5
La oscuridad llenaba las calles.
Desde el incidente de la bañera, ninguno de los dos había dicho palabra alguna y su madre no apartaba la mirada de él. Ambos sabían el motivo. Es difícil afirmar que no estás perdiendo la cabeza cuando te han visto de ese modo.
Es por eso que, como precaución, decidió no contarle lo que había visto. ¿Qué imagen estaría dando si le decía que había un mensaje para él en el agua?
Así pues, trató de continuar con su aburrida rutina, aunque colocando una variante que provocó una mezcla de emociones en su interior. Tenía un plan y estaba emocionado por ello.
Como todos los días, su madre preparó la cena y, también como los demás días, ambos la tomaron en la mesa de la cocina, sin decir una sola palabra. Sin embargo, en esta ocasión, el chico introdujo uno de sus somníferos en el vaso de agua de la mujer.
Durante toda la cena tuvo que controlarse para que su comportamiento no resultase sospechoso, pero su cuerpo vibraba de adrenalina y culpabilidad. Sabía que no estaba bien, aunque le fue imposible resistirse.
Tal como su médico le indicó, las pastillas eran fuertes (aunque él nunca las había probado), su madre apenas pudo levantarse antes de caer rendida sobre el sofá.
En un último acto de compasión (dedicado a mitigar su culpa), tapó a la mujer y apagó el televisor, tomando con suavidad el mando que había quedado en su mano. Sabía que, si algo salía mal, su madre se volvería loca y nunca más le dejaría solo, pero era un riesgo que estaba dispuesto a asumir.
Con cuidado de no hacer ruido, fue a su habitación y terminó de prepararse. Tomó una sudadera oscura y una mochila donde introdujo una linterna, el teléfono y las llaves, además de una cuerda que esperaba no tener que necesitar.
Una vez listo, volvió a salir y caminó lentamente y de una forma muy poco natural, sintiendo un intenso dolor en las articulaciones a cada paso, luchando por no hacer ningún ruido.
Al abrir la puerta principal, esta respondió con un débil crujido que hizo que su corazón se acelerase, esperó unos segundos antes de girar la cabeza con lentitud mientras aguantaba la respiración, escuchando con fuerza su propio pulso en sus oídos. Soltó todo el aire que le quedaba en los pulmones cuando comprobó que su madre seguía durmiendo.
Finalmente, terminó de abrir la puerta y se aventuró al amparo de la fría noche.
El metro ya había cerrado, por lo que se vio obligado a caminar hasta el Retiro que, como era evidente, permanecía acordonado. Tuvo que emplear una pequeña trampa para alejar al guardia que custodiaba el recinto, aunque finalmente lo consiguió tras varios intentos lanzando una lata para el hombre, rechoncho y agotado, siguiese el sonido y se alejase de la entrada. Le costó más de lo que esperaba saltar la enorme verja de metal, pero terminó cayendo al otro lado.
Su cuerpo se sacudió al entrar en contacto con el suelo, el sabor de la sangre inundó su boca y el sonido de su ropa al romperse contra la dura superficie llenó el ambiente. Durante unos segundos, su mente se llenó con una única imagen; la caída más reciente que recordaba, aquella en la que se había visto obligado a luchar por su vida y había perdido la batalla de forma espantosa. Se levantó lo más rápido que le permitieron sus doloridas extremidades y se dispuso a trabajar antes de que alguien le descubriese allí.
Caminó con rapidez, cojeando al principio, corriendo una vez que se acostumbró al escozor de las heridas, el halo de luz creado por su linterna se movía frenéticamente por todo el lugar, siguiendo el movimiento de su cuerpo mientras avanzaba, luchando a duras penas con la oscuridad. Supo que había llegado antes incluso de verlo.
Su cuerpo entero reaccionó; su piel se erizó y sus piernas se detuvieron movidas por un violento temblor que no tardó en inundarlo. El agua le afectaba, incluso a distancia.
