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Capítulo XXXVIII


Los días pasan, y mi dio con ellos va creciendo, pero no solo contra mis padres, sino conmigo misma. Ya no puedo llorar, siento como si mi alma y mi corazón se hubiese secado. A penas y puedo mantener una jodida conversación. La abstinencia a las drogas no me deja en paz, sin embargo, poco a poco he ido eliminando esos deseos de consumirlas.

La vida ha cambiado de una forma que jamás espere. No puedo si quiera usar uno de los lujosos y caros vestidos del armario de la habitación donde duermo. No puedo comer con tranquilidad, por lo que mi peso se ha reducido. No puedo dormir en las noches si no es con algún somnífero diagnosticado por el médico de la mansión.

Lo único que puedo agradecer es el espacio que me han dado para mí misma.

—Te tengo un regalo. –Habla el hombre que dice ser mi padre, nuevamente, lo vuelvo a ignorar.

—La sorpresa te va a gustar. Esperé que estuviera en óptimas condiciones para que pudieras hacer con él lo que quisieras.

Sé que no se trata de Mort. Cada mañana, cada noche voy a visitarlo. Observo como limpian su cuerpo, como sus heridas curan con el paso del tiempo y, como su mente se niega a despertar.

Me levanto de la cama y avanzo detrás de él. Puedo decir que atravesamos toda la mansión hasta llegar a una puerta la cual al abrirla muestra unas escaleras hacia abajo. La luz es prendida dejando ver con claridad los escalones.

A medida que vamos bajando, la curiosidad crece en mi interior hasta que, en un momento, se sacia.

El cuerpo bien formado, pero algo desnutrido de Jack aparece atado de manos y pies en una silla, tal y como yo lo estuve.

De forma inevitable, se ensancha una sonrisa en mi rostro. Una de felicidad y alegría que me hace avanzar hasta quedar a poca distancia de él. Su mirada y la mía se conectan, solo que esta vez, cada papel está invertido y hora no soy la víctima.

—Puedes hacer con él lo que quieras.

Escuchar esas simples palabras me llenan de alegría y satisfacción. Ese sentimiento que desde hace tiempo no experimento aparece, y aquellas palabras que dije aquel día, aquel juramento que hice a mí misma de hacerle sufrir hasta que muera lentamente va a tomar sentido.

Me olvido de todo a mi alrededor, ahora solo somos él y yo. Una asesina y una víctima.

—Nos volvemos a ver, Jack. –la voz sale tan sutil y amenazante como nunca imaginé— Me extrañaste ¿verdad? Yo pensé, creí que estabas muerto y me sentí triste. Hasta me enoje. Yo también quiero darte cariño y atención. Así como hiciste conmigo.

Justo a su lado, hay una mesa de madera cubierta con armas de todo tipo. No tengo ni que pensarlo, solo tomo uno de los cuchillos y sin ningún tipo de prisa, bajo el pañuelo de su boca permitiendo que hable.

—Zorra. —escupe mi rostro logrando cabrearme en serio.

—Ni en estas situaciones dejas de ser un asqueroso.

Acerco el arma hasta su abdomen, luego, con sumo cuidado escribo mi nombre haciendo que la sangre manchara su piel. Eso se supone que duele, pero es hermano de Mort, algo así no es nada.

Camino a su alrededor, me quedo estacionada detrás de su espalda, lugar donde están sus manos atadas con una cuerda. Me arrodillo y tomo uno de sus dedos el cual corto en un rápido movimiento haciendo que un quejido salga de sus labios junto a una buena cantidad de sangre.

—¿Recuerdas los golpes que me diste? —otro de sus dedos es cortado— ¿Recuerdas cuantas veces me drogaste? —otro dedo más— ¿Recuerdas cuántas veces me violaron?

Sus dedos los separé de su mano uno por uno logrando que casi perdiera el conocimiento, solo que antes de hacer, le di un fuerte golpe en la cara.

