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Extra II

Astor
Ochenta años antes.

Mis tropas no cederán
Líder de tropas del reino Amauli
Riku de Amos


El pergamino se arruga entre mis dedos y lo dejo caer sobre la tierra húmeda. El aire se siente denso y de las hojas de los árboles se deslizan las gotas de lluvia. Mi respiración coincide con el ritmo tranquilo de la llovizna y a mí paso las flores abren sus pétalos.

En cualquier otra ocasión, este lugar sería un terreno lleno de paz. Ahora, la sangre se mezcla con la tierra y forma charcos a mí paso. Con la mirada enfurecida, me encuentro con el campamento que se ha establecido en el único territorio que he tomado como mío en la tierra y que ha sido profanado por un humano terco e increíblemente insensato.

Los humanos han pasado décadas destruyendo lo que creo. Mi tierra, mis árboles, mi fauna y la abundancia de la misma que regalo. Les doy agua y ellos la ensucian, les doy árboles y ellos los diezman, les doy presas y vegetales pero ellos cazan a mis animales por diversión y no por supervivencia y descuidan el suelo de la tierra.

He decidido que este lugar es mío y ningún humano puede pisarlo. Las especies se conservan aquí, los ríos corren embravecidos y el aire se mantiene puro. Los árboles se mecen y la flora brilla.

O lo hacía, hasta que un maldito insensato se atrevió a pasar mi frontera e irrumpir con su tropa. Ahora que estoy frente a frente el campamento, no son solo soldados los que se resguardan aquí. Veo niños y mujeres correr a esconderse cuando ven mis alas.

He enviado servidores aquí y regresan a mi templo con la vista en el suelo. Mi templo, que está al otro lado de este territorio y que es lo único sobre lo que tengo control ahora. Riku ha ganado territorio rápidamente y donde establece su poder, no deja que otro intente arrebatarle. Me cansé del juego y de las cartas.

Establecí mis condiciones, los dejaba vivir y se iban o se quedaban y afrontaban las consecuencias. Para ser un estratega, es un hombre estúpido. Humanos, todos iguales. Supuse que todos pensarían que enfrentarse a un Dios era la muerte. Desafiarme, eso es una falta de respeto sublime.

Mi camino hacia la carpa más grande casi se ve interrumpido por los soldados que la resguardan pero con un movimiento de mi mano la tierra bajo sus pies se mueve y los empuja lejos de mi. Mi mirada no se dirige a ellos y tomo uno de los bordes de la entrada para abrirlo.

Tengo que detenerme un segundo, porque mis sentidos se sienten abrumados por un momento. Una sensación aplastante se asienta sobre mi y un olor intenso llega a mi nariz. Adictivo, como el poder que fluye de la magia.

Antes de que pueda reaccionar, una daga está puesta sobre mi cuello y un hombre grande y corpulento como un Dios me mira a los ojos con desconfianza. Lo observo, desde sus rasgados ojos negros hasta su armadura llena de medallas. Su cabello negro está recogido en un moño en la nuca y tiene un pequeño corte en el labio. Aunque no debería prestarle atención a eso.

Por eso, una sonrisa amenazante se abre paso en mis labios.

—Nunca es bueno amenazar a un Dios furioso.

Riku da un paso atrás y su mirada cautelosa se dirige a mis espaldas. Supongo que por la abertura que aún dejo ver, se está asegurando de que no haya diezmado a su pequeño pueblo. Es de conocimiento público que tengo una debilidad por los niños humanos y protego sus vidas y bendigo su gestación con un ambiente próspero para la madre.

Eso no significa que puede tomar a mujeres y niños para que mi justicia no caiga sobre él. Lo mataré y enviaré a los demás seguros y lejos de aquí. Creyeron que retrocederia y abandonaría mis aposentos en la tierra y que sería como mis hermanos y aceptaría convivir con humanos durante el descenso divino.

—Empieza a suplicar y tal vez solo te deje sin una mano —Mis ojos se dirigen a los dedos que sostienen el arma en mi garganta y suben por su pecho protegido, por su mandíbula apretada y llegan a sus ojos encendidos.

—No me arrodillare por un Dios al que no le prometí lealtad.