Los pocos pasos que lo separaban del lago le resultaron agotadores y eternos, todas las fibras de su ser le suplicaban que se marchase, que tratase de vivir su vida sin conocer la verdad, pero no podía. Su mente vagaba de forma constante y abrumadora, exigiendo unas respuestas que no era capaz de formular. Necesitaba descubrir la verdad.
Así pues, ató la cuerda a su cintura y, tras largos minutos que empleó para reunir algo de coraje, comenzó a caminar de nuevo.
Estaba templando, pero eso no impidió que intensos escalofríos recorriesen su columna a cada paso que daba. Casi salió corriendo cuando el agua, fría y sucia, entró en contacto con su calzado, empapando sus calcetines y haciéndole reprimir un nuevo escalofrío. Cada paso le acercaba más a su destino, pero también le aceleraban peligrosamente el ritmo cardíaco. Antes de darse cuenta, ya estaba reteniendo la respiración.
El agua estaba congelada y hacía que las heridas le ardiesen, abrió los ojos para dejar que su borrosa visión se aclarase poco a poco. Solo debía esperar.
Permaneció inmóvil, completamente sumergido, observando cómo las burbujas de aire salían de su nariz y ascendían con rapidez hacia la superficie. Cada segundo bajo esas gélidas aguas suponía un infierno del que se moría por salir, pero se forzó a permanecer allí hasta no poder soportar más la presión. Todo su cuerpo le exigía que saliese y, finalmente, lo hizo cuando comenzó a faltarle el oxígeno.
Nadó con rapidez para romper la superficie del agua con violencia, introduciendo una rápida cantidad de aire en sus pulmones. Se vio obligado a toser mientras se quitaba el agua de los ojos, deseoso por ver el mundo que lo rodeaba. El resultado le provocó una pequeña sonrisa.
A su alrededor el parque había desaparecido, al igual que los edificios y las carreteras, todo era un inmenso desierto que llenaba el horizonte. La oscuridad reinaba en el lugar, pero se trataba de una noche diferente a la de su mundo; allí el cielo (que no parecía negro, sino más bien de un morado muy oscuro) estaba surcado por cientos de puntos luminosos, no como en Madrid, donde las luces de la ciudad apenas dejaban divisar las estrellas. La luna también parecía ser distinta, coloreada de un suave tono púrpura y tan enorme que casi creía ser capaz de tocarla si se lo proponía.
Quiso dar saltos de alegría; no estaba loco, no había sido un sueño. De algún modo, ese lago representaba un portal a otro mundo. Un mundo que, como no tardó en recordar, contenía nuevos e inexplicables peligros.
Como un cubo de agua fría, un fuerte golpe lo sacó de su repentina felicidad. El choque con la superficie del lago le retiró el poco aire que tenía en los pulmones y lo sustituyó por ese desagradable líquido que le hizo volver a toser. Quiso girarse para descubrir el motivo de su caída, pero no fue necesario.
Pedro tiró de su ropa (rompiéndola más de lo que ya estaba) hasta conseguir que le mirase a los ojos, entonces mostró una macabra sonrisa.
—Has vuelto.
Tenía muchas preguntas para él, pero no parecía estar dispuesto a responderlas. Una vez más, tomó su cuerpo y, haciendo uso de una fuerza sorprendente, lo golpeó con violencia contra el suelo.
Su visión comenzó a nublarse mientras el agua se teñía con su sangre, la adrenalina llenó su sistema instándole a luchar, aunque fue inútil, no podía con él. Su fin estaba cerca y lo sabía, su mente comenzó a llenarse con imágenes de su vida que, de algún modo, desaparecieron tan rápido como habían aparecido.
El grito de Pedro llenó el aire mientras retrocedía, permitiendo que Lucas se incorporase con lentitud y una expresión de dolor tallada en el rostro. Lentamente, buscó con la mirada el motivo del dolor del chico, aunque los causantes no tardaron en dar con él primero.
Era el mismo coche que había visto durante su última visita, conducido por los mismos hombres enmascarados. Uno de ellos volvió a lanzar una flecha que se clavó con precisión en el cuello de su atacante, aun así (y para sorpresa del chico) este no se desangró.
