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Capítulo 11; El infierno en la tierra

Voz narrativa:
Por
Morfeo.

Mientras todos pensaban en cómo salvar a Lizzie, yo me preguntaba porque estaban tan preocupados por descubrir de dónde venía y no en que sus enemigos estaban tratando de encontrarla, y lo harían empezando por sus seres más queridos.

—¿Cómo está ella? —la madre de Lizzie, desde el marco de la puerta.

—Estará bien, mi hermano intenta navegar por su mente —soltó Luzbel.

Había navegado por la mente de Lizzie desde que nació, pusé los lindos y malos sueños, conocía más su mente que ella misma, incluso fui su amigo durante los sueños. Pero ya sabíamos que ser abierto me traía problemas.

—Estará bien... ya llamé a Patrick, necesitamos hablar con él —Mencionó el pelirrojo.

—¿Qué tiene que ver él aquí? —respondió la madre confusa.

A veces me intrigaba la capacidad de estupidez que los humanos derrochaban.

—Tú no recuerdas nada, y por más que divaguen en su mente no hay nada... siempre hay huecos. Todos comenten errores y hay que averiguar el más mínimo —aclaré tratando de ser lo más amable que pude.

Tras fracasar en el intento por ultrajar la mente de Elizabeth nos vimos en la tarea de interrogar a su padre.

***

—Entonces... ¿sabía que Anna estaba embarazada? —Luzbel lo interrogó.

—Por supuesto —se detuvo a servirse un vaso de Whisky—, Anna era una chica controversial y yo estaba enamorado de ella, así que cuando me contó lo que le sucedía... —tomó un sorbo como si eso lo hiciera sentir mejor.—, le pedí que se casara conmigo.

—¿Cómo lo recuerdas? —La voz del pelirrojo fue firme.

—¿Cómo podría olvidarlo?

Al menos en eso tenía razón.

—¿Sabe quién es el padre? —cuestionó Luzbel.

—No, ella jamás quiso decirme, y no me importó... cuando la vi nacer y la cargué entre mis brazos no pensé en alguien más para ser su padre.

No pude evitar querer darle un golpe.

—Por lo que veo ese pensamiento fue efímero —dije con una mirada amarga.

—Amo a Lizzie, es mi hija... —parecía querer llorar—, pero las cosas se complicaron.

—¿A qué te refieres? —Luzbel lo miraba con desesperación.

Todos en la habitación lo sabíamos, a excepción de él. Jamás le dije lo ocurrido, pues era un ser con demasiado ego, y cegado por él mismo.

—¿A-qué es lo que se refiere? —miró a todos como si fuese a incendiar el lugar.

—Cuand... —el padre de Liz frenó al pelirrojo.

—Está bien, hijo —aclaró la garganta—. Cuando llegué a casa Anna me tenía una noticia. Estaba embarazada, ya lo había hablado con mi dulce Lizzie, pero hubo algo que me dijo que no era mío. Que ese hijo no era mío.

Sus ojos se cristalizaron, sentía pena por ese pobre hombre, era un borracho que perdió todo por perjuicio.

—¡Dilo de una vez! —La voz de Luzbel estaba irritándome.

—Discutimos. Lizzie salió de su cuarto con la gata que le habíamos dado, y nos quiso detener. Estábamos en las escaleras y empujé a Anna... no era mi intención.

Pude notar que su semblante se tornaba en agonía y arrepentimiento.

—El hijo... ¿supiste que era tuyo? —indagué con una sonrisa.

—Lo era... y yo lo maté.

A mi hermano no parecía conmoverlo, y para ser sinceros a nadie del lugar. Las consecuencias las busco él con sus actos.

—Eso es irrelevante ahora —el pelirrojo resaltó—. Necesitamos cualquier indicio que nos acerque al padre de Liz.

Parece que a alguien está siendo influenciado por el inframundo.

Él negó repetidas veces y aunque quería creerle, no podía.

Sus ojos tuvieron que haber visto algo...

—Aunque... —todos nos quedamos helados en busca de respuestas—, había un chico, parecía unos años mayor —mencionó bebiendo más Whisky.

—¿Cómo era? —indagó el pelirrojo.

—Es muy vago el recuerdo, ahora mismo no tengo la imagen clara.

Miré a mi hermano que estaba ordenándome con la mirada para que entrase en la mente de ese pobre hombre.

—Está ebrio, y divaga. Tanto puede ser verdad como mentira.

—Pero puede ser algo —dijo el pelirrojo.

Parecía desesperado.

—Si no lo haces tú lo voy a hacer yo —masculló Luzbel.

Sabía que era un buen intento pero quizá eran falsas esperanzas o, una trampa. Cómo era posible que él recordase al hombre, a menos de que el hombre se haya marchado y jamás volviese.

Soplé mi arena, y me sumergí a su subconsciente, en busca de algún recuerdo y lo había. Mientras yo lo veía los tipos a mi lado estaban ansiosos por saber; Anna era muy bella, pero estaba atormentada en su hogar y Patrick lo sabía. Ella y Patrick habían sido amigos todo el colegio, era una versión del pelirrojo y la chica, pero con carencia de afecto.

Patrick la vigilaba cautelosamente, la dibujaba y escribía poemas sobre ella. Hasta que un día de invierno él la vió con otro. Estaba lloviendo de tal manera que apenas se podía ver, era un hombre alto, cabello largo y castaño, igual al de la chica, su piel era pálida pero deslumbrante.

Él se dió a la tarea de espiarlos pues estaban tan ocupados que no lo notaban, su amor era tan egocéntrico que no podía ver más allá de ellos mismo. Pasaron los meses y ellos seguían juntos, y al pasar de los días se veían menos, el hombre ahora tenía el cabello corto y era más sombrío, estaba más alto y lucia fuerte. Patrick sabía que era atractivo pero no para superarlo a él. Y un día simplemente desapareció, ella siempre lo esperaba fuera de la escuela en un árbol seco que lleva años en el mismo lugar. Ahí grabaron sus iniciales y allí mismo ella estaba todos los días esperando por él, pero jamás llegó. Patrick alimento ese vacío, apoyo y fortaleció a Anna. Criaron a su hija y la amaron hasta que la lealtad se puso a prueba, después de 16 años sin concebir.

La duda se convirtió en tragedia y con ella una pena. 

Al salir de su subconsciente me incorporé mirando a Luzbel, quien esperaba una respuesta inmediata.

—Compártelo conmigo —pidió Luzbel

—Creo que no será necesario.

Aunque no lo conocía sabía de dónde venía. Era un ser celestial, era un tipo de mezcla, era un fundador y también guiado por celestiales, era cómo Luzbel pero era mas bien un instrumento, y sin ningún poder especial. Sólo un simple mensajero.

—¿Alguien quiere decirme? —protestó el pelirrojo.

—¿Puedes cuidar a Liz? —Cuestionó Luzbel.

—Claro, pero necesitan decirle a Lizzie, porque yo no planeo seguirle ocultando nada. —No estaba enojado, hablaba con serenidad y eso me gustaba.

Se dirigió al sofá a acomodar la nuca del padre de Liz.

La lealtad que le mostraba a Elizabeth me gustaba mucho más que ella misma.

—Y tú, Nick... tú eres quien debe hablar con ella —aconsejo el pelirrojo.

