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Capítulo 25; Venganza


Isaac Anderson

Estaba en la habitación de Lizzie removiendo sus cosas y me topé con una foto nuestra. Al sujetar el marco de madera pude recordar el momento como si estuviera allí. Nos encontrábamos festejando nuestro cumpleaños (ya que el mío es primero esperamos para hacerlo). Yo portaba un traje, y ella un vestido lila con flores. Estábamos en la cabaña, mi padre me la había regalado. Se podía apreciar el lago y el bosque a su alrededor desde de la foto, cargué a Lizzie a cuestas mientras nuestros padres nos veían, y la tiré al lago. Supongo que es costumbre mía.

Jamás cambiaría esa sonrisa y esos momentos, porque son lo único que me quedará.

Recuerdo ese día en la noche, cuando llegamos a mi casa. Decidimos hacer un picnic y allí dimos nuestro primer beso. Jamás sentí tal cosa, sólo lo he sentido dos veces y han sido esos dos besos. No cuando nos dábamos besos castos u en fiestas. Era cuando éramos nosotros.

No deseaba el beso. Deseaba verla a ella ordenándome que hacer.

Isaac, deja eso.

—Isaac, no.

—¡Deja mis libros!

Ella no sólo era mi amiga, fue y es parte de mí. Ahora que no está, la extraño, pero no será por mucho tiempo, la traeré de vuelta.

—¿Por qué tan pensativo? —indagó la cazadora desde el marco de la puerta.

Aclaré la garganta y dejé la foto en su lugar.

Ella no estaba tranquila, sabía que ocultaba algo. Debía averiguarlo pero, después.

—Ya no eres prisionera, ¿por qué no te has ido?

—¿La quieres mucho, no? —me ignoró y quiso  adentrarse pero la frené.

Supuse que lo decía porque había pasado la mayor parte del tiempo en su cuarto, tocando la pulsera, y con la bufanda a pesar de que el frío comenzaría hasta finales de diciembre, y apenas estábamos a mediados de noviembre.

—¡No! No hagas eso —espeté.

—Sólo quiero ayudar —murmuró.

Me levanté de golpe, traté de aguantar el enojo.

—¿¡Ayudar!? ¡Tú eres la razón! Si no te hubieras interpuesto en nuestro camino, ella estaría aquí.

Podía oler su irritación, algún tipo de sensación química en la atmósfera.

—Pues "ella" podría matar a todo el que se le atraviese sólo por no interponerse en su camino.

—No creas que somos diferentes... —me acerqué a ella—, así que no te interpongas.

Se quedó perpleja y pasé por su lado para ir a la sala de estar. Necesitaba una ducha y noticias nuevas de Morfeo. Quería saber que le había dicho, yo le comuniqué a unos demonios lo que quería y ellos hicieron su trabajo distrayendo a Luzbel.

Me di una ducha con agua fría, y comí un pedazo de pizza que estaba en el refrigerador, pero para mí mala suerte allí estaba un pedazo de hamburguesa. Recuerdo el día en que la pidió.

—¡Isaac!

—Lizzie, te va a causar algún tipo de congestión —espeté.

Se acercó a mí de manera seductora hasta la barra, y no pude evitar esbozar una sonrisa.

Por eso te tengo a ti para cuidarme.

Se elevó con las manos impulsándose de la barra. Quedando cerca de mi rostro.

Eres muy aprovechada —pasé mi nariz por la de ella y le planté un beso en la frente, aceptando comprar esa hamburguesa con pepinillos extra.

No podía negar que me confundía, su sensualidad me gustaba pero no éramos así.

Ella aparentemente era mi impulso, y no lo sabía.

Me estaba aburriendo solo, ya habían pasado más de 6 horas después de esa pizza. La chica permanecía en el lugar, Thomas se la pasaba afuera, no comía, y tampoco había dormido.

Después de un rato más Morfeo llegó a interrumpir mi show de televisión. Me incorporé de inmediato y a pocos segundos Thomas entró a toda velocidad. No tenía idea cómo había captado la presencia de Orfeo pero suponía que no importaba demasiado.

—¿Qué sucedió? —farfulló Thomas.

Todos estábamos desesperados por saber algo.

—¿Pudiste llegar a ella? —dije pasando la mano por mi rostro con frustración.

—¡Cállense! —masculló Morfeo, tapando sus tímpanos— Sí. Pude hablar con ella.

—¿Le dijiste lo que te pedí? —me acerqué a él en espera de respuesta.

Desvió la mirada. Suponía que no le agradaba pero de cualquier manera lo haría.

—Lo hice... yo le dije que irías por ella.

—Gracias, Morfeo. —le di un abrazo y mis lágrimas quisieron salir pero estaba más bien emocionado.

Él me apartó un poco asqueado por la demuestra de afecto.

—Debo enseñarte a controlar tu fuerza, y necesitas aprender a manejar tu arma —añadió sacudiendo sus manos como si hubiese ensuciado parte de él. No pude evitar reír, suspiré aliviado.

No tenía idea de porqué debía pero quería hacerlo, sin embargo estoy seguro de que le haría caso en cualquier cosa que él dijera. Se acercó con misterio al centro de la sala.

