Capítulo veintitrés
Atenas
Estoy aquí de nuevo.
Los colores son apagados y sin vida, mi vestido blanco se derrama sobre la piedra, mi capa abrochada con fuerza en mi cuello. Un solo mechón de cabello sale de mi cabello trenzado y estropea mi perfecta apariencia.
Mi corazón se acelera inevitablemente cuando mis ojos se encuentran con unos negros llenos de satisfacción. Él avanza a grandes zancadas con una gran sonrisa en la boca. El oegullo llena sus facciones cuando me agarra del cabello y me arrastra detrás de sí.
En el camino, todos los demás servidores que nos encuentran sueltan pequeñas risas. Ninguno lo detiene, lo dejan tirar de mis trenzas hasta la sala de oración, dónde me arroja en el suelo con molestia.
—Atenas, pequeña niña, hoy quiero ver mi futuro —dice, inclinándose un poco para estar más cerca.
Me echo hacia atrás, con las rodillas raspando la piedra del templo. Él niega con la cabeza, como si la decepción lo ahogara. No entiende que ya he visto su destino a través de sus propios ojos, cuando me atreví a descansar.
—Criarte debió ser muy difícil para las mujeres del templo, eres insolente —Su gran mano me envuelve la garganta —. Tienes quince años, madura. Si digo que quiero algo, te inclinas y sirves.
Su agarre se vuelve asfixiante. Mi respiración se vuelve errática, y en contra de mi enseñanza, araño sus brazos con fuerza. A parte de un débil siseo, él no me suelta. Empiezo a perder la consciencia y ese hecho me asusta mucho más que matarlo, por lo que cedo y planto ambas manos en su antebrazo.
La visión se dispara al instante, sumiendolo en su trágico final. Me deja caer y el estrépito de mi cuerpo contra la piedra es tan fuerte en el silencio de la sala que hago una mueca. Sus párpados empiezan a ceder, sus gritos se elevan cada vez más. Cae de rodillas y se arrastra.
Empieza a ahogarse. Está debe ser la parte donde se quema vivo y empieza a atragantarse con el humo. Sus manos buscan desesperadamente una salida pero las puertas están cerradas con tablas, las ventanas también y su único escape es la muerte.
En el futuro, su muerte es tan horrenda como su alma. Su final es doloroso y desesperante. El destino le devolvió el sentimiento de cada una de sus víctimas, que lo acorralaron en su propiedad y lo quemaron vivo por crímenes que nadie quiso creer. El mayor error de este hombre fue subestimar a las sobrevivientes.
Lo observo, sabiendo exactamente cómo duele. Como es vivirlo en carne propia. Solo que a diferencia de mí, él no despertará antes de que su corazón se detenga para siempre. Su cuerpo pierde fuerzas y se derrumba.
Por un instante, todo lo que puedo hacer es mirar. El está muerto por experimentar su futuro, uno que ya no pasará. Esas mujeres no serán sus víctimas, todos sus destinos han cambiado.
Lágrimas ruedan por mis mejillas, mirando los ojos vacíos del cadáver. Quisiera correr a los brazos de las mujeres que me criaron, dulces ancianas que me quisieron. Las únicas madres que conocí. Tengo prohibida cada una de esas cosas.
Me levanto, caminando por la sala. Mis ojos dejan el cadáver para mirar el resto de la habitación. Las llamas envuelven las paredes, se acercan rápidamente. Empiezo a retroceder, frenética.
Empiezo a respirar rápido, tocando mis brazos y mejillas. Es una visión, me repito. Las llamas empiezan a alcanzarme. Es una visión. Empiezo a quemarme, mis ropas envueltas hasta empezar con mi piel.
—Es una visión —digo en voz alta, con el pecho agitado.
Cuando el dolor me escala, sé que es real. Es real, es real. No están jugando con mi mente. Cierro los ojos y contengo la respiración.
