VI
CAPÍTULO VI
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Allan sonrió y comenzó a explicarme el siguiente paso del Algoritmo Hale. ¿Quién habría pensado que estaba aprendiendo matemáticas para conquistar a un chico?
O sea, ¿Quién necesita poesía o flores cuando tienes derivadas?
—Vania, si quieres conquistar a Alex, tienes que conocerlo mejor. Además, ¿no encuentras esto un poco divertido? Es como ser una espía, y yo, el Cúpido de las mates.
Soltó esa frase con sarcasmo, como si fuera el maestro del romance.
Aún así, no pude evitar soltar una risa ante su comentario.
—Claro, porque hay nada más romántico que un algoritmo, ¿verdad? —respondí, poniendo una mano en la frente como si me estuviera desmayando de la emoción.
—Oh, sí, una oportunidad única e irrepetible —respondió, y juraría que lo de "único e irrepetible" lo decía en serio.
—¿Qué tal si empezamos haciendo una lista de las cosas favoritas de Alex? —sugerí, sintiéndome como si estuviéramos convirtiendo su corazón en un complicado rompecabezas matemático.
Pero era cierto. Aunque seguía dudando que los números pudieran ayudarme a hacer match con Alex, esta era una parte clave de nuestro plan.
Nadie conocía a Alex mejor que Allan, ni siquiera Kristina.
De hecho, según los rumores, Kristina y Alex comenzaron a salir hace unos meses, mientras que Allan y Alex eran como hermanos desde hace más de veinte años. Todo parecía perfecto, pero ¿por qué sentía que algo no encajaba?
Nuestro plan parecía infalible, pero, entonces, ¿por qué se sentía así, como si algo estuviera mal?
Tenía al cerebrito más cool de la escuela de mi lado, pero cada vez que intentaba concentrarme, me picaba la duda que Alex había sembrado en mi cabeza.
Según él, Allan había cambiado un montón. Antes era el rey de la fiesta, una alma problemática y, bueno, un mujeriego declarado.
Y yo seguía tratando de digerir esa información. Además, había algo en esa revelación que me dejaba con ganas de saber más.
—¿En qué piensas tan intensamente? —preguntó Allan, mirando su reloj como si tuviera prisa. Apenas habían pasado diez minutos desde que nos encontramos en la cafetería a las afueras de la escuela.
Su pregunta me pilló desprevenida, así que soltó lo primero que se me ocurrió.
—¿Y qué hay de practicar contigo? —dije, mordisqueando un pedazo del cupcake que había conseguido para asegurar nuestro asiento. Allan, concentrado en su bollito, casi se atraganta.
Yo casi me atraganto al escucharme a mí misma.
¿Por qué ahora sonaba tan bien la idea de practicar con Allan?
—¿Cómo así? —frunció el ceño, visiblemente confundido.
—Quiero decir que, ya que lo añadimos a nuestras cláusulas del trato, pensé que podría empezar contigo. Ya sabes, conocer un par de cosas sobre ti.
Me pregunté si podía ser más obvia.
Noté un destello de desconcierto en sus ojos, y tal vez un toque de molestia o incomodidad. La pregunta que me asaltó fue: ¿Allan estaba pretendiendo no recordar nuestra charla en la fiesta o realmente lo había olvidado?
—Dispara, pregúntame lo que quieras —dijo, sacándome de mis pensamientos.
Me sorprendió que Allan cediera tan fácilmente. ¿Acaso no recordaba nada o simplemente era un maestro del disimulo?
—¿Y el Cúpido alguna vez ha sentido ese flechazo romántico? —lancé la pregunta, segura de que era inofensiva.
—No sé si he sentido el típico flechazo, pero creo que todos hemos tenido nuestra dosis de complicaciones amorosas —respondió, con su mirada tan enigmática como siempre.
Entonces, ¿Allan había estado enamorado alguna vez o no? Me quedé intentando descifrar lo que había entre líneas en su respuesta. Lo único que parecía amar de verdad era ese bollito.
Sin embargo, cuanto más lo conocía, más me daba cuenta de que Allan era más que el nerd raro que todos pensaban que era. Tal vez tuviera que resignarme a que algunas incógnitas sobre su personalidad siempre se quedarían sin resolver.