El vehículo avanzó con rapidez hasta colocarse a su lado, entonces se abrió la puerta y una mano apareció junto a él.
—¡Sube! —gritó el tirador mientras uno de sus compañeros se acercaba a Pedro, aprovechando su debilidad para tomarlo por el pelo y emplear un cuchillo para acabar con él.
Lucas se vio forzado a retirar la mirada cuando el cuello del chico se desprendió de su cuerpo, por mucho que hubiese hecho, no podría ver cómo lo mataban. Una vez más, los hombres se cansaron de esperar y terminaron introduciéndolo a la fuerza en el coche.
El chico se resistió con la poca energía que le quedaba, pataleó y gritó en busca de respuestas que no parecían querer llegar, pero todos lo ignoraron. Al menos, así fue durante la primera mitad del camino.
—Por el amor de dios, ¡cállate de una maldita vez! —dijo el conductor sin apartar la mirada de la "carretera" —¿Acaso preferías que dejásemos que te matase?
Eso fue suficiente para hacerlo callar y, aprovechando ese momento de paz, el chico observó con curiosidad a sus nuevos compañeros.
Todos eran de complexión fuerte y pelo oscuro, con la piel morena y humedecida por el sudor. El conductor, que parecía ser una especie de líder, llevaba el pelo largo y suelto. El tirador poseía una mirada severa, además de un peinado militar, rapado casi por completo. Sin embargo, el otro hombre parecía ser todo lo contrario a los demás, su enorme cuerpo parecía no estar vinculado a sus cuidadosos gestos ni a los horribles actos que podía llevar a cabo con esos enormes músculos.
—¿Quiénes sois? —se atrevió a preguntar una vez que su respiración se hubo ralentizado —. ¿A dónde me lleváis?
—Todo a su tiempo. —La voz dura y áspera del tirador le hizo encogerse sobre su asiento.
—Tú no eres de por aquí, ¿no? —El conductor movió el espejo retrovisor para dirigirse una mirada severa cargada de curiosidad. El chico negó con la cabeza, incapaz de decir una sola palabra más.
—¿De dónde vienes? —Casi se sintió conmovido por el dulce tono empleado por el copiloto, que le dirigió una piadosa mirada por el espejo retrovisor de la derecha.
"Ojalá lo supiera", pensó mientras observaba el paisaje. El desierto avanzaba con rapidez al otro lado de la ventana, kilómetros y kilómetros de arena que solo auguraban una muerte horrible o una vida muy dura. Si todo era un enorme desierto, ¿de dónde habían salido sus captores?
Su mente comenzó a contemplar la posibilidad de preguntarles cuando, en un movimiento súbito, el coche se detuvo. El chico chocó contra el asiento delantero mientras los hombres se bajaban del vehículo, su respiración y pulso comenzaban a acelerarse de nuevo mientras su mente se llenaba con horribles posibilidades. ¿Y si lo habían salvado para matarlo de una forma aún más brutal?
Sus piernas se negaron a moverse y él dirigió una aterrada mirada a los hombres, que lo observaban desde el exterior.
—Venga. Si realmente quieres respuestas, tienes que venir con nosotros.
Lentamente, su cuerpo abandonó el vehículo y se expuso a la fría noche del desierto. El aire enfriaba su empapada ropa con rapidez, la oscuridad apenas le permitía observar los obstáculos en el camino y las heridas le mandaban oleadas de dolor por todo el cuerpo. Sin embargo, todo eso daba igual, al menos lo dio en cuanto lo vio.
Avanzaron un par de metros hasta llegar a un par de enormes rocas, fue entonces cuando lo comprendió.
Los tres hombres retiraron con esfuerzo la roca, que al principio no parecía diferente de las demás, pero que era muy diferente en realidad. Con cada centímetro recorrido, una potente luz salía a la superficie.
Finalmente, unas escaleras se hicieron visible, listas para descender bajo tierra. Su mente se nubló ante la nueva realidad que se le descubría.
La cueva era una puerta a un refugio subterráneo.
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