
Capítulo 3
Más barriles y jarras de hidromiel circularon.
Más bailes que perdían el ritmo de los tambores y de otros instrumentos musicales.
Más parejas que se fugaban para tener su privacidad.
Más peleas de machos por estúpidos malentendidos.
Era como volver a la universidad, pero todo se vivía más intenso y la policia no cortaba el rollo.
Me abrumaba un poco cada cosa, aunque también deseaba probarlas. Y lo apreciaba en mi asiento de madera medio escondido del mundo. Miré de reojo a Seiren y suspiré con el codo apoyado en la rodilla.
Dios, cómo me aburría.
Volví a fijarme en mi acompañante. Era tan callado, tranquilo, puede que más que Malkolm... Para guardaespalda se le daba bien, a veces se me olvidaba que estaba a mi lado, pero de acompañante se llevaba la nota de suspense.
Seiren tenía pinturas como los del resto de su género, que recorrían los antebrazos y el pectoral. Los suyos estaban intactos. Una capa de tela oscura y de cuadros escocesa le cruzaba el cuerpo y lo dejaba caer el resto en un ancho cinturón.
—Seiren.
Pareció salir de una burbuja. Su mirada oscura navegó por la mía con cierta pereza.
—Ehhh... —Olvidé que iba a decir—. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y usted?
—Bien... Puedes tutearme.
Asintió un poco distraído. Y ya está. Qué conversación tan entretenida.
—Sé que no soy la mejor acompañante.
—Estoy cumpliendo mi deber —dijo en cambio.
Pero no negó que fuera una mala compañía. Intenté ignorarlo.
—Ya, pero... ¿No te aburres? ¿No quieres unirte al baile o...? —Dejé la mano suspendía buscando otra cosa por incluir, pero no había nada más a mi vista que no le dejara en una muy mala imagen.
Seiren me miró dos veces.
—Es mi deber estar aquí.
El aire de mi interior que componía frustración salió disparado en un suspiro.
Cómo costaba.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —pregunté, después de un rato pensando.
Por mi tono dedujo que era un tema especial. Consideré su gesto de cabeza como una afirmación.
—¿Qué dicen de mí la gente?
Seiren se rascó el lateral del cuello antes de mirarme con los labios torcidos.
—Pensé que no os importaba las habladurías.
—¿Quién te dijo eso?
—Da la impresión.
Le miré incrédula y me centré en mi vaso vacío.
—Pues me alegro que se me dé tan bien fingir que no me importa los demás —dije con un deje de sarcasmo.
Se creó un silencio entre ambos. Me distraje una vez más con las historias de personajes heroicos que compartían un hombre con barba a un pequeño grupo de personas. Había unos pocos niños, de otros clanes cercanos, evidentemente. En la fortaleza no los había. Qué que sus padres o tutores no los llevara como los otros al partir la madrugada. Se decían que eran sobreprotectores.
—Hay una cosa que estos días se ha rumoreado —dijo Seiren con voz rebajada.
Le presté toda mi atención, un poco intimidada por si tenía relación con mi embarazo.
—¿Qué rumores?
Seiren tenía una manía de rascarse el cuello cuando le hablaba, como un tic nervioso.
—Se habla que compartes cama con el líder y el portador.
Ah, bien.
Espera.
¿Cama? ¿Con Breyton y Malkolm?
Mordí mi labio porque estuve a punto de gritar o reírme como una loca. Había que calmarse y respirar como en las clases de yoga.
—Con "cama' quieres decir "sexo".
Se encogió de hombros.
—Sí.
«Respira, Sarah.»
Solté una risita.
—Yo... no... Por dios, no. Sólo estoy con Yoreg. ¿Por qué pensarían eso? ¿Es que no puede una chica tener confianza con un hombre porque da una idea equivocada?
Su mirada se apartó de la mía.
—La gente es así con las humanas.
Ah, con las humanas. Claro. Éramos el género y especie odiada.
Me dio la sospecha que Seiren era quien ponía en hecho ese rumor. Y no me corté un pelo en preguntárselo.
—¿Y tú piensas como ellos?
—Algo extraño ocurre entre ambos, y extraño no es acostarse con él... —reconoció suspicaz.
—¿Y qué es extraño? No lo entiendo.
—¿Por qué te importa lo que piense?
No le contesté, no sabría si era bueno hacerlo. Pero pareció olvidarse de que existía y eso me sacó de mis casillas.
—¿Es por Vivianne?
Entonces, tal y como yo esperaba, reaccionó. Con su tensa mirada, me exigió qué sabía de ella.
