sentir mejor después de haber mentido.
—¡Llegaste! —dijo con alivio.
Su corazón latía con fuerza pero al verme pude sentir la melodía de alivio.
—¿Creíste que te dejaría? —repliqué.
Negó con ojos cristalinos mientras esbozaba una sonrisa.
—No... ni por un segundo —mintió. Pero sabía que no por dudar, si no que temía que jamás llegase.
—Ni por un segundo te dejaría —le di un beso en la frente y nos subimos al jet.
Era amplio, olía a nuevo, y ese toque gris con blanco me agradaba. Resoplé al estar dentro.
—Si necesitas algo allí está el refrigerador, y demás —solté las maletas. Y no podía creerme lo que estábamos apunto de hacer —. Voy a tratar de pasar la electricidad de los motores al Jet.
—¿Sabes? —dijo estirándose un poco, su sonrisa era tan natural.
—Lo he hecho dos veces —elevé los hombros. Hice una mueca de ironía—. La tercera es la vencida —añadí quitándome la camisa para colocar otra.
Sí, ya huelo a quemado.
La observé mirándome detalladamente hasta que reacciono. Guarde la bufanda para fingir que no la vi.
—Uhm, ¿cómo cierro la compuerta? —cuestionó decidida.
—Lo hago yo.
Me detuvo.
—Yo puedo —asentí y al hacerlo pude ver que se atasco o simplemente no podía.
Negué divertido por lo absurdo que era esto, actuaba como si tuviese pena. Era muy divertido. Me acerqué y la cerré yo mismo. No estaba atorada, simplemente era pesada para ella, o quizá estaba nerviosa. Estaba parada a mi lado, y cuando jalé la palanca me sentí un poco observado. Supuse que tenía miedo, acababa de sufrir traumas a más no poder.
—Revisa la maleta verde —dije mientras daba el último jalón al cerrar la compuerta.
Ella frunció el ceño, y nerviosa se colocó de cuclillas al lado de la maleta. Me recargué cruzando los brazos, y me percaté de que mi camisa verde oscuro ya tenia ese olor a loción y quemado que desprendía de mi cuerpo cálido. Aunque el chillido de gozo femenino me hizo salir de mis pensamientos adsurdos y cotidianos. La miré perpleja al sacar a Pucca de la meleta. Estaba un poco asustada, y se acurrucaba en los brazos de Lizzie.
—Isaac... —se incorporó entusiasta—, esto es... muchas gracias —me regaló un abrazo fugaz para llevar a Pucca encima del sofá gris.
—La trajo uno de mis sabuesos, y en definitiva no me preguntes cómo la metió a la maleta —aporté sin saber que más decir.
Estaba sonriendo y acariciando su pelaje, se recostó con ella en el estómago, la gata bostezó y de repetido fue Lizzie.
Mi trabajo está hecho.
—Si quieres duerme un rato mientras llegamos.
Frunció el ceño y me miró indignada.
—¿Y perderme verte volar? —negó con una pizca de entusiasmo—. No lo creo.
Esa sonrisa me hacía tan feliz, se sentía como un nuevo comienzo. Dejó a Pucca a un lado durmiendo y se dirigió conmigo.
—Bien. Vamos.
—¿Adónde iremos? —dijo con entusiasmo.
—Es un secreto. Pero, quizá noruega —elevé las cejas. Mordaz.
Claramente no estaríamos en Noruega.
—¿Noruega? —frunció el ceño.
—Esperemos a llegar, ¿sí?
Ella asintió sonriendo, y sujetó mi mano al mirar los vidrios de la cabina. Le temía a las alturas, pero supuse que no importaba, no después de todo lo que había pasado.
Nos adentramos a la cabina, encendí los motores, y en espera que enviasen energía al Jet, tuve algo de miedo, no por morir en el viaje, si no por el viaje. Era algo inesperado. Sin embargo; la miré y supe que era lo mejor, sería lo mejor. Ver su emoción al despegue y cómo su corazón comenzó a palpitar fue en extremo excitante.
—¿Se terminó? —indagó sonriente.
Sabía que no pero debía decir que sí.