Sus ojos se volvieron a encontrar con los míos, y, antes de que dijera alguna palabra que no fuese de lamento, perforo su pecho, pero aun no satisfecha con el poco sufrimiento que le he causado, introduzco mi mano a la fuerza en medio del agujero llegando hasta lo que pareciera ser su corazón. Lo tomo y comienzo a apretar sin despejar la mirada de su rostro agonizante hasta aplastarlo.

—Merecías eso y mucho más. —son las últimas palabras que digo.

Contemplo el cadáver complacida de mi hermosa obra maestra. Tengo todo el cuerpo cubierto de sangre, pero eso solo es un pequeño inconveniente ante el gozo de ver como he acabado con ese miserable, y en cómo, acabare con esa mierda de organización.

—Tengo una propuesta para ti. —hablo aun observando al muerto. El señor que está a mis espaldas responde rápidamente.

—¿Cuál?

—Voy a desmembrarlo, y quiero que cada parte de su cuerpo sea enviada a su padre.

—Hacer eso sería… —interrumpo sus palabras.

—Haz lo que digo, y entonces, tomare mi lugar como tu hija, cambiare mi nombre y trabajare a tu lado. —las palabras que acabo de decir son la aceptación completa a quien soy ahora, a lo que pertenezco y la decisión de mi futuro.

—Me parece justo.

Desaparece tan rápido, pero tan complacida que la soledad me hace sentir llena internamente. Es un éxtasis que no puedo tan siquiera descifrar, solo estoy haciendo lo que por tanto tiempo he intentado ocultar, dejarme llevar por mis instintos.

Ese señor, mi padre, es tan perspicaz que estaba seguro que yo sola no puedo cortar el cuerpo de Jack en pedazos, razón por la cual varios hombres se adentran en el pequeño sótano y me ayudan a separar miembro por miembro y meter cada uno de ellos en cajas de regalos dependiendo el tamaño de la pieza.

Al terminar, salgo de ese lugar apestoso y camino hasta la que puedo llamar mi habitación. Una vez llego a esta, la sorpresa de encontrar a mi madre hace que sonría de lado, pues al verme de ese modo, se asusta y casi que entra en pánico.

—¿Qué paso? ¿Por qué estas cubierta de sangre?

—La sangre no es mía.

—¿Qué?

—Al fin acepte lo que soy. Eso es lo que todos querían así que, lo siento mama, tu hija es una asesina igual que su padre. Aunque, supongo que eso se complace. —mi tono está cargado de rencor, cólera.

La voz me fue interrumpida por una estrepitosa cachetada. La piel me arde, la mandíbula se me tensa y bajo la mirada.

—Es cierto que no he sido la mejor madre. Acepto que no me hables, que no me mires, pero no digas que quiero que seas igual que tu padre. No quiero que cometas sus mismos errores. No quiero que termines con las manos manchadas de sangre, en una prisión o muerta…

—Ya es muy tarde para eso y ahora soy lo que soy, para mi bien o para mi fin.

Se queda en silencio y baja la mirada. Puedo notar cierta decepción y dolor en sus ojos, pero, ahora soy lo que soy y no me interesa si le duele, al fin y al cabo, este siempre ha sido mi destino y ni ella ni nadie va a poder cambiarlo.

Me deja sola, rendida ante mis palabras, ante lo que soy ahora sin decir otra palabra, sin insistir, sin hacer más por mí. Tan solo está dejando que me hunda en el abismo.

Me doy un baño para deshacerme de toda la sangre. De toda la idiotez que tan pura me hacía sentir. Coloco uno de los vestidos del armario. Escojo el color rojo vino, el mismo tono de la sangre, el
mismo que representa lo que soy, una asesina.

Quito las ondas de mi cabello, me maquillo y rocío un poco de perfume.

Ya estoy lista, ahora dejo de ser Alba. Mi nuevo nombre, el que está en esa tarjeta de identificación que reposa sobre la cama, cumple con el lugar al que pertenezco. Alba Brown.

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