—Sé la historia de tu madre —confesé sin bajar la barbilla, aunque lo necesitaba, la situación era demasiado para mí—. Era humana como yo. Tuvo una relación con el anterior rey y... te tuvo a ti.
También esperaba que Seiren se enfrentara a mí por el atrevimiento de nombrar a su madre fallecida. Pero se levantó con los puños apretados. Me limité a observar cómo se marchaba sintiéndome miserable y así sin poder juzgar que dejara su puesto de guarda-espalda.
La piel se me erizó con una sensación de malestar. Por mi experiencia, podía deducir que mal revoloteaba en el ambiente y podía explotar en mi cara si no pillaba a tiempo. Una de las sacerdotisas de Alhadir estaba frente a la gran hoguera y pronto se unió la segunda. Ambas contrastaban como el día y la noche. Una rubia y piel clara, la otra, de cabello oscuro y piel ébano. Me preocupaba la ausencia de su jefe. ¿Estaría en un ritual? Alcé la vista al cielo. La luna estaba en termino de fase final. No podría haber más actos religiosos o eso me dijo Breyton, que estaría reunido con los jefes de los clanes. Traté de hallar a Alhadir, que no fue fácil porque lo confundía con otros hombres igual de altos, rubios y curiosamente algunos decidían vestir de negro.
Aquello era como buscar a Wally.
Rápidamente me orienté por el sonido de alguien que se aproxima, pero sin intentar pasar desapercibido. La tranquilidad pesa más en mi pecho cuando el desconocido era una mujer que un hombre. Ella tocaba a tientas el banco; se la notaba cansada y desorientada. No tenía la piel arrugada y manchada, pero sí otros rasgos de una anciana como el blanco del cabello y con falta de brillo y fuerza. Un vestido blanco rozaba la hierba y una capa gris protegía su espalda. El cuello le adornaba collares de cuencas de colores y un brazalete de oro en su muñeca. Un maquillaje recargado de polvo blanco y pintura azul en sus parpados y la figura de los pómulos. Y cuando pareció percatarse que el asiento lo compartía otra persona, comprendí que sufría de un problema de visión. Los ojos grises y sin pupilas, que daba una falsa sensación de fundirse con el blanco de las cuencas. Podría deberse a unas severas cataratas o por otra enfermedad visual.
—Pensé que no había nadie... —No tenía voz de una mujer mayor o enferma, al contrario.
—Puede estar tranquila que yo no la molestaré, como si no estuviera.
La mujer sonrió.
—Eres muy educada, y tienes una voz delicada.
—Gracias, igualmente.
—No tengo mucha vista, pero sí un excelente olfato que todos de aquí —dijo, estirando los labios al final de la frase y mi corazón dio un vuelco—. Azafrán, ¿cierto?
«Ay, qué susto, mujer.»
—Pues sí. ¿También la usa de colonia?
—Para rituales de purificación.
—Oh, muy bien... —exclamé suavemente como si la comprendiera.
—Mi nombre es Glenda, vengo del clan Montaña Blanca. ¿Y el tuyo?
Me reservé mi nombre, dudando de si era apropiado confesarlo y aprovecharme de su ceguera. Pensé en darle un nombre falso... pero me hizo sentirme mal de lo que estaba con Seiren.
—Lo siento, es que... no puedo decir mi nombre.
—¿Es por un maléficio? —bromeó.
—No... simplemente no puedo.
—¿Y el clan? ¿De cuál vienes?
—También no puedo decirlo.
—¿Y el tocaros la mano es posible? —La miré con cara rara y agregó, como si pudiera verla—: Es mi forma de conocer a la gente, ya que perdí la vista hace tiempo.
Dudé de nuevo y la lástima me ganó, de verla con la mano tendida esperando una oportunidad de recibir la mía. Lo cual, al final, consiguió.
La palma de su mano era suave y caliente. Cubrió entera la mía con la otra libre. Ella sonrió, en un reflejo angelical. Su expresión se llenó de calma, complicidad, como si lo considerara un abrazo afectuoso... Tenía un inquietante hormigueo que alcanzaba todo mi brazo.
Algo me decía desde dentro:
«Esta mujer es muy rara y la apariencia angelical ya no me gusta cuando conocí a Daiah.»
El tiempo pasó, y no aplacé más el momento de abandonar el contacto. Sin embargo, me retuvo y la segunda vez usó la fuerza que tiene un ser sobrenatural.
—Creo que es suficiente —advertí con voz dura.