Algo se retuerce dentro de mí ante la mención de su juramento a mi hermana Destino. Mis dientes chocan y me guardo el gruñido cuando el olor enloquecedor vuelve a sacudirme desde adentro.

Con un movimiento, mis alas se abren y el viento empuja a Riku lejos con brutalidad. Cae sobre su espalda, aún sosteniendo la daga. Chasqueo la lengua y presiono mi pie en su estómago. Nos miramos a los ojos y le sonrío ampliamente.

—Fuí claro con lo que quería —Mi sonrisa se borra —. Fuera de mi territorio.

Su expresión se suaviza un momento y de sus labios escapa un suspiro que se parece mucho a la rendición.

—Nuestra tierra ha sido arrasada por la Diosa Galilea en venganza al rey. Me ha dejado llevarme a las mujeres y a los hombres honorables. Todos los demás están muertos. —Traga saliva —. Este es el lugar más cercano, a cuatro semanas de nuestra tierra natal. Si continúo, algunas de las mujeres embarazadas no resistirán. Necesitan refugio.

Mis dientes chocan.

—Este no es un refugio y Galilea debió brindarles uno a las mujeres.

Los ojos intensos del líder se fijan en mi bota antes de mirarme con rabia.

—En sus templos solo son aceptadas mujeres y ellas no se irían sin sus esposos e hijos adultos. Ella les dió una elección y confiaron en qué yo las llevaría a un lugar seguro.

—Solo los trajiste a la muerte.

Él tiene el atrevimiento de sonreírme.

—No los matarás.

Mi rostro se convierte en una mueca de incredulidad y una risa sarcástica está a punto de escaparse cuando el bastardo entierra su daga en mi muslo y fuerza su cuerpo sobre el mío. El repentino movimiento me envía al piso y él entierra su rodilla en mi estómago mientras me sostiene las manos.

—Ahora ni siquiera arrastrándote te dejaré vivir —escupo con ira.

—No planeo morir sin luchar.

Mi magia rompe el aire con filosos destellos esmeraldas y espero a que lo rodee, que lo envuelvan y lo arrastren a la miseria. Sin embargo, cuando eso no pasa y mi  mirada permanece fija en el hombre sobre mí, soy capaz de aceptar que algo está sucediendo.

Extiendo la magia más allá, hacia los hilos que me atan a la existencia. Mi hilo con la tierra y mi magia permanece intacto y lo que me ata al equilibrio también. Pero en alguna parte, otro hilo tenue se desvanece entre la magia.

Mis ojos, que en algún momento cerré, se abren de golpe. Mis iris llenos de magia se encuentran con mi atadura, que permanece confundido sobre mí. Más allá, escucho el trino de un ave familiar. Maldita destino.

—Carajo.

Mis alas se abren, el aire se mueve y me deshago del agarre en una de mis muñecas para ahuecar con brusquedad la mandíbula del líder. Lo miro a los ojos y cuando estos destellan en un desafío lleno de magia esmeralda, me maldigo.

Antes de que pueda moverse, mi magia se agita y nos empujo a un nuevo plano espiritual lejos de la tierra. Aterrizamos sobre un suelo suave y escucho como su cuerpo choca antes de empujar su daga fuera de su mano y atarlo a la tierra con mis enredaderas.

Una de mis palmas se estrella en el suelo a un lado de su cabeza mientras la otra le envuelve la garganta. Con el pecho agitado y el maldito olor matándome, me inclino sobre su cuerpo.

—Tengo un trato para ti —digo desesperado.

Riku me observa confundido, con la amenaza y la cautela velada en su mirada.

—Te daré el territorio, los dejaré quedarse, los bendeciré.

—¿A cambio de qué?

—Dejame besarte.

Su expresión se desencaja, sus dientes chocan entre sí y está a punto de escupirme, lo sé. Pero entonces, sus ojos bajan a mis labios y traga saliva.

—¿Cómo sé que no estás jugando?

—No puedo mentirle a mi atadura.

Lentamente, la compresión va cruzando su mirada. Este gran hombre no lucha con sus ataduras, solo permanece en un silencio matador. Espero impaciente. Siento que ha pasado una eternidad cuando asiente.