—Sí, parece que ustedes dos ahora hacen más que hablar, ¿no? —reprochó Luzbel.

No entendía porque actuaba como adolescente, tenía miles de años. Pero al final todos somos adolescentes en el amor.

—Por favor... —tuve que interrumpir—, no tienes ningún derecho sobre Elizabeth, ella pueda besar a quien se le plazca.

—Esperas que te incluya, ¿no...? No creas que no se lo de tus estupidos sueños —Me acusó Luzbel.

Sí, una parte de mí siempre quiso jugar en los sueños de Lizzie pero no pensé estar ahora con ella.

Es una niña.

—Lizzie despertó y me preguntó adónde estábamos —dijo el pelirrojo.

—¿Qué dijiste? —cuestioné.

Luzbel enseguida rodó los ojos.

—¿Ya viene? —el pelirrojo no respondió pero su silencio otorgó. Luzbel puso los ojos en blanco.— ¡Eres un idiota!

Empujó al pelirrojo que estaba cerca del cuerpo de Patrick. Dormiría por todo el día así que no deberíamos preocuparnos por él.

—Quieres ganarte su afecto, y sigues haciendo estupideces —dijo el pelirrojo, irritado. Pasó su mano sobre su cabello que era semejante a una zanahoria.

—No hagas que te mate yo mismo —soltó Luzbel.

—Quiero ver qué lo intentes —reto el pelirrojo acercándose a mi hermano.

Luzbel era su Rey, era el Rey de cualquiera que estuviese en el mundo terrenal, y él lo estaba enfrentando.

—Ya dejen la testosterona los dos... —comencé a decir—, esperaremos a Liz y le contaras lo que sabemos, la llevaremos donde debamos llevarla, encontraremos a su padre y les dirá a todos que no es ningún peligro.

Al parecer los calme a ambos y decidieron esperar a Lizzie. Estaban molestos pero la chica siempre sería más importante.

Esperamos unos momentos y llegó como si se sintiera traicionada, pero me miraba a mí como si la hubiese decepcionado. Y yo también me sentí así, jamás le mentí pero dejarla dormida para venir a saber la verdad que ella merecía saber más que nadie, fue una bajeza de mi parte.

Lizzie Willer

Sentía los brazos pesados, estaba en mi recámara y mi madre en el marco de la puerta mirándome. Me incorporé de inmediato al notar que no estaba ninguno de esos tres hombres. Tomé mi teléfono que estaba en el buró y envié un mensaje preguntando adónde estaban. Tomé una chaqueta que estaba en mi closet e hice ademán a salir.

En ese momento sólo sentía un vacío y el retumbar de mi corazón a todo lo que daba.

—Cariño, debemos hablar —mi madre me detuvo en el marco de la puerta.

—¿Hablar...? ¿¡Ahora quieres hablar!? —mis ojos se cristalizaron—. Odie a Patrick por todo este tiempo, llore y sufrí. ¡LO VISTE!¡TÚ ME VISTE! —No podía creer que estuviera gritándole a mi madre.

—No sabía cómo decirte que no recordaba quién era tu padre —trató de tocarme pero me aparte.

—No importa lo qué pasó, aún así lo que él hizo no tiene perdón. No te preocupes mamá —dije a regaña dientes.

Mentí al actuar que su mentira no dolía porque me dolía más que nada.

Salí de la habitación a toda prisa, tomé mis zapatos afuera de la habitación y leí el mensaje de Isaac; Estamos en casa de Patrick, ven antes de que nos vayamos.

La carretera luce más sombría hoy.

Conduje como jamás lo había hecho, sentía que el alma se me salía del cuerpo.

Al llegar miré a Patrick en un sofá tendido y a esos tres hombres en la sala, Isaac estaba parado del lado de la puerta, Nick estaba en una silla y Morfeo estaba al lado de Patrick, en otro sofá. Pareciese como si estuvieran esperando su ejecución.

—¿Qué diablos pasó aquí? —farfullé irritada.

—Cuidado con el vocabulario —Morfeo se incorporó—. Estábamos esperándote. Debemos irnos. Debemos hablar con unas brujas.

—Ellas me odian —resopló Nick, levantándose de la silla con una mueca.

—¡A nadie le interesan tus problemas extracurriculares! —soltó Morfeo.

—Se me olvidaba que te encantan, ¿no? —Nick hizo una mueca mordaz.

—¿Pueden dejar esa conversación para otro día? —Isaac interrumpió.

—¿Qué le sucede a Patrick? —cuestioné acercándome a él.

Parecía tan frágil.

—Está dormido, tuve que entrar a su mente para encontrar a tu padre.

Tragué saliva sintiéndome traicionada, no por ellos dos, si no por Isaac, no podía creer que él supiera que que no me dijese nada. Al mirarlo sólo pude resoplar y dejar eso para después.

—¿Cómo es que él lo recuerda? —me resistí a tocar su rostro, y me dirigí a la sala nuevamente.

—Era un espectador sin importancia —confesó Nick, sin tacto alguno—, ahora debemos irnos, no tengo tiempo para que esto.

La manera en la que hablaba me hacía pensar que quería desvanecer el aprecio que sentía por él.

—¿Adónde iremos? —cuestioné confundida. Me coloqué del lado de Isaac tomando su mano.

—Ven conmigo —ordenó Nick. Pero de una manera amable.

Morfeo lo miró con una sonrisa y Isaac soltó mi mano.

—¿Por qué no puedo ir con Isaac? —pregunté perpleja.

Isaac parecía no tener voluntad propia.

—Isaac no está familiarizado, es mejor que vengas conmigo —ladeó la mirada Luzbel.

Sentí como Isaac me tomaba de los brazos y me miraba, mientras yo seguía mirando cómo Nick hablaba de él.

—Estaré cerca —me devolví a él para notar esos ojos color avellana deslumbrantes—, lo prometo.

Parecía que estaba entregándome directo a una trampa.

—Sí —dije.

Él asintió y miró a Morfeo.

—Prefiero que esperen aquí —soltó Nick. Iremos a otro lado.

—Es muy peligroso lo que piensas hacer — advirtió Morfeo, sigilosamente.

—No pasará nada.

Isaac lo detuvo con una mano en su pecho. Lo miró como si pudiesen comunicarse con la mirada, y así era.

—No debes temer, nadie puede herirla —la voz de Nick era como un susurró.

Mi mejor amigo acepto lo que acababa de decir pero no estaba convencido de que decía la verdad.

Nick me tomó del brazo y nos dirigimos a la salida.

—Estaré con Patrick, si despierta necesito explicarle algunas cosas y nadie mejor que yo —dijo Isaac. Lucia cabizbajo pero trataba de sonreír.


No sabía porque Isaac seguía dejando que Nick le ordenase que hacer.

—Me quedaré con él —soltó Morfeo.

Ahora todos tienen cosas que hacer.

Nick parecía feliz, y al cerrar la puerta pude notar las miradas entrelazadas de Isaac y Morfeo, hablaban entre ellas pero no podía descifrar la verdad.

Nick y yo bajamos las escaleras de los departamentos y nos dirigimos a un claro en el bosque. Cerró los ojos y tomó mi mano, yo estaba confundida. Con la uña de su dedo índice la pasó sobre mi palma y la corto ligeramente, hice un quejido e intenté quitarme pero me sujetaba con fuerza. Derramó mi sangre justo en ese claro y cuando cayó en el suelo él sonreía ampliamente, llevó su dedo índice a su boca y lo llenó de saliva para después pasarlo sobre mi herida haciendo que desvaneciera.