—De acuerdo, siguiente pregunta —dije, mientras Allan me miraba fijamente, enviándome un escalofrío por la espalda. Sus ojos verdes parecían explorarme, como si quisiera descubrir todos mis secretos.
Sentí que me suplicaba que no tocara esos temas oscuros de su pasado, aunque no había mencionado nada al respecto.
No sabía cómo sabía que él sabía que la pregunta que estaba a punto de hacer estaba conectada con ese secreto, pero lo sabía. Maldición, no sé cuándo Allan y yo aprendimos a comunicarnos sin palabras, pero eso no me gustaba.
—Y con eso, doy por concluida mi clase de investigación Allanística —dije, aclarándome la garganta de manera dramática mientras me comía el último mordisco de mi cupcake—. Estoy lista para conquistar a Alex.
Allan me dedicó una sonrisa, y por un instante, juraría que vi un destello de agradecimiento por no profundizar más. Ya no intentaría hurgar en ese misterio.
Si él quería llevarse ese secreto a la tumba, ¿quién era yo para impedirlo? No era más que una chica que había pactado un trato justo con él, y ya está.
—¿Y cuándo podré comprobar si tus consejos realmente sirven? Si no, exijo un reembolso —solté, cambiando de tema con mi mejor tono sarcástico. Aunque, en el fondo, eso no era lo que más me interesaba.
—El sábado por la noche hay otra fiesta en casa. ¿Te animas? —preguntó Allan, con esa actitud de chico genial que parece tener todas las respuestas.
—¿En serio? ¿Otra más para sumar a la colección? —dije, pretendiendo no darle importancia.
—Sí, así es. Alex parece tener un imán para fiestas y chicas —su comentario tenía un matiz un poco ácido. ¿Qué estaba pasando entre ellos?
¿Qué era lo que ocultaban Alex y Allan? Era un misterio que ni Sherlock Holmes se atrevería a resolver.
Porque Alex había mencionado que Allan también era así y que algo había cambiado...
En todo caso, ¿habría oportunidad de ver al Allan guapo y descubrir más sobre él? No, me prometí a mí misma que no me involucraría en su vida.
Si no podía contenerme, lo mejor sería no asistir. ¡Maldición, qué difícil! Desde que Alex me había revelado todo eso sobre Allan, no podía sacarlo de mi cabeza.
No es que estuviera enamorada de él, ni nada por el estilo. Simplemente, su cambio físico era impresionante y lo que Alex había dicho sobre él era increíble, casi difícil de creer.
¿Cómo podría irme a la cama después de enterarme de todo esto?
Además, si Allan se volvía a presentar con ese look, me lo imaginaba robando líneas al hermano de Hannah Montana: "Allan Hale, con licencia para conquistar".
Solté una carcajada y Allan me miró con intriga, pero se mordió la lengua para evitar preguntarme.
Tal vez por vergüenza, o porque no éramos amigos, o porque sabía que cuanto más me preguntara cosas y le respondiera, yo tendría el derecho de preguntarle también sobre él. Y eso no era algo que él quería.
Era obvio que Allan era alguien hermético, bastante reservado y... guapo. Alejé esa última idea de mi cabeza. Solo había espacio para un chico guapo en mi vida, y no era él. Estaba decidida: iría a casa de Alex y lo conquistaría. Y todas esas cosas raras que estaba empezando a sentir por Allan se desvanecerían.
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El día de la fiesta llegó más rápido de lo que había imaginado. La música retumbaba en la entrada de la casa y mis nervios se multiplicaban con cada paso que daba hacia la puerta.
Al entrar, el lugar estaba repleto de chicos y chicas riendo y bailando, y la luz tenue hacía brillar las sonrisas. Y ahí estaba, Alex, con esa camiseta negra que le quedaba tan bien y una sonrisa que me hacía olvidar cualquier presión.
Yo había optado por una falda corta, un suéter de cuello alto que competía con el frío, y unos tenis que decían "estoy lista para huir si es necesario". Mis manos estaban ocupadas sosteniendo unas cervezas.
Toqué el timbre y Alex abrió la puerta, y mi corazón dio un vuelco. Sin embargo, recordé que, en este momento, no era él quien me traía de cabeza. Comenzaba a cansarme de este juego.
—¡Vania! —gritó al verme, su voz resonando sobre la música—. ¡Qué bueno que viniste!