—Pero necesitamos que alguien vaya al infierno sin que sea detectado, una alma más. —miró a Thomas, tenía esa expresión de querer decir algo pero esperaba que alguien más lo dedujera.

—¿Cómo diablos hacemos eso? —indagué mirando a Thomas que parecía asustado.

Aparentemente lo dedujo antes que yo.

—Debe morir... —dijo de la manera menos sutil posible—, e irá al inframundo, pasará por la puerta y justo a su izquierda. Hay un camino amplio que te lleva a las rejas. Tú puedes abrirlas porque eres parte del infierno. Es literalmente la peor decisión que puedas tomar, pero parece una salida —había algo en su mirada que no me agradaba—. Luzbel estará distraído y así sacarás a Lizzie de allí.

—¡Yo tambien soy parte! —protesté.

Se suponía que era un guardia de lo sobrenatural, de lo oscuridad y la luz.

—Pero él notaría tu presencia. Yo no soy nadie —la voz de Thomas hizo que me sintiese mal por él.

Lo noté cabizbajo. Todos nos sentimos así. Un nudo agrio en mi garganta dejo caer una tonelada de culpabilidad.

—No digas eso —la cazadora fue hasta él y lo tallo el brazo—. Escucho todo sobre ir al inframundo pero jamás sobre traerlo de vuelta.

—Ese es otro punto, no puedo obligar al mortal, por eso debe saber que yo no puedo traerlo de vuelta. Pero usaremos la ciencia para eso —dijo Orfeo.

Supongo que la necromancia no era su fuerte, y los diálogos motivacionales tampoco.

—¿Como evitará la ciencia que quede parapléjico u con un derrame cerebral? —protestó la cazadora.

Me están causando náuseas.

Miró a la cazadora con poca paciencia, y para ser sinceros tomé ese mismo aspecto.

Sabía que hablaba de Thomas, pero yo hablaba de la vida de Lizzie, nunca nadie sería más importante.

—Pues al parecer encontramos a una psíquica, no controla mentes, pero puede ayudarlo —Morfeo se dirigió cautelosamente a la cazadora—. Su poder se basa en visiones, y mantener a su cerebro cuerdo. Necesitamos que lo haga con él.

—Yo puedo hacerlo —dijo la cazadora.

Aunque parecía justo, Morfeo se burló por debajo y si más, soltó.

—Sí, aunque eres "bruja" no desciendes de, ustedes lo intercambiaron con Luzbel. Él se daría cuenta —En eso tenía razón, era demasiado astuto—. El alma de Lizzie fue el pago por tu poder, así que mejor cállate. —Orfeo me miró—. Convence a la chica Valeria, ella le puede mostrar cómo entrar a su mente, y ayudarlo.

—Sí, bien. ¿Quién puede mantenerlo aquí? —casi gruñó la cazadora.

Al parecer se preocupaba mucho por Thomas. Mi encantamiento por ella estaba pasando. Quizá por el hecho de haber puesto a Lizzie en peligro por la vida de alguien que casi la mata.

—¿De qué hablas? —indagué negando.

—Hablo de una conexión, la chica lo mantendrá enfocado pero debe de tener adónde enfocarse —dijo Morfeo con una pizca de entusiasmo.

—Pero, con la única que tuve una conexión fue Lizzie —Thomas parecía preocupado de decirlo.

¿Carrie no era su mejor amiga?

No todos están enamorados de su mejor amiga.

Lo más cercano a la vida y lo que me anclaba era Lizzie. Recuerdo la vez que literalmente me trajo de un infierno personal con su voz.

No fue sencillo pero... aquí estoy.

—Bien, puede que no, pero podemos encontrar a una profesional —miré a Orfeo. Él comprendía.

—¿Puede hacerlo? —musitó Orfeo.

Me entendió a la perfección y supuse que sería fácil. Sabíamos que Anna era excepcional en su trabajo.

—Sí, ella podrá.

Pero debía explicarle porque diablos su hija estaba en el inframundo.

—Bien. Entonces convence a la chica y trae a Anna —farfulló dejando ver su expresión de preocupación.

Thomas se quedó perplejo y me miró.

—Estarás bien. Sólo debemos mantener la calma —mentí.

—Yo puedo ir por Anna, y tú ve por Valeria —me sugirió Thomas.

Lo cual me quedó como anillo al dedo, debía practicar con Morfeo, y también manejar 8 horas. Sería más fácil para mí. Y más rápido acabaríamos con todo.

—¿Crees que puedas? —me dirigí a él un poco asombrado. Aliviado y quizá demasiado obvio.

—Anna aún confía en mí, y la chica no me conoce —concluyó Thomas.

Tenía razón.

—Esto llevara por lo menos 3 días completos, Morfeo —lo miré preocupado. No podía dejarla 3 días.

Lizzie no podía hacerlo. No así, ella ya había sufrido demasiado.

—Sólo necesito 3 segundos de sueño de Elizabeth para decirle que irás por ella. Supongo que es suficiente para resistir.

—Iremos, Orfeo —me dirigí a la barra—, todos nosotros ayudaremos.

Todos tuvieron expresión de felicidad y logro a excepción de Orfeo... y yo.

Alguien tocaba la puerta con desesperación. Hizo que mis sentidos se alarmaran y no pude hacer más que oler ligeramente, cerrando los ojos.