Era como si jamás me hubiese cortado.

—¿Cómo lo hiciste? —pregunté perpleja.

—No preguntes, y trata de ser lo más sincera posible.

—¿A quién veremos?

Espero que no a otro inmortal.

—A un mensajero.

—Creí que serían brujas.

Comencé a dudar, el miedo me abrumaba pero aún más estar con él.

—No son tan confiables si se trata de mí.

Cuando dijo las palabras una luz similar a la que vi el día que lo conocí descendió del cielo.

—¡Hermano! —dijo aquel ser. Era de cabello largo y rizado, dorado y deslumbrante, al igual que todo él. Portaba alas blancas, no se podían ver con claridad por la luz que desbordaban.

—Deja las escenas —dijo Luzbel de mala manera.

El otro regaló una sonrisa orgullosa y sus alas desaparecieron haciéndose en una forma corpórea mucho más simple.

—No creí que se pudiese intimidar al majestuoso PORTADOR DE LUZ... —recalcó.

—Cuida tus palabras —suspiró exhausto—. Necesita ir a la fuente de la verdad —me señaló con la mirada

—Claro, vengan —dijo con una sonrisa maliciosa.

Luzbel parecía estar rechinando los dientes.

—Oh, espera. Tú no puedes entrar —dijo cómo si lo lamentase. Comenzó a reír y Luzbel estaba tenso en su lugar.

Yo estaba en medio de una batalla de la cual no podía escapar. Y, seguía sin entender porque.

—Sólo llévala, necesita saber algo —me tomó del brazo para llevarme hasta el otro tipo.

¿Todos deben ser atractivos?

Aparentemente si.

—No quiero ir sola —me sujeté de Nick.

—Hey... tranquila, todo va a salir bien. No tienes que temer, nadie puede hacerte daño.

—Cuidado con la línea que cruzas, Samael —advirtió el otro. Parecía molesto por cómo me trataba Nick. Quizá tenía una deuda.

Nick se detuvo en seco unos pasos antes de llegar al círculo que lo rodeaba.

—Sólo llévala y estaré esperando justo aquí... ¡Haz lo que te digo! —exigió.

—¡Nick! —dije tratando de escapar.

—Estaré aquí. No voy a ir a ningún lado —me regaló una sonrisa abrazadora y dejé que el cuerpo cálido del otro me abrigase. Por el rabillo de mis ojos noté la cara de preocupación de Nick y eso me asustó.


Luzbel

Ya había pasado más de una hora y la chica seguía sin volver a mí. Morfeo y hellhound habían llegado a mi lado después de que Patrick despertase. Al parecer no lo tomo mal pues hay personas que están preparadas para comprender los otros mundos.

Hellhound replicaba los dedos en un árbol que yacía a su costado. Morfeo le arreglaba el ala a una ave moribunda. Pronto moriría, no entendía porque se preocupaba.

—Morirá, no deberías darle esperanza —solté sin titubear.

—Quiero que su ala sea la esperanza.

En ese momento pensé en mi esperanza.

—Puedo carbonizarlo —soltó Hellhound. Me agradaba mucho el cinismo con el que soltaba de repente las cosas.

—Si quisiera carbonizarlo no estaría arreglando su ala —Morfeo puso los ojos en blanco, haciendo una mueca amarga.

No creí que ese hombre tuviese una expresión facial.

—¿Qué creen que haga Lizzie? —cuestionó Hellhound.

—Sumergida en una fuente —dijo Morfeo. El ave ya había muerto.

Era una ave peculiar, su color era azul tornasol con unos puntos rojos.

—Se supone que le dirá quién es su padre? —indagó Isaac.

Me desagradaba Isaac.

—Algo parecido. —me fijé como mi hermano estaba siendo severamente humano—. Podrá recordar más allá de lo que puede recordar ahora. La fuente le dirá de donde viene.

—Y, ¿con esto comprobamos que no es un peligro? —cuestionó replicando con más fuerza en el árbol.

Morfeo estaba dándole sepultura al ave y por un momento me apiadé de él.

—Es difícil de deducir —tomé aire—, si ellos creen que ocasionará problemas a largo plazo la querrán matar.

—Es humana, ¿¡cómo podría!? —volvió a cuestionar Isaac.

Me agradaba hellhound pero no tanto el pelirrojo.

—Veras... —Morfeo cerró los ojos en busca de paciencia, los abrió hacia él—, su alma es igual o, mejor que la de Luzbel, proviene de la pureza y la luz, tiene poder consigo, puede moldear la vida misma. —La manera en que mi hermano decía las cosas era sumamente firme y relajante, quizá por eso es dream—. Pero la luz se ve apocada por la noche, y desesperanza, para saber que ella no tiene esa pizca de "maldad" deben someterla a la prueba. En caso de que la fuente se equivoque, que es imposible. Lizzie podría matarte a ti, o aún mejor —me miró— a Luzbel, nuestro queridísimo Portador de Luz. Sólo hay alguien que puede matarlo, y es él mismo. Alguien más quiso crear un nuevo Luzbel, y les salió mal porque aparentemente fue regalada a él.

Sin duda acababa de apiadarme de él. Me acerqué a Orfeo, tomé el ave que había sepultado, para seguir la conversación y la traje de vuelta. Se la obsequié como un vigía, aunque el color en él era agradable, sabía cuánto odiaba no combinar con sus vigías. Ver la sonrisa que casi se le dibuja en el rostro hizo que sintiese algún tipo de electricidad en el cuerpo.

—¿Lizzie proviene de ti? —El pelirrojo me miró.

Volví a concentrarme.

—No directamente pero nuestras almas están echas de lo mismo. Y cuando yo perdí el control hice cosas inimaginables. Lizzie tiene casi el mismo poder, sólo puedes combatir fuego con fuego, y si debo decidir entre que los mate a ustedes o, salvarla a ella, no dudaría un segundo en dejarlos morir.

No tuve ni la menor pizca de remordimiento al decirlo, ni siquiera por mi hermano. Quizá porque sabía que ser inmortal era algo a mi favor.

—Sí, todos sabemos eso, y justo por esa razón es que estamos aquí, tratando de evitarlo —Morfeo resopló mirando a su ave. La llamó, flama.

El pelirrojo y él se miraron indecisos de intercambiar palabras.

—No me interesa si alguien de ustedes muere a decir verdad —soltó el Hellhound.

Mi sonrisa se amplió al notar que el árbol estaba siendo despicado por sus dedos. Tenía tantos nervios de que aquella chica no estuviese a salvo.

—Tengo un poco de hambre —soltó Morfeo pero lo ignoré.

—Lizzie me comento que Thomas Wilson estaba en las afueras de tu reino, ¿qué sucedió? —hellhound resopló.

Crucé los brazos, y comencé a enumerar, fingiendo que contaba:

—Pues es un golpeador, adicto, y realmente no castigo a personas buenas, sólo lo tengo porque así siempre se lo que hace... todo ser que cruce a mi poder es un libro abierto.

Traté de no hacer un gesto molesto al darme cuenta que el único libro que quería no estaba en mi biblioteca.