Sus párpados se abrieron. Ahora sus ojos blancos asustaban y mucho.
—Tu energía no es humana, tampoco de un cambiaformas de lobo —manifestó en medio de un trance o algo similar—. Fuiste tocada por un dios o diosa. ¿A cuál tienes el honor de sirves?
—Déjame —Le gruñí, tratando de librarme de ella, pero conseguía atrapar mi extremidad.
Estaba a punto de gritar y defenderme con uno de los cuchillos escondidos bajo mi vestido, pero alguien lo impidió:
—Aléjate de ella —ordenó Breyton que apareció cual fantasma.
Bueno, ahora con el nuevo look parecía un vikingo tirando a lo demoniaco: pintura azul y roja marcando en líneas paralelas de pálido su rostro, la mitad del cuerpo descubierto y con los dibujos y símbolos borrosos, como si alguien pasara la mano varias veces... Pude contemplar el collar que tenía escondido todo el tiempo: Un símbolo celta de tres espirales.
Y automáticamente, me soltó. Hui de ella y me acerqué a Breyton dolida por la mano maltratada que llevaba contra el pecho. Pero él agarró el brazo sano y me obligó a seguirlo. Quería verla una vez más, pero me tropezaba por el ritmo acelerado de Breyton.
—¿¡Qué demonios haces y sola!?
—No lo sé. Seiren se fue, pero es culpa...
—¡Y te dije de no acercarte a nadie! —Me cortó a puntito de salpicarme la cara con saliva de lo furioso que estaba.
—¡Yo no me acerqué, fue ella! No dije mi nombre. ¡Nada! Me pidió que le diera la mano. No me esperaba que me forzara.
Pero no me escuchaba. Nos alejamos de la vida de la fiesta. Una pared montañosa se levantaba en forma de risco y lo bañaba la luz de la luna ante la ausencia de altos árboles.
—La chica es hija del alfa de clan Montaña Blanca. Es muy venerada y respetada—Compartió Breyton—. ¿Qué te reveló cuando leyó tu mano?
—¿Cómo que leer mi mano?
Breyton dio un paso al frente. Olisqueó el aire y luego creí que era a mí. Estaba demasiado cerca que lo evité, pero toqué la columna de roca. Me sentí acorralada, como la vez en el pasillo.
—¿Qué te dijo, Sarah?
—Me estás asustando.
Y yo no mentía, no exageraba. Breyton era el terror. El rojo relucía, su piel desnuda cubierta por una capa de sudor.
—¿Qué escondes? Estoy convencido que Yoreg está metido en esto.
Tragar saliva me dificultaba además de pronunciar una palabra de detención. Rebusqué bajo mi falda el arma. Lo amenacé con la punta, que brilló bajo su nuez y un poco, sólo un milímetro, podría sacarle sangre. Breyton no pareció mutarse de mi acción. No apartó la mirada de mí. Respiraba acelerado y sus brazos tenían doble tamaño, sobresalían sus venas.
—Ya vale, Breyton. Te lo contaré —En realidad, no podría, encontraría otra verdad que no delatara la existencia de Daiah y mi don. Respiré hondo y repuse—. Pero apártate. Ahora.
No lo hizo. Y yo me estaba ahogando de la ansiedad, que empecé a respirar por la boca y me arrepentí. Breyton se fijó en mis labios como si una bandeja de dulces se le presentara delante. Resté los milímetros y la gota de sangre brotó de su garganta. Y ni eso le entró en razón. Sus brazos se flexionaron, acercándose a mi cuerpo.
Breyton podía ser un cabrón, abusón, muchas palabras terminadas en -on, pero nunca se había propasado conmigo, dejando claro que me refería a una intención sexual.
—Pero, ¿qué te pasa?
Y pude dar con la idea que Breyton estaba drogado. Las pupilas dilatadas, el pulso acelerado, el sudor y el olor extraño, sus gestos agresivos y descontrolados...
Deslicé la punta del arma por su cuello. Le hice un corte no muy profundo. No gimió, no reaccionó al dolor. ¿Puede que no lo sintiera?
Las fiestas de Lughnasand estaban para generar lazos de clanes y fidelidad a los dioses. Se celebraba con rituales y sacrificios, alcohol, comida, drogas, juegos y sexo. Y a veces era más un deber social. Por eso Breyton me aconsejaba alejarme de su gente si no era necesario.
—Breyton. Breyton, despierta.
