• Prepotencia •
—Deje de decir tonterías y levántese de ahí.
—Es admirable tu fuerza de voluntad, aunque decepcionante que siendo una mujer tan bella y teniendo a la mano una oportunidad como esta, sigas pensando en tu inservible esposo y eso sea lo que te frene. Si él no estuviera de por medio, ya estarías de piernas abiertas sobre ese escritorio.
—Ya le dije que no meta a mi esposo en esto.
—Pues si eres tú misma quien lo está poniendo de barrera entre los dos. Es gracioso que le guardes tanto respeto y lealtad a alguien que, claramente no lo tiene hacia ti.
—Suenas muy seguro en lo que dice. ¿Sabe algo que yo no sepa?
—¿No serás tú quien sabe o sospecha lo que pasa, pero se hace la de la vista larga y oídos sordos? —sonrió—. ¿Realmente piensas que tu marido es un santo? ¿Nunca has sentido que algo anda mal con él y su extraño cambio? Llega extremadamente cansado todo el tiempo, te trata como una basura, ni siquiera te atiende o te hace sentir mujer, como es debido, nunca tiene tiempo para ti o para responderte el teléfono cuando lo llamas. Mi reina, en ti no ve una esposa, ve una esclava que siempre hará todo por él sin protestar y no va a reprocharle o exigirle absolutamente nada. Por más cansado que un hombre esté, siempre querrá satisfacer sus necesidades, pero extrañamente a ti no siente ganas de tocarte. Dime, ¿cuándo fue la última vez que se acostó contigo? Una mujer que es bien atendida por su marido y es feliz, no va a mirar a otro hombre con esa hambre que se refleja en tus ojitos cada vez que me ves.
—¡Cállate!
—Si la situación fuera al revés, si una mujer se le ofrece para pasar la noche, ¿crees que por su cabeza vas a cruzarte tú? —rio—. En la lista de sus prioridades, lamentablemente tu nombre no está escrito.
Estaba temblando de la ira. Sus palabras tenían la habilidad de por sí herirme, pero más bien porque estaba consciente de que parte de lo que decía hacía lógica y por eso dolía el doble. Porque tal vez prefería hacerme la ciega y la sorda para que dejara de doler.
—¡Te he dicho que te calles!
—La verdad duele, pues que te duela, a ver si despiertas de una maldita vez. No es justo que siga burlándose de ti en tu maldita cara y no hagas nada al respecto. ¿Sabes por qué no te ha dejado? Porque sería perder a la única miserable y tonta esclava que se desvive por él y lo trata como un rey, cuando no merece nada.
Mi mano se movió sola, aterrizando en su mejilla. Me encontraba a mi límite, como para seguir oyendo más. Solo quería que se callara. La marca roja de mi mano se reflejó demasiado rápido en su piel.
Mi mano ardía, pero en él no se reflejaba ni una chispa de dolor. Aunque debía enmarcar el hecho de que en sus labios se había dibujado una satisfactoria sonrisa. Era evidente que este era su propósito. Hacerme enojar y que explotara, haciendo exactamente lo que él quería. Su hombría seguía latente y rebosaba de emoción, pese a la situación.
¿Cómo puede sentirse tan excitado con esto?
—Bien, estamos progresando. Ahora hazlo de nuevo. Golpéame. Castiga a esta sucia boca que solo te dice tus verdades y te lástima. Es la misma que si no reprendes, seguirá recordándote lo tonta que eres al creer que tu marido jamás te engañaría. Quién sabe si en este momento está hablando con su amante para quedar en la noche. Imagínate, dándole a ella lo que no te da a ti. Corriéndose dentro de otra mujer para que le dé el hijo que tú no puedes darle.
—¡Desgraciado y mil veces desgraciado! —lo agarré por el cabello, torciendo su cuello hacia atrás—. Tú no tienes ni maldita idea de lo que dices. Solo quieres provocarme y hacerme enojar.
—Oh, ¿herí una fibra sensible de mi diosa? —sonrió—. Si tú quieres seguir viviendo en una burbuja llena de mentiras, donde visualizas a tu inservible marido como el hombre perfecto, ese es tu problema, pero yo no tengo razón para hacerlo. Incluso si quieres permanecer o conservar a ese imbécil a tu lado, para mí eso no será jamás y nunca un impedimento, pues te guste o no te guste, ya estás en mis manos y haré todo lo posible para tenerte. Recuérdalo, incluso si no firmas este nuevo acuerdo, ya eres mía por tiempo indefinido y haré valer mis derechos.
—Eres una escoria.
—Mi diosa, aún no conoces la verdadera escoria que hay en mí. Ahora dejémonos de tanta charla innecesaria y aburrida y hazte cargo de este inmenso problema.
Perfecto. Si ya estoy hasta el fondo en esta maldita situación y no hay escapatoria, entonces yo también tengo derecho de jugar sucio.
Todo lo que había solicitado iba en contra de mis principios y muy lejos de lo que alguna vez haya pasado por mi cabeza hacerle a alguien, pero había una motivación; y no, no solo era vengarme de él. Dentro de toda esta mierda, mi motivación principal se había convertido en mi propio marido. Me causaba una incontrolable ira el hecho de imaginarlo siéndome infiel, cuando he luchado conmigo misma para no caer ante la tentación hecha persona que tenía de rodillas frente a mí.
—Por fin coincidimos en algo, Sr. Moore—dejé ir su cabello, inclinándome hacia la silla donde estaba su pantalón y tomando su propio cinturón y enrollando la mitad en mi mano—. Debería darte vergüenza asumir una actitud tan prepotente cuando estás ahí de rodillas como un miserable perro rogando para que te castiguen— lo golpeé de abajo hacia arriba con el cinturón, dejando marcado, no solamente su pectoral derecho, sino también su cuello y barbilla—. Pero si quieres castigo, entonces quién soy yo para negarme a darte lo que pides y, por supuesto, lo que mereces por ser tan obsceno y desgraciado.
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