• Ven •
Me sorprendió demasiado que, al llegar a la casa, el auto de mi esposo se encontrara ahí, en el mismo lugar, como si no hubiera ido a trabajar. No quiero ni pensar que estuvo esperándome. No es algo para nada común o normal en él.
—¿Dónde estabas? —ese fue su recibimiento tan pronto como me vio entrar.
Tener el cabello hacia al frente no iba a ser suficiente para ocultar las marcas del cuello, mucho menos las del pecho y brazos. En realidad, me daba lo mismo si lo veía.
—Imagino que si estuviste aquí todo el día, ¿al menos preparaste la cena? Tengo mucha hambre— intenté caminar, pero su mano agarró mi brazo, haciendo que retrocediera.
—¿Quién te hizo eso? —cuestionó, refiriéndose a las marcas.
—¿Me crees si te digo que me atacó un vampiro de regreso a casa? —sonreí—. Bueno, dudo que me creas, pues no soy lo suficientemente atractiva para que algo así suceda, ¿verdad?
—No me provoques, Rachel— su mano se aferró a mi cabello y reí.
—Uy, qué buenos recuerdos me trae esto. Así mismo me agarró ese vampiro anoche.
—¡Maldita zorra! —levantó la mano y lo reté con la mirada.
—Atrévete a ponerme una mano encima y verás cómo te la corto—me solté de su agarre—. No sé por qué actúas como si te importara lo que haga, amorcito—acaricié su pecho y, por primera vez en muchos años, no me evitó—. Siempre has odiado que sea una mujer indecente y que solo piense en sexo, pero bebé, este cuerpo necesita mantenimiento y si tú eres incapaz de dárselo, entonces no eres quien para reprocharme el hecho de que lo busque fuera de casa.
Subí a la habitación, encerrándome dentro del baño y riéndome como hace tanto no lo hacía. La situación, por alguna razón, se volvió tan entretenida. Saltaba mi corazón de gozo al poder restregarle en la cara que estuve con otro y no tener que callarlo más.
Pero su amarga expresión… era la mejor que alguna vez haya visto en él.
[...]
Ahora me tocaba soportarlo el resto de la tarde y noche por haber pedido libre del trabajo. Como noté que ha estado vigilando cada paso que doy, opté por caminar por toda la casa con una de las tantas lencerías que eligió Kyllian para mí. Esta era distinta, era de color rosa, un color que no suelo usar mucho, pero en el espejo me vi y me sentí bonita.
Por supuesto que mi propósito era atormentarlo, que pudiera ver más piel, todas las marcas que había dejado Kyllian en mi cuerpo anoche y abrirle de nuevo la herida. Es un golpe directo a su ego.
Daría lo que fuera por ver a Kyllian otra vez. Sé que pasamos la noche juntos y estuvimos todo el día juntos también, pero quisiera que me viera con esta lencería puesta. Ver esa mirada tan feroz e intensa sobre mi cuerpo.
Tomé el celular en las manos mientras estaba en la cocina buscando un vaso de agua. No había ninguna llamada o mensaje suyo. Mi esposo estaba en la sala, con el televisor encendido, pero observándome desde lejos.
Si no me llama es porque hoy no me necesita, ¿cierto?
Bajé el teléfono desanimada y tuve una idea a la velocidad de una bala. Ya que tenía la mirada de mi esposo encima y conozco lo pervertido que es Kyllian, puede que esto lo motive a llamarme.
Es la primera vez que me grabo, antes le había huido como el diablo a la cruz a las cámaras, quizá por mi baja autoestima, pero hoy me sentía bonita y quería compartir esa felicidad.
Con los ojos de mi marido encima, me tomé un vídeo de cómo se veía la lencería, desde el frente, hasta por detrás. Levanté la pierna sobre la encimera, haciendo un acercamiento a esa área que tanto ansiaba ser devorada y arruinada por él. Me toqué por encima de mis bragas, exactamente con la mano donde tenía el anillo. Luego le envié el vídeo y mientras esperaba que descargara, me tomé el vaso de agua para subir a mi habitación.
Me tiré de cabeza sobre la cama, esperando que Kyllian viera el mensaje. Reproduje el vídeo varias veces y sí me sentía un poco extraña haciendo estas cosas.
No pasaron ni dos minutos desde que vio el vídeo que me llamó directamente por video y mi corazón volvió a saltar un latido.
—Como le gusta hacerme sufrir a mi diosa. Deberías hacerlo más a menudo. Mira nada más cómo me pusiste— bajó la cámara para que viera en bulto que se formó en su pantalón y remojé mis labios—. Muéstrame mejor.
Se nota que no estaba en su apartamento, debía estar en otro lugar que no logré reconocer el fondo.
—Mi esposo está en la sala. Ya sabe de lo que hicimos.
—Oh, ¿sí? Entonces, ¿ahora puedo ir a visitarte? —sonrió.
—Eres un loco. ¿Cómo se te ocurre?
—Voy a verte a ti, no a él. Solo dime que vaya e iré.
¿De verdad haría eso por mí?
—Entonces ven.
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