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• Mío •

—Yo no puedo hacer algo así.

—¿Dijiste algo, mi diosa? Acabas de firmar el contrato. Debiste pensar en esto antes.

Olvidaba lo depravado que es.

—¿Necesitas más vino? Ahí está la botella entera.

Ya veo. Por eso me dio una copa de vino según llegué. Este hombre piensa en todo, y todo lo hace con un propósito que lo beneficie detrás.

Movió mis bragas a un lado, posicionándose justo debajo.

—Estoy esperando. Tengo mucha sed.

Esto era humillante. Jamás por mi cabeza se cruzó que pediría algo así. Una cosa son los golpes, latigazos y frotar su pene entre mis lonjas, rodillas y axilas, pero pedirme que orine en él, esto sobrepasa todo nivel de locura.

No podía concentrarme si lo miraba. Además, la vergüenza me hacía incapaz de mirarlo. Esto es asqueroso. ¿Cómo puede excitarle algo así?

No tenía demasiada orina retenida, pues antes de bañarme y de salir de la casa lo hice, por lo que tuve que pujar bastante para que saliera.

Lo miré de reojo mientras tenía su lengua por fuera como si fuera un perro, recibiendo mi descarga. De su barbilla goteaba mi orina. No le fue suficiente con eso, sino que acaparó todo directamente, lamiendo y succionando mis labios y entremedio de ellos. Oí sus gemidos de satisfacción mientras lo hacía.

Se sintió muy extraño al principio, pues se había propuesto limpiarme con su boca, pero luego, se ensañó con mi vagina, alternando entre ella y mi clítoris. Su lengua rígida me producía espasmos.

No tengo idea de si es por el tiempo que llevaba sin ser atendida ahí, pero me sentía más sensible de lo habitual. Me comía con una intensidad que, estaba viendo estrellas a mi alrededor.

Movía su lengua como las agujas del reloj en mi clítoris, mientras en ciertas ocasiones me penetraba con ella en la vagina. Su ritmo era preciso y tan constante que mi coño se contrajo y mis piernas perdieron el equilibrio, cayendo de rodillas sobre el sofá. Estuve a nada de alcanzar el orgasmo.

—Todo de ti me vuelve loco. Dichoso soy al ser el único privilegiado de mojarme en tus aguas, mi diosa—abrió mis nalgas, teniendo una mejor vista de mis partes y sentí su lengua en una zona que nunca nadie había estado.

Mi cuerpo se tensó y lo miré por arriba del hombro.

—¿Qué demonios estás haciendo?

Restregó su rostro entremedio de ellas, mientras usaba su lengua.

—No hay parte de tu cuerpo que no sepa bien. Hasta tu culo es sabroso— lamió su dedo del medio y lo puso en mi cavidad, empujándolo lentamente hasta adentrarlo completo y hacerme escapar un gemido de sorpresa.

No dolía, pero se sentía extremadamente raro.

—Uy, estás apretando mi dedo. No me digas que nunca lo has hecho por aquí. Teniendo semejantes nalgas, a cualquiera se le antojaría estar entremedio de ellas.

—Saca tu dedo de ahí.

—El contrato estipula que no puedo penetrarte, al menos no vaginalmente—sentí el calor y la dureza de su glande entre mis labios vaginales—. Es una pena que tu coño esté palpitando tanto y pidiéndolo dentro, pero no pueda darme el gusto de darle lo que quiere. Supongo que tendré que usar este otro lugar.

—Ahí no.

—Está bien. Entonces otro día probamos, ¿te parece? —me volteó boca arriba en el sofá, dejándome con la mitad del cuerpo por fuera y levantando mis dos piernas, para descansarlas en sus fuertes hombros—. Bien. Entonces hagamos esto—colocó su caliente y grueso pene entre medio en mi cavidad, empujando solo un poco, sin llegar al nivel de meterlo.

Sentía la presión que su glande hacía en mi cavidad mientras agitaba su pene con rudeza entre su mano. Estaba muy húmeda, y esta vez no era solo por la orina. Se oía la mezcla de nuestros fluidos.

—Muéstrame tus senos y juega con ellos. Quiero verte.

Mis mejillas se ruborizaron tras su pedido.

Lo hice tal y como lo dijo. Mis pezones erectos dejaban en evidencia mi excitación. La situación me tenía ardiendo. Las ganas de pedirle que me cogiera estaban a flor de piel, pero lo que me frenaba era ese dichoso contrato que maldije la hora en que lo firmé. Si hubiera dejado las cosas como estaban, tal vez ahora mismo estaríamos haciéndolo.

—No te lo dije, ¿cierto? Te ves muy hermosa con esta lencería. Con respecto al maquillaje, no lo necesitas para impresionarme, para mí eres una diosa con o sin el.

Mi corazón saltó un latido.

Este hombre siempre está diciendo esas cosas. No es la primera vez que me llama hermosa o diosa, pero siempre me pone nerviosa y roja con esos comentarios. Suena tan lindo viniendo de su boca.

Sentí un potente hormigueo en mi clítoris, sobre todo en mis adentros. No sé si fue producto de sus palabras o por su otra mano que entró al juego y frotaba mi clítoris a la par de la presión que ejercía en la apertura de mi vagina.

Jugué con mis pezones y con ese escalofrío constante que se situaba en ellos tras la excitación. No soportaba más. El ritmo de ambas cosas a la vez y la precisión era la adecuada y la perfecta. Además, su expresión… joder, su expresión se convirtió en una debilidad en ese fulminante momento cuando estallé sobre su pene y mi cuerpo se descontroló por completo.

Fue debido a los incontrolables movimientos y electricidad que corrió por todo mi cuerpo que sentí que su pene se acomodó un poco más adentro. Él se quedó quieto, sosteniendo mis piernas con ambas manos para que no las bajara de sus hombros.

—L-lo siento— dije fatigada entre gemidos.

Ni siquiera sé por qué demonios me estoy disculpando, pero él sonrió malicioso.

—Perdóname tú a mí, mi diosa.

Curvé la espalda, mientras de mi garganta se escapó un fuerte gemido al sentir cómo su enorme pene se hundió con fuerza en mi interior, arrasando con todo a su paso. 

Jamás me había sentido tan abarrotada en mi vida. No me atrevía siquiera a moverme. Me dolió su repentina brusquedad y el sentirlo en un lugar donde ni siquiera mi marido había alcanzado alguna vez.

Está demasiado caliente y palpitando. Puedo sentirlo claramente.

—Al carajo el maldito contrato—presionó mis piernas contra el respaldo, acomodándose mejor y haciéndome sentirlo más hondo—. Este coño es mío y puedo hacer lo que se me dé la gana con el.

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