—¿Quién mierda es? —masculló la cazadora.

—Conozco ese olor —musité.

Tocó nuevamente y abrí la puerta de un golpe cuando iba a repetir la acción nuevamente.

—Lo siento, no debí venir así pero la vi. No he podido dormir. Sólo puedo verla, y a ti.

—Pasa —Le di especio y cruzó tímidamente con muchos papeles en las manos.

—¿Qué tienes, chica? —indagó Orfeo.

Colocó las hojas en la mesa y aclaró la garganta.

—No he podido dejar de verla, siento choques eléctricos cada vez qué pasa, me duele.

—¿Qué duele? —indagó Thomas mientras todos nos acomodábamos cerca de la mesa con misterio e intriga.

—Pues al principio fue como un recuerdo divagando, sobre tú y ella. Estaban... estaban en un prado. Lo dibujé, miren. —Pusó la hoja y estábamos en el pasto mirándonos a los ojos. Tan cerca que parecía que nos besamos.

Miré a Morfeo y pude darme cuenta de que me negaba estar frente a frente. Ignoré por completo tal cosa para seguir con mi atención hacia Valeria.

—Es suficiente. ¿Qué más hay? —Farfulló Orfeo.

Parecía que quería cambiar el tema.

—Uhm, claro. —rebuscó en las hojas de papel que había en la mesa—. Y, aquí está lo peor, traté de dormir pero no pude, porque sus gritos de ayuda me llegaban hasta que comencé a verla. Era como si tú llegaras a ella y estuviesen apunto de salir pero morías.

—Ella sabe que no puedo morir —musité mirando a Orfeo.

—Ya está empezando. Ese lugar la está volviendo loca, uso en contra lo que hice —la voz de Morfeo daba preocupación y algo de culpa al escucharla.

—No importa, Orfeo. —me dió una volcada de frustración—. No podemos hacerlo en 3 días, ella se volverá loca.

Me coloqué delante de él. Suspiré y traté de no hacer alguna estupidez. Todos parecían tranquilos, pero yo no, yo no podía.

—¡Aún no acabó! —nos frenó Morfeo.

—Está bien, debemos escucharla —dijo la cazadora mirando extrañamente a Thomas.

—No acaba allí. —sacó más hojas debajo—. Era tan recurrente que comencé a distinguir entre la realidad y lo que no. Ella está aquí, en ese lugar —señaló las rejas—. No puede salir de allí, le teme a la luz qué hay en la esquina porque ella cree que es la oscuridad. Entonces comienza una y otra vez —expresó verbal y visualmente como si fuese una exposición, su alma olía inusualmente bien—. Ella despierta y alguien la saca, lo matan. Sin embargo se regresa el ciclo, así es una y otra vez. En ocasiones tarda más, y para ella es una eternidad ambos lapsos de tiempo.

La manera en que acomodaba su cabello y dejaba que el cálido aroma de su sangre y energía amarilla y verde saliera por sus dedos moviéndose al hablar, la frustración que mostraba cuando movía el ceño, y acomodaba sus gafas de marco negro, apoyando las yemas de sus dedos sobre la mesa

—Sí, pero... la sacaremos —murmuré.

—Eso no es todo —me frenó Valeria.

—¿Por qué no llegas al punto? —masculló Orfeo.

Sonreí por debajo al escuchar su voz irritada.

—¡Estoy tratando de decirles! Les dije que cada minuto pasa esto. —Y para colmo es terca—. En un sueño normal unos 10-7 minutos, según mi hermano. Entonces esto pasa tantas veces que no pude contar todas pero si en un día ella puede estar alucinando 6 veces al día.

—¿Cómo no te has vuelto loca? —indagó la cazadora. Burlona.

La cazadora olía mucho mejor, pero era por mi sed a matar esas alma que no merecen vivir.

—Mi mente es fuerte —dijo con tono retador. La miró y rodó los ojos.

Al parecer no le agradaba.

¿A ti?

—¿Qué sucede al final? —indagó Orfeo

—Ella —sacó una hoja con gis rojo—. Ella se mata, llega el punto en que no quiere avanzar porque no quiere ver morir nuevamente a quien ama.

—¿Qué es eso? —indagué. Rebusqué en sus ojos y los de Morfeo pero ninguno tenía respuesta.

Mi respiración se confundió.

Ella sangraba, la pintura era roja y un hombre en el suelo la cargaba entre sus brazos.

—No estoy segura —concluyó. Hice una mueca de consuelo.

—Es Luzbel —musitó Orfeo.

—¡Dijiste que no la mataría! —me moví furioso hacia él.

—No la mató él. Fue ella misma, una daga apareció en su mano y la clavó en su corazón —la chica tenía imágenes del momento como si fue una manga—. Aunque... dibujé algo más, una hacha... —sacó una hoja, y una pequeña hacha estaba allí, tenía algo goteando, parecía ser sangre—. No sé lo que significa pero debe significar algo.

Estaba confundida, pero ella quería encontrarla, no quería respuestas tanto como quería que Lizzie estuviese bien.

—¿Viniste a decirnos que al final muere? —farfulló la cazadora, resoplando con ironía.