—Sí, aquí estoy —le sonreí, entregándole las cervezas—. ¿Dónde está Allan?
La mención de Allan era un tropiezo en mi plan.
No llevaba las cervezas solo por gusto; Allan me había dicho que eran las favoritas de Alex. Todo estaba meticulosamente calculado, excepto mi impulso de preguntar por él.
—Está arriba con Susie.
¿Susie? ¿Una chica? Pensé en ello tan fuerte que Alex soltó una risa contagiosa.
—¿Por qué te sorprende? Los Hale tenemos nuestro encanto, incluso Allan —dijo, guiñándome un ojo. En mi mente solo resonaba la idea de encontrar a Allan y decirle que su plan no estaba funcionando, aunque, en realidad, todo estaba saliendo demasiado bien. Últimamente me sentía confundida. ¿Qué demonios me pasaba? Me obligué a quedarme cerca de Alex, el chico que originalmente había venido a ver.
—¿Esta vez sí te quedas a jugar con nosotros?
—Por supuesto —le respondí, acercándome a donde él iba. Necesitaba deshacerme de esos pensamientos absurdos y concentrarme en el objetivo.
Tenía que centrarme en Alex.
—Oí que te gusta esta cerveza; de hecho, es toda tuya. La traje para ti por haber sido amable conmigo la vez pasada —susurré. Alex levantó la mirada y me sonrió. El contacto visual podría haber durado un momento más, si no hubiera llegado Kristina, interrumpiéndonos.
—¿Y tú quién eres? —preguntó ella, con su voz chillona.
—La chica que te va a ganar en cualquier juego —respondí, sin dejarme amedrentar. Todos me corearon, incluido Alex.
Vi cómo Kristina se quedó mirándonos, la furia brillando en sus ojos, y se fue de un tirón. Alex no tuvo más opción que seguirla, dejándome sola con mis pensamientos.
Cuando vi que no volvería, decidí explorar el lugar. Al llegar a la azotea, me encontré con una escena que me dejó completamente boquiabierta: Allan y una chica, que supuse era Susie, estaban tan absortos el uno en el otro que parecía que se estaban devorando, ignorando por completo el mundo que los rodeaba.
Allan, una vez más, desbordaba ese magnetismo que te dejaba sin aliento. Apreté los puños y salí, cerrando la puerta de un golpe.
Tenía que salir corriendo, sin querer que las cosas se volvieran más raras que un tipo comiendo helado con papas fritas o usando sandalias con calcetines.
¿Y si Allan recordaba nuestra conversación anterior y pensaba que lo estaba siguiendo?
De repente, escuché pasos detrás de mí. Oh, mierda.
Decidí darme la vuelta con la esperanza de que fuera alguien más, pero, por supuesto, era Allan, acercándose con esa mirada intrigante que me dejaba sin palabras.
—Vania, ¿qué haces aquí? —preguntó, su sorpresa mezclada con confusión.
Tragué saliva, intentando mantener la calma.
—Oh, ya sabes, disfrutando del aire fresco. Me encanta pasar tiempo en azoteas ajenas. Un pasatiempo muy común en mi grupo de amigos —respondí, tratando de sonar despreocupada.
Allan soltó una risa, aunque seguía sin convencerse del todo.
Obviamente.
—¿En serio? Porque pensé que estabas en la fiesta, socializando como una persona normal.
—¿Y tú? ¿No deberías estar en la biblioteca, rodeado de tus adorados libros polvorientos, en lugar de estar aquí... haciendo esto? —Lo señalé con un gesto dramático.
—¿Esto? Por favor, es mucho más emocionante que hacer de niñera de borrachos —Se encogió de hombros, con esa sonrisa burlona que me molestaba y encantaba al mismo tiempo.
¿Qué?
—Pero, de verdad, ¿Qué te trae a la azotea?
—Oh, ya sabes, tal vez deambular por la fiesta, recoger chismes interesantes y comer bocadillos gratis. La vida es dura, Allan.
—¿Buscabas a Alex?
—Me atrapaste. Tengo que ir a buscar a mi... chico. No quiero que piensen que estoy aquí disfrutando de tu compañía.
—¿Y eso sería tan malo?