—Sí. Se terminó —miré al frente y me acordé de algo—. Debajo del asiento hay una videocámara. Puedes tomar fotos y videos de todo esto. No tendremos teléfonos pero podrás tener recuerdo de esto.
Su corazón se calmó y entonces ambos pudimos conseguir paz en resto del viaje. Tomó la videocámara vieja y comenzó a grabar y tomar fotos. Sabía que sería bueno para nosotros. No tenía idea de cuantas horas habían pasado pero sin duda Lizzie había dormido 5 veces en todo el viaje. Avisé al aterrizar y ella despertó asustada.
—¡Hey! ¿Qué sucede? —instigué tratando de no lanzarme a ella. Me miró cómo con un nudo en la garganta.
—Es que... no sé si... —dejó la frase en el aire.
—Mírame, Lizzie —ella no muy convencida, lo hizo—. Exacto. ¡Mírame! Todo esto es real, soy real. No debes tener miedo.
—Tú morías... no quiero —dijo con voz quebradiza.
—No puedo morir, ¿recuerdas?
Traté de calmarla para evitar un ataque de pánico en medio del aire antes de aterrizar.
—Es real —se repitió para convencerse. Cerró los ojos y resopló—. Estoy asustada, Isaac.
Cuando al fin solté los controles, y quité mi cinturón me dirigí a hacer lo mismo con ella.
—No debes tener miedo porque yo estoy aquí para protegerte. Esta vez no dejaré que nadie te lleve —tomé sus mejillas y la ayudé a incorporarse.
Estaba temblando, pero la saqué y senté hasta que cerró los ojos y tomó aire. Me regaló una sonrisa al tomar nuestras cosas y unas personas nos estaban esperando. Su corazón retumbaba, como si fuese a entrar en pánico. Ella se tensó un poco pero la sujeté con fuerza.
—Tranquila, está bien.
—¡Señor Anderson! Nos alegra que haya venido, su padre dijo que iba a llegar antes —extendió la mano hacia mí antes de que yo tocase tierra.
—Tranquilo, Lewis —suavice el asunto—. Ya estoy aquí.
—Preparamos su casa, aquí están las llaves. —me entrego las llaves mientras Lizzie parecía una niña de 3 años asustada—. Sólo debe tomar esta avenida, hacia la izquierda. No es mucho unos 10 minutos o 5 en auto.
Ya estaba un auto esperando. Estreché su mano.
—El pueblo está a 30 minutos, pero puede llamarme si necesitan algo —farfulló como si tuviese que irse.
—Gracias, por ahora estamos bien.
—Hasta luego señorita —dijo él y Lizzie sólo asintió.
La entendía, tenía miedo de que algo malo sucediera nuevamente.
—¿Hay lagos aquí?
—Uhm, sí. Y, una playa —añadió.
—Genial, Lewis —asentí—. Gracias.
Al marcharse en su camioneta, nos dirigimos al auto. Sabía bien adónde quedaba el lugar pero esperaba no perderme entre tantos árboles. De pronto se detuvo Lewis, provocando un rechinado en sus frenos, y Lizzie se tensó antes de subir al auto.
—Sube al auto, está bien —le indiqué con la mirada para que se tranquilizara.
—Disculpe, Señor Anderson. No quería asustarlos. Sólo quería decirle que mañana hay una fiesta en el pueblo, deberían venir —dijo entusiasta.
—¡Oh, Gracias! Lo pensaremos.
—Claro. Hasta pronto —regaló una sonrisa incómoda para terminar de irse.
Al subir al auto ambos resoplamos.
—Supongo que esto es bueno —dije aliviado.
Ella sonrió y nos dirigimos a la casa, encendió la radio, rebusco entre los canales, y una canción estaba sonando. Una que me hizo tener tremendo dejavú, tanto que una especie de frío-calor recorrió mi cuerpo antes de poner reaccionar y mirarla. Sabía que ella pensó exactamente lo mismo que yo, justamente en ese momento.
Locked out Of heaven —Bruno Mars
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Ella quiso esbozar una sonrisa pero lágrimas cayeron rodando sus mejillas. Al darse cuenta se echó hacia atrás sin mucho sentido, sus manos temblaban, trataba de recuperar el aliento antes de atreverse a mirar. Cambié la estación pero ella inmediatamente la regresó.