Me lanzo sobre él, empujando mis labios contra los suyos. Me muerde el inferior en protesta por la brutalidad y jadeo en su boca. Dejo que su lengua trace un dulce  camino por mi labio antes de que se sumerja por completo en el beso.

Alzo la mano y las ataduras se sueltan. Con una mano en su cuello, empujo la otra en su cabello y lo manejo a mi antojo. Me sumerjo, acaparo toda su atención y me deleito. Siento el cuerpo en llamas, la magia quemándome desde adentro. Tengo la mente nublada pero sé que coger con este hombre me arruinará para la eternidad.

Cuando envuelve sus piernas en mi cintura y fuerza su lengua en mi boca, sé que no me recuperaré. Le daré las tierras, le daré la abundancia, le daré lo que quiera si vuelve a gemir debajo de mi.

Estoy desesperado, estoy impaciente. Tomo sus muslos y lo froto sobre mi. Mi armadura choca con la suya y una gota de sudor baja por el puente de mi nariz y cae sobre la comisura de su labio. Riku la siente y despega su boca de la mía para lamerla.

Me mira fijamente y lo siguiente que sé es que está sobre mis caderas y una daga me presiona la garganta.

—No juegues conmigo, maldito Dios de la abundancia.

Mis caderas se inclinan y mi excitación se siente pesada. Estoy fuera de mí, nunca había necesitado tanto algo. Mierda, maldita existencia. Mi hilo tira con fuerza y necesito fusionarme con este hombre eternamente.

—No soy yo quién está jugando.

Un destello de lujuria llena sus ojos y su otra mano se desliza por la cintura de mis pantalones, sus dedos rozan la cinturilla antes de apretar sobre la tela. Gimo, torturado.

—¿Cómo sabes que soy tu atadura?

Sonrío.

—Nunca había querido tanto cogerme a un hombre.

Riku me lanza una mirada molesta.

—¿Y si solo eres un Dios degenerado?

—Ese es mi hermano mayor. Normalmente no me excita ser irrespetado.

Juro que sus ojos se ponen en blanco y estoy a punto de suplicar cuando su mano se aparta de mi erección, pero rápidamente me trago las palabras cuando empieza a quitarse ágilmente la armadura.

—Me estoy quemando —susurra.

—Carajo, solo bésame.

Él se inclina y su daga afilada hace un pequeño corte. Sus caderas se frotan con las mías y no evito el gemido torturado. Su boca se estira en una sonrisa.

—Mienteme y te haré arrepentirte de haber jugado conmigo.

—Como me gustaría empezar a jugar —me lamo los labios.

—Prometelo sellandolo en la magia y haré más que besarte.

No lo dudo un segundo. Mi mano se levanta y uno de mis dedos se arrastra por la daga en mi cuello. La sangre se escurre y la arrastro sobre los labios de Riku. La magia palpita y sonrío.

—Con mi sangre celestial en tu piel, juro lealtad y cumpliré mis promesas a ti por la eternidad.

Nuestro hilo se tensa y sé que puede sentirlo. No me importa el juramento de magia menor. No me importa mi territorio en la tierra. Ahora todo lo que quiero está sobre mí.

Riku se inclina y sus labios manchados cubren los míos. Sellando nuestra unión por la eternidad.

"Tras una disputa que duró tan solo veinticuatro días y la desaparición del general durante quince más, el territorio antes inhabitado por humanos perteneciente al Dios Astor pasó a ser hogar del pueblo de Amauli. Perses, ilustrador de la época, nos habla a través de su arte sobre la pasión que le profesaba este Dios al general de tropas Riku de Amauli. Cada mes seis se celebra el amor y la pasión libre en las tierras de Amauli en honor a esta pareja divina"

Extracto del libro "Como ama un Dios" de la escritora Emilia Galeas.


***

Nota de autora: En honor al mes del orgullo, te traigo a una de mis parejas favoritas. Una pareja que en el universo de este libro perduró hasta la eternidad.

En una sociedad mucho más moderna, la mitología de estos Dioses es estudiada arduamente y se escribe sobre ella. Quizás, en un futuro, alguno de mis libros lo mencione.

Gracias por leer, feliz mes del orgullo. Recuerda que el amor es apreciado en todas sus formas y que ser feliz debería ser una prioridad sobre cualquier prejuicio.

Te deseo mucho amor.

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