Capítulo doce
Cassio
Es el año mil quinientos después de mí descenso cuando escribo esto. Por primera vez en toda mi existencia, no soy yo quién condena un alma humana en un juicio divino.
Tanaias fué creado por destino para proteger el reino de Gerez. Un lugar dedicado a la meditación y al crecimiento humano, un reino entero de almas pacíficas y guiadas por el amor. Cuando un ejército en busca de conquista se precipitó a territorio sagrado, destino decidió crear un comandante con su arcilla y su magia.
Bendeci a este hombre con sabiduría y justicia, imploramos a Cassio un alma para él y se le dió por nombre Tanaias. Amé a este ser como si lo hubiese creado yo, creí en él y en la justa causa de su madre.
Pero hoy Tanaias me miró a los ojos mientras era juzgado por profanar a una princesa y abandonar el territorio sin aceptar su responsabilidad en un acto tan bárbaro como dejar a la deriva a una mujer y su propio hijo.
Gracias a mi amor por él no puedo dictar el juicio, Vair teme que manipule los hilos de mi magia a su favor. Se le ha enviado a un plano espiritual al que solo tiene acceso el dios de la magia y Cassio.
Hoy, Destino y yo hemos aprendido que no se puede jugar con la existencia pues el destino de los habitantes de Gerez no era ser protegidos por Destino y su hijo, era ser arrasados por sus pecados silenciosos hacia nuestra creadora.
Vair ahora controla lo único que Destino ha amado y todo es mi culpa. Destino jamás lo perdonará.
Yo jamás me perdonaré no haber sabido que todo Gerez era un nido de humanos que manipulaban la magia y corrompían sus votos de pureza una y otra vez.
Dejo caer el pergamino, que se desvanece antes de tocar el suelo. Mis ojos se dirigen inmediatamente a Atenas, que duerme en un sillón que he traído desde mi sala. No ha despertado desde la visión, la rodea una aura espesa de magia y su sueño es inquieto.
Tratar de despertarla sería inútil por lo que he optado por buscar soluciones. Mi sobrino, Tanaias, es mi salida más fácil por ahora. Para llegar a Destino, es importante llegar a Tanaias. Necesito descubrir por qué Vair querría casarse con Atenas y llevarla a los aposentos divinos cuando no es su atadura.
Un sentimiento que no quiero profundizar se agudiza en mi pecho, es parecido a la ira y me niego a reconocerlo como celos. Observo a la mujer del otro lado, un humano que puede ver fragmentos del futuro con un hilo de oro.
A estas alturas, Vair debe saber que Atenas ha escapado y no será difícil para él sacarle a Destino el paradero de mi alma. Para el descenso, Vair estará furioso. Quería a Atenas y ahora la tengo. Más que eso, estamos atados por la existencia, no hay vuelta atrás.
Divago en eso hasta que lo único que queda es la resignación. Si tengo que elegir, mis almas son la prioridad. Dejaré de existir antes que quedarme sentado y esperar el fin de la humanidad y con ello el mío.
Parecen pasar días cuando finalmente Atenas abre los ojos. Su respiración es agitada, sus labios están abiertos en grandes jadeos, como si el aire faltara en la habitación. Lucha con su entorno hasta que finalmente se relaja.
—¿Cuánto ha pasado? —pregunta.
Me levanto de mi trono, el suelo de piedra frío bajo mis pies descalzos. He decidido que mantener la armadura y mi vestimenta divina frente a Atenas es un intento inútil de sostener mi imagen de Dios. Sobre todo cuando un Dios ha sido el culpable de todo lo que vimos de su pasado.
Ella me mira cuando tomo un vaso de agua y lo acerco a sus labios. Toma grandes sorbos antes de apartar la cabeza. Tomo sus piernas y me dejo caer a su lado antes de dejar sus pies en mi regazo. Ignoro su escalofrío y la repentina tensión en mi cuerpo.
—Han pasado alrededor de quince horas humanas —murmuro —, aunque es difícil predecirlo en este plano.
Ella asiente, echando la cabeza hacia atrás. Sus mejillas han recuperado color y su cabello parece indomable sobre el cuero de mi sillón, que ha sido un regalo de un alma. Es una imagen tranquilizadora en comparación a su versión sangrienta y vulnerable.
