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III.

CAPÍTULO III


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Era jueves, y ahí estábamos, Allan y yo, de pie frente a la casa de Alex, disfrazados de repartidores de pizza. Esto, según él, era la gran idea para colarnos en la fiesta.

Antes de que pudiera preguntar de dónde había sacado los uniformes, Allan tocó el timbre. La puerta se abrió y apareció Alex, y de inmediato casi perdí el equilibrio.

Lo segundo que casi cae fue mi mandíbula. Alex le dio un abrazo a Allan, y por un segundo me congelé. Si este chico trataba así a todos los repartidores, quizás debería dedicarme a esto más seguido. Allan me hizo una señal para que me acercara, y con las piernas temblorosas, subí al pórtico.

—Traemos su pizza para la fiesta, señor —dije en tono profesional. Alex me miró con una ceja levantada, como si me hubiera salido un cuerno en la frente. Vi a Allan luchando por no reírse y no pude evitar jalarle la oreja.

—¿Qué demonios te pasa? —le susurré.

—¡Ay, Vania! ¡Qué bruta eres! —chilló, haciéndose el ofendido.

—¿Y tú qué? ¿Dónde está el talento para actuar que se suponía que tenías? —siseé, enseñándole el "guion" que habíamos anotado en nuestros móviles.

—¿De verdad pensaste que íbamos a colarnos así? —dijo Allan, soltando una risa mal disimulada.

Lo miré, incrédula. —¿De qué hablas?

—Esta es mi casa, Vania. Alex es mi hermanastro —dijo, todavía riéndose.

Sentí cómo me subía la sangre al rostro. —¿Cómo que es tu casa? ¿Me hiciste pasar por todo esto solo para divertirte?

Allan sonrió, encantado consigo mismo. —Un trato es un trato, ¿no? Y ahora que lo piensas, soy un recurso perfecto para tu plan. —Suspiré, tratando de ocultar que en el fondo tenía razón.

—Vale, genial. ¿Y qué hacemos con estos malditos uniformes? ¿De dónde sacaste esta porquería?

Allan se rió y negó con la cabeza. —No lo sabrás. Pero vamos, mi hermana tiene ropa en su habitación que te puede servir.


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Entrar a la casa de Alex... bueno, de Allan y Alex, no era algo que esperaba hacer jamás. Estaba aún procesando lo absurdo del momento.

—¿Te gusta lo que ves? —me provocó Allan con una sonrisa burlona mientras señalaba una puerta.

—Aquí es el cuarto de Grecia. Está al otro lado del mundo ahora, así que no se enterará si tomas algo prestado.

—Esto es tu culpa. Si Grecia se enoja, le diré quién tuvo la brillante idea —repliqué, abriendo el armario. Después de unos minutos encontré un vestido floral.

—Me llevo esto. —Lo dije como si fuera obvio. Allan estaba sentado en la cama, mirándome y bostezando.

—Pensé que te quedarías ahí toda la noche —bromeó.

Rodé los ojos. —¿Y tú qué? ¿Te vas a cambiar o vas a ir a la fiesta con esa cosa puesta?

—Dame unos minutos, mamá —contestó riéndose, y se fue. Pasaron varios minutos, pero Allan no regresaba. La casa se iba llenando de gente, así que lo busqué y subí al segundo piso, donde vi una luz encendida en la azotea.

Al salir, me encontré con un espacio abierto y cómodo. Si viviera aquí, definitivamente sería mi lugar favorito. Me imaginaba estudiando o leyendo bajo el cielo, cuando una voz me sobresaltó.

—Te queda bien el vestido de Grecia.

Allan estaba tirado en un mueble detrás de unas plantas. —¡Casi me matas del susto! ¿Qué haces aquí escondido?

—Es mi refugio —dijo, encogiéndose de hombros.

—Oh, ¿tienes uno? —pregunté, sintiendo cómo la tensión en mis hombros disminuía. Allan había cambiado de ropa y se veía... diferente. Sin lentes, sin camisa de botones. Me mordí el labio, sorprendida por lo que estaba viendo.