—Esto es tan jodidamente triste.
Alzo la mirada, centrando mi atención en Ilias. Me sonríe, detallando ahora mis facciones más adultas. Trato de controlar mi respiración y mi corazón.
—¿Es necesario hacer esto antes de aparecer? —pregunto.
—Dios de las pesadillas, el maldito de la divinidad —Se encoge de hombres —. No lo controlo, cariño.
Me dejo caer en el suelo, está vez en una habitación vacía. Cruzo mis piernas y espero hasta que Ilias se deje caer a mi lado.
—Es curioso —dice.
—¿Qué cosa?
—Que seas tú peor pesadilla.
Ladeo la cabeza, sin responder. Ilias guarda silencio, como la última vez. Su armadura dorada es reluciente, sus ojos vacíos tranquilos. He encontrado al Dios de las pesadillas extrañamente amable, si sobrevives a tu peor pesadilla cada vez que aparece.
—Es casi el día.
Asiento.
—Destino encontró la forma —Empieza y se detiene un segundo cuando me tenso —. Fué bastante meticulosa.
—¿Tanaias está con su hija, entonces? —pregunto en cambio.
—En camino, cumplió con todos sus tratos.
Hago un ruido para que sepa que estoy prestando atención. Mis dedos ruedan en el anillo de mi mano, mi promesa. Echo la cabeza hacia atrás y tomo una gran respiración.
—¿Cuál es la forma?
Siento la mirada de Ilias un segundo antes de que sus palabras se proyecten con claridad.
—La traición. Así inició esta red de mentiras y así se acaba. —Empieza a levantarse — Traicionalo y rompe el vínculo.
—¿No es todo esto traición?
Giro la cabeza para mirarlo. Ilias invoca a uno de sus extraños ángeles, que trae consigo una caja de madera. La deja en las manos del Dios antes de desaparecer y este se acerca a mi. La abre para dejarme ver una daga de plata.
—Esto no es traición, Atenas. Esto es salvación —inclina la cabeza hacia la daga —. Cassio necesita sentir la traición para que funcione.
—No puedo revelar la verdad aún.
—No hablo de eso. —Saca la daga y me la entrega — El hilo va de su pecho al tuyo, porque eres su alma. Clavala justo ahí.
Trago saliva.
—¿Y después?
—Cumplo mi parte del trato.
†††
—Cassio.
El amor es una de las emociones más complejas con las que he tratado a lo largo de los años. Puede ser hermosa o devastadora, simple o complicada. Eterna o fugaz. Pero nunca es fácil, jamás se desarrolla de una manera en la que no pierdas algo de ti mismo. A veces, incluso, pierdes mucho más de lo que estás dispuesto a dar.
Entonces, me pregunto si amar es la cosa más estúpida que puede hacer un ser humano. Me pregunto si con la posibilidad de amar viene la certeza de sufrir. Veo ante mis ojos a las personas que he visto amar a lo largo de mi vida, todas ellas terminaron mal. Me pregunto cómo cruzaron esa línea.
La línea entre ser libre y perderte a ti mismo.
Sin embargo, al levantar la mirada para verlo devolverme la atención con los ojos entornados, me doy cuenta de que sé exactamente cómo pasar esa línea. Aunque nunca he sido libre, estoy a punto de perderme. Perderme en la sensación abrumadora que me asalta entera, perderme en mi estupidez humana, en la locura.
Perderme en él.
Me pregunto si estaba destinada a esto, como lo han estado todas las mujeres antes de mi. Me pregunto si es así como terminan las historias de amor: con la mirada de quién amas llena de traición y tú pecho ardiendo de dolor.
Me pregunto si siempre termina con tu mano empuñando una daga.
La daga se clava en su pecho y el dolor en mi corazón es abrumador. A nuestro alrededor no se escucha nada más. Soy consciente de los Dioses que se precipitan a mi para apartarme.