—Eso es lo que les explico, todo esto aún no pasa, pero seguramente en algún momento se acaban esos minutos de alucinaciones o sueños ¡no lo sé! —se frustró. Tomó aire y se relajó—. Pero, ella lo hará en un momento de lucidez.

—¿De cuánto tiempo hablamos? —traté de averiguar.

—No sé cuánto dure un sueño u lo que sea. —dijo con un noto de tristeza.

—Dependiendo de las alucinaciones. Una alucinación que debe durar 10 minutos suele tardar 20 —comenzó a decir Thomas.

»Pero, aquí es distinto, son demasiado rápidas. Y hay pocos lucidos por lo que ella muestra, Lizzie sólo tiene 4 momentos lúcidos. Aquí, donde sabe que la oscuridad lo ocasiona, pero se pierde de la realidad y vuelve a la oscuridad.

»Después cuando se envuelve con sus brazos. Aquí dónde busca la salida. —Comenzó a mostrar las hojas—. Y, finalmente aquí, está en el rayo de luz, pero no puede soportarlo, está luchando. Pero no lo soporta. Entonces, muere en brazos de su raptor que no puede revivirla ya que ella no pertenece al inframundo si no al limbo —dijo a toda velocidad el castaño de ojos azul mar.

Todos quedaron boquiabiertos, incluso Morfeo, pero significaba que había escuchado cada palabra, y le importaba.

Con razón apenas podía notar su presencia.

Estaba sorprendido pero también sabía que había puesto atención a todo en estos días.

—Bueno, chico —Orfeo le puso la mano en la espalda y estrujó su hombro—. Me parece que me encargaré de mantenerte con vida. —Me miró para cambiar la conversación—. Pero, bueno. Las alucinaciones duran hasta horas, pero yo conozco más de eso. Ella tiene un intervalo de 10 minutos lucida, así que 10 y 10. Tenemos al rededor de lo que queda del día y mañana que son al rededor de 30 horas comenzando desde ahora.

—¿Cuánto crees que necesite? —indagué mirándolo.

Los demás tenían esa misma mirada de interrogación frustrada.

—Aprendiste a ser un sabueso y controlar a unos en 2 meses y medio. Eres la guía viviente de cómo ser un demonio —dijo Orfeo caminando levemente a la salida.

Elevé las cejas para hacer una mueca, tratando de explicar que así era Morfeo.

Pero yo quería ir con él. Esbocé una sonrisa ante su intento de contar un chiste. Pero era verdad, realmente nunca me esforcé por ser un sabueso, simplemente sucedía, no era algo de mí, si no que era yo.

Morfeo frenó en la puerta, y suspiró. Casi hace que choque detrás de él como una maldita comedia.

Comenzaba a sentirme más calmado, de verdad pocas veces lo sentí así.

—La cazadora y tú —dijo, señalando a Valeria—, se quedarán aquí. Ella te dirá lo que debes aprender y explicará el plan. El mortal va a ir por Anna. Que son 8 horas de retraso, pero haremos tiempo ya que no creo tener listo a Hellhound para entonces. Así que esperemos que esto se haga mañana antes de media noche.

Esperaba con todas mis fuerzas que fuese así, y no que duráramos 3 días .

—Está bien, sólo le diré a mi hermano que me quedo con una amiga —dijo Valeria, sacando su teléfono.

—Mis sabuesos están afuera, y si pasa algo no abran las puertas —les dije a las dos chicas. Una era tímida y la otra confiada pero podía sentir que ambos eran disfraces.

Le aventé las llaves del en auto a Thomas y yo me dirigí con Orfeo hasta su reino. Que era aún más sombrío que el inframundo.

***

Después de literalmente recibir una paliza por parte de Morfeo, levitar, chocar contra los escombros, y recibir un puñetazo de su parte para hacerme entender: tuve que arrastrarme para arreglar mi pierna zafada.

Era un dolor sumamente agobiante, frustrante, el aire se salió de mi sistema y por un segundo creí que la vida se me iría mediante una pierna. Pero al final no pasó, y sane.

—¡Sólo hazlo! —insistió que evitará los golpes con escombros que él levitaba con las manos.

—¿Cómo se supone que lo haga? —me frustré.

—¡Inténtalo!

—¡No puedo hacer una barrera de fuego! —me desvanecí después de tratar y tratar hasta sangrar. Literalmente.

Orfeo lanzaba con sus manos rocas de esas ruinas. No comprendía porque su hogar estaba hecho ruinas y tampoco iba a preguntar. Aunque a decir verdad; su reino era sumamente subreal, y aún más las partes de la ensoñación.

Me había sacado rocas del abdomen en forma de daga, y sane, una... y otra vez. Por suerte para mí sanaba con velocidad.

—¡Lanzaré una en tu palma, e intentarás que el fuego sea una barrera! ¡Visualízalo! —su voz se escuchaba por todo el lugar. Un eco recorría el lugar.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Tú también puedes hacerlo? —indagué

—También fui joven, chico —sonó ofendido pero divertido, aunque no sonreía.

—Okay... lo haré. Lo haré.

Resoplé. Tenía un poco de miedo. De verdad dolía. Me sacudí un poco tratando de que esto funcionara de verdad. Cerré los ojos e invoqué el fuego que había en mí para que estuviese sólo en mi mano.

—¿Te dije que cuando fui a la preparatoria practiqué béisbol? —hizo algo raro con los ojos como si hubiese ironía.

