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Capítulo 2

Sabía que estaba dormida pero había algo en mi pecho, me dolía. Me estaba quedando sin aire en esa oscuridad absoluta de mi subconsciente. Estaba asfixiándome.

¿Adónde estaba Isaac?

¿Estaba realmente con él?

¿Era una alucinación?

¿Cuando acabaría?

Grité en ese sueño tratando de despertar y lo hizo con ese aire saliendo de mis pulmones.

Busqué por todas partes a mi lado y en la habitación, no había nadie.

Era una alucinación.

—¿Qué sucede? —Isaac entró por esa puerta. Con una espada en la mano. El torso sudado y lleno de tierra.

Mirarlo de esa manera me hizo saber que estaba a salvo. Mi respiración comenzó a neutralizarse, cerré los ojos para aclarar mis ideas, y poder dejar ir unas palabras.

—Está bien... sólo fue un sueño... o algo similar.

Isaac comenzó a relajar su cuerpo.

—Lo sé. También los he tenido.

Fruncí el ceño.

—Pero tú no...

—No, pero cada vez antes de despertar siento que algo va a suceder. —caminó hacia mí—. Vuelve a dormir, aún es temprano.

Miré la ventana y era verdad, aún no amanecía.

Asentí acomodándome en la cama y el salió lentamente. Di un suspiro y desperté otra vez gritando.

Esta vez era miedo lo que sentí, como si una parte de mi hubiese sido arrancada, y me dolía más de lo que creí. Comencé a llorar mientras me removía entre las sábanas.

Odiaba a Luzbel, odiaba lo que había hecho. Odiaba cada parte de él. Odiaba todo lo que me hizo sentir, pero odiaba más saber que si lo volvía a ver no pensaría en nada de eso.

—Hey... shhhh —sentí los brazos de Isaac acobijarme, y suspiré.

Me sentí a salvo, estaba a segura.

—No quiero volver, Isaac —tragué saliva, y me aferré a su camisa—. No quiero hacerlo, no puedo hacerlo.

Isaac masajeaba mi cabeza con su manos mientras sus brazos me estrujaban.

—No lo harás. Shhh —plantó un beso en mi cabeza—. Dame lado.

Me moví en la cama y se acostó a mi lado.

No hice más que abrazarme a él y oler ese quemado que emergía de su cuerpo. Olía tan bien. Olía tan... bien.

—Dime... por favor... que no...

Apenas y podía formular palabra.

—No es un sueño, ni una alucinación. —sujeto mi barbilla, obligándome a mirarlo—. Es real, estoy aquí.

Sonreí entre mis ganas de llorar. Él beso mi frente y yo me acurruqué en su pecho.

—Siempre —susurré.

—Siempre.

Al escuchar su voz nuevamente quise dormir, y eso fue lo que hice.

Dormí hasta las 12 del medio día. Isaac ya había ido por compras que habían falta en la casa, hablo por teléfono con mi madre, para eso tenía que ir al pueblo porque no teníamos teléfono, sólo el de la caseta y yo estaba tranquila con eso, él me mantenía informado de todo lo que sucedía, incluso dijo que Thomas y Valeria iban juntos a la universidad, que ella había dejado a su novio y aparentemente era muy unida con Thomy, lo cual me alegro mucho.

Patrick y mi madre trabajaban juntos, era era la psicóloga. Supuse que lo ayudaba a resolver crímenes.

Mis maestros eran amables, y sobretodo que mi profesora favorita de la preparatoria ahora daba literatura en mi universidad. Isaac y yo decidimos dejar los estudios por un tiempo, nos mantenemos al tanto y hacemos trabajos, tareas. Pero solo para no estar desinformados.

Nadie sabe lo qué pasó conmigo, algunas personas dicen que estoy muerta, otras qué huí de casa con un narcomenudista. Algunos creen que fui un sacrificio pero Isaac jamás lo niega si lo llegan a preguntar. Él se mantiene comunicado pero afligido, sus redes están llenas de moños negros y caritas tristes.

Preferimos que todos lo crean, incluso mi madre dejo de preguntar por mí.

—¿Crees que Thomas y Valeria se entiendan? —indagué comiendo una hamburguesa que estaba refrigerada.

Isaac la quitó y colocó un licuado con chilaquiles.

—Supongo que sí.

Estire las manos para tomarla pero lo coloco en la pequeña barra.

—Come saludable —vi que su mano tenía algo distinto.

No le puse mucha atención porque era realmente buena su comida.

Bebí con rapidez el licuado de avena y manzana. Pero lo noté, Isaac tenía un anillo.

Al dejar mi vaso en la mesa se percató de que estaba mirándolo.