—¡Definitivamente sí! —le respondí, guiñándole un ojo mientras me alejaba hacia el interior de la casa, decidida a encontrar a Alex y cumplir con mi plan original.
Mientras bajaba las escaleras, me volví a mirar a Allan. Sacó un cigarrillo y regresó a la azotea, perdido en sus pensamientos. No podía evitar preguntarme qué había detrás de esa reacción.
El sonido de la música resonaba en la fiesta, y mi corazón latía con fuerza, no solo por la situación con Allan, sino por mi verdadero propósito esa noche: conquistar a Alex.
Antes, esto no me había generado dudas. ¿Por qué ahora? ¿Por qué me parecía tan absurdo?
Me adentré entre la multitud, buscando a Alex. Finalmente lo encontré: estaba besando a Kristina en la sala.
¿Desde cuándo había una promoción de besos gratis? ¿Por qué todos parecían estar en una competencia de labios?
Sentí que estaba a punto de ganar el premio a la mejor observadora de la fiesta.
Tomé una decisión impulsiva. Me dirigí a la mesa, agarré las cervezas que había traído y salí al patio. Me senté en un rincón y me bebí casi cuatro o cinco latas de un trago, sintiendo la amargura bajar por mi garganta.
Nada me estaba saliendo bien. Esos malditos sentimientos que comenzaba a desarrollar por Allan me volvían loca, complicándolo todo.
Estaba demasiado borracha y con ganas de regresar a la azotea para decirle a Allan que dejara de atormentarme, que me dejara en paz. No necesitaba perder la cabeza por un nerd como él.
Sentí que alguien se acercaba. Si era uno de los hermanos Hale, no sabía cómo iba a manejarlo. Mi yo borracha no era la más racional.
¿Qué tal si se me escapaba que estaba enamorada de Alex frente a él? O peor aún, ¿si revelaba mis extraños sentimientos por su hermano raro?
Dios, mis padres me matarían si me veían llegar en este estado. Les había dicho que iba a una sesión de estudio con Allan, pero claramente eso no estaba sucediendo.
—¿Alex? —pregunté, confusa y todavía lidiando con el mareo del alcohol.
Antes de que pudiera contestar, un estruendo me hizo girar la cabeza. Un tipo estaba en el suelo, y alguien que se parecía a Alex estaba de pie con expresión seria.
A pesar de mi confusión y de que mi visión estaba borrosa, una extraña sensación de seguridad me invadió.
—¿Estás bien, Vania? —preguntó Alex, ignorando al tipo que yacía debajo de él.
—Sí, creo que sí. Pero, ¿qué...? —intenté entender la situación.
—No es seguro que estés sola en este estado. Te llevaré a un lugar más tranquilo. —dijo Alex con un tono de preocupación.
Mientras me guiaba, le pregunté: ¿qué pasó con él?
—Se tropezó. No creo que tenga mucho aguante para la fiesta. —respondió Alex, con un semblante serio.
—Gracias por... bueno, por estar aquí. —le dije, sintiendo una mezcla extraña de agradecimiento y confusión.
Alex tomó mi mano y me llevó a un lugar más tranquilo. La noche tomaba un rumbo inesperado, y mis pensamientos se mezclaban entre el alcohol y los secretos que rodeaban a los hermanos Hale.
Cuando Alex cerró la puerta, me di cuenta de que estábamos solos. Una extraña tensión flotaba en el aire.
—En serio, gracias. No sé qué habría pasado si no llegabas a tiempo; podría haber terminado con un coma etílico. —le agradecí, intentando romper el silencio incómodo.
Alex asintió, mirándome fijamente con esos ojos intensos que tanto admiraba. Era increíble cómo los hermanos Hale compartían esos ojos claros y expresivos, a pesar de no ser hermanos biológicos.
—Vania, deberías tener más cuidado. No deberías emborracharte así. —comentó, como si tuviera la necesidad de darme una lección. Su voz sonaba diferente.
—Lo sé, Alex. A veces las cosas se descontrolan, ya sabes cómo es. —intenté restarle importancia, pero su mirada sugería que había más en su mente.
—Tienes razón, las cosas pueden descontrolarse fácilmente. —sus palabras resonaron con un matiz enigmático.
—¿A qué te refieres? —pregunté, intrigada.
Alex se acercó un poco más, su voz bajando como si compartiera un secreto.