—Es nuestra canción favorita —quiso articular palabra. Tuvo que tragar sus lágrimas para hacerlo—. No debería dejar de serlo.
Sonreí y ella subió el volumen cerrando los ojos. Su corazón tenía un ritmo distinto, como si luchara para no estar acelerado, por ende me sentía incómodo, sabía que lo quería, y yo a ella, ¿qué papel era el mío? Remojaba sus labios mientras sus manos delgadas masajeaban los muslos perfectos que estaban cubiertos por una pantalón ajustado de mezclilla.
Tuve que enfocarme en la carretera nuevamente porque estaba perdiendo el equilibrio y la cordura al parecer. Sin embargo; su corazón me ayudó en todo el viaje.
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Cuando finalmente llegamos ante la casa ambos quedamos anonadados.
—¿Esto es pasar desapercibido? —dijo con una gran sonrisa al ver la "cabaña"
—Supongo... —musité. Apagando el motor del auto.
Ante nuestros ojos había una cabaña rodeada de árboles, una pequeña escalera con un pórtico en todo su alrededor. Las luces estaban encendidas. Escuché un ruido similar al aire golpeando árboles, lo extraño era que no había viento tal cual. Dejé que Lizzie caminara por delante, y aunque estaba nerviosa al estar parado en el pórtico nos percatamos de que el mar se apreciaba de un lado y si miraba hacia atrás también había un lago. Su vista era increíble, y realmente no entendí cómo estaba hecho el lugar. Al entrar en el terreno no te percatarías de la playa y menos del lago, pero al estar en el pórtico si, sólo debías cruzar unas palmas y en la parte de atrás palmas y árboles.
—Es precioso, Isaac.
—Lo sé.
La miré y era tan luminosa. Tenía que dejar de mirarla o definitivamente me perdería en esos ojos miel.
—Quiero ducharme. Y, tengo un poco de hambre —dijo, desviando la mirada.
Su corazón bombeaba con fuerza.
—Claro. —aclaré la garganta—. Haré algo de comer mientras te duchas.
Asintió y nos adentramos al lugar que era sumamente hermoso. Había una pequeña sala, la cocina con todo incluido, una pequeña barra de bar. Un pasillo que llevaba a las habitaciones, eran dos. Era amplia en el aspecto de especio pero no contenía tantas cosas, lo básico, y bueno... una barra de bar. Una puerta para lo que parecía un pequeño sótano que estaba al lado de la puerta del baño. La del sótano se caracterizaba por el color y la profundidad del marco. En el pasillo hacia adelante estaba una puerta más y una hasta topar con el final. Supuse que era otra habitación.
—Mira, esta habitación tiene baño —dije a Lizzie por si quería quedarse con ella—. Yo puedo dormir en la otra.
Giró la perilla algo tímida, la habitación era amplia, tenía la cama casi en una esquina, un pequeño tocador al lado, un ropero al frente y una puerta que indicaba un baño.
—Sí... Uhm. Después vemos eso.
Me desvío la mirada algo tímida. Sus mejillas se tornaban carmesí.
Oh, sí.
Debí comer antes de llegar.
—Báñate si quieres.
—Uhm, acomodaré mi ropa, y después me bañaré.
Sonreí por debajo y negué con la cabeza.
—Okay, entonces lo hago yo —dije—. Y, después cenamos, ¿te parece?
—Sí.
Salí de allí y llevé mis maletas en la habitación del final, tenía una ventana de deslizamiento de dos metros de cristal que llevaba del otro lado, frente al lago. Me di una ducha con agua fría, sentía que no me había bañado en días. O, probablemente porque por alguna razón habíamos viajado horas sin descansar. Desde la ducha podía escuchar su corazón latir y adoraba esa sensación relajante para mis oídos. Necesitaba controlarme los pensamientos grotescos sobre el corazón de Lizzie y su piel cálida.
Cuando salí de bañarme Lizzie estaba allí parada, afuera del baño. Recargada de la pared.
—¿Vas a entrar? —dije tragando pesadamente saliva.
Ella desvió la mirada y su corazón latía con fuerza. Creí que estaba asustada pero no, sus ojos marrones tenían más brillo de lo normal al mirarme, una electricidad fría recorrió mi pecho cuando sentí su calor corporal. Mi toalla envuelta en mis caderas no ayudaba a cubrir lo que provocaba.