—¿Ese anillo...? —me incorporé hasta el pero se adelantó a mirarlo.

—Es... ¿me lo pusiste? —me miró frunciendo el ceño.

Ambos estábamos dudando de lo que había pasado.

—No... ¿cómo está que...? —toqué su mano y miré el anillo. Deslicé mi dedo hacia él y un choque eléctrico me dió.

Pude vernos a ambos. Estábamos en el auto, haciéndolo, podía sentir los suspiros y jadeos, aún lo sentía en mi piel. Isaac quitó mi dedo y volví a reaccionar.

Estaba agitada, pero también asustada. Era un anillo plateado, al rozarlo me di cuenta de que detrás había algo, la giré y una piedra roja estaba allí, era brillante, lucia como si hubiese fuego dentro de él.

Isaac esbozó una sonrisa gigante y alzó mi barbilla.

—¿Tú lo hiciste?

Comencé a negar y volví a mirar.

—No... no lo sé... yo... —fruncí el ceño y toque la piedra—. Es hermoso.

No volví a ver algo pero me sentí satisfecha. Lo único raro era como lo había hecho.

—Quizá fue mientras dormíamos. —sujeto mis mejillas—. ¿Sabes lo que significa?

No, no tenía la menos idea. Tenía miedo, no quería nada de lo que viniese con mi poder.

—Isaac... ya no quiero esa vida. Estoy feliz aquí... contigo.

Él trago saliva y una mueca de tristeza se dibujó en su rostro.

—Está bien —me abrazó a su cuerpo—. Tiraré el anillo si eso es lo que quieres.

No. Ese anillo era nuestro, era de nosotros.

—No —lo miré—. Quiero esto, y recordarlo siempre. —suspiré—. Sólo no quiero mi magia.

Él asintió y volvió a abrazarme. Aunque me intrigaba lo del anillo no podía dejar de pensar en que lo había creado yo, y que si podía hacerlo... haría cualquier cosa.

Era domingo así que empaque lo de un pícnic. Me coloqué un traje de baño negro, y arriba una bata amarrada que se transparentaba. Isaac llevaba un pequeño asador. El auto estaba algo mal así que lo dejó en el pueblo, caminaríamos un poco dentro de los árboles hasta llegar.

—¿Tienes todo? —escuché la voz de Isaac en la cocina y de pronto está en la puerta de la habitación.

—Sí —rasque mi ceja—, aunque tenso la sensación de que olvidó algo.

Di unas cuentas vueltas en el mismo lugar y noté que Isaac me miraba dulcemente.

—¿Qué?

—Nada.

—¡Ya! Dime.

—Te ves... hermosa. Eres hermosa —la menta en que lo corrigió me hizo sentir tan amada.

—Eso no era lo que olvidaba —crucé los brazos.

Se acerco sigilosamente a mí. Con sonrisa mordaz.

—Esto se te olvidaba —murmuró, y entregó dos paquetes de pastillas.

Abrí lo boca para decir algo pero mejor me quedé callada, ocultando una sonrisa.

—¿Cómo conseguiste mi receta? —fruncí el ceño.

—Estaba en el correo viejo, y sólo saqué una copia. Aquí no piden mucho las recetas —elevó los hombros, orgulloso de él.

—Gracias. Que amable eres —le di un toque a su nariz.

Hizo una mueca que no pude describir pero miro la cama y Resopló.

—Llevaré esto afuera mientras la tomas.

—Okay...

Me desconcertaba su cambio de actitud pero supuse que simplemente estaba agotado. Guarde las pastillas en la gaveta de mi cama y tomé la píldora de día siguiente.

Toque mi vientre por inercia, y sentí un escalofrío. El pensamiento de un bebé con Isaac surgió y por alguna razón eso me gustó pero sabía que no debíamos.

—¿Estás lista?

—Sí.

Siempre íbamos por ese camino ya hasta había una brecha pero esta vez decidimos ir por otro lado. La arena era igual, seguía siendo de playa, incluso hasta llegar lago.

—¿Nos perderemos?

—Espero que no.

El semblante de Isaac cambiado desde el momento en la habitación y no sabía bien cómo preguntar. Es que normalmente no preguntaba, siempre era él el que decía algo.

—¿Recuerdas el prado donde corríamos de niños? —sonreí ante su silencio.

—Sí... —hizo una pausa y giré hacia mí—. Lo recuerdo, Lizzie.

—¿Qué sucede? ¿Hice algo?

Negó con la cabeza, y se devolvió a la caminata algo enfadado.

Caminé detrás suyo. Me sentí mal por no saber qué sucedía y él no decía nada.

Cuando cruzamos el área verde sonreí, y Isaac hizo lo mismo.