—¿Qué hay de mí? —cuestionó el pelirrojo con miedo a la respuesta.

—No es necesario tenerte para saber a quién besas —aclaré.

—Si no lo querías no lo hubieses traído de vuelta —reprochó Orfeo.

De verdad me sacaba de quicio.

—Yo no lo salvé... no del todo —eché la cabeza hacia atrás.

Esta conversación me irritaba. Traté de volver a concentrarme.

—¿Sabes que demonio fue? —inquirió Morfeo.

—Una escoria, un exiliado, pero jamás pensó que forjaría a un sabueso, queriendo llevarse a Lizzie —comencé a caminar en círculos mientras el ave volaba sobre nosotros—, como aparentemente acostumbran a nadar a menos cero centímetros de distancia —gruñí.

No pude evitar poner los ojos en blanco. El demonio que quería a Lizzie era uno de los guardianes, compañeros de mis sabuesos.

Todos unos hipócritas.

—Actúas como adolescente —masculló mi querido hermano.

—¡No digas que no lo deseas! —me acerqué a él imponente—. Apareciendo en sus sueños para confundirla.

—Es una niña —me lanzó una mirada retadora.—, no es mi tipo.

—Se me olvidaba que te gustan las Diosas —Quizá había llegado al extremo.

Me miró como si quisiera arrancarme la garganta.

—Pues deberías tenerlo en cuenta cada que revives a alguien... querido hermano —dijo mientras tensaba su mandíbula.

El pelirrojo estaba divirtiéndose con nosotros en medio de una discusión.

—¿Te divierte? —cuestioné.

Se enderezó el cuerpo y nos miró.

—Sí, no creí que fuesen tan idiotas.

—Mundano. —colocó su dedo índice en los labios— Shh. Cállate —Morfeo siseó en busca de calma.

Sabía que le agradaba a Morfeo, y es que era de admirarse.

El pelirrojo se burló discretamente y se acercó al círculos luminoso que había dejado uno de mis hermanos.

—Ten cuidado, las criaturas como tú no pueden entrar al círculo —dije.

—Ni como tú —Morfeo nuevamente.

Rodeé los ojos.

—¿No tienes algo que hacer en tu Reino? —mascullé con un semblante aturdido.

Me ignoró.

—Aaagh, ya me aburrí. Alguno de ustedes tráiganla de vuelta —dijo Morfeo.

—¿Cómo? —el pelirrojo indagó.

—Tú tienes una fijación con ella, y Luzbel... básicamente la intercambio por riqueza —mencionó cómo si nadie supiera lo que acaba de decir.

Me siento un poco distinto.

Ignoré mi subconsciente.

—Pues tú no te quedas atrás —recordó el pelirrojo—. La asechabas en su sueños hasta donde yo se.

No pude evitar sonreír ante esa platica.

—¿Seguiremos sacándonos los trapitos al sol o, la llamarán? —replicó Morfeo.

Sabía que le iba a desagradar.

Hellhound cerró los ojos y sacó una pulsera de su bolsillo que aparentemente era de ella. Abrió los ojos y podía ver qué en esas córneas avellana se habían convertido en un rojo similar al del fuego. Y, comenzó a balbucear.

—Puedo sentirla, ella está bien... está en un lugar soleado y cálido. Alguien le están tomando la mano.

—Con eso está bien —farfullé.

Hellhound se detuvo.

Fruncí el ceño mientras procesaba.

—¿Cómo sabes que le tocaron la mano? —Morfeo y su voz de anciano reprimido.

—En ese lado tiene mi pulsera —afirmó el Hellhound. Orgulloso de si mismo.

—¿Cómo aprendiste a hacer eso? —indagué.

—Es Lizzie, he vivido toda mi vida con ella. Encontrarla es de las cosas más fáciles.

—Sí. No fanfarroneamos. Pero cómo fue que sabías cómo hacerlo —traté de concentrarme.

Morfeo me miró cómo si yo fuese estúpido.

—¡Es un sabueso! —aclaró Morfeo.

—¿Y? —seguía sin comprender.

No comprendía porque sólo por eso tenía que estar conectado a ella.

—Soy un sa-bue-so —Miró a morfeo divertido, y volvió a mí—, mi poder es encontrar aquello que no es natural, y aparentemente que sea Lizzie lo hace más fácil.

Estaba sintiendo mal, distinto.

—Tú me lo dijiste, ¿lo recuerdas? —bromeó el pelirrojo. Se pronto su rostro se endureció.

—¿Te sientes bien? —Orfeo se acercó a mí.

—No, no lo está, y Lizzie tampoco —al parecer el chico sintió lo mismo que yo.

Isaac se aproximo al círculo.

—¡Nooo! —ordené.

Se detuvo apretando los puños.

—No me digas que hacer —sus ojos comenzaron a cambiar su color avellana por uno más intenso.

No lo había visto así. Quizá en esos días algo había cambiado en él.

—¿Qué sucede? —replicó Morfeo.

—Están usando la parte del alma de Lizzie para debilitarme a mí —advertí.

—Iré yo, yo puedo entrar allí —dijo Morfeo.

—Lleva a mi vigía, y deja a tu ave, así podrás ver lo él ve y yo también —sugerí.

—¿Adónde está? —cuestionó Morfeo.

—Te estará esperando en la entrada —Sentía como si me estuviesen arrebatando parte del alma que ya no me quedaba.

Al ver como desaparecía Hellhound se colocó justo frente al círculo esperando que algo saliese pero la verdad es que me agradaba la idea de que supiera de lo que es capaz de hacer.

Morfeo

Crucé ese círculo y al estar justo en la puerta del jardín allí estaba el vigía de Luzbel.

—¿Qué pasó amigo...? Nos toca el trabajo sucio, ¿no?

—Sí, pero es mi único propósito, Señor Morfeo —La voz de un viejo sabio salió del cuerpo de ese felino peludo.

—¡Vaya! Nunca me habías hablado. Después de transformarte. Es un placer —le sonreí al felino antes de entrar por esas puerta de color dorado.

—Buscaremos a algo, o alguien que es propiedad de mi señor Lucifer, supongo.

—Es alguien... es una chica, y muy atractiva.

—Supongo que lo es mi Señor.

—Sólo Morfeo, Schrodinger.

El felino asintió y quede perplejo.

Nos adentramos al lugar y lo primero que vi fue a Lizzie dentro de una fuente circular llena de agua luminosa, al igual que todo el sitio. Estaba flotando pero algo me decía que no estaba pasando algo bueno. Me dirigí a ella y toqué el agua sin importar qué por alguna razón no fuese apta para mí, en ese momento era más importante saber si ella vivía.

—¡Lizzie! ¡Hey! —farfullé, entrando por ella.

Tomé su cuerpo inmóvil y noté que estaba sólo en una bata blanca, su cuerpo no reaccionaba y eso me puso nervioso, nunca se sabía que te podía hacer esa fuente.

—Veo que no resistieron —La voz de aquel arcángel vanidoso hizo presencia ante mí.

—¿Qué le sucede? —cuestioné sacándola para colocarla en el suelo lleno de flores, que ni siquiera vi al entrar.

Por eso es al jardín de la fuente.