—Sí.
—Te esperaré afuera —volví a encender la regadera, esta vez con agua caliente, y salí del baño. Pero me sujetó de ella mano y sentí que un espasmo me subió y bajo del cuerpo, reventando en mi entrepierna y corazón. Me asusté. Sólo tenía la toalla y mucho miedo, tenía tantas ganas de arrancar su ropa.
Esta toalla no ayuda mucho.
—Espera, Isaac.
Me giré a ella y se metió al baño haciendo que entrase ligeramente con ella.
—¿Estás bien? —la sujeté del rostro y no podía descifrar lo que decía. Por un momento mi calentura hormonal se detuvo.
—Sí —colocó sus manos en mi pecho y sentí que me estremecía, pero de alguna manera me agradaba.
Mi respiración era más agitada.
—¿Qué sucede? —aclaré la garganta.
Sus delicadas manos me hacían querer estrujarla y apretarla contra mi cuerpo.
—Debí elegirte a ti. Lamento que no haya sido así. Sé que es tarde para decirlo pero, lo siento —trató de explicarlo.
Esto es tan dulce.
Esbocé una sonrisa y negué con ironía. Cómo podría ella pedirme perdón por eso, era tan ilógico.
—No pasa nada, yo lamento que no te supieran tratar —dije mientras acariciaba su rostro.
Hubo algo que cambio, su cuerpo se acercaba a mí ligeramente y me hacía querer perder el control.
—Tú siempre lo haces mejor.
Espera, no tan cerca.
Torcí la comisura de mis labios.
—Porque no hay nadie que te conozca cómo yo, Elizabeth Willer.
—Lo sé —dijo cabizbaja.
—No importa lo que haya pasado, estoy aquí, y no me iré a ningún lado.
Quería hacer algo, necesitaba descargar esa energía, pero no podía besarla. No sin que ella fuera la que lo hiciera, y aún así, lo dudaría.
Sabía lo que pasaría. Y, no me iba a negar.
Elizabeth Willer
Mi cuerpo sintió un cambio térmico al estar tan cerca de él, me plantó un beso en la mejilla, y sentí que algo me subió y bajo del cuerpo. Cómo si el calor que Isaac desbordaba yo lo absorbiera. Estaba nerviosa y temblando, di un paso hacia él cuando sentí que iba a separar sus labios de mi mejilla. Mi corazón comenzó a palpitar tan fuerte que sentía que saldría por mi boca, sus labios se deslizaban en mis mejillas tan cerca de los míos, sabía que iba a separarse pero yo no quería eso, así que me incliné hacia adelante para que sus labios chocaran con mi mejilla. Los suspiros de Isaac me hacían estremecer, quería con plenitud entregarme a él, y sabía que también lo quería porque en lugar de separarse totalmente plantó un beso en mis labios. Sus labios eran tan cálidos, suaves, el beso se sentía un alivio, besarlo fue un alivio, como si ese beso fuese la cura de todo lo malo que me sucediera. Cambió de posición sus manos y las colocó en mi cintura para alzarme ligeramente en el aire.
Me cargó hasta la regadera y pasó sus manos por mi rostro, como si no tuviese nada que ocultarle, él me conocía, sabía quién era. No tenía que resistirme ni sentirme tan nerviosa como lo estaba en ese instante, y entonces lo hice, me dejé llevar porque era él. Y, sabía bien que yo era con quien él quería estar. Siguió besándome profundamente, y de pronto echó mi cabeza hacia atrás con su mano, dejando mi cuello descubierto, deslizó su lengua hasta el lóbulo de mi oreja, y sentí un choque eléctrico en todo mi cuerpo. Una ansiedad descomunal me recorrió la entrepierna. Él me hacía sentir todo lo que quería. Sin embargo mis manos tocaron su abdomen y me puse nerviosa.
—Te voy a esperar, y no tienes que sentirte avergonzada —dijo separándose de mí.
Lucia tan bien húmedo. Toqué sus mejillas y lo miré a los ojos.
—Te quiero a ti —dije en el calor del momento.
¿Qué hiciste, tonta?