Al menos eso nos mantenía unidos. Ambos respiramos esa paz y él me sujetó de las piernas para cargarme en su hombro como costal de papas.

Al sumergirnos en el agua sentí que estábamos en casa, estábamos en el lago del bosque, éramos felices y estábamos juntos. Cuando por fin emergimos me sentí como si la vida tuviese sentido ahora.

Y entonces vi a Isaac, me miraba pero había algo en su mirada algo que no me decía, y no quería hacerlo, esa parte de mi ya no era yo. No quería mi poder, quería que Isaac me dijese lo que pasaba sin tener que usarlo, o ver si aún podía.

—¿Qué sucede? ¿Es sobre las pastillas? —me acerqué nadando hacia él.

—No. Detente, si te acercas no podré decírtelo.

—¿Por qué?

—Porque sólo cuando no me tocas es que siento que puedo negarme... y aún así, estoy ardiendo por dentro porque no quiero decirlo.

Me asusté un poco al escucharlo. Sabía que era algo serio porque si no, él jamás me lo diría de esa manera.

—Dime, Isaac. Me estás asustando.

—No quiero que vueltas a mentir sobre las pastillas —su semblante cambio a uno más rudo, quizá para que sintiese que hablaba con seriedad—. Me encanto lo de anoche. Daría todo lo que soy ahora porque se repitiera, pero no es por eso. Es lo que viene consigo.

—¿De qué hablas?

—¡No podemos tener un bebé, Lizzie! —espetó.

No sabía porque le incomodaba o le enojaba tanto.

—Pero...

—¿Desde cuando no tomas las pastillas?

Hice memoria pero no recordaba, ni siquiera era constante.

—No lo sé.

—¿¡No lo sé!? —el agua se su alrededor estaba calentándose— ¿Qué significa "no lo sé"?

—No lo sé, Isaac. Hace una semana quizá —comencé a asustarme porque ahora si estaba quemándome.

—¿Qué pasa por tu mente, Lizzie?

Comencé a alejarme.

—Isaac... ¿por qué no podemos?

—¿Por qué? —se rio con ironía—. ¿De verdad lo preguntas?

—Isaac...

—A ver. Recapitulemos. Yo soy un heraldo de la muerte, destinado al inframundo y todo lo que tenga que ver consigo. Y tú... eres una fundadora, ni siquiera se bien lo que eres.

—Pero, Isaac —le mostré el anillo—. Estamos juntos, ahora... casados, ¿por qué estaría mal?

—¿¡Casados!? ¿Es broma, no? —comenzó a acercarse y seguía caliente—. Yo soy un asesino, y tú eres un ser destino a destruir lo que toca. Ambos Somos monstruos. No pode–mos tener un hijo.

—No lo soy... —mis ojos se pusieron cristalinos—. Isaac... ¿por qué te comportas así?

—Mañana te compraré una prueba de embarazo.

Comencé a negar y me acerque a él.

—Isaac, no estoy embarazada, estuve cuidando como se debía, solo no la tomé hace una semana. Y hoy la que trajiste.

—No estoy seguro de eso, Lizzie —miró mi vientre desnudo mientras salía del lago—. Será un monstruo igual que nosotros.

Tragué saliva, y un nudo en la garganta se hizo presente. Isaac salió a poner la parrilla, y yo me quedé allí pasmada. Sentí tanto miedo por lo que acababa de decir, era verdad un hijo nuestro sería como tener uno con Luzbel.

No podía dejarlo así, Isaac jamás se comportaba así, estaba enojado porque le mentí a cerca de las pastillas y lo comprendía pero ¿realmente no lo querría?

Ni siquiera yo lo sabía.

***

Estaba comiendo esa hamburguesa fría de la mañana y Isaac practicaba con la espada, había veces que se cortaba la espalda y se detenía pero tenía horas haciéndolo. Sus heridas estaban abiertas, podía ver la carne en su espalda.

Sacudí mis manos, y me acerqué a él.

—Lo siento —dije en un suspiro—. No debí mentir a cerca de las pastillas, no pensé que fuese importante pero ahora veo que si. Y si no quieres hijos está bien. No los tendremos.

Me miró y sus ojos estaban rojos, como si hubiese llorado, mi corazón se apachurro al instante, pero no pude moverme, simplemente sucedió.

—No podemos tener un bebé, Elizabeth. —apretó los dientes—. Por más que quisiera... no podemos, tú lo sabes.

—Mañana me haré la prueba —aclaré mi garganta—. Saldrá negativa.

—¿Y si no? —soltó su espada. Y me miro.

Traté de formar palabra pero no podía, no podía.

—No... no lo sé.