—¿Puedo saber por qué lo hiciste? —su curiosidad me dejó atónita.
Mis pensamientos se enredaron y el alcohol me hizo vulnerable.
—Me gusta alguien y, ya sabes lo que dicen, embriágate y declárate. —murmuré, sintiendo que el secreto salía de mis labios.
—Ah, sí, claro. Porque todos sabemos que emborracharse es la táctica infalible para conquistar a alguien. ¿Funciona eso en tu extraño plan? —dijo, sonriendo con esa chispa sarcástica que me encantaba.
—Entonces, ¿no me veo más irresistible? —respondí, intentando disfrazar mi incomodidad.
Él sonrió y dijo: —¿Hay algo más que te preocupa?
Me quedé mirándolo, y solté: —Sabes, vi a tu hermanito tragándose a Susie. Complicado, ¿no?
Alex soltó una risa enigmática: —¿En serio? Bueno, todos tenemos nuestras sorpresas. ¿Quieres que te traiga una aspirina?
—Oh, sí, aspirinas para el corazón roto. ¿Tienes de esas? —respondí, riéndome con sarcasmo. —El amor apesta, todos parecen tener suerte en eso. Todos, excepto yo.
Alex se rió, esta vez genuinamente. —Lamentablemente, no tengo de esas. Pero, ¿te gustaría un viaje a mi azotea? Tiene una vista increíble. Digo, es lo menos que puedo hacer, ya que no puedo negar que el amor a veces apesta.
Pensé en Allan y Susie.
—¿Y si prefiero quedarme aquí? Podemos charlar más sobre ese complicado hermano tuyo, que parece ser más divertido de lo que pensaba.
Alex arqueó una ceja, manteniendo su mirada intensa. —¿Estás segura? Las fiestas no son el mejor momento para confesiones profundas.
—¿Qué te hace pensar que estoy aquí para una confesión profunda? Quizá solo necesitaba un pretexto para estar cerca de ti —dije, dándome cuenta de que había metido la pata.
¿En serio, Vania? ¿Esto es lo que te hace el alcohol?
Alex rió y sugirió: —Entonces, quédate. Pero asegúrate de no volver a beber más de la cuenta, no vaya a ser que reveles más secretos de los que planeabas.
Vi que Alex se ponía de pie para irse y pensé que las cosas podían avanzar con él, aunque Kristina siguiera ahí; pero esos extraños sentimientos por Allan seguían rondando en mi mente.
¿Qué me estaba pasando?
Tenía al chico que llevaba meses gustándome justo aquí, en la que parecía ser la habitación de Grecia. Estábamos solos, con poca luz, sin Kristina y sin interrupciones. Y aun así, no podía dejar de pensar en Allan.
Decidí dejar de pensar y tomé su mano. Le pedí que no se fuera, que se quedara un rato más.
Sin embargo, al tocarlo, una electricidad recorrió mi cuerpo y me hizo retirar la mano de inmediato. Alex volvió a tomarla y se acercó más, buscando transmitirme calma, sentándose a mi lado en la cama.
—Vania, estoy aquí contigo. —Era sorprendente lo amable que podía ser Alex, o quizás simplemente yo le importaba más de lo que pensaba.
Nos miramos a los ojos, y en ese instante, algo cambió en el aire.
Sus labios rozaron los míos en un instante cargado de tensión. Fue un contacto fugaz, pero suficiente para que el tiempo pareciera detenerse.
De repente, Alex se separó como si hubiera cometido el peor error de su vida.
Su expresión pasó de serena a confusa, y se levantó rápidamente de la cama.
—Lo siento, Vania. Esto no debería haber pasado. Debo irme. —dijo, saliendo de la habitación abruptamente.
Me quedé allí, aturdida, preguntándome qué acababa de suceder.
Las emociones se agolpaban en mi mente, y la realidad parecía difusa entre el alcohol y las confusas señales que acababa de recibir.
Saludoos💫 Espero que les haya gustado este capítulo, tanto como a mí 🤩
Hasta el momento, es mi favorito ❤️
¿Cuál fue la parte que más les gustó? 🤭. Los leo 👀
Próximo capítulo en marcha ❣️
Les tengo una sorpresa que si leen entre líneas ya sabrán cuál es...
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