3
La oscuridad lo reclamaba.
Se encontraba tranquilo, navegando en un océano de sombras, dejando que estas se enredasen en su cuerpo mientras lo mecían. Todo era paz y armonía, hasta que se acabó.
Un intenso pitido lo sacó rápidamente de su letargo, poco a poco, su cuerpo comenzó a despertar y el resto de sus sentidos se activaron. Estaba tumbado en una superficie blanda, cubierto con lo que parecía ser una manta, aunque seguía teniendo frío. Lentamente, comenzó a abrir los ojos, parpadeando con rapidez cuando la luz atacó sus retinas, luchando por ver algo a través de la película de lágrimas que los cubría.
La sala a su alrededor era de un blanco impoluto y en ella reinaba un fuerte olor a desinfectante que hacía que los ojos le llorasen más, el silencio no era absoluto, pero seguía siendo pesado. A su izquierda, una imponente máquina producía los pitidos que lo habían despertado, a la vez que mostraba extraños símbolos que no era capaz de comprender.
Trató de levantarse, pero su cabeza palpitaba con el más mínimo movimiento, provocando que oleadas de dolor le recorrieran el cuerpo por completo. Quiso llevarse una mano a la parte posterior de su cabeza, justo de donde procedía el dolor, solo entonces se percató de que tenía un tubo conectado a uno de sus brazos. Tardó más de lo que debería en comprender que se encontraba en un hospital.
De nuevo, trató de incorporarse sobre la cama mientras peleaba con los cables y tubos que lo rodeaban, debió de tocar algo, puesto que no tardaron en acudir a verlo.
Las enfermeras avanzaron con rapidez por el pasillo y, cuando lo vieron, se quedaron paralizadas en el marco de la puerta, inmóviles como si de una estatua se tratase. Finalmente, algo apareció tras ellas y les hizo despejar el camino.
Su madre apareció corriendo por el mismo pasillo que habían usado las enfermeras, empujándolas para llegar hasta su hijo, al que abrazó antes de darle la oportunidad de hacer nada más. Su madre olía a sudor y tabaco, no necesitó preguntarlo para saber que llevaba mucho tiempo allí. ¿Cuánto había estado durmiendo?
Tras el abrazo más largo de su vida, la mujer se alejó de él y le observó con unos intensos ojos azules que mostraban una inconfundible mezcla de emociones; alivio y enfado. Siempre le había parecido increíble esa habilidad que tenían los padres para mezclar ambos sentimientos.
—¿Qué ha pasado? —se atrevió finalmente a balbucear, provocando que una nueva emoción llenase los ojos de su madre. Ahora le miraba con lástima.
—¿No recuerdas nada?
—Estaba en el parque —comenzó a recitar el chico mientras un doctor hacía su aparición en la sala y se acercaba para examinarlo —. Y nos subimos en una barca.
Su piel se erizó al recordar el impacto contra las heladas aguas y todo lo que la caída ocasionó, ¿acaso había soñado todo lo que les había pasado? ¿Había soñado con un mundo diferente?
—Cielo, os caísteis al lago... —explicó con suavidad su madre —. Los profesores dijeron que estabais haciendo el tonto y volcasteis la barca —Eso explicaba su enfado —. Te golpeaste la cabeza y, para cuando te sacaron, ya estabas inconsciente. Llevas aquí dos días.
Su mente daba vueltas entre los fragmentos de lo que parecían ser recuerdos; recordaba haber caído y la ira que se apoderada de él junto al terror, ira hacia sus amigos, los que tiraron la barca. Sus ojos se abrieron mientras una desagradable sensación comenzó a inundarlo.
—¿Dónde están Juan y Pedro? —Las miradas apenadas de todos los presentes fueron respuesta suficiente,
Sintió cómo la respiración se le cortaba mientras escuchaba las palabras de su madre.
—No pudieron reanimarlos. —El sonido le llegó despacio, pausado por su propio cerebro que se negaba a aceptar la noticia.
No, no dudaba de su muerte, sino de la posibilidad de haberla visto.
Poco a poco, los recuerdos de ese mundo llegaban a él como flashes de horror. Recordaba la muerte de Juan, sangrienta y despiadada, aunque era incapaz de recordar la de Pedro. ¿Acaso había muerto tras matarlo a él? Y, ¿cómo podía seguir vivo si Pedro los mató a ambos?
—¿Los dos han muerto? —se vio obligado a preguntar, dando voz a los oscuros pensamientos que inundaban su cabeza. Su madre asintió.
—Juan se partió el cuello al caer y Pedro... Bueno, de él no ha aparecido el cuerpo aún, pero los sanitarios dicen que es imposible que siga vivo.
El chico asintió mientras, con pasividad, alzaba el rostro para que el doctor pudiese examinar sus pupilas empleando una luz que lo cegó por unos instantes. Fue la oportunidad que su madre estaba esperando para comenzar con su reprimenda.
—¿En qué demonios estabais pensando? No es un lago profundo ni peligroso, pero tampoco debéis hacer esa clase de tonterías porque luego pasa lo que pasa.
El chico suspiró mientras la mujer seguía con su discurso (que seguramente llevaba preparando esos dos días). Podría haber respondido, haberle dejado saber que fueron los otros chicos los que volcaron la barca, aunque sabía que no serviría de nada. Por lo que dejó que se desahogase a gusto mientras, en su cabeza, las imágenes seguían brotando como el agua en una cascada.
El cielo rojo, el inmenso desierto, los desconocidos armados, la turba enfurecida... Lo recordaba con tanta claridad que era incapaz de pensar que realmente se trataba de un sueño. ¿Cómo podría serlo? De ser así, al haber caído al suelo debería haber despertado, ¿no? ¿No es eso lo que dicen? ¿No se supone que el dolor te despierta?
Suspiró mientras, a su alrededor, el mundo volvía a tranquilizarse. Su madre le estaba explicando lo que le había pasado (una conmoción muy fea que se había infectado con el agua del lago y un principio de neumonía, motivo por el cual debería quedarse algo más de tiempo en observación), pero no la estaba escuchando, al menos no como se suponía.
Todos los sonidos le llegaban aislados, como si tuviese tapones en los oídos y, por encima de cualquier otro sonido, estaba ese.
Un incesante goteo, rítmico y constante, que le estaba sacando de quicio.
Giró la cabeza lo más rápido que le permitieron sus heridas para localizarlo y, finalmente, dedujo que se trataba del grifo del baño, el cual tenía una fuga. Iba a avisar a su madre de ello cuando algo más llamó su atención, un nuevo sonido que eclipsó al de la caída del agua.
Al principio se trataba solo del mar, un mar embravecido que comenzaba a rodearlo con rapidez. Luego, cuando su respiración ya se encontraba acelerada, algo muy diferente comenzó a emerger del grifo cerrado.
Seguía oyendo el sonido del agua, eso estaría con él por el resto de su vida, pero ahora podía oír las risas de sus amigos. Cada gota era una nueva carcajada que acompañaba perfectamente al sonido del mar, una nueva carcajada que, poco a poco, comenzó a aumentar en volumen e intensidad.
Finalmente, se vio forzado a llevarse ambas manos a los oídos, tratando de ahogar el sonido de esa siniestra risa, que le llegaba desde el más allá.
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