Isaac quitó sus lágrimas y respiro profundo haciendo que tuviese miedo de lo que diría.

—Tú sabes lo que va a suceder.

—No, Isaac. —comencé a negar—. No puedes decirme eso.

—No lo hice, pero es por eso qué tú lo sabes. Es lo que debes hacer, lo que debemos hacer. Ambos cometimos el error, y si estás embarazada iremos con el doctor del pueblo.

Fruncí el ceño, y me di cuenta de que ya lo había pensado, lo tenía todo planeado.

—Eres un... —le di una bofetada que me dolió más a mí que a él.

—Puedes golpearme lo que quieras, pero sabes que es lo correcto.

—¡No! Lo correcto era huir contigo, Isaac.

—¿Crees que lo hubiese hecho si Luzbel no te hubiese tratado como basura?

—¿De que hablas?

—De esto —nos señaló—. Tú y yo. Esto jamás habría pasado si él te hubiese tratado como una persona, y no como un maldito trofeo.

Mis lágrimas estaban atascadas porque no quería que me afectara todo lo que decía, pero era Isaac. Obviamente lo hacía.

—¿Por qué me tratas así? —exploté.

—Porque sabes que es verdad.

Entonces supe que era mentira, ¿qué estaba sucediendo? ¿Porque estaba pasándome esto a mí...?

—¿Lizzie? ¡Lizzie! ¿Me escuchas? —al abrir los ojos estaba Isaac sujetando mi nuca en el suelo.

Miré a todos lados y estaba en la misma posición de la mañana, aún olía a chilaquiles, y a manzana molida. Odiaba ese olor.

—¿Qué sucedió? —indagué. Me levanté con ayuda de Isaac.

—No lo sé, estabas viendo el anillo y cuando tocaste la piedra roja te caíste.

—¿Cuánto tiempo pasó?

—Como dos minutos cuando mucho.

—Huele a alcohol.

Me enseñó una botella de vodka.

—Fue lo más rápido —esbozó una sonrisa y quitó una basura de mi rostro—. ¿Estás bien?

Limpié mis mejillas, y lo aparte de mí. Estaba enojada con él aún sabiendo que no era él. Pero tenía que averiguar qué demonios había pasado.

—Sí, sólo... estoy un poco confundida.

No me creyó del todo pero tuvo que hacerlo.

—Come, y después toma esto —colocó dos paquetes de pastillas, una era la píldora del día siguiente y otra de 28 días—. Esto es una bomba para ti, pero lo compensaré. Lo prometo.

—Perdón por no decirte la verdad.

Resopló.

—Admito que me desagradó la idea de que mintieras, pero todo tiene solución —fue por un vaso de agua y lo colocó junto a las píldoras.

—¿Seguro?

—Sí. Pero promete que no volverás a mentir con algo así. Fue difícil encontrar tu antigua receta.

Se sentó a comer un pedazo de carne casi crudo.

—¿No estás enojado?

—Obviamente, pero no gano nada con discutir. Aquí están las pastillas, y estaremos bien. No volverá a suceder.

—Pero... hace más de una semana que no las tomo —dije cabizbaja.

Isaac se atragantó con la carne y me miró.

—¿Es broma?

—No... —traté de buscar una excusa—. Lo siento... yo... me dejé llevar.

—Lizzie... ¿Qué diablos? —se incorporó y pasó su mano por su cabello.

—Sé que no quieres un bebé y...

—Deja ese tema. Después lo averiguaremos.

—Quiero hablar ahora, Isaac. ¡Necesito saber que sucederá si llego a quedar embarazada!

Comenzó a caminar en círculos al frente de mí.

—No podemos, Lizzie. No debemos traer a un bebé a este mundo. A nuestro mundo... no podemos.

—¿Tú?... —aclaré la garganta—. ¿Querrías?

—¿Abortar? —frunció el ceño.

Asentí temiendo a que dijese algo que me hiriera.

—¿Tú?

Quedé algo sorprendida pero feliz ante la respuesta.

—No.

—Entonces tampoco querría eso.

—¿Por qué?

—Porque no importa que sea una abominación, Lizzie. Sería nuestro —camino hacia mí y me levanté tan rápido como pude para colocar mis manos en su mejillas y besarlo profundamente.

Él siguió besándome y me subí a su cadera impulsándome de sus hombros con mis brazos. Sujetó mis piernas y envolvió sus manos en mi trasero, llevándome a la recámara.

—Si seguimos así la prueba saldrá más positiva que las ley de los signos con signos iguales —musitó contra mis besos.

Esbocé una sonrisa y me aferré aún más a su cuerpo.

Eso era Isaac, y no sabía que era lo que había sido lo que vi, pero no era él, y jamás lo sería.

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