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1

El resto de la mañana se desarrolló sin incidentes, o eso pensaba.

A la hora estipulada, su madre fue a despertarlo y él se vistió mientras ella preparaba el desayuno. Tomó galletas mojadas en leche junto a ella, en completo silencio como cada mañana, hasta que ambos terminaron y fueron a prepararse para sus respectivos días.

Lucas tomó una pequeña mochila donde depositó un bocadillo y una chaqueta que su madre insistió en que llevase, además de un pequeño paraguas. Ambos salieron juntos de casa, aunque apenas hablaron.

Caminaron juntos hasta la parada de metro, donde sus caminos se separaron. Él tomó la línea 2 que, tras tres paradas, le dejaría en el retiro, su madre tomó la línea 1 en dirección a la estación de tren.

A esas horas, el metro estaba desierto a excepción de estudiantes como él. Algunos, los más pequeños, iban acompañados por sus padres, otros parecían ir al instituto como él y tenían un aire de apatía muy característico, provocado por tener que despertarse tan temprano.

Finalmente, las pantallas se iluminaron mostrando que el tren efectuaría su entrada en la estación. Todos los presentes se alejaron de sus asientos y avanzaron hasta el borde de la línea amarilla de seguridad.

El tren llegó impulsando una gran nube de aire a su paso, avanzando con rapidez mientras las personas en su interior (la mayoría adultos agotados después de una larga noche de trabajo) se aproximaban a las puertas. El chico observó sin interés los cristales llenos de grafitis, pasando a gran velocidad frente a él. Hasta que algo despertó su curiosidad.

En una de las oscuras ventanas, uno de los reflejos no se correspondía con la realidad.

Era su imagen sí, su rostro y su pelo, pero no podía ser él. No cuando el reflejo parecía flotar sin vida en medio del agua.

Sus ojos se abrieron de terror mientras la imagen avanzaba. En un acto de desesperación, trató de seguirla, pero le fue inútil cuando el tren se detuvo y todos comenzaron a entrar. La gente impidió su paso y le obligó a entrar en el coche justo antes de que un espantoso pitido le indicaste que las puertas iban a cerrarse.

El resto del viaje se desarrolló entre nerviosas miradas y un pesado silencio que se instaló en su pecho para dificultarle el respirar. Finalmente, el coche se detuvo en su parada y él salió corriendo hacia el exterior, en busca de algo de aire fresco.

Apenas tuvo que caminar un par de minutos bajo el cielo gris plomizo antes de verlo; las enormes verjas de hierro forjado que delimitaban el terreno del parque. No necesitó preguntar para saber que el enorme grupo en la entrada era su clase.

Se aproximó al resto de estudiantes mientras el profesor, un hombre bajo al que apenas se le veía la calva tras los enormes chicos, trataba de poner orden en el excitado grupo.

No solían hacer excursiones, pero la del parque del Retiro era sin duda la favorita (y la más usada por todos los cursos del instituto), siendo que todos los alumnos preferían pasar la mañana allí antes que dar clase.

Esperó pacientemente a que el hombre llegase a su nombre mientras pasaba lista. Solo entonces se percataron de su presencia.

Un par de chicos se acercaron a él entre sonrisas y saludos amistosos. Juan, el más alto de los dos, sacudió su cabeza de largos mechones castaños mientras le pasaba un brazo sobre los hombros. Pedro, que era algo más bajo y corpulento que sus amigos, se decantó por darle una palmada en el brazo.

Los tres llevaban un par de años yendo juntos a clase y, aunque no pudiese decir que eran sus mejores amigos, eran buenos chicos con los que podía pasar el rato. Por eso, forzó una sonrisa que no sentía y trató de disimular su malestar mientras participaba brevemente en las alocadas conversaciones de sus amigos.

Finalmente el profesor terminó de pasar lista y pudieron entrar. La visita al parque les incluía un guía al que nadie (por razones evidentes) estaba prestando atención. En otras circunstancias, Lucas habría atendido y puede que incluso hecho alguna pregunta, pero su concentración estaba puesta en otro sitio.

El parque era enorme y precioso, pero el chico no observaba los árboles, el agua captaba toda su atención.

Había olvidado por completo que el lugar contaba con un enorme estanque en el que, si pagabas, podías alquilar un bote de remo y dar un pequeño paseo sobre sus aguas. Antes de darse cuenta, su mente se encontraba vagando en esas frías y espesas aguas.

El grupo siguió avanzando, pero él se detuvo. Su mirada permaneció tan inmóvil como su cuerpo, fija en las oscuras aguas llenas de suciedad y vegetación, no tardó en verlo. Como si de una película se tratase, las imágenes de su pesadilla comenzaron a reproducirse sobre la superficie del lago.