—Le dije las consecuencias, y ella aceptó —comenzó a balbucear algo que apenas pude entender—. Sabía que las respuestas tendrían daños colaterales y quiso arriesgarse.

—¿Cuáles daños? ¡Hablas en códigos como si me importase un poco de lo que balbuceas! —dije más irritado de lo que quería.

—Tranquilo, ella estará bien. Sólo necesita descansar.

Me importaba ella pero también Luzbel, no era normal que se sintiese mal.

—¿Y, Luzbel?

—Esos son los daños colaterales, Luzbel ha sido una pesadilla —comenzó a caminar como si de un cuento se tratase.—, ha sido rebelde y egoísta. Lo único que tiene es un corazón roto. Está así porque está perdiendo eso que por primera vez en su vida ha deseado tener más que sus alas.

—¿Está muriendo? —pregunté acercándome a él.

—Aún no, pero si dejan que siga cerca de ella... lo hará —se dió la vuelta—, que bueno que te tienen de su lado.

—¿Cómo la despierto?

—No lo sé, Morfeo. ¿Que no eras tú el Dios de los sueños? —Su risa burlona estaban acabando con la poca de paciencia que me quedaba.

Cargué a Lizzie fuera del lugar y regresé en el círculo. Lo primero que vi fue al pelirrojo parado como si esperase algo que no era lo que acaba de ver. Luzbel daba vueltas en círculos como si sue estómago fuese a devolver todas las almas que había devorado.

—¿Cómo está? —Isaac me la quitó de los brazos.

—No lo sé, no puedo despertarla. No así, es muy peligroso.

El pelirrojo la colocó en el pasto y con sus manos comenzó a calentar la sábana. Calentó por partes con sus manos, siempre estaba preocupado, no entendía cómo un ser tan ordinario podía ser tan excepcional.

—¿Qué tiene Luzbel? —cuestionó el pelirrojo.

—Nada, sólo que sentía como Lizzie estaba muriendo —murmuré.

El pelirrojo me miró incrédulo, y miró a Luzbel quien se detuvo en seco al escuchar lo que acababa de decir.

—¿Eso es lo me sucede...? Pero... —se acercó a ella—, todavía lo siento, hermano.

Sus ojos me decían lo mucho que le estaba doliendo. No sabía cómo decírselo. Pero en lo más profundo de mis viles pensamientos estaba aquel dolor que me hizo sentir, el dolor de perder el amor, y que sólo por uno de sus retorcidos juegos lo perdí.

—¡Levémosla a casa! —dijo el pelirrojo.

Comenzó a quitarse la ropa por alguna extraña razón.

—¿Qué haces? —inquirí acercándome a él.

—Quítale la sábana —ordenó el pelirrojo.

Hice lo que me pidió, me puse de rodillas y comencé a desnudarla, el agua que había en la sabana no se evaporaba con el fuego infernal, su cuerpo seguía desprendiendo luminosidad de aquella fuente.

—¿Por qué no me ayudas? —cuestioné a Luzbel.

—Debe arrodillarse —soltó el pelirrojo. Comenzó a ponerle la ropa encima a la chica.

Acostumbraba a ver cómo se dejaba llevar por su incapacidad de verse débil pero ahora era más decepcionante que cuestión de engrandecer su ego.

El pelirrojo la cargó hasta la calle y yo me quedé a admirar con Luzbel seguía parado en el pasto, estaba inmóvil, no decía una palabra pero tampoco necesitaba decirla. Recogí la sábana u bata, lo que sea que fuese ese trapo mal hecho, y la coloqué en mi hombro, no podía irme notando que estuviese así.

—Que seas el Rey del inframundo no te hace inmune a los químicos de tu cerebro.

Me miró incrédulo.

—No soy un Rey, soy más que eso, y los químicos que navegan por mi cerebro no están hechos para alguien como yo —se pusó al frente de mí y aunque estuviese más alto que yo no logro moverme—. Lo que sea que te hayan dicho no es verdad.

—Miéntete a ti mismo, tu vigía puede confirmarlo. —lo miré con repudio— Vuelve a tu Reino, deja a Elizabeth en paz si es que los químicos en tu cerebro no tienen control de ti.

—Cuida lo que dices, Orfeo —susurró—. No olvides que estás en mi Reino.

—¿Qué es lo que quieres probar? —mi voz parecía más un susurró que una pregunta.

Al no recibir una respuesta salí del bosque en busca del chico pelirrojo.

Para mi suerte no había mucha distancia entre la casa y el claro del bosque. Subió a la chica a su auto, yo me subí a la parte de atrás para cargar su cuerpo mientras él conducía hasta la casa de la chica. Sabía que estaba molesto por el egoísmo de Luzbel, pero su enojo era peor aún, porque no sabía que hacer para despertarla.

—La traeré de vuelta —traté de consolarlo.

No entendía porque sufría tanto por ella.

Seguía conduciendo a toda velocidad y podía sentir como quería arrancar el volante.

—¿Qué tiene esa fuente? —dijo con un hilo de voz.

—Te lleva a la verdad, pero todo tiene consecuencias —miré a la chica inconsciente y pase mi mano por su cabello.

—¿Cuáles? —farfulló.

—¡Sólo conduce! —mencioné tratando de no gritar.

El chico comenzó a enfurecer pero algo cambió en él, al mirarme con esos ojos encendidos y notar que la chica estaba pálida. Abrió los ojos como platos y aceleró.

—¿Qué sucede? —farfullé acomodándola mejor.

No respondió hasta llegar a la casa y Luzbel ya estaba allí con la puerta. Sus brazos estaban al frente, una mano tomaba a la otra, su mirada era sombría, estaba cabizbajo pero con la mirada se conducía hacia la chica, que yacía en mis brazos.

El chico pelirrojo abrió la puerta del auto, tomó a la chica. Su cuerpo seguía inmóvil pero el agua estaba desapareciendo y hacía que luciera como si no tuviese vida.
Al caminar en la entrada de la puerta noté que Luzbel hizo ademán a ayudarlo pero se negó.

—Hay una llave en mi pantalón —masculló el pelirrojo

Metí mi mano cuidadosa mente a los pantalones del tipo, al tocar el bolsillo pude sentir que el cuerpo de la chica estaba aún más frío. Tomé las llaves y abrí la puerta. El chico entró con desesperación y la madre de la chica estaba con una botella de vino en el comedor. Se incorporó de inmediato.

—¿Qué sucedió...? ¿QUÉ PASÓ...? Isaac, ¿Qué pasó? —su voz en un hilo, estaba desesperada al ver a su hija en los brazos de aquel joven.

El chico no se detuvo y la llevo al patio.

Luzbel se quedó parado a mi lado, la mujer buscó un pantalón para el chico que estaba en calzoncillos y de inmediato se colocó al lado de él en busca de respuestas. El pelirrojo la dejó en el pasto y Luzbel encendió al instante las lámparas de fuego que estaban en el patio.

—No te preocupes por ayudar —ironizó el chico pelirrojo.

—Trataré de encontrar a Lizzie, pero necesito de tu ayuda —Le dije al pelirrojo.

Comprendía su furia ante Luzbel, él podía hacer que nosotros y aún así no lo hacía.

—¿Qué sucedió? —su madre de nuevo, con una almohada para allá chica.

No sabía cómo había traído tanto en tan pocos segundos.