—No necesito nada más —me dió un beso en la mejilla que hizo mover mi atmósfera y salió de baño—¡Te espero en la sala!
Suspiré y negué divertida. Toqué mi rostro y labios tratando de recrear su tacto.
¡Date el baño!
Me di una ducha extremadamente buena, el agua era cálida pero no tanto, el ambiente se sentía fresco, escuchaba los árboles ser chocados por el viento y eso me hizo sentir tranquila.
Al salir del baño me coloqué una camisa de Isaac que vi, y unos shorts cortos. Le di de comer a Pucca y se quedó dormida en la cama. Salí de la habitación y lo vi sirviendo la cena, no pude evitar sonreír.
Que hermoso es.
—¿Qué preparas?
—Huevos revueltos, y algo de fruta.
—¿Tienes que poner algo saludable siempre?
—Necesitas sanar, así que mejor no rezongues —colocó unos licuados verdes y los platos.
En otro momento hubiese puesto cara de asco pero no me dió en absoluto.
—De hecho ya sane, cuando me bañé ya no tenía la cicatriz.
Recordar esa cicatriz me hacía estremecer.
—Me alegra, no quiero tener que meter tus intestinos nuevamente.
Lo miré a los ojos, y creí que bromeaba.
—¿Hiciste eso? —fruncí el ceño.
—No podía dejarte morir así —hizo una mueca y nos sentamos a comer.
En ese momento mientras Isaac reía y comíamos lo que había preparado me sentí en calma. Después de un rato fui a lavarme los dientes mientras Isaac lavaba los platos. Me fui a acostar, y no tarde mucho en cerrar los ojos, pero cuando los abrí vi a Isaac pasar hacia la otra habitación. Resoplé y con dudas al levantarme me dirigí la habitación de al lado. Mi corazón se agito, era como si tuviese miedo de lo que pudiese suceder después de eso. Cuando vi su habitación con la puerta abierta me dolió por completo el pecho como si el corazón fuese a salirse de mi boca con cada bombeo. Al llegar al marco de su puerta, él estaba con los ojos cerrados, me acurruqué sigilosamente hasta él y sin despegar sus párpados me ofreció sus brazos, me escabullí en sus sábanas. Hubo un silencio tranquilizante hasta que soltó:
—¿Lo que sientes... es real?
Tragué saliva con el corazón explotando.
—Sí —suspiré.
Me arropó con sus brazos y sentí que por un momento todo esto tenía sentido.
Narrador
Nadie esperaba lo que estaba sucediendo, no parecía lógico, sin embargo, hay cosas que no tienen que tener lógica para ser reales.
Después de ese momento los padres de la chica se dirigieron nuevamente a su hogar. Thomas decidió hacer lo mismo, todos al llegar a casa lloraron, los padres no por el hecho de que creyeran que murió, si no porque quizá jamás la volverían a ver. Pero debían aceptarlo, ella estaría bien con Isaac, él daría su vida por la de ella.
Thomas ese mismo día se mudó a casa de los jóvenes, y unos días después se encontró con la chica Valeria.
—¡Hola! —Valeria lo acaparó afuera del instituto.
Él asombrado pero no extrañado.
—¿Valeria?
—¡Eres el moribundo!
—Supongo —Thomas hizo una mueca mordaz.
Al parecer el destino de encargaba de unirlos, y Thomas sabía bien que era atractivo.
—¿Vienes a esta universidad?
—Me cambiaré el siguiente semestre —sonreía alegremente a la chica de cabello lacio.
—Espero que nos veamos —dijo Valeria alejándose con una gran sonrisa.
No era un secreto que Thomas era un chico atractivo, y con una gran actitud para ser el candidato perfecto. Thomas extrañaba a Lizzie pero aún más la persona que era cuando estaba con ella, y trataría de serlo.
Morfeo sabía que ella estaba en alguna parte del mundo, y no quería buscarla en sus sueños. Quería dejarla descansar de todo lo demás, pero cuando sintiese que estaría en peligro lo haría. Después de todo aunque no fuese parte de la ensoñación, siempre sería parte de él. Flama lo mantendría al pendiente de los mundanos, y con eso para él bastaba, en su trono sólo tuvo que pensar en ella como un sueño y no sufriría más el duelo de no tenerla.