—Tengo visiones desde hace algún tiempo —le digo con calma, observando su expresión confusa —, creo que se deben a ti.
Atenas abre mucho los ojos, su respiración se acelera. Echa un vistazo detrás de mí, desconectada por un segundo antes de volver a mirarme con seriedad.
—¿Qué clase de visiones?
Mis ojos recorren sus labios fruncidos y su mirada extraña. La pequeña humana está escondiendo algo, aún cuando no está en condiciones.
—Mi futuro en el día del descenso, un futuro realmente sangriento.
—Si tus visiones se deben a mí, puede que no sean exactas. Algunas no son reales, otras son pasado. No tienen sentido.
—Las sacerdotisas solo ven el futuro de los humanos.
Atenas sostiene mi mirada como si estuviera debatiendo algo antes de sentarse. Sostengo sus piernas con una mano y estiro el otro brazo para rodear su cintura. Su vista es desenfocada, como si una parte no estuviera aquí y es inestable por sus heridas todavía.
—Todas las mujeres antes de mi fueron sacerdotisas, todas predijeron el futuro de los guerreros con eficacia y evitaron desgracias devastadoras para el templo o dieron a conocer noticias esperanzadoras. —Traga saliva, su mano se dispara para tomarme del hombro —. Fui arrebatada de mi madre al nacer y criada como una sacerdotisa hasta los quince, cuando pude ver el futuro.
—¿Tan joven? —trazo patrones aleatorios en la piel de su pierna, ella suspira de forma inconsciente.
—Pudo haber sido antes. —Se encoge de hombros —. Predije la muerte de nuestro sacerdote, pero no fue así exactamente. Yo viví su muerte mientras él perecía. Estuve en su cuerpo, sentí la falta de aire y tomé sus últimos respiros. Cuando desperté, su corazón había dejado de latir. Ellos dijeron que era algo único.
» Me llevaron al templo, esperando que al tocar a los guerreros y los servidores pudiera ver sus futuros. Sentarme y tocarlos nunca funcionó, fueron los toques accidentales los que disparaban sus muertes.
Atenas deja caer su mano y la pasa por sus ojos en un respiro profundo antes de continuar.
—Algunos murieron, otros experimentaron sus muertes en visiones pero ninguno vio algo bueno. Los sacerdotes creyeron que estaba manipulando sus mentes para hacerlos miserables. Empezaron a castigarme por desobedecer.
—¿Y tú madre?
Su mirada es dura cuando se encuentra con la mía.
—Dijeron que tuvo una visión y murió mientras se desarrollaba pero creo que ellos lo hicieron. De todas formas, tras su muerte, ellos se volvieron más insistentes. Nunca pude predecir algo bueno, no había punto medio. O los veía muertos, o los llevaba a la ruina.
» Me castigaron cada vez, esperando que la siguiente fuese más amable pero empezaron a considerarme defectuosa al final y esperaban que diera un hijo que pudiera ser un buen sacerdote antes de deshacerse de mí.
Su voz es suave, como si estuviera hablando de algo sencillo y no de cómo todos esos bastardos planeaban asesinarla una vez la hicieran dar a luz. Toda una vida torturándola, todo ese tiempo llevándola al límite porque creían fervientemente que ella podía dar mejores resultados. Voy a hacer sus almas miserables.
—¿Por qué Vair querría casarse conmigo cuando ningún Dios escuchó las plegarias jamás? —pregunta más para sí misma que para mí.
—Reuniré a los Dioses y pediré su favor para juzgar a Vair por la ley divina. Si todos votan a mi favor, haré que Galilea lo condene y pediré a mis almas en una batalla justa.
—¿Para qué hacer el juicio si irás a batalla igual?
—Porque como condena, pediré que rompa nuestro vínculo y te deje ir.
—¿Qué pasa si gana el juicio?
—Voy a hacerte libre, Atenas. No importa qué.
Ella sonríe y el acto es tan desconcertante que me pongo rígido. Se inclina de modo que su frente reposa en mi hombro y suspira, como si mi seguridad fuese tonta. Como si no creyera que haré lo posible por hacerla libre de mi hermano.
Voy a cumplir esta promesa sin importar el costo.
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