—Es una información para otro momento —dijo Luzbel. Su rostro no regalaba ninguna emoción.

Me acerqué a la chica que estaba tan fría que sus articulaciones estaban rígidas. Le señalé al chico pelirrojo que se acostase a su lado.

—Será difícil para mí darte sueños, necesito que pienses en ella y utilices el vínculo —aclaré.

Al ser el un hellhound no se le permite soñar, pero él es humano y por lo tanto... tiene sueños.

Los demás veían preocupados, y Luzbel más bien arrepentido.

Al estar a su lado coloqué mis manos en ambas frentes. La chica se resistía, pero el sabueso ponía de su parte.

Entramos a un lugar específicamente particular. La chica estaba en su casa, con su madre y su padre, había un bebé pequeño y allí estaba el pelirrojo. Estaban en la parte de enfrente de su casa, lo que parecía ser una celebración del día de gracias.

—¿Qué es esto? —cuestionó el pelirrojo.

—Su realidad deseada, por eso es que no quiere volver —le informé al chico que tenía ropa nueva. Dirigí mi mirada a mi cuerpo que tenía la misma ropa con totalidad negra ahora seca pero el suelo estaba desbordado brillos como en la fuente en la que estaba sumergida.

El chico golpeo mi pecho con su palma sorprendido, me admiré por tal acto de estupidez pero lo pasé por alto al verlo tan perplejo por ver aquél hombre que salía de la casa con un tazón de cristal con ensalada en las manos, Luzbel como una parodia norteamericana.

El pelirrojo y yo estábamos perplejos, en un intercambio de miradas él se dirigió a grandes zancadas al lugar donde ellos estaban.

Al llegar y ver a Lizzie pudimos notar que sólo ella nos veía.

—¡Liz! —gritó Isaac en voz baja.

Al verlo la chica tenía una cara de terror. La copia barata de Luzbel estaba allí y se percató de su actitud.

—¿Qué sucede, Li? —la tomó de la mano.

Ella le hizo una mueca de angustia.

—Nada, ahora vuelvo...

El chico y yo estábamos esperándola, aunque al parecer no entendían la gravedad del asunto.

—¿Qué hacen aquí? —cuestionó ella, no estaba sorprendida por vernos. Estaba sorprendida porque no era lo que quería ver.

Al parecer ya lo tenía.

—Estamos aquí por ti, necesitas volver —aclaré.

Miré cómo el chico me daba la razón.

—Necesitamos sacarte de aquí —farfulló el pelirrojo.

—¡No, no quiero volver! Este ahora es mi hogar, tengo a todos aquí —sonreía ampliamente. Su mirada estaba cegada por el poder de aquella fuente.

—Esto no es real —dije entre dientes.

Me miró como si yo quisiera arrancarle la vida que tanto ha querido.

—Lo es para mí, y quiero que se vayan —dijo con firmeza.

—No lo es... —el chico le tomo la mano—, yo soy real, al igual que Morfeo. —suspiró en busca de paciencia—. Es real que tu madre esté llorando en el patio porque tú estés muerta en vida... esto que ves aquí no lo es, no importa que tanto lo desees. Porque tú sabes que los sueños son tan reales como tú lo desees.

—Isaac aquí estás tú —estaba divagando—. No moriste, eres tú. Mi madre, mi hermano, y... mi padre —dijo la chica, se giró y le mostró el increíble panorama familiar que había allí.

Pero ella jamás decía padre, no después de lo que sucedió.

—Lizzie... Elizabeth —Isaac, aclaro su garganta—. Ellos no son reales y él..., no es tu padre, ni siquiera aquí —la miró a los ojos— ¿Adónde está tu padre?

La chica parecía perdida, soltó al pelirrojo y caminó de espaldas hacia su casa. El lugar se comenzó a tornar oscuro y las personas a desaparecer. La chica se desvaneció en el césped; las paredes de su hogar desaparecieron, y consigo todo lo que lo adornaba. Había un espacio vacío, con un largo camino por recorrer, parecía el abismo. No había nadie en el lugar, además de nosotros.

La chica negaba con la cabeza una y otra vez.

Sentí la necesidad de ir por ella pero aquel chico lo hizo primero.

—Tranquila... shhh —Sus brazos fueron una manta para ella.

—No quiero, Isaac. No quiero estar en la realidad que me toco, ¡no quiero!

—No puedes hacer eso, al hacerlo le estás robando su realidad a otra versión de ti, y lo que sientes ahora ella lo sentirá al despertar —intervine.

—¿Es posible —cuestionó el pelirrojo.

—Lo es, y nunca puede terminar bien —espeté.

—Por favor... Isaac, déjame aquí —sus lágrimas comenzaron a salir.

—No puedo dejarte —la miró a los ojos—. Y, dijiste que tú tampoco lo harías.

Negaba con la cabeza una y otra vez.

—Escucha —dije, tocando su hombro. Llamé sus ojos hacia mí.—, he estado dándote sueños por toda tu vida, desde el primer conejo con el que jugabas hasta las pesadillas que tanto te hacían llorar. Pero esto no es un sueño, estás en el bardo, y si no regresas ahora no tendrás ninguna de la dos vidas.

—¡No me interesa! —dijo con firmeza.

—Te creería pero sé que mientes —Abrió los ojos como platos. No me di cuenta en que momento el pelirrojo se apartó—, porque cada vez que descubrías algo nuevo de Luzbel, incluso cuando le saco el corazón a alguien enfrente de ti... lo disfrutaste, esta es la vida que deseas, y por eso la tienes.

El chico pelirrojo la tomó del la mano nuevamente.

Aclaré la garganta en silencio y me aparte para que tuviesen su momento.

—Y, aunque no lo creas, soy feliz. Me gusta ser quién soy después de casi morir. Me gusta esto y lo volvería a hacer si es por salvarte a ti —confesó, levantándola de su miseria.

La voz del chico era tan apacible que pude sentir como el ambiente se sentía más cálido.

Los ojos de la chica se cristalizaron, volvió en si, como si en ese instante estuviese perdida.

No era ella. Dado que jamás lo dejaría a él.

—¿Isaac? —susurró, entrecerró los ojos y me miró por un instante, pero se devolvió al chico—. Isaac, ¿eres tú?

—Hey... —susurró el chico. La atrajo a su cuerpo y la envolvió.

—¿Cómo llegaron aquí? —se separó del chico, estaba agitada y confundida.

—Debemos irnos, ¿sabes quién es tu padre? —indagué.

—Sí —comenzó a tocar su garganta como si le hiciese falta agua—. No me siento muy bien...

—¿Qué sucede? —preguntó, Isaac.

La sujetó del brazo.

—Estamos en el bardo, y reclama por ella.

Hice que mi arena se volviese un remolino, yo podía ver con precisión y noté cómo se aferraban el uno al otro.

No debería de dolerme.

Al salir del viaje, me encontré con el sabueso despreciendo vapor y la chica seguía inconsciente. A pocos segundos el pelirrojo se incorporó. La madre de la chica corrió a ella que aún no despertaba, Luzbel estaba mirándola como si necesitara que abriese los ojos.

—¿Está viva? —preguntó la madre.

—Sí, sólo sigue durmiendo.

—¿Despiértala! —La voz firme de Luzbel hizo que todos volteásemos a él.

