Diciembre está taciturno,          tristemente deprimido,
guardando ya en la maleta
los zapatos y el abrigo.

Se va de aquí a casi nada
de tiempo, se va indistinto,
una vez rice la noche
los cabellos al domingo.

No te apenes hoy, diciembre,
que mañana serás brillo
en las altas torres grises
donde cantan los autillos.

Donde tengo el corazón
al trato de lo sencillo,
abierto como una piña
para todos mis espíritus.

Te vas para no tener
el tormento del mendigo
sobre cartones delgados
en las aceras tendido.

Para no ver a los peces
de oro y plata sorprendidos,
escapándose del Ebro
y ocultándose en el Nilo.

Para no ser el culpable
del estridente ruido,
que las lágrimas les hacen
en el rostro a los vencidos.

Así pues, ya que te vas,
tan tristón y tan dolido,
llévate la ausencia larga
de los que tanto han sufrido.

Ábrete como la tierra
al grano se abre del trigo,
cuando le parte los huesos
el arado con sus filos.

Que te queda poco tiempo,
que te quedan dos suspiros,
para clavar las rodillas
en los ojos del olvido.

Y creciente está la luna
y caoba vierte un vino,
con estrellas que relucen
en las copas de los pinos.

Ábrete por un instante
como suele abrirse el lirio,
tembloroso de su tallo
y feliz de su martirio.

Que teniendo aún la vida,
aunque llores mortecino,
todavía crujen los huesos
de los muertos y los vivos.

Y tenemos por vivir
un adiós, un pan y un vino,
y un abrazo entre los dos
con el corazón en vilo.

Diciembre, despídete,
vete alegre y convencido;
de que pronto volverás
al dolor de tu destino.