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Epílogo

Atenas


El collar en mi pecho se siente frío, los dijes resbalando en mi piel sudada. Cassio pasa sus dedos por mi sien y besa delicadamente mis rizos. Con la respiración errática, emito el siguiente alarido. Mi compañero hace una mueca de dolor y vierte aún más de su magia en la habitación.

Mirilia coloca sus palmas en mis rodillas y echa una mirada hacia su hermano. Con los ojos entornados, ella me da una suave palmada y me sonríe. Está Diosa es la criatura más adecuada que puede haber para este deber. Ha asistido a partos desde que la humanidad fué creada y si Cassio se vuelve loco, ella le dará sentido con una buena paliza.

No presto atención a los hilos que se filtran en las paredes ni a la magia ajena que me envuelve. Los otros Dioses esperan afuera, suministrando de su propia magia para ayudar. Ilias, que lleva literalmente el peso del mundo en sus hombros, tiene una vibra errática y preocupada.

Me preocupo por él. Lo considero un hermano. De hecho, considero hermanos a todos estos Dioses. Algunos días son más duros que otros y es mi trabajo señalar sus errores. Aún así, son considerados y están comprometidos con sus roles. Ilias, sin embargo, es el más exigente consigo mismo y sé que mientras se pasea allá afuera tiene miedo. Miedo a perder a alguien más.

No es muy dado con los demás Dioses y es reservado pero feroz en su rol. Ha demostrado ser bueno pero está más perdido que nunca. Creo que tiene que ver con la responsabilidad que siente con Saili, de dedicar su vida a hacerle homenaje. Poco a poco, Ilias olvida que él también importa. Las cosas cambiarán pronto.

—Uno más, pequeña Diosa.

Con un grito, pujo tan fuerte que el dolor parece doblarme. Los alrededores tiemblan con mi magia y dejo que mi cabeza caiga contra el antebrazo de Cassio.

Hay un segundo de silencio, uno tan aterrador que traspasa mi dolor. En mi horror, contemplo nuestros mayores miedos. Que este semidios no puede ser posible, que dos Dioses tan distintos no puedan concebir y que tendré que vivir con el peso de haber tenido este niño por tanto tiempo y jamás conocerlo.

Es entonces cuando mi pareja me mira y sus ojos están brillantes. Su sonrisa me llena de alivio. Él reparte besos por mi rostro lleno de sudor y siento su alivio a través del lazo.

—Una niña —anuncia.

—Olimpia —susurro.

La niña es envuelta y dejada suavemente en los brazos de su padre. Cassio la acuna entre sus enormes brazos y la apoya en su pecho. Ella parece diminuta, tan grande como su palma. Ha dejado de llorar, pequeños hipos salen de sus pequeños labios.

Vuelvo mi vista a Mirilia y asiento. Mi siguiente grito es atronador, la magia sacude las paredes. El dolor es instantáneo, así como el alivio que le sigue. Exhausta, escucho los gritos de mi hijo.

—Un niño —Mirilia dice lo que ya sabía.

—Nerón —le dice Cassio.

Ella envuelve al bebé y lo deja en mi pecho. El pequeño para sus sollozos una vez que lo abrazo. Acaricio sus mejillas con mi dedo, su pequeña nariz y su cabello púrpura. Siento su hilo entre miles, así como el de Olimpia. Ambos son fuertes y podría encontrarlos aún en el final del mundo.

Mirilia se levanta después de limpiarme. Me cubre con mantas limpias y echa en un canasto las sucias. Va hacia una esquina de la habitación y toma agua para limpiarse las manos. Cuando termina, pone los ojos en blanco.

—Pueden entrar, Astor.

Tan pronto como lo dice, el Dios de la abundancia empuja la puerta y se lanza hacia nosotros. Su sonrisa es inmensa cuando se inclina sobre Cassio para mirar a Olimpia con sorpresa. Con un gesto, él toca su pequeña frente. De inmediato, su magia resplandece antes de apagarse.

—¿Qué haces? —susurra Cassio con el ceño fruncido, alejándose de él con la niña.

—Le estoy otorgando mi bendición.

Receloso, mi pareja se acerca de nuevo. Astor se gira para hacer lo mismo con Nerón, mirándome con asombro.

—Pensé que estabas muriendo —dice con pánico.

—Se sentía como morir —Sonrio —. Otra vez.

—Nada gracioso, niña —Riku interrumpe, pasando sus dedos callosos por la mejilla del bebé.

Nerón emite un quejido y abre los ojos. El gris en sus pupilas es tan idéntico al de su padre que me quedo maravillada un segundo. Él observa a Riku antes de mirarme. Si tuviera un alma, este niño podría verla. Su mirada es intensa y aunque su magia es débil, se que será un Dios brutal.

Él detiene su mirada cuando Cassio se acerca con su hermana. Suavemente, ambos bebés son colocados en mi pecho y mi pareja se sienta a mi lado. Cassio sostiene mi espalda con sus grandes palmas y me acaricia con movimientos lentos. Le sonrío y descanso mi mejilla en su hombro.

Es entonces cuando Ilias entra y los demás le hacen espacio. El gran Dios esconde sus alas y es tan silencioso que si no estuviera viéndolo podría jurar que no está aquí. Él llega al pie de la cama y se inclina para ver a los bebés.

—Se parecen a ti —Es lo único que dice.

—¿Quieres tomarlos? —ofrezco.

Cassios se tensa pero le permite a otro hombre alzar a nuestro hijo. Ayudo a Ilias a sostenerlo y noto las sombras que se reúnen a sus pies por seguridad. La mirada feroz de mi pareja está puesta en las manos de Ilias.

Tan pronto como Nerón descansa en las manos de Ilias, este último lo observa fijamente. Detalla su nariz, sus mejillas y su cabello. Entonces, el pequeño bebé alza sus dedos y roza su mandíbula. Ilias se inclina aún más y la primera risa de la existencia de Nerón es en los brazos de un Dios que todos suponen que estaba maldito.

Maravillado, Ilias sonríe.

Entonces, soy arrojada a una visión. Parpadeo ante la ruinas que me envuelven. Mi bata ha sido reemplazada por mi pesada armadura y una daga descansa en mi mano. Dos personas permanecen de pie frente a mí, uno frente al otro.

Me acerco y veo el perfil de una mujer alta y de cabello negro, la magia brilla a su alrededor y sus alas púrpuras parecen listas para despegar. Frente a ella, un gran hombre imita su posición, alas negras en su espalda y cabello púrpura y rizado.

Mi respiración es rápida cuando los veo darse la mano. En ese instante, ambos giran hacia mí. Los ojos grises de Nerón me observan mientras sonríe con maldad y en los ojos púrpura de Olimpia se ve su resignación.

—Atenas.

Parpadeo, enfocando el rostro de Astor. Él parece un poco divertido, acostumbrado a que divague de vez en cuando. Le sonrío, esperando a que pregunte de nuevo.

—¿Sabes cuales son sus roles? —repite.

Miro a mis hijos, tan solo iniciando su existencia. Después, cuando mi mirada y la de Cassio conectan, sé que él comprende que algo ha pasado. Sin embargo, mi voz es tranquila cuando hablo.

—Les presento a la Diosa de la armonía —Mis ojos se dirigen a Nerón —. Y al Dios del Caos.




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