—¡No! ¡Y en definitiva no pudiste esperar peor momento para decirlo! —traté de controlar el fuego haciéndolo una sombrilla—. Pero quizá el miedo no pueda conmigo —. Cubrí mi palma, y Orfeo lanzó una roca en forma punzo cortante. Debo admitir que ese golpe me dolió mas que nunca e incluso me derribó.

Mi cuerpo sintió alerta antes de ser atravesado en la palma. Había soportado peores cosas, ¿qué sucedía?

—Chico... —gruñó en busca de paciencia.

Me quedé sentado en esos escombros, y Orfeo caminó sigilosamente hacia mí, se quitó la gabardina y se quedó con un pantalón negro y un suéter de cuello alto del mismo color, por primera vez lo había visto así. Pero ese viento que chocó contra mi rostro me dió un escalofrío peculiar.

—¿Vas a darme un show para subirme el animo? —elevé las cejas y me recargué a mirarlo.

—Ni soñando —me ofreció la mano y se la di—. Pelearíamos cuerpo a cuerpo.

Fruncí el ceño, y comencé a esbozar una sonrisa.

—¿Tú peleas? —me burlé.

—Chico... trata de no morir —dijo y se alejó.

¡Ja!

Me planté firme frente a él y mi cuerpo comenzó arder en llamas. Él estaba quieto, su confianza hacía que desconfiara de mí mismo pero sabía que lograría al menos no morir ese día.

Le lancé un golpe con el puño y lo esquivó de una manera sorprendente. Seguía quieto. Había tanta fuerza en mi brazo que casi me caigo.

—¿Cómo se supone que pelearé contra Luzbel? —resoplé acomodando mi hombro después de ese golpe en falso.

Creí que no podía dislocarme el hombro.

—Trata de no morir pero deber invocar a la bestia qué hay en ti —murmuró, caminando a mi alrededor.

Di un paso hacia al frente y giré encendiendo mi cuerpo para con mis manos guiar el fuego, que golpease a Morfeo. Haciendo que lo lanzara a menos de dos metros y yo quedase cansado.

—¿Cómo puedo derrotarte? ¡Eres básicamente el Dios de los inmortales!

Frunció el ceño.

—¡Isaac, no eres sólo un joven! —Me miró con profundad que sólo Morfeo sabía—. ¡Eres un heraldo de la muerte! ¡Inmortal! Con el poder de invocar fuego del inframundo, y con el poder para tener sus propios demonios! No pienses cómo derrotarme, piensa en cómo salvar a Elizabeth, ella te necesita. Tú eres lo que ella más ama, y yo te lo puedo asegurar —Al principio era agresivo pero al final de la oración simplemente musitó y me miró acercándose.

Me arme de valor y tiré el primer golpe, sujetó mi mano, dio un jalón, me levantó en el aire y con su otra mano me pasó por encima de él, dando una vuelta para caer el suelo de espaldas. Sujeté su pie y convertí  los escombros en lava para que su pie se hundiera, y jalando provoqué que cayera a mi lado.

Suspiré con tranquilidad y sentí que sobreviviría. No sabía porque esas rocas ardían al golpear con mi espalda.

—¡Vaya! Sólo tenía que darte un intensivo.

Ambos nos levantamos de un salto y comenzamos nuevamente. Perdí la cuenta de las veces caí al suelo pero al menos él cayo la mitad. Golpeó mi rostro, provocando que me impulsara al momento en que me lanzó y mis pies se elevaron del suelo, di vuelta hacia atrás y me hinqué con una rodilla tratando de frenar. Mi corazón palpitaba a toda velocidad por la terquedad de sentirme vivo tan cerca de la muerte.

Lanzó esas rocas que habían hecho un verdadero infierno mi tarde. Por inercia me cubrí el rostro de los escombros. Cerré los ojos. Coloqué mis antebrazos en forma de equis, haciendo que un escudo de fuego cubriese mi sitio.

Al no sentir los golpes abrí los ojos poco a poco con incertidumbre, pero me di cuenta de lo que había hecho. Un pequeño escudo de fuego, sus colores eran magníficos, la alegría en mi interior se sintió como la primera vez que hice lasaña con Lizzie, era en extremo deliciosa, y supe con certeza de que la comida rápida no sería para mí. Mi sonrisa se esbozó con asombro y miré a Morfeo que tenía el mismo semblante serio pero con alegría interna. Él estaba tan asombrado como yo, pero no se detuvo volvió a hacer lo mismo, y entonces dejé que mis instintos me guiaran. Sentí que la piel se me erizaba, sintiéndome cálido como si pudiera flotar.

Apreté los puños contra mi pecho, haciendo un escudo. Lo dirigí extendiéndolos mientras los alejaba de mi pecho para que siguieran el curso. Grité tratando de impulsarlo con mi voz, al hacerlo el fuego se tornó azul en el centro, al igual que mis manos. Me asusté tanto que lo solté pero ya había golpeado a Orfeo. Aunque lo había tirado no tenía un rasguño. Estaba casi sonriendo, sacudiendo su pantalón.

—¡Lo lamentó! No tengo idea de qué pasó —murmuré acercándome a él.