Pudo verse a sí mismo, atrapado por la vegetación, luchando inútilmente, perdiendo el poco aire que aún conservaba en los pulmones. Todo sonido había desaparecido; las risas de sus compañeros y el suave ronroneo de las ramas de los árboles, mecidas suavemente por el viento. Todo su mundo desapareció para dejarlos completamente solos. Hasta que, finalmente, una frase logró sacarlo de su breve estado vegetativo.

—No olvidéis que, en unos minutos, el alquiler de barcas abrirá y todos montaremos en una. —Las palabras de su profesor lograron que su mirada se apartase del agua. 

Sus ojos se abrieron con horror mientras el resto de chicos celebraban la oportunidad de montar en barco, sus amigos se giraron para compartir su alegría, pero solo encontraron a un chico completamente aterrorizado.

—¿Qué pasa Lucas? No me digas que te da miedo montar en barca —preguntó Pedro mientras trataba de aguantar la risa.

—Venga ya, si ni siquiera es profundo —agregó Juan mientras estallaba en risas, siendo menos considerado que su amigo.

El chico no respondió. Su cuerpo no respondía, su cerebro estaba paralizado por el horror mientras, una a una, repetía en su mente todas las escenas de su sueño. No fue consciente de cuando se movieron, ni de cómo hacían cola para participar en la tan temida actividad. Antes de poder darse cuenta, estaba sobre la superficie del estanque, en una barca junto a sus amigos.

Sintió cómo palidecía mientras las náuseas amenazaban con hacerle vomitar las galletas que había desayunado, sus nudillos se tornaron blancos mientras, en un desesperado intento por controlar su ansiedad, se agarraba con fuerza al asiento de la barca. El paseo duraría cuarenta y cinco minutos, aunque no creía poder soportarlo.

Su mirada se fijó en el fondo del barco mientras intentaba no posarla en el agua. Sin embargo, cada movimiento, por ínfimo que fuese, hacía que su respiración cesase.

Su temor ante el más mínimo balanceo del barco no pasó desapercibido para sus amigos, que compartieron una mirada maliciosa antes de comenzar a hablar.

—¿Qué demonios te pasa? Esto es completamente seguro.

—Sí, ni que fuese a caerse... —declaró Pedro mientras se levantaba y, con su enorme cuerpo, comenzaba a balancear la barca.

Con el primer balanceo, su corazón se detuvo. Sus ojos se abrieron mientras sus uñas se clavaban en la madera, llegando incluso a doblarse por la fuerza empleada. Su corazón comenzó a resonar en sus oídos, el aire comenzó a acumularse en su pecho... El mundo volvió a desaparecer, su visión se nubló y el sonido desapareció. Sabía que sus amigos seguían allí, de pie sobre la barca, intentando hacerla caer, pero era incapaz de llegar a ellos.

Finalmente, lograron su objetivo y, antes de poder hacer nada para impedirlo, los tres se encontraban en el agua.

Podía sentir el frío, el cambio drástico de temperatura, el líquido empapando su ropa y entorpeciendo sus movimientos. Aun así, era incapaz de moverse.

Su cuerpo no respondía, sino que se limitaba a caer, lentamente, introduciéndose cada vez más en el estanque. No tardó en necesitar oxígeno, pero se hallaba demasiado lejos de la superficie donde, recortadas contra el cielo gris, veía las siluetas de los adultos, seguramente mientras buscaban la forma de sacarlos. Entonces comenzó la pesadilla.

Al igual que en su sueño, la vegetación avanzó con rapidez hacia ellos. Pudo ver con espantoso horror cómo esta tomaba a sus amigos y los empujaba con rapidez hasta el fondo. Solo entonces su cuerpo reaccionó.

Si histeria le hizo sacudirse, agitar con nerviosismo las extremidades mientras luchaba por salir, tragando grandes cantidades de agua en el transcurso. Nada funcionó y, justo cuando sus dedos llegaron a rozar la superficie, sintió cómo el agua tiraba de él.

Sus ojos se cerraron durante el descenso, pero pudo sentirlo todo. La presión en su pecho aumentaba cada vez más mientras avanzaba con rapidez hasta que, finalmente, rompió la superficie del agua.

En ese momento, sintió un completo renacimiento.

Sus ojos se abrieron a la vez que su boca, dejando así que el aire entrase de forma violenta en sus pulmones. Sus extremidades temblaban mientras, lentamente, se giraba para permitirse toser y expulsar así el agua que había tragado. Fue en ese momento cuando, una vez recuperado, se percató de la verdadera situación en la que se encontraba.

La capa grisácea que coronaba el cielo durante su caída al agua había sido sustituida por una inmensa cúpula de color rojo sangre, coronada por una gigantesca esfera anaranjada que debía de ser el sol. Los árboles, los edificios, todo había sido sustituido por la nada más absoluta y, en medio de ese inhóspito lugar, se hallaba el agua, el único elemento común que conectaba ambos mundos.

Ya no se encontraba en el Retiro, ni siquiera seguía dentro de Madrid. Había sido trasladado a un mundo diferente.

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