No reconocía su nombre. Abrí los ojos cuando rodeó el filo y trató de desviarla de su trayectoria. Hubo una lucha de quien controlaba el arma. Breyton sangraba a borbotones, manchaba mi vestido y el aire se contaminaba por su olor. Y era muy fuerte y estaba en una posición favorable. Su gran cuerpo parecía engullir el mío poco a poco, tal eclipse lunar. Se adueñó de mi muñeca y la pegó a la pared. Breyton continuó manchando mi vestido, y no de sangre, de pintura corporal. Estaba aplastándome.
—Me dijiste que eras mi protector. No puedes hacerme daño, vas a faltar a tu palabra.
Mi rostro lo tocó con su mano libre. Descendió, y rodeó mi cuello. No hizo presión, solo quería controlarlo. Lo giró a un lado, su cabeza se hundió en el lugar. Me arrancó un gemido cuando empezó a besarme. El calor corporal subió, las corrientes de placer se propagaron por las zonas más vulnerable... Me removí furiosa. Y la garganta me dolió de los gritos que lancé, pero me tapó la boca. No se detuvo en dejar marcas de besos en cada perímetro de piel descubierta. Y no pude dejar que mi cuerpo respondiera, que anhelara más besos y profundizara con caricias en partes íntimas e incluso, dejé de resistirme. ¿Era aquella influencia que le afectaba a la libido humana y de cierta forma los hechizaba? Breyton cogió un puñado de mi cabello y lo jaló hacia atrás...
Fue perder mi estabilidad ante el no, y vuelvo a recalcar el "no" efímero e inocente beso, como si llevara la pasión guerrera de su sangre a mi boca. Cada lamida y mordida se alternaba por el arduo trabajo de sus labios en los míos, en un ritmo entre acelerado y pausado y yo... Con mis ojos cerrados, me consolaba ver el rostro de Malkolm e imaginarme que era él. Le permití la entrada de su lengua, la cual me mostró su experiencia. Seguí el juego, con la misma intensidad y brutalidad, así pensaría que estaba rendida ante él. Puede que funcionara porque soltó mi mano que aferraba el cuchillo. Tenía que reconocer que Breyton era un dios para besar como Malkolm. Estaba exitada, me mareaba, la piel quemaba y necesitaba quitarme la ropa y la suya. Le tiraba del cabello, y lo atraía hacia mí. Intenté convencerme que mis reacciones eran planeadas y otra parte biológicas.
Aunque mi voluntad se fue perdiendo.
Breyton rompió la parte baja del vestido brindando la accesibilidad de mi muslo desnudo. Me gustó sentir el escozor de los arañazos y después el alivio de las caricias. Yo sabía que haría a continuación. Sus dedos amenazaban tocar esa parte húmeda y cálida tan necesitada.
Lo peor es que quería.
Y en contra de aquellas sensaciones, encontré el atisbo de voluntad. Impulsé mi cuerpo contra el de él a la vez que le enganché la pierna por el gemelo. Se tambaleó un poco pero no fue suficiente para derribarlo.
Sin pensarlo, usé el arma.
Hubo un sonido hueco.
Y juré ver un destello de luz salir del cuchillo antes de clavarselo en el abdomen...
Como si le lanzara un proyectil, Breyton salió disparado y aterrizó de espaldas.
Mi corazón se detuvo un momento al comprender lo que había hecho.
El filo estaba manchado de sangre más oscura que roja, el olor y el sonido a quemado con hilos de humo.
«No, yo... le golpeé con un puño.»pensé confusa.
No. No fue así.
No había soltado en ningún momento el arma. La tenía tan aferrada que formó parte de mí. Pero... ¿por qué parecía quemada?
Breyton se incorporó, sacudió la cabeza de un aturdimiento que no entendía. Miró a su alrededor con el ceño fruncido y luego cayó en mí.
—¿Qué...?
Jadeó dolido al mover sus piernas, se encogió sobre sí mismo. Breyton se llevó la mano a la herida de su abdomen cuando se incorporó. Él no lo creía y yo tampoco. Me devolvía continuamente la mirada.
Se había librado de darle en un punto vital, por eso no estaba muerto... Pero no vi el proceso de curación. Asustada era poco. Estaba a punto de tener una muerte inminente de miedo. Me llevé las manos a la cabeza.
—Ay, joder... joder...
¿Cómo lo hice?
Miré a Breyton una vez más.
Tenía muchas opciones, pero de momento, parecía que el quedarme estática y esperar...
No supe qué hacer.
Hola, linduras
¿Impactadas?
¿Mucho?
¿Cuánto me quieren o me odian en este momento?
Nos vemos la próxima semana 🌚🔥
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