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• Pesadilla •

La maternidad es una experiencia maravillosa. Es cierto que no es así como la visualicé, pero dentro de todo, me regocija el hecho de haber logrado proteger a mi amada Joyce. Ella es mi milagro y alegría, mi fuerza para mantenerme de pie, cuando siento que no puedo más.

No hay un día en que no sueñe con ese hombre. Si no son pesadillas, me arrasa su recuerdo. Después de todo, ver a mi pedacito de luna, es como ver una pequeña versión suya. Sacó su mismo tono de piel y ojos verdes que te derriten. Es una ternura tan pura, una creación divina y perfecta. Sus enormes cachetes son como dos suaves globos que deseas apretar constantemente.

Mi princesa está creciendo tan rápido, siento que el tiempo es mi enemigo. En dos días cumplirá un año y tres meses. Camina con dificultad y tambaleándose, pero me encanta ver cómo abre sus brazos y me abraza la pierna, le gusta morder mi pantalón. Es como ver a Kyllian en todos los aspectos.

Fue doloroso que sus primeras palabras fueran «pa-pá», pero sé que no lo hace adrede, son palabras sencillas las que suelen comenzar a decir, pero no miento, es como si le echaran sal y limón a una herida abierta.

El embarazo tuvo sus riesgos, a mediados de los cinco meses estuve sufriendo ciertas hemorragias y tuve que mantener descanso y completo reposo. Gracias a la Dra. Haylin, mi hija nació sin ninguna complicación y sana.

Después de tantos estudios y pruebas, ella determinó que no había ningún problema conmigo, que tal vez era mi exesposo quien lo tenía, pero para saberlo a ciencia cierta, debían evaluarlo a él también. Ahora bien, le dije que él ya tenía una hija con otra mujer, pero su única interrogante que también sembró cierta duda en mí es que, ¿cuántas probabilidades hay de que realmente ese bebé que tuvo Rebecca haya sido suyo? Nunca le realizaron una prueba y, si lo hicieron, a mí nunca me la mostraron, por lo que no puedo constatar que ese fue el caso. Y, dejándome llevar por la extraña y repentina desaparición de Rebecca, eso da mucho que pensar.

Para estabilizarme en este país, no fue tan sencillo. Tuve que ponerme a trabajar como una mula según tuve a mi hija, pues estuve todo el embarazo sin un trabajo fijo debido a mis complicaciones. Si no hubiera sido por mis ahorros, no habría podido cubrir los gastos.

Estoy trabajando desde mi casa para un centro de llamadas de una aerolínea famosa. El sueldo es justo y lo mejor es que puedo pasar más tiempo de calidad con mi hija y no perderme de nada, aunque no niego que es difícil. Sobre todo por la lactancia.

Es demasiada la leche que produzco y a cada rato debo estar extrayéndola, pues es incómodo y doloroso. Mis pechos están más firmes y llenos. Si no me pongo unas toallas, termino ensuciando siempre mis camisas.

Dana y yo salimos de compras en mi único día libre, como acostumbramos a hacer de vez en cuando. Nos conocimos en la segunda cita que tuve con la Dra. Haylin y nos hicimos buenas amigas. Ambas teníamos mucho en común, y es que nos íbamos a convertir en madres solteras y primerizas. Aprendimos mucho en el trayecto y nos ayudamos mutuamente. Ella es menor que yo por siete años, pero ha pasado muchos sinsabores desde el comienzo de su embarazo hasta ahora. Joyce y Katiria se llevan como dos meses de diferencia.

Siempre traemos a las niñas al centro de juegos, pues tienen variedad de actividades que les ayudan según la edad para adquirir destrezas. Fue aquí donde por primera vez caminó, apoyándose de un mueble.

Regresamos a mi casa, donde estuvimos compartiendo un rato y vigilando a nuestras niñas mientras jugaban con sus maracas. Se divierten tanto y pueden pasar horas agitándolas en sus manos sin aburrirse. Cada vez están más activas.

Dejé a un lado los platos en la mesa, para tomarme una buena copa de vino con ella y disfrutar de su compañía.

—Están creciendo tan rápido—dejé escapar, al verlas compartir juntas.

—Sí, ya no nos quedan bebés. Insisto en que las terapias de Katiria son innecesarias. Quieren llevar a todos los niños a las carreras. No entienden que no todos son iguales y cada uno aprende a su propio ritmo. Si es uno que como madre protesta o está en contra de recibir esos servicios y terapias que, según ellos son muy necesarias, eso nos hace automáticamente unas negligentes y malas madres. Pero ¿qué son ellos? No me gusta que la quieran presionar para que camine por su cuenta y sin apoyo. Apenas los otros días aprendió a gatear y ya quieren que camine de lo más rampante.

—Es parte de facturarle a los planes médicos. Sí es ridículo que quieran comparar a todos los niños por igual, dejándose llevar por estúpidas tablas y escalas, que solo el que se las inventó es quien tiene serios problemas en el cerebro. Aunque, dejando eso a un lado, le han servido mucho. Está manteniendo el equilibrio e intenta pararse cada vez por su cuenta, aunque requiera de apoyarse en algo.

—En eso debo darte la razón, sí he notado que le han servido, pero insisto, todos ellos están mal de la cabeza al pretender que todos sean iguales.

Con Joyce nunca tuve esa situación, ella lo ha hecho todo a su tiempo, sin necesidad de terapias ni nada que se le parezca.

[...]


Estuvimos gran parte de la tarde compartiendo, ya cuando dieron las seis, ella se marchó y me dispuse a fregar los platos, dándole cada cierto tiempo una ligera mirada a Joyce.

Escuché el timbre de la puerta y sonreí negando con la cabeza. Siempre deja algo. ¿Qué se le quedó esta vez?

Vi su maraca en el mueble y la tomé en las manos para llevársela a la puerta.

—Siempre se te queda algo—mi sonrisa se borró de mi rostro, al tropezar con el firme pecho de Kyllian.

Mi corazón latió con fuerza y se estremeció todo al verlo frente a frente.

Yo tomé todas las medidas cautelares que pude. Renuncié a mi nombre y al estilo de vida que tenía allá, con tal de evitar esto.

¿Cómo pasó? ¿Cómo me encontró?

Sentí que hasta la tráquea se me cerró por unos instantes.

—Hola, mi diosa—sonrió, de manera que todos mis vellos se pusieron de punta—. ¿Has perdido el camino de regreso a casa? Te estuve esperando. ¿Dónde dejaste mi café cargado? ¿Sabes que por tu culpa y por esperar ese café, no he podido despertar de esta maldita pesadilla?

El sonido del «tiqui-tiqui» de Joyce, fue lo que me hizo reaccionar de inmediato, como esa costumbre que he considerado tierna, pero en estos momentos había sido nuestra posible condena. Y es que se apoyó en la pierna de Kyllian y él bajó la mirada al sentir cómo sus dientes de leche querían masticar la tela de su pantalón.

Si ve sus ojos, estoy perdida.

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