—Ahora sólo somos tú y yo flama.
—Sí, mi señor.
—¿Cuánto tiempo crees que pueda estar en paz?
—Nunca nada permanece de una manera, mi señor —respondió su vigía.
—Espero que ella encuentre la paz.
—Creo que lo hará mi señor.
Luzbel por otro lado siempre nos sorprendía a todos porque su plan no era avanzar y quedarse sentado mientras veía como habían enterrado a la que consideraba la mujer con la que quería pasar la eternidad, no quería a la mujer que tuvo que matar él mismo, necesitaba a la chica Willer.
Y su plan se llevaría a cabo, sin importar las consecuencias, porque no había manera de que él siguiese sin su existencia. Tenía muchos ases bajo la manga, porque sabía que alguien había mentido.
—¡Mi señor! —llegó el felino.
—¿Por qué los gritos? —indagó Luzbel pensativo desde su trono.
Trataba de matar su tiempo leyendo las reglas del limbo. Cosa que todos sabían, entraban todos, y sólo salían los puros de corazón. Elizabeth tenía el poder de salir, a menos de que estuviese con su padre, pero si ella no salió alguien tuvo que salir, así que utilizaría lo más acercado a ese hombre egoísta y siniestro.
—El chico está aquí.
Entró aquél chico que le dió alimento a Lizzie, con sangre en el rostro de la golpiza que le había dado uno de sus demonios. Quería sacarle la verdad pero realmente no le interesaba, sólo deseaba castigar a alguien mientras encontraba una respuesta.
—Denle un poco de comida al chico —murmuró Luzbel, viendo el rostro de lo que él llamaba aberración.
Lo sentaron en su comedor, y aunque parecía que iba a morir no importaba.
—¿Por qué me tienes aquí?
Aunque sabía a quién se refería prefería fingir.
—Veras... muchacho —comenzó a decir—, tú y toda tu familia; una bola de marginados hipócritas por cierto. Me arrebató algo, que no sólo era lo que me ofrecieron por esos maravillosos poderes que ustedes usaron para traicionarme, ella era la mujer que por primera vez en siglos quería. ¿Y, adivina qué? ¡Está muerta!
Había rabia en cada palabra, pero trataba de sonar lo más pacifico posible.
—¡Te juro que no fue así, nosotros no tuvimos nada que ver! —se ahogaba con su propia sangre—. Mi hermana ayudó a tus amigos a sacarla antes de que llegaran.
—El cronometró de tu hermana estaba retrasado porque obviamente ella está muerta, así que olvídate de eso —lo frenó—. Ya esta muerte, pero ella puede salir de ese lugar. ¿No es increíble? Tú me ayudarás a ese propósito.
Froto sus manos, y su rostro era el de Lucifer estrella de la mañana, no era Luzbel, ni Samael.
—No sabes de lo que hablas, él no la dejara salir. Usará su poder para salir.
—¿De qué hablas? —Luzbel indagó, dudoso.
El chico escupió sangre.
—Si ella murió como dices, entonces él está en algún lugar allí afuera.
—¿El conspirador? ¡Es perfecto! —sonrió sin algún tipo de cordura.
El chico comenzó a negar. Sabía perfectamente lo que significaba.
—No lo entiendes —trató de no ahogarse con su sangre—. Una vez que estén con el llevarán a cabo un ritual, cada una de las brujas le dará su poder.
—¿Debo estar asustado? —fanfarroneó.
Todos sabían que no había nadie tan poderoso como Luzbel, por eso nadie se atrevía a retarlo, ni siquiera sus vecinos en el inframundo.
—Deberías de estarlo, porque la única manera de que saliera es que le robara el poder a tu chica —Luzbel fue atando cabos ante sus palabras—. Su poder es como una batería, debe cargarse, y si él se lo quitó la dejo sin energía, debe progresar nuevamente para salir, pero ella ahora necesita una ancla, o sea que a alguien debe traerla.
Para él era positivo, porque sabía que aparte de él había dos hombres con los que ella tenía una conexión.
—Negociaré con él, le daré lo qué quiere y listo —aplaudió victorioso.
—Quiere tu trono —aclaró.