Cassio cae de rodillas y las lágrimas inundan mi visión. Hemos ganado, sé que lo hemos hecho. Pero cuando miro a un futuro inexistente, el precio parece demasiado grande. Pude haber amado a alguien, pude haber sido feliz.
—Perdoname.
Lo digo con sinceridad, con los ojos llenos de lágrimas. No importa si sé que esto era lo mejor, que estaba destinado a ser así. De repente, haber ocultando todo esto parece haber sido mi mayor error. Aunque estaba prohibido, aunque la humanidad y el mundo que conocemos se hubiese ido en un segundo, ahora me parece algo pequeño en comparación con este sentimiento.
—Cuida a las almas.
Mi cuerpo empieza a colapsar y es entonces cuando se que todo está hecho realmente. He roto el hilo que me ata a Cassio y por ende, romperé el que me ata a ella. Me derrumbo en el suelo y sé que algo más está pasando en esta realidad, pero ya no soy consciente de ello.
Por primera vez y realmente, soy libre. Sin magia, sin ataduras, sin propósitos o destinos que cumplir. Sin futuros que me persigan. Y aunque la libertad parece ser lo más dulce a saborear en el final, nada parece mejor que haber sentido el amor del hombre que me sostiene en sus brazos aún llenos de sangre.
Mis ojos se abren un segundo después, mi mirada se fija en un cielo lleno de estrellas. Sé que es imposible estar en la tierra de las almas, pues no tengo una. Entonces significa que estoy en el principio de todo.
Mi vínculo con Cassio se ha roto por lo tanto mi destino como humana ha terminado. Mi conciencia y mi humanidad están ahora atadas a la esencia divina que no me pertenece.
Y que pronto entregaré.
Alzo la mirada, mis ojos y los de Ilias encontrándose en medio del único plano espiritual que no fué creado por un Dios. El plano que hizo la existencia para conectar las esencias de los Dioses.
Estoy rodeada de figuras llenas de magia que rodean un mismo punto; el equilibrio. Todas estas figuras representan a los Dioses y cada una filtra de su esencia hacia la esfera del centro, que maneja toda esta magia para equilibrar el mundo terrenal y mágico.
Si una de estas figuras desaparece, uno de los hilos de magia que va a la esfera se rompe y altera el equilibrio. Seis figuras, seis Dioses.
Solo qué entre todos ellos, se halla una figura más pequeña, más apagada que las demás. Parece estar entrelazada con otra y Ilias la observa con una tristeza profunda. El hilo de magia de esta pequeña figura está desapareciendo y si lo hace por completo, todo estará perdido.
Vair ha solventado su inminente desaparición manteniendo viva su esencia aunque ella no lo esté. Absorbió su magia y la repartió, engañando al equilibrio. Creó a la humanidad pero la esencia divina sin Dios que la porte se desvanece.
Las almas se están pudriendo porque la esencia con las que fueron creados se está desvaneciendo, no queda casi nada. O solo quedo yo.
—Estar aquí es una tortura —dice Ilias.
—No eres quién va a desaparecer.
Él echa una mirada en mi dirección y por primera vez su sonrisa no es sarcástica y burlona. Solo triste.
—Esta nunca fué mi intención.
No me queda nada más que asentir con una pequeña sonrisa. Doy unos cuantos pasos hacia la fuente del equilibrio antes de girarme para ver a Ilias.
—Dile a Cassio que lo lamento.
Ilias asiente.
Supongo que esto es todo. Aquel final que ví en esa visión hace muchos años por fin se reproduce ante mis ojos. Hasta hace un par de días no sabía cómo llegaba a él ni por qué.
Me dejo caer de rodillas entre las dos figuras. Una de ellas es la esencia de Ilias y la pequeña que parece fusionarse a él es quién inició todo esto. La primera sacerdotisa, la primera mujer en ver el futuro.
La Diosa de los sueños y esperanzas.
Saili.
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