—¿Te disculpas por esto? —parecía indignado— ¡Invocaste fuego azul!

Fruncí el ceño confundido.

—¿Es bueno?

—Significa que eres fuerte, y me derribó, puedes acabar con unos cuantos guardianes después de esto —palmeó mi espalda y esbocé una sonrisa orgulloso, pero me sentí un poco agitado.

—¿Crees que pueda hacerlo? —indagué confuso mientras caminábamos por los escombros.

—Necesitas aprender a expandir tu fuego, y creo que ya. Me gustó ese truco que hiciste con la lava, creí que arruinarías mis zapatos —elevó un poco las cejas y yo negué divertido.

—¿Cuántas horas llevamos aquí? —dije sentándome en la entrada de su castillo oscuro.

—Llevamos 10 horas —musitó aclarando su garganta.

¿Cómo?

Resoplé acomodando mi cabello.

Tengo hambre, no tengo idea de porque se me antoja algo cálido.

—Necesito un baño —murmuré.

—¿Necesitas oler bien para rescatar a Lizzie? —se burló.

—¡Cállate!

Lo empujé con el hombro y me separé de él algo cansado. Es verdad que me detuve a pensar lo que acababa de decir, no podía dejar de pensar en ella, no sólo porque la amaba y quería recuperarla, si no porque la quería conmigo.

No sabía cuando había llegado ese sentimiento pero cada vez que las horas avanzaban lo pensaba, más y más. Incluso quería estar en los momentos más desagradables para mí cerca de Lizzie. Odiaba verla llorar, también odiaba verla gritar por alguna discusión estupida con su madre por lo de Patrick, pero me di cuenta de que siempre estuve allí.

Lizzie Willer

El pasar del tiempo me di cuenta que no me había movido, no entendía cuál era la razón de mi cerebro al tenerme allí. Me mantuve cerca de ese destello de luz que llegaba de algún lugar, porque ni siquiera comprendía cómo entraba, las rejas estaban dentro de un puente de plantas, quizá era un calabozo encantado, obligándote a perder la cordura. No lo dudaba de Luzbel, no ahora.

Conté mis dedos una y otra vez para mantenerme calmada, pero era difícil cuando estaba temblando de frío, habían ocasiones en donde me sentía mareada, como si estuviese ebria y me tirara en la cama, esa sensación de caer a un hoyo negro cuando cierras los ojos.

Toqué mi pulsera, pensando en el tonto de Isaac, y no resistí una sonrisa frustrada, mientras me aferraba a la idea de que vendría por y volvería a molestar con la comida rápida que tanto odiaba comprarme.

Lo hice.
Pensé en él.
Porque sabía que vendría a buscarme.

—Liz... —escuché un susurro a lo lejos. Mi corazón tomó camino hacia mi garganta, haciéndome brincar de emoción por sentir que alguien al fin llegaba por mí.

Me levanté de inmediato y pude escuchar unos pasos acercarse por esa brecha de árboles que parecía un puente.

No podía abrir la reja así que espere.

—¿Quién es? —susurré.

—¿Adónde estás? —comencé a llorar al reconocer la voz.

—¡Isaac! ¡Estoy aquí! —traté de hablar lo más bajo posible.

—Shhh, ahora voy —escuché que corría, había eco, yo estaba desesperada porque llegase.

Sabía que vendría.

—Date prisa, Isaac —musité.

De pronto di un salto porque Isaac llegó con sangre en su camisa.

Paso las manos por los cuadros de la reja y tomó mi rostro.

—¿Estás bien? —estaba agitado y miraba a todos lados.

—Sí, pero sácame de aquí, por favor sácame de aquí —apreté mis labios y él abrió la reja.

Me moví para que entrara conmigo. Quería abrazarlo pero necesitaba que me sacara de allí. No quería un segundo más en ese lugar.

—No podemos ir por esa parte porque vienen tras nosotros, debemos entrar con los cocodrilos.

Negué asustadas repetidas veces.

—No, Isaac. ¡Isaac, no puedo! —lo miré a los ojos.

—No podemos quedarnos aquí, Lizzie, debemos ir —Lucía asustado mientras relamía sus labios.

Asentí dudosa. Tenía miedo pero quería salir de allí, pero sabía que Isaac me cuidaría, y yo a él.

—Sí, está bien.

Dimos un paso a la oscuridad y apenas podíamos ver algo. Me quedé detrás de él sujetando su camisa. Las rejas estaban abiertas y en la oscuridad se escuchaban los gruñidos de cocodrilos, pero suponía que no hacían nada ya que Isaac era un heraldo.

Pasamos junto a uno que tiró una tarascada pero Isaac le dió un golpe con su puño de fuego. Lo cual hizo que simplemente avanzara hacia las rejas. El pasillo era oscuro pero Isaac llevaba su mano encendida. Estruje su mano entrelazada con la mía, mientras apretaba con el puño su camisa. Mis pies sentía cosquillas y una increíble oleada de calor llego hasta mi rostro en base que avanzamos. Hubo un ruido que casi me hace gritar pero él me tapó rápidamente la boca.

—¿Qué sucede? —susurré.

Él me miró perplejo e indicó que guardase silencio y siguiera caminando. Asentí e hice lo que me pidió. Había una reja en lo extremo, y al abrirla nos dimos cuenta de que los cocodrilos venían de allí, estaba uno echado en lo que parecía ser la orilla de un pequeño río que corría debajo de las prisiones.

