• Planes •
—Debo hacerme cargo de mi hija y acostarla. ¿Podrías esperarme un poco?
Retrocedió dos pasos, dejándose caer en el sofá.
—Adelante. Aquí te espero.
¿En qué momento se volvió así de fácil de manejar?
¿Estará tramando algo?
Ya no sé ni qué esperar.
[...]
Traje a mi princesa conmigo, le preparé el baño con espumas, de esas que tanto le gusta, solo que esta vez no pude dejarla el tiempo que mayormente le doy, pues tenía que darme prisa en despachar a Kyllian.
Le puse un kimono rosa con un diseño de panda, dejándola en la cuna mientras recogía todo el equipo que utilicé. Ella estaba de pie, apoyándose de la baranda y siguiendo cada uno de mis movimientos.
Me sacó una sonrisa el haberla visto tan despierta, haciendo movimientos subiendo y bajando, más carcajeándose.
—¿Qué fue, mi amor? ¿Por qué estás tan contenta? —me acerqué, notando que buscaba mirar detrás de mí y se llevaba el puño a la boca, mostrando una sonrisa risueña.
Mi corazón dio un vuelco cuando noté la presencia de Kyllian parado en la puerta de la habitación. Había cerrado la puerta del baño, más olvidé cerrar la de la habitación. Lo más importante y la dejo abierta, es que no puedo ser más estúpida.
Sus ojos verdes brillaban bajo la tenue luz del cuarto, mirando a su papá a la distancia, sin perderlo de vista.
Acaba de ver sus ojos. ¿No dirá nada? ¿Acaso no se dio cuenta? Es imposible, su parecido es indiscutible.
Su silencio lo hace todo más preocupante, porque no sé lo que piensa.
—Lamento la tardanza. Aún no termino.
—Toma tu tiempo.
¿Se quedará ahí?
—¿Cómo se llama?
—Joyce.
—Es un bonito nombre.
Su extraña actitud me desconcierta. Dijo que no le gustan los niños, pero ahí está, sin apartar la mirada de Joyce.
Me están doliendo mucho los pechos. Necesito extraer la leche de una vez, pero no delante suyo, o aprovecharía esa oportunidad para atacarme. Lo conozco bien.
Él esperó pacientemente mientras le daba el biberón a Joyce y le sacaba los gases. Incluso hasta que se rindió del sueño. No había articulado palabra alguna, solo se había mantenido mirando desde la puerta.
Lo traje conmigo a la sala para que pudiera desahogarse. No quería interrumpir el sueño de nuestra hija.
—¿Puedo saber cómo me encontraste?
—Yo te lo dije; no existe lugar en la tierra donde puedas ocultarte de mí para siempre.
—¿Por qué pierdes tu tiempo en mí? Ha pasado bastante tiempo. No quiero ni pensar que tus intenciones son usarme de nuevo, usando ese dichoso y ridículo acuerdo que hicimos hace tanto atrás. Creí que a estas alturas, ya ibas a superar todo esto, que encontrarías un juguete nuevo con quién divertirte, pero no, tal parece que herí demasiado tu ego y orgullo tras haberte dejado. Algo que no comprendo. ¿Por qué te cuesta tanto dejarme en paz?
—¿Por qué? ¿Y todavía lo preguntas? —se acercó y retrocedí—. Tú eres mía.
—No. Quizá lo fui en un momento dado, pero ya no lo soy.
Tengo miedo de caer de nuevo. Me creí fuerte mientras lo tenía lejos, pero estando así, frente a frente, siento que me debilito demasiado.
¿Por qué eres tan masoquista, Rachel?
Huiste de él porque no te convenía, porque le tenías miedo a su reacción al enterarse de que estaba esperando un hijo suyo, y ahora, todo ese miedo y esas dudas, siento que desaparecen y pierden importancia.
¿Se puede ser más patética e inútil?
—No importa lo mucho que te esfuerces en alejarme de ti u olvidarme; debes entender de una jodida vez, que eso jamás sucederá—sus manos se posaron en ambos extremos de mi rostro—, porque jamás lo permitiré.