—No actúes como si te importara —. El pelirrojo fue hacía ella y tocó su rostro. Dejó ir el aire de sus pulmones y esbozó una sonrisa inexplicable, parecía eufórico— Su corazón está latiendo con normalidad.

—¿Cómo sabes? —preguntó la madre.

—Puedo escucharlo... en el auto apenas y podía escucharlo —su mirada estaba perdida.

Era eso.

La madre estaba perpleja pero decidió ignorarlo por ver cómo su hija se sentía más cálida.

Al despertarla se veía confundida pero lo primero que vió fue a su familia y la recibieron con un gran abrazo, Luzbel los veía incómodo, no podía esperar a que la chica lo mirase y no tardo mucho en hacerlo.

—¿Nick? —Luzbel dejó ir una gran calada de aire. Estaba feliz de que su voz mencionase ese nombre que ni siquiera era suyo.

—Elizabeth... —su nombre quedó al aire cuando la miré incorporarse justo frente a él.

—Has hecho tanto para tener lo que deseas. Ahora te ha sido obsequiado y aún así quieren arrebatártelo —parecía una melodía lo que su voz decía.

Tan pronto termino de hablar Luzbel se abalanzó hacia ella y la abrazó a su cuerpo. No sabía que decir ni cómo actuar pues yo jamás lo vi hacer algo parecido.


***

Después de su bienvenida la chica y su madre hablaron en la habitación. Nos contó cómo pasó todo esto y Luzbel comprendió a lo que se refería con lo que dijo anteriormente. Su padre era un vigía el cual murió o más bien se perdió en el limbo. Ella proviene de él pero no necesariamente, él sólo puso la semilla de lo que lo creo, fue creado con la escénica de estrella de la mañana, era básicamente una partícula de él mismo. Pero al hacer a Lizzie él la llevó al claro de aquel bosque, entraba y salía por allí, fue creada en la fuente celestial donde las alas de estrella de la mañana fueron arrancadas y bebieron de ella sin que tuviese ningún poder. Pues el poder del mismo ser que había perdido su esperanza estaba dormido, y permaneció así hasta que la chica que provenía de las aguas sagradas la tocó.

Le creía pero había algo que no me parecía normal, y menos lo del padre. No quería ser tan amargado y romper ese momento pero al mirar a aquellos dos hombres a los ojos y hacer cambio de miradas; supimos que algo no estaba bien.

***

—Soy parte de ti, una creación de lo celestial y terrenal. Algunos le llamaron así—dijo Lizzie, sin saber lo que significaba.

Todos en la sala nos miramos mutuamente, incluso el pelirrojo.

—Es increíble —ironizó el pelirrojo—, eres básicamente su creación, eres parte de él, eres hija de un hombre que básicamente nació de él y que te hizo con toda su esencia.

No era él. Algo de lo que decía Lizzie era mentira y no sabía porque. Se suponía que la fuente no mentía.

—Pelirrojo... —traté de persuadirlo para que no dijese alguna estupidez.

—Hijo, por favor —la voz de la
Madre de Lizzie.

—¿Crees que yo quería esto? Crearon a alguien para que yo tuviese un descendiente, y ahora quieren obligarme a que la mate —gruñó Luzbel. Su voz era firme y vibrante.

Creo que no es eso.

Algo no me convencía y no sabía que.

—¿Descendiente como... tu hija? —preguntó la mamá de Lizzie, perpleja.

—No, es como si me hubiesen creado a mí. Yo provine de allí y mis alas fueron cortadas allí —tragué en seco al recordar. Él sufrió tanto la primera vez, y sabía que decir la frase le dolía.

—Eres tan egoísta, y tu ego es tanto que te enamoraste de ti mismo —dijo el pelirrojo señalándolo.

—¡No me señales! —ordenó.

El chico parecía arder.

—Dices quererla, pero, ¿qué hiciste mientras agonizaba...? ¿¡Sentirte mal por ti mismo!? —su cuerpo comenzó a desprender una ligera cantidad de humo.

La chica lo miraba perpleja, por un segundo mire cómo esbozaba una sonrisa.

—¡Isaac! —la madre de la chica lo tocó y fue como tocar las brazas de una fogata— ¡AAH!

El chico se giró de inmediato, al igual que la chica, revisó a su madre que sacudía su mano.

—Isaac... —susurró la chica—, estoy bien, no importa quién ayudase o no. Estoy aquí —le regaló una mirada apacible.

La chica hizo ademán a tocarlo y él se apartó. Luzbel se dirigió a la mujer para sanar la herida. Pero lo que estaba apunto de suceder fue lo que jamás se había visto.

La chica miró como Luzbel curaba a su madre, y fue un alivio pero no dejó que el pelirrojo la alejase en esos momentos. Seguía regalándole esa mirada y poco a poco se acercó a él.

Tanto Luzbel como yo estábamos intrigados por lo que planeaba hacer.

—No quiero hacerte daño —dijo el pelirrojo. Dió unos pasos hacia atrás y ella lo siguió

—No lo harás... déjame tocarte —extendió la mano hacia su rostro y el chico la detuvo sujetándola de la muñeca.

Al ver que no la dañaba todos estaban perplejos. Excepto la chica.

—¿Cómo? —el pelirrojo dejó la pregunta en el aire.

—Tú decides... esto no te controla a ti —afirmó la chica—, fue un accidente, ¿okay?

—Lo lamentó, Anna. Yo no quería hacerlo —dijo aquél chico que estaba nervioso y asustado.

Lizzie miró a Luzbel y apretó las manos de su mejor amigo, regalándole una mueca.

—Déjenos solos, por favor —pidió la chica que al parecer sabía más cosas de las que comentó.

Nadie dijo nada pero sabíamos a quién se refería.

La madre de la chica se llevó al pelirrojo a la cocina y yo los seguí. Sé que era raro de mi parte pero lo felicité por lo que acababa de hacer, había más poder en él del que alguna vez haya visto en un mitad mortal.

—Bien hecho, pelirrojo.

Él sonrió y asintió dando un ligero vistazo a la sala.

La chica y Luzbel estaban en aquella sala de estar.

—¿De qué necesitas hablar? —cuestionó Luzbel un poco temeroso.

—¡Déjame! —eso me tomó de sorpresa—. Ve a tu reino y sigue con tu eterna existencia. Olvídate de mí y de lo que quieres conmigo... sólo así dejarán vivamos con tranquilidad.

La manera en que se refería a él era tosca.

—No digas eso —pidió Luzbel—. Tú me perteneces, y no quiero que eso cambie.

La chica hizo una mueca de ironía.

—Si te pertenezco entonces tómame ahora, pero si no lo harás es mejor que te marches... no quiero seguir poniendo en peligro a las personas que amo —dijo la chica. Miró a su madre y a aquél chico pelirrojo que la abrazaba y besaba por todo el rostro.

Al mirar a Luzbel él seguía perplejo por lo que le pedía.

—No puedo hacerlo, quiero que una alma como la tuya viva... quiero que... —lo frenó de inmediato.

—Tenga lo que tú no tuviste. Lo tendré, sólo debes dejarme ir.

Era tan fría que parecía ser alguien más al salir de allí.

—No lo entiendes, ellos te mintieron —dijo enfurecido.

