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|| Prólogo ||

En los años 1580, luego de que la corona española repartiera sus tropas por el nuevo mundo ganando más y más terreno, una joven de cabellera pelirroja y piel color Capuli* caminaba sin cesar de un lado a otro, se encontraba absorta en una pregunta en particular, tratando de que su vaga mente recordara de una vez a aquel joven de cabellera negra, ojos verdes y mirada penetrante.

El encuentro entre ambos jóvenes había sido esa misma mañana, y todo gracias al señor España o, mejor dicho, "su padre", aunque no tuvieran ningún lazo de sangre o algún tipo de cariño por el otro.

El Imperio Español había organizado un almuerzo para que, tanto los virreyes como las colonias, tuvieran un momento para conversar y conocerse un poco más; aunque, en verdad, era más una reunión de trabajo que de cotillear y hacer "amigos".

Los virreyes sentados en la mesa al frente del Imperio Español, mientras las colonias permanecían en el fondo del salón, con las muñecas encadenadas, una mirada perdida y recuerdos traumáticos que aún no terminaban de superar.

Entre estas colonias, se encontraba Shaya, en representación del Virreinato del Perú, al ser la mayor y la que más causó problemas antes de volverse una colonia, era ahora la representante y la segunda más importante para España.

Shaya se encontraba pensativa en su respectivo asiento, mirando a los lados esperando encontrar al "hijo favorito" del Imperio Español, su querido "Nueva España". La primera tierra que colonizó y la que más problemas le causó, se volvió su hijo preferido y el centro de toda su atención.

La joven Pelirroja tenía curiosidad por saber cómo sería aquel hijo preferido, lo imaginaba alto, sin las cadenas y con un andar más tranquilo que el de las otras colonias, algo altanero tal vez, con una mirada orgullosa y fría.

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Que equivocada estaba...

No mucho tiempo pasó, cuando un ruido fuerte interrumpió la reunión, se oían gritos y cosas cayendo, tan fuertes fueron los ruidos que nuestros guardias, de cada colonia respectivamente, corrieron a paso rápido hacia la fuente del todo el alboroto, esto permitió a que las colonias pudieran correr hacia el alboroto, grande fue la sorpresa de Shaya al darse cuenta que la fuente de todo ese alboroto era el tan esperado Nueva España, tal parecía que había querido escapar de los guardias.

Shaya se quedó hipnotizada por unos segundos, era completamente lo contrario a lo que había imaginado, se mostraba un chico pelinegro, con una mirada llena de furia, odio, desprecio, corriendo de un lado a otro, tan ágil que le era imposible a los guardias sujetarlo sin que se escapara al momento.

—¡Ya déjenme en paz! ¡Estoy harto de sus malditas juntas sin razón! ¡No soy su marioneta! —habló el pelinegro entre gritos, mostrando lo que parecían garras de sus manos y colmillos de serpiente aparecían en sus dientes.

—Nueva España, ya hemos hablado, debes obedecer a todo sin resistirte. ¡Estás a mi cuidado! No hay nada más que hablar, debes obedecer. Recuerda que yo soy tu rey —el Imperio Español dijo esto último levantando la voz, sin quitar los ojos fijos de los de aquel joven pelinegro.

—¡Cállate! ¡Tú no eres mi rey! ¡Y mi nombre no es Nueva España! ¡Es Méxi..

La voz del Nueva España fue callada por la cachetada impartida por parte del Imperio Español. El ruido producido por la cachetada invadió toda la sala.

—Ese dejó de ser tu nombre hace mucho tiempo.

Se formó un silencio funerario en la sala, la mirada fría del tan nombrado "Rey de la Nueva tierra", combinada con la mirada llena de odio de Nueva España, eran tan profundas y gruesas que nadie se atrevía a dar la primera palabra.

Grande fue la sorpresa de todos al ver que Shaya, o como su "padre" la llamaba, "Perú", se plantó con firmeza en frente de la mirada del tan grande Imperio Español con intensiones de defender a aquel chico.

—Señor España, por favor. Déjelo en paz. Entiendo su falta de respeto hacia usted pero, por favor, no se merece todo esto.