Robó mis labios y me sentí desfallecer. Esa pasión desenfrenada y latidos desmedidos nos guiaron al sofá, donde se tumbó y me senté en su regazo.
Sus labios buscaban los míos con ansias locas. Se encontraron después de tanto tiempo y ardían de emoción, lujuria y deseo. Cada beso dejaba un sabor imborrable a “te extrañé” en mi boca.
Me embriagaba su perfume, el calor de su piel al hacer fricción con la mía, la manera en que su mano por detrás de mi nuca no permitía que pudiera escapar de sus deliciosos y dulces besos.
Tenía que frenar esta locura. Por más que cause tanto revuelo en mi corazón y mi cuerpo lo haya extrañado tanto, no quiero regresar a lo mismo, a convertirme en un juguete más.
Para él eso es todo lo que soy, mientras que para mí él es más que eso. Acabo de confirmarlo, y ese sentimiento me agobia y me asusta.
—Basta, Kyllian—susurré sobre sus labios y abrió los ojos lentamente, conectando con los míos—. Yo no solo busco un hombre que lo único que busque en mí sea llevarme la cama, estoy en una etapa de mi vida, donde todo lo que quiero es estabilidad, algo real y duradero, a alguien honesto, que esté dispuesto a amarme, no solo a mí, sino también a mi pequeña, pero desafortunadamente, todo eso que busco, no es algo que vaya a obtener de ti y me lo dejaste bastante claro una vez. Más que nadie, conoces todo lo que pasé con mi exmarido y no estoy dispuesta a permitir que se repita de nuevo la historia contigo.
Cruzó sus manos en mi espalda, simulando un abrazo y recostó su cabeza en mi pecho.
—¿Te parece que conmigo se repetirá la misma historia? A mí no me lo parece—estampó un ligero beso a la altura de mi cuello y se separó solo un poco—. Debo sujetarte bien para que no te me escapes— sonrió—. ¿No te parece algo irónico y un tanto contradictorio que exijas a alguien honesto, cuando ni siquiera tú misma puedes serlo? ¿No te parece que deberías comenzar por explicarme por qué demonios te atreves a negarme a mi propia hija en mi cara?
Mis ojos se engrandecieron de la sorpresa.
—Huyes con mi hija en tu vientre y no me dices absolutamente nada.
—Tuve miedo. Tú dijiste que no querías tener hijos.
—Sí, lo dije. No quería agobiarte. La mente es poderosa. Si te hubiera dicho mis intenciones desde un principio, probablemente habrías huido mucho antes e incluso, todo se habría retrasado. Dicen que cuando se hace algo en secreto, tiende a salir mejor, pero en este caso, todo me salió al revés.
—¿De qué estás hablando?
—Te lo dije una vez; el problema jamás fuiste tú, era tu marido. Eso es lo que quería demostrarte. Quería que despertaras de una vez, que te dieras cuenta de que, entre él y yo, yo era el mejor partido. Con respecto a los niños, por supuesto que me encantan, sobre todo, poner en práctica el cómo se hacen.
Los ojos no me cabían en la cara.
—Desde el día uno ese fue mi plan, arruinar al idiota e inservible de tu exmarido, hacerte un bebé y convertirte en mi mujer; solamente mía. ¿Por qué crees que quise que firmaras ese acuerdo por nueve meses? Sabía que me iba a tomar mucho menos el hacerte uno. Mucho tardaste en quedar embarazada después de mi arduo trabajo. Con lo que no contaba era que, en el momento que eso sucediera, ibas a desaparecer. Pero te perdono, ¿sabes por qué? Porque lo hiciste pensando en el bienestar de nuestra hija, más no para irte con alguien más. Es bellísimo el resultado de nuestros genes. Joyce es la princesa más hermosa que haya visto alguna vez, salió tanto a ti, mi diosa. No puedo disfrazar y contener la emoción más tiempo, cuando muero por cargar a nuestra hija y comerte toda a besos. Por fin juntos, como siempre debió ser.
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