—No me mintieron, me mostraron la verdad y sólo estás aquí esperando por mí. Soy un simple experimento y en el proceso le robas la oportunidad a los demás, y todo para no hacer lo que debías hacer... ¡Matarme! —dijo aquella chica, siendo imponente.

El semblante oscuro de Luzbel apareció.

—¡Cierra la boca, no sabes lo que dices...!, eres mi obsequio y te quiero tener como eso, no quiero tomar tu vida, no así. —suspiró tratando de acariciar sus mejillas—. Te quiero a ti.

Traté de no esbozar una sonrisa al escucharlo ser sincero y vulnerable.

—Pero si no lo haces ellos se encargarán de obligarte —dijo la chica a regaña dientes.

Había algo en ella, no se sentía real. No me daba confianza nada de lo que decía, no era ella.

—¿Qué más me podrían quitar? —dijo con ironía.

Los ojos de mi hermano parecías cristalizarse, pero quizá fue una ilusión.

—Tú lo sabes, no permitas que se lleven todo lo bueno que tienes... —la frenó al instante.

Tomó sus brazos.

—¡Tú eres todo lo bueno que tengo! ¡Así que no me pidas que te deje porque definitivamente no es una opción!

—¿Qué es lo que realmente quieres? ¿Por qué estás aquí? —cuestionó aquella chica. Parecía molesta.

Luzbel la soltó con una mirada de indignación.

—¿De qué hablas? ¡Tú me llamaste...! Pediste ayuda y vine aquí. ¡Por ti!

—¡Yo jamás te llamé! —gritó en voz baja.

—Veo que no lo recuerdas. —estabas llorando, implorando por ayuda, y sabía que era el momento de venir por ti —dijo con una mirada fulminante.

—No pedí de tu ayuda, ¡no pedí la tuya! —dijo sin pensar.

Eso me hizo sentir algo de lástima por mi hermano. La mujer y el chico no se daban cuenta, no como yo.

—Pues él no iba a responderte... ¡JAMÁS!

Su respiración era agitada y parecía imponente ante la chica, como si lo hubiese decepcionado. Sabía cuánto odiaba ese tema, pero más que denegaran de él. Cómo si no fuese importante.

—Luzbel... ¡No! —ordené.

El pelirrojo se quedó con la madre de la chica que estaba queriendo ir al rescate pero al ver su insistencia tuve que dormirla. La tomé por los brazos.

El pelirrojo se dirigía a la sala pero intervine.

—Es algo que tú también debes saber —susurré.

—¿Quieres saber porque nadie más vino a ayudarte? ¿Recuerdas el día, Orfeo? —dijo sin mirarme—. El día que lloro desconsoladamente por perder a su gata, porque era lo último que habían hecho sus padres por ella. Es irónico porque yo... —Lo frené de inmediato.

—Luzbel... —Traté de frenarlo.

—¿Por qué te llamaría yo a ti? —replicó la chica.

—¡Porque esté es mi reino! —extendió los brazos en muestra de que le pertenecía—. ¡Y no vas a la iglesia a rezarle a nadie más, que no sea a mí!

Estaba furioso, y eso era atemorizante ahora mismo.

Traté detenerlo pero sabía que no podía intervenir en su reino, no de esa manera.

—¿Qué tiene que ver eso? ¿De qué hablas? —Me miró a mí como si fuese a darle una respuesta. Parecía confundida.

Lo siento, pequeña soñadora.

—Tenía la esperanza de que tú valieses haber... —lo frenó de inmediato.

—¿Haber qué? —preguntó ella de una manera desposta.

Al mirar a Luzbel me quedé sin ideas, no quería interponerme entre sus asuntos pero no podía confesar a mortales lo que pasaba, no podía pero al final, ¿quién puede dominar al diablo?.

—Tú y tu alma me trajeron aquí —comenzó a hablar, parecía apacible—, pero para emparentar contigo tuve que hacerlo, mis alas fueron la garantía que tuve que dar, debía convencerlos de que no eras un problema, que no serías como yo. Pero tú me necesitabas y como eres un enigma no podía saber en que momento decidirías quitarte la vida, y no permitiría que hicieras eso. Al parecer la muerte es la solución para el 90% de los adolescentes. —trataba de explicarle lo mucho que significaba para él pero, ¿cómo podría explicar algo que jamás había sentido?

—Agradezco que hayas venido, pero yo no te pedí ayuda, y jamás lo hubiese hecho si supiera que pasaría esto... —la frase se quedó en el aire.

Luzbel parecía tenso, se alejó de ella con una mirada apagada, su semblante se torno frío, su cabello parecía más oscuro platinado al igual que su rostro.

—Si lo que quieres es que te deje... lo haré. Y cuando algo malo pase, ¡no estaré allí para revivir a nadie que te importe! —. Desvío su mirada al pelirrojo, aclaró la garganta para que sus palabras retumbaran en sus tímpanos.— ¡No estoy aquí como castigo si es lo que piensas, o quizá lo es! Pero fue mi decisión ver a la humanidad tal cuál es. ¡YO SOY EL REY DEL INFRAMUNDO, Y GOBIERNO EL SUELO DONDE ESTÁS PARADA! Quiero que estés tranquila porque cuando mueras no irás al infierno... —la chica estaba perpleja pero al oír eso su cuerpo tenso, el mío que se siente al hablar con a Luzbel, ella lo reflejaba en sus ojos.— Ya estás en el.

Su voz había retumbando por todo el lugar, literalmente me dolían los tímpanos, la chica parecía temblar pero quiso permanecer firme. Incluso Isaac estaba perplejo pero a diferencia, él ya lo sabía, porque es una ventaja de ser Hellhound. Nadie podía decir nada, incluso muy en el fondo estábamos del lado de Luzbel.

—¡LUZBEL! —traté de no exaltarme—. No debiste hacerlo, está prohibido revelar la verdad a mundanos.

Me miró al instante y esbozó una sonrisa.

Me acerqué a él para interponerme, entre ambos.

—Lo sabes, ¿no? —irónico, dejándome un mar de recuerdos. Se dió la vuelta para ir a la salida.

—Luzbel, esto traerá consecuencias.

Lizzie engancho su brazo al mío, tratando de buscar respuestas.

—¿Morfeo? —susurró la chica.

—Debo irme —tomé su rostro para tratar de tranquilizarla—, pero estarán bien —. Salí detrás de Luzbel en busca de que no se sucediera algo desagradable.

Noté que Isaac corría a los brazos de Lizzie que casi caía sobre sus rodillas. Luzbel le había dado miedo, pavor. Ese que todos sienten al conocerlo, lo raro es que ella ya lo conocía.

Al cruzar la puerta lo que mis ojos vieron fue a aquél ser mítico que descendió de la perfección y pureza, la esperanza y la bondad, lo vi convertirse en todo lo que más aborrecía pero como todo lo perfecto; busca más.

»La noche se tornó rojo escarlata, había truenos y rayos cayendo al bosque, era su gran entrada al inframundo. Jamás había visto algo parecido después de su caída. La carretera se partió en dos, tal cuál terremoto y de ella provenía fuego infernal.

Sabía a la perfección que no sería bueno lo que vendría; pues al abrirse la tierra, y tornarse el cielo escarlata, retumbarían los truenos, haciendo que cada persona que conociera sobre tal mito, supiese que el momento en que caminaría sobre la tierra había llegado.

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