—Yo lo distraeré y tú nadarás lo más rápido que puedas —dijo Isaac. Miró hacia abajo tratando de hacer un plan.

Lo mire incrédula y negué muda, viendo los cocodrilos allí debajo.

—No, no te dejaré —me aferré a él por la espalda y me jaló hacia al frente.

—Yo estaré bien. Por favor no vuelvas, debes seguir corriendo —sus ojos avellanas estaban frustrados. Tensó la mandíbula.

—¡Isaac no pienso dejarte!

—Lo sé, por eso debes correr, yo soy inmortal.

Me negué nuevamente.

—Lo harás —concluyó lanzándome al río— ¡Nada!

Cuando por fin caí en cuenta que estaba cayendo, ni si quiera tuve tiempo de gritar, ya que el agua cubrió mi grito de negación. El agua fría caló mi piel. Me alertó esa maldita sensación. Al salir di una calada de aire tosiendo.

Me quedé quieta en mi sitio hasta que vi como un cocodrilo despertaba. Nadé al lado contrario lo más rápido que pude mientras Isaac se tiraba detrás del cocodrilo. Volteé un par de veces pero cuando vi no había nadie.

Toqué tierra y me resbalé por el barro, aún así seguí, y seguí. Mis ojos borrosos no me dejaban avanzar, cuando por fin estaba subiendo la parte de arriba casi me resbalo, Isaac me sujetó alzándome con una gran facilidad, yo estaba muy feliz, lo abracé momentáneamente al instante de que su mano me jalo del antebrazo. Seguimos corriendo mientras Isaac nos daba luz.

Al frente había unas ruinas, parecían prisiones, nos detuvimos justo así y Isaac me colocó detrás suyo.

—Sea lo que sea, no me sueltes. ¿Entiendo? —lo miré asintiendo y devolvió la mirada al frente.

Caminamos por ese silencioso pasillo, y se detuvo.

—¿Confías en mí? —su cuerpo comenzó a soltar liminucensia pero era más bien fuego queriendo salir de su cuerpo.

—Claro —asentí repetidas veces—. Confío en ti.

—Entonces quédate aquí, iré un poco más adelante.

—¡No! ¡Isaac no me dejes sola!

—Estarás bien. Te daré una señal de cuando debas ir tras de mí —puso sus manos en mi nuca y me plantó un beso cálido sobre la frente.

Fruncí los labios reprimiendo las lágrimas y lo miré alejarse por ese pasillo. El corazón me reventaba con el miedo que me calaba, alguien estaba mirándome.

—Vuelve por mí —susurré.

—Lo haré.

Cuando escuché su voz a lo lejos solo veía su mano con fuego y de pronto desapareció. Eran ruinas las de ese lugar, parecían antiguas prisiones en escombros, el frío calaba mis huesos en ese lugar, porque daba miedo.

—¿Isaac? ¿Estás bien? —di un paso hacia al frente— ¿Estás ahí?

Volví a caminar y escuché un ruido. Mis piernas sentían un hormigueo escandaloso, como si fuese a vomitar con cada paso que daba.

—¿Eres tú?

—¡Sí, soy yo!

Escuché a lo lejos y resoplé aliviada. Pero al escuchar un quejido me asusté. Comencé a ver una bola rodando, estaba ardiendo así que supuse que era la señal. Cuando miré a mis pies un frío escaneo mis mejillas, pude sentir que el carmesí de mi rostro se convirtió en pálido. La la cabeza de Isaac estaba junto allí. No pude articular palabra. Se apagó poco a poco y vi como mi mejor amigo había sido decapitado. Llevé mis manos a mi boca mientras retrocedía, y sólo pude gritar hasta retumbar el lugar.

Sentí que nuevamente la vida se me estaba yendo, mis manos temblaban, mi cordura estaba poniéndome a prueba, no comprendía lo que pasaba, pero me estaba sintiendo de mal en peor porque sentía que me desmayaría si no despertaba de una buena vez.

—¡NOOO! —caí de rodillas. Intenté tocar su rostro con mi mano temblando, pero una voz hizo que me diese escalofrío.

Comencé a llorar, y por más que pedí despertar no lo hacía, no lo hacía. Hasta que después de abrazarme a mí misma y mecerme, estaba nuevamente en ese lugar. No había salido, sólo estaba alucinando.

Escuché un susurró, y me sentí impotente, llena de rabia.

—Esto pasará si tan solo piensa en venir por ti... —Era la voz de Luzbel.

Iremos por ti —miré a todos lados y no había nadie. Tapé mis oídos, me puse en posición fetal y allí decidí volver a llorar.

Poco después volví a escuchar pasos, y allí estaba nuevamente Isaac, con distinta ropa. Escuché un zumbido y la voz de Luzbel haciendo eco en mi mente. Me alerté y limpié mis lágrimas para incorporarme, tratando de creer que esta vez era real.

—¡Lizzie! —dijo del otro lado de la reja.

—¡Vete! No eres real, no lo eres —mis lágrimas no se detenían.

No quería volver a ver esto, no podía, ya no podía.

—Lo soy, pero debemos irnos —susurró abriendo la reja.