—¿Y tú? ¿No deberías estar buscando a Alex? —dijo, devolviéndome a la realidad.

Suspiré. —Hay algo que se me da peor que las matemáticas... los chicos.

—¿Estás hablando en serio? —dijo abriendo los ojos como platos, sin contener la risa.

Me encogí de hombros, riéndome también. —Nunca he salido con nadie —admití.

Él sacó su móvil, tomando notas. —Agreguemos un paso más al algoritmo.

—¿Qué? —fruncí el ceño.

—Practicar conmigo antes de intentarlo con Alex.

—No, gracias —dije rápidamente, sintiendo el calor subir a mis mejillas. La idea de que Allan pudiera proponer que lo besara para "practicar" me daba pavor.

—Ya veremos —Él se puso de pie, preparándose para irse. —Tienes un minuto hasta que Alex llegue aquí.

¿Qué acababa de decir?


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Alex apareció por la puerta, y traté de concentrarme en mi móvil mientras él caminaba hacia donde estaba yo.

—¿Eres la amiga rara de Allan? —me preguntó, y reprimí el impulso de reírme o darle un golpe. ¿Rara? Eso explicaba por qué mis interacciones con los chicos nunca salían bien.

—No soy rara —respondí, cruzándome de brazos.

—¿Entonces el uniforme? —preguntó él, riéndose, y me sentí obligada a rodar los ojos.

—No sé. Tal vez estabas drogado —le dije, divertida. La risa de Alex me tomó por sorpresa.

—Quise decir que eres graciosa, no rara.

Eso, al menos, era un poco más halagador.

—¿Sabes? Hacía años que no veía a Allan tan relajado como hoy —comentó de repente, interesándome.

—¿Ah, sí? ¿El mismo Allan que conozco? ¿El serio, aburrido? ¿Por qué no me sorprende? —pregunté, fingiendo sorpresa.

—Él no era así. Iba a fiestas conmigo y los amigos, y estaba en todo... no siempre tan concentrado en sus estudios.

¿Qué?

Ahora la curiosidad me carcomía. ¿Qué había pasado para que Allan cambiara tanto? A veces, uno llevaba una máscara para ocultarse del mundo, pero ¿Quién era realmente Allan debajo de esa fachada?

—¿Y tú? ¿Eres igual de seria o también te gusta meterte en problemas? —preguntó Alex, acercándose un poco más.

Me obligué a sonreír con seguridad, aunque dudaba que él pudiera ver lo frágil que me sentía por dentro. A simple vista, yo era la chica ruda, la que no se inmutaba ante nada, una armadura que me protegía de las expectativas de mis padres. Pero detrás de esa fachada, había alguien completamente diferente: una chica que, en realidad, odiaba los problemas, ni siquiera se le daban bien las matemáticas.

Una chica que, de alguna forma, siempre se había sentido condenada por sus propios padres, como si solo por existir les hubiera fallado. Alguien que no sabía cómo sobrevivir sin esas máscaras.

—¿Tú qué crees? —respondí, arqueando una ceja con aire de desafío, porque ni Alex, ni Allan, ni nadie tenían por qué saber cómo me sentía realmente. Lo vi recostarse nuevamente en el sofá, aún con esa sonrisa divertida en los labios.

Alex se incorporó, sonriendo. —Creo que eres interesante. Y una caja de sorpresas.

Solté un suspiro, haciéndome la indiferente. Quizás estaba siguiendo el consejo de Allan, siendo yo misma, aunque solo le mostraba una parte de lo que era, conservando aquellas máscaras que me hacían sentir un poco menos vulnerable.

—Además, cualquier amigo de Allan es amigo mío —dijo, lanzándome una mirada intensa.

—¿Te quedas o vienes? —me preguntó cuando creí que se iba a marchar sin más.

Por un momento, todo lo imprevisible y desquiciante de aquella noche parecía solo el inicio de una aventura mucho más compleja de lo que había anticipado.

En lo personal me reí mucho con este capítulo y a la vez me dio mucho feeling💫🙊 

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Próximo capítulo en marcha ❣️

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