Capítulo XXIX
Ha pasado una semana desde que vi a Mort por última vez, no sé dónde se encuentra ni que es lo que está haciendo. Solo puedo quedarme en su casa y esperar por verlo. Los exámenes finales han culminado y como es de esperar, he reprobado todos y cada uno de ellos. Voy a repetir el curso.
Gracias a aquella señora he podido encontrar un trabajo de medio tiempo en una pequeña tienda no muy lejos del nuevo apartamento que me han proporcionado. No me he mudado allí debido a que aún debo seguir con el plan y para ello debo de estar en esta casa.
La muchacha que se ha quedado a mi lado es bastante eficiente de muchas formas y debido a que nos hemos hecho cercanas me ha contado varias cosas de su vida en las que está envuelta la familia de mafiosos a la que pertenece Mort.
Por el momento la información que me ha proporcionado no es de tanta importancia ya que no es nada que implique a alguien, sin embargo, la directora falsa me ha contado ciertas cosas. Entre ellas está la desaparición de Mort con tan solo siete años de Francia. No se sabe dónde es que se escondió desde entonces, pero desde hace un mes, una carta a nombre de Sr. Schizophrène revelo la localización de este pueblo junto con una fotografía de un pequeño niño. Ese niño, es igual a la única imagen del pequeño Lefebvre que poseen, es Mort, no hay duda de ello.
—Cheriè. – escucho mi nombre ser pronunciado en un leve susurro en mi oído de tal forma que eriza toda mi piel.
De inmediato reconozco la persona que lo pronuncia, siento su aliento, su calor corporal, su presencia que genera miedo para todos pero que, para mí, tiene un pequeño tono de calidez.
Sonrío de lado al sentir sus manos viajar por mi cuello hasta mis pechos de forma no provocativa, más bien, cautelosa, como si estuviese inspeccionando todo. Unos pequeños besos viajan por mi cuello con suavidad y de un momento a otro, una mordida me hace exaltar.
—Estoy feliz. Muy feliz, ma cherié. –siento su respiración contra mi piel. Le resulta tan fácil ponerme nerviosa.
Bajo mi mirada con cautela y observo sus manos estrujarse en la camisa blanca que traigo puesta. El color cambia de inmediato, pues sus manos están cubiertas de sangre lo que activa mis alarmas.
—¿Qué ha sucedido? ¿Por qué tienes las manos cubiertas de sangre? – me levanto del asiento para posicionarme enfrente suyo y encararlo.
Verlo en ese estado me hace comprender que no está en sus optimas facultades. Es un completo desastre. Si una persona normal lo viese así seguramente correría.
Su traje negro esta todo empapado y no específicamente de agua. El cabello se encuentra en el mismo estado y la poca piel pálida que deja ver, hace contraste con el rojo de la sangre.
Lo peor de todo no es su ropa o el hecho de que pareciese que ha venido de un campo de batalla, sino su psicótico rostro. Esboza una sonrisa amplia y sus ojos se pierden en el intento de encontrarse con los míos.
—¿Dónde estabas? – pregunto sin dejar de analizarlo.
—Resolviendo algunos problemas. – mira a cada lado en busca de no sé qué.
Noto su intención de no hablar, al menos no con palabras ya que en cuento comprueba la soledad en la que nos encontramos comienza a desabrochar los botones de su camisa hasta lograr quitarla.
Desabrocha su cinturón y abre su pantalón dejando ver su bóxer y en cuanto me preparo para lo que mi mente imagina, choco con la realidad en cuanto pasa por mi lado sin tan siquiera insinuarse.
Extrañada por su comportamiento, camino detrás del hasta el cuarto de baño donde se despide de la ropa restante y se mete en la ducha.
—¿Qué quieres? – exclama sin prestarme atención.
—Nada. Es solo que… —me quedo sin palabras— Quería saber si estás bien, el estado en el que has llegado —me interrumpe.
—Es el mismo de cuando mate a cada una de las personas que intentaron matarte. ¿No?
Trago saliva ante lo que acaba de decir y solo puedo responder con un mísero "supongo"
Observo sus lentos e insonoros pasos traerlo hasta en frente de mí y luego acorralarme entre su mojado cuerpo y la pared.
—Pero en estos momentos creo que no debo de protegerte. Ya sabes hacerlo por ti misma ¿No? – acerca su rostro a tal punto que su respiración y la mía chocan.
—¿Por qué dices eso?
—Prepárate para esta noche y más te vale obedecerme o… — mira cauteloso a su mano derecha la cual sujeta un cuchillo, su cuchillo, su arma para matar.
En este punto me pregunto si Mort es capaz de hacerme daño, aún más daño del que me ha ocasionado. ¿Es posible que me asesine al igual que los demás que han acabado muertos por sus manos? Sé que en un momento le pedí que acabara conmigo, que terminara con mi patética vida, pero la verdad es que no quiero morir. No quiero que mi vida termine en sus manos porque de solo imaginar su cuchillo perforando mi piel, un incontrolable sentimiento crece, aumenta lo que siento por él y por mí. Odio. ¿O eso quiero creer?
¿Odio?
Sigo mientiéndome a mi misma. ¿Cierto?
Tal vez negarlo es lo mejor.
¿Por qué?
Porque no se de lo que sería capaz si llego a aceptarlo.
¿Seré igual a él?
Obvio que no, sería peor.
Suspiro, trago saliva, lo observo, me deleito por primera vez de su figura. Me embriago de su rostro, de esa mirada de la cual todavía dudo y evito cerrar los ojos, porque sé, que si lo hago, voy a pensar en como toca, besa, acaricia y marca cada centímetro de mi piel.
—Me has hecho despertar, me has estado cambiando poco a poco. Me has pedido que te acepte, quieres mi mundo se centre solo en tí. Pero, Mort, mi Mort, desde hace tanto tiempo, desde hace mucho tiempo, mi mundo se redujo a solo tú. Eras, eres y siempre vas a ser tú. Y ahora debes de cargar con ese peso, debes de llevar en tus hombros el pecado de marcarme de esta forma. — digo en mi interior al ser devorada por la furia que desprende en su mirada.
No me dañaste Mort, siempre he sido de esta forma ¿No? Querías que despertara ¿Verdad? Que te utilizara para conseguir lo que quiero ¿Cierto? Pues ahora atente a las consecuencias porque te voy a dañar. Te voy a mostrar cuan dañino ha sido tu obsesión por mí, y cuan dañina puedo ser yo para tí.
Lo siento, Mort Lefebvre, pero solo hago lo que me dijiste, lo que me enseñaste.
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