El joven pelinegro se quedó unos segundos mirando a la chica adelante suyo, con una mirada entre sorpresa e incomprensibilidad, poco a poco la joven se volteo hacia el chico con una mirada entre tranquilidad y curiosidad, tenía la sensación de haberlo visto en algún lado.

—Disculpe usted pero... ¿lo he visto en algún lado?

Al momento en que Shaya trató de acercarse al joven, uno de los guardias la tomó de las cadenas que colgaban de sus muñecas,  para jalarla con brusquedad y quitarla del camino, para así poder llegar hasta Nueva España.

—¡Hey! ¡Esperen! ¡Yo tan sólo estaba intentando conversar con él! —decía entre quejidos, con una mirada entre furia y confusión.

¿Por qué tanta brusquedad? Ella sólo intentó acercarse a Nueva España, sentía una vibra muy familiar en él, como si, de alguna manera, se hubieran visto antes, como si tuvieran un tipo conexión, un lazo, un pasado.

—¡He-Hey! ¡Déjenla! Si ella no ha hecho nada —México Norte trató de acercarse con intenciones de ayudarla, mas los guardias lograron retenerlo, llevándose a Shaya a su habitación, sin dar explicaciones del porqué la "castigaban", o, al menos, no había sido claro para ella en ese momento.

Lo último que logró ver antes de que la sacaran de la sala, fue la mirada fija de Nueva España en ella, como si, de alguna forma, él también hubiera sentido esa conexión.

Así es como terminó en su habitación, sola, tratando de recordar donde había visto ese rostro. Estaba tan sumergida en sus pensamientos, que no se dio cuenta del ruido que provenía desde su balcón, y hubiera seguido absorta en ellos, de no ser porque la razón de aquellos ruidos, era de alguien escalando su balcón con dificultad. El sonido del vidrio siendo golpeado ligeramente hizo que Shaya soltara un quejido de susto, volteó lentamente la cabeza hacia su balcón y grande fue su sorpresa al encontrarse con aquel pelinegro, sólo que ahora su cabello estaba desordenado, la camisa con los primero botones abiertos y sus pantalones tenían machas de suciedad.

—¿Q-qué haces aquí? —dijo Shaya, mientras caminaba hacia el joven a paso nervioso, desde que había sido capturada por el Imperio Español se sentía más alerta que nunca.

—Quería saber si no te había pegado —suspiró con pesadez, tratando de buscar con la mirada algún indicio de heridas en las más pequeña.

—Estoy... bien, no fue nada que no haya hecho antes —decía, mientras apretaba sus brazos ligeramente, al mismo tiempo que recordaba las heridas provocadas por su supuesto "padre".

—¿Tienes alguna idea del porqué reaccionó así? —se atrevió a preguntar Shaya.

—Oh, tiene miedo de que nos juntemos y nos rebelemos hacia él, ya sabes, dicen que juntos somos fuertes.

—Que paranoico puede ser a veces.

—De hecho, no suena tan mala idea.

—¿Disculpa?

Mas esta pregunta no fue respondida, México Norte se volteó, caminando hacia donde había venido, sin soltar ninguna palabra en el camino.
Por impulso, Shaya le siguió por detrás, esperando que, al menos, tuviera la delicadeza de decir algo.
No fue sino hasta que México estuvo apuntó de comenzar a descender por su balcón que Shaya volvió a hablar.

—¿A dónde vas?

—A ningún lugar en especial, simplemente, a ver si puedo respirar el aire de mi país sin que me estén apuntando con un rifle todo el tiempo —decía a la par que se rascaba la cabeza y volteaba su mirada hacia Shaya—, ¿quieres venir conmigo?

—El Imperio nos matará si se entera que salimos.

—No tiene que enterarse si volvemos antes del amanecer —dijo, extendiendo su mano hacia la pelirroja, la cual quedó atónita ante su propuesta.

El tiempo que México esperó la respuesta de Shaya pareció eterno, o, al menos, así lo sintió Shaya.

Al final, no dijo nada, sino que tomó la mano de México, colocándose al lado suyo, mostrando una sonrisa decidida.

¿Quién pensaría que esa sonrisa sería el inicio de una gran amistad?

Al final nunca supieron qué era esa conexión que sentían, o, al menos, no esa noche, ni las siguientes, pero ninguno de los dos podía negar que había algo más profundo que los unía, algo... mágico.




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