Quise impedir que la abriera, pero simplemente abrió.

—¡No! No debes estar aquí, Isaac. Él va a matarte —toqué sus mejillas con pecas sobre su nariz.

—No, él no me hará nada. Estaré bien. Confía en mí —me abrazó y sacó de allí llevando por ese pasillo oscuro por donde me había llevado Luzbel al entrar.

—¿Quiénes están contigo? —susurré.

—Tranquila, estaré bien

Al terminar la frase un verdugo lo empujó haciendo que chocara con las rejas. Caí al suelo y me aturdí. Traté de levantarme, y fracase mientras veía como Isaac se levantaba a golpearlo, el tipo tenía una hacha. Vagamente vi cómo le daba en el brazo a Isaac, por alguna razón él se incorporó y arrojó el hacha. Me levanté y recargué de las rejas mientras intercambiaban golpes, pero por mucho Isaac ganaba. Caminé hacia ellos por inercia u estupidez y nuevamente caí.

—¡Quédate sentada, Elizabeth! —escuché la voz de Isaac gritarme.

Cuando al final mis ojos se enfocaron vi como Isaac atravesaba el pecho del verdugo con una mano, se giraba hacia mí y con una gran sonrisa me mostró el corazón. Sus ojos brillaban, había fuego en ellos.

—Ahora sí, podemos irnos —sonreí al verlo y cuando extendió su mano una espada atravesó su pecho haciendo que sus ojos brillantes se apagaran.

Otra vez no. ¡Enfócate!

Quizá era mi subconsciente.

—¡Noooo! Isaac... no.

Miré detrás suyo cuando caía su cuerpo de rodillas, había un monstruo ocultándose detrás de la oscuridad.

—Te lo dije... nadie saldrá vivo de aquí, y me encargaré de que lo veas. La próxima vez te mostraré lo que le pasará a la dulce Anna.

—¡YA BASTA! ¡Basta! Basta... ya... para, por favor... —me abracé a mí misma.

Tenía miedo, no sabía que pasaba, ya había muerto dos veces. No podía morir. Él no debía morir. ¿Qué sucedía? ¿Por que tenía tanto miedo?

¡Enfócate!

—Sí, enfócate, enfócate —Pensé mientras veía el cuerpo de Isaac.

Me arrastré hacia él y sujeté su rostro, su boca tenía sangre, respiraba agitado y escupía.

—Isaac...

—Deja de matarme, Lizzie —murmuró.

Negué con la cabeza. Era imposible que él me culpase ¿no?

—No, yo... no haría algo así —fruncí los labios y mis lágrimas escurrieron.

—Es la verdad. Me mataste a mí, ¿a quién más matarás?

Fruncí el ceño. No era mi Isaac, era otro sucio juego.

—Dime algo Isaac —lo solté y me incorporé.

—¿Qué?

—Dime cuál es la cosa que me compraste por última vez, y te tuve que rogar para que lo hicieras, pero al final lo hiciste porque eso me hizo feliz. —Fruncí los labios aguantando la rabia.

Me miró con ironía y sarcasmo.

—¿Un dildo? —sonreía mientras se levantaba. Había maldad en él, no era su mirada.

Tensé la mandíbula y sequé mis lágrimas.

—¡Para ser el Rey de las mentiras eres un fraude! —grité con todas mis fuerzas y empujé a con todo lo que tenía. Tratando de que mi voz fuese la fuerza.

Al sentir el último empujón abrí los ojos y estaba en mi celda. Nuevamente con los cocodrilos, una y otra vez ese maldita alucinación. Mi madre muerta, siendo comida por los cocodrilos. Todos los que amaba. Pero ya tenía conciencia de lo que sucedía, aunque me dolía trataba de hacer algo bueno. Encontrar la debilidad de las cosas, acercarme a los cocodrilos a la reja, aunque eran demonios yo era una creación de una fundadora. Les hablaba y les contaba las aventuras que tenía con Isaac, y mis amigos antes de este desastre, iba a fiestas, tenía un novio agradable, un mejor amigo inigualable, mi madre aunque con secretos alguien a quien le gustaba salir adelante. Patrick era un buen sujeto antes de todo. Me llevaba a fiestas, era mi cómplice, y amigo cuando mi madre no me dejaba ir con Isaac a nadar en una tormenta.

No podía Intentar hacer algún tipo de truco mágico porque temía que él lo viese, pero esas tierras fértiles me agradaban, poco a poco fui haciendo amistad con ellas. Era una eternidad estar allí, en mis momentos de lucidez rascaba la tierra con mis uñas, le pedía a la tierra que me diese agua, y que me diese plantas, lo intenté tantas veces como fue posible, y una vez pude sacar una gota de agua de la tierra y que un pequeño capullo surgiera. Era insignificante pero lo estaba logrando. Tenía la cuenta de cuando llegarían las alucinaciones porque primero se ponía frío y silencioso, así que dejaba la pulsera de Isaac en mi puño para recordar cuando despertase de ese shock.

Los cocodrilos gruñían de vez en cuando pero hablaba con ellos, y por alguna razón se tranquilizaban. Tenía un plan, si quería salir de ese lugar, y vengarme de Luzbel debía hacer lo que prometí no hacer.

Morir.

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