—Nadie puede derrotarme —dijo confundido por tal pensamiento de insensatez.
Estaba tan confiado porque era claramente él ser más poderoso del universo. Sabía a quién querían traer de vuelta.
—¿Estás seguro?
Iba a decir que sí, pero se borró su sonrisa al recodar de quién se refería.
—Es...
—¿Imposible? —negó el chico con ironía—. No lo creo, lo único que mantenía el limbo funcionando era Lizzie, y si ella estuvo aunque sea un momento muerta seguramente él pudo salir. Sólo ella puede detenerlo. Pero, el poder que le darán al padre será tanto que lo despertara, y no importa que esté en el limbo. Sin la chica viva él saldrá.
Para Luzbel no importaba, sólo quería recuperarla.
—Entonces si Lizzie murió, él ya está afuera, y por alguna inexplicable razón quiere despertarlo para poder destronarme y que después él le de mi trono —hizo una mueca irónica—. Es sumamente ilógico, porque él jamás le dará mi trono.
—Si lo libera, lo hará. Y, solamente un poder como el de Lizzie puede hacerlo —le explico el cazador. Necesitaba tiempo para ver cómo sobreviviría.
—Entonces ella puede estar viva, ¿no?
—De hecho no es del todo cierto, el poder puede guardarse en cualquier objeto, incluso en un tenedor —Le mostró el tenedor y lo metió a un poco de agua, y el tenedor salió húmedo—. Pero sí, dado que ella es un centro de poder puede que aún siga en el limbo.
Luzbel sonría con malicia, y estaba seguro de que la recuperaría.
—Te mantendré vivo por esta gran información, traidor.
A pesar de que las noticias amenazaban no sólo su trono si no su vida estaba feliz por ello, significa que ella pudo sobrevivir en el limbo, sólo debería ejecutar un plan sin alertar a los celestiales, porque si se enteraban de lo que sucedería como que él despertase, destruirían a cualquiera que se interpusiera con ello. Aunque le alegraba la idea de ver cómo la versión joven de Elizabeth pudiera hacer lo mismo que en el pasado, o quizá no, dado que él tuvo que matarla. Sin embargo Luzbel veía pros y contras. Así que usaría al chico para llevar a cabo su plan. Y, en el fondo sabía bien que no volvería a hacerlo, ya no era el mismo chico inocente, ahora la salvaría a ella, en lugar del mundo.
—Si quieres saber si ella sigue viva debes tener una conexión con ella, y si vive y tiene algo de poder puede contactarse. Ella tiene la habilidad de crear portales, y... literalmente todo lo que quiera. Por eso se le llaman fundadores —concluyó.
Había envidia en la voz del chico.
—¿Cómo puedo contactarme con ella?
—Tú no puedes, pero ella sí —le dijo—. Es cuestión de tiempo.
«Cuestión de tiempo», pensó Luzbel.
—No hay manera de que le dejé al tiempo esto, pero por supuesto que seguiremos hablando de esto —se enderezó—. Date un baño y ven a cenar conmigo, hablaremos de cómo sacarás a Lizzie del limbo.
Regocijándose en el gozo miró a su felino, mientras los guardias sacaban al chico.
—¿Qué te parece? —sonreía entusiasmado.
—Creo que debería matar a todos antes de que lo despierten —aconsejó el felino.
—Sabes que no me importa que quiera mi trono.
—Mi señor, él no sólo quiere su poder, quiere que muera.
Morir no era una palabra a la cual temerle, quizá porque para él hacía mucho tiempo lo había hecho.
—No tengas miedo, no moriré. No sin mi redención —dijo removiéndose en su trono. El cual sintió más cómodo que en los últimos mil años.
Aún sabiendo que su vida corría peligro se arriesgaría, porque no había nada que lo aterrase más que perderla y no intentar salvarla, al final era una joven, merecía vivir.
Puesto que todos necesitan redimirse en algún momento, no importan las consecuencias, no para él.
Ya sea cambiándose de ciudad, resignándose a la soledad, conociendo nuevas personas, no hablando sobre el tema, o luchar contra lo que creían que era la verdad. No hay verdad como que la que tú te quieras contar. Y, nadie puede decirte que estás equivocado si no te ven hasta después de hacerlo.
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