• Mátame •
—Dentro de ti se siente mucho mejor a como lo imaginé—cerró los ojos unos instantes y se mordió los labios—. Tus paredes se están contrayendo alrededor de mí.
—Kyllian…
—Mi nombre suena tan jodidamente lindo en tu boca—lo sacó despacio para volver hundirlo de golpe y aflojarme otro fuerte gemido—. Grabalo—se movió de forma circular, estirando mi interior a su tamaño algo que me robó hasta el aliento, creí que iba a romperme—. El de tu marido jamás te iba a llenar como este. Y es algo que te lo haré grabar.
Mi coño estaba siendo arruinado y no podía huir de sus salvajes y profundas embestidas y movimientos circulares malintencionados. Poco a poco se fue aflojando y era más tolerable el dolor. Era una sensación totalmente diferente y rara.
Me dolía, pero al mismo tiempo tenía la sensación de que iba a surgir otro catastrófico orgasmo. Los golpes de su pelvis eran una doble estimulación para mí.
Esta no era yo. Me desconocía a mí misma.
Chorreaba como una cascada. No solo por el orgasmo que me había provocado, sino por la orina que seguía saliendo por la presión que ejercía mis piernas en mi barriga y el área de la vejiga, y por supuesto, por sus fuertes y repetitivos empujones.
Cuando dejó ir mis piernas, ni siquiera las sentía. Tampoco tuve oportunidad de reponerme, cuando me puso de costado y volvió al ataque. En cualquier posición que me tomara, alcanzaba lugares donde se sentía extremadamente bien.
Había un completo desastre en el suelo de mi orina, pero no parecía ser un problema o impedimento para él moverse salvajemente como lo hacía. Excavaba tan profundo que mis uñas se habían enterrado al sofá.
Estaba en la cuerda floja. En un abismal frenesí, donde lo único que anhelaba era ser más y más cogida.
Me levantó por la cintura, haciendo que cayera al suelo con él y acomodándome para que me pusiera en cuatro patas.
—Muéstrame ese rico trasero y enséñame dónde lo quieres que lo ponga.
Mis manos se movieron solas, despejando el área para que volviera a penetrarme y no me hiciera esperar más.
—Levanta más ese trasero— me levantó mejor, haciendo que mi trasero quedara lo suficientemente levantado para él—. Mucho mejor. Ahora no hagas trampa y tragalo completo— sus dos manos tiraron de mi cintura contra él, empalándome como si no hubiera un mañana.
Sentía el roce de su grandioso pene en mis paredes, la forma tan ruda y brusca en que se deslizaba entre ella y lo mantenía dentro por unos instantes para luego volver a retomar sus embestidas.
Quería destruirme, no tenía dudas. Y una parte de mi, deseaba lo mismo. Sentir esto por más tiempo.
Era yo quien había perdido el juicio, pues movía mis caderas para empalarme a mí misma y darle el espacio en mi interior que tanto se merecía.
—Sí, así es como debes apretarlo— me dio una fuerte nalgada que resonó en todo el apartamento y mis paredes se contrajeron—. Bien hecho. Apretalo más. Demuéstrale que solo lo quieres a él. Hazlo— me dio otra nalgada que elevó aún más mi temperatura.
—Más, por favor— le rogué entre gemidos.
Su dedo me penetró por el ano y enterré mis uñas en las losetas.
—Te haré correr así— un segundo dedo entró en acción, moviéndose tan rápido y profundo que, al unirse con la estimulación de sus estocadas, exploté como una bomba.
Era placentero ser estimulada por ambos lados. Mis rodillas resbalaban por lo mojado que estaba el suelo.
—No te me quieras escapar— me agarró con fuerza el cabello, torciendo mi cabeza hacia atrás, obligándome a curvar aún más la espalda y recibirlo.
Me sentía tan frágil, sensible y vulnerable. Estaba a punto de perder la cordura. Ese roce de su pene en mis profundidades era exquisito. Aunque mi interior se estiraba a su tamaño y grosor, la llenura era demasiado. Ocupaba un espacio bastante amplio.
Me usó como carretilla, cavando más y más hondo, sin una chispa de piedad. Quería arruinarme, de eso no me cabía duda y lo estaba logrando. La corriente de un nuevo orgasmo estaba próxima a llegar, cuando no pude resistir más y mi cuerpo cayó rendido en el suelo. Ya ni siquiera sentía mis piernas.
No tuve siquiera tiempo de reaccionar o tomar un respiro, cuando abrió mis nalgas y volvió a penetrarme ahí en el suelo. Mi vagina se contrajo tras sentirme llena de nuevo. Su fuerza era brutal. Arremetía contra mí como si me odiara. Debajo de mi cuerpo estaba mezclado el sudor, mis fluidos y mi orina.
Lágrimas de éxtasis corrían por mi mejilla y de tanto que había gemido mi garganta ardía. Pero ese hombre seguía torturándome. No se detenía ni un solo instante.
Me volteo boca arriba, abriendo de nuevo mis piernas y acomodándose entre ellas. Era una vista espectacular y extasiante el ver su rostro transformado.
—¿Te gusta tenerme dentro?
—Sí, me encanta—mis uñas se aferraron a las mangas de su camisa.
—Entonces dilo. Di que quieres que me corra dentro.
Esas palabras sonaban demasiado obscenas, pero me encontraba en un estado donde nada más me importaba que no fuera sentirlo; sentir su deliciosa descarga dentro de mí.
Mis piernas se enroscaron alrededor de él, aprisionándolo entre ellas y dejando en evidencia lo que quería. Contraje aún más mi interior a propósito y él gruñó, esbozando al final una sonrisa.
—Tú lo pediste, mi diosa—sus manos se enroscaron en mi cuello, acortándome por completo el aire—. Aunque no quiera lastimarte, no puedo evitarlo. Quiero matarte de placer.
No sé qué estaba diciendo o por qué hacía esto, pero fue una sensación demasiado extraña. Provocó un sinnúmero de sentimientos contradictorios en mí. Sus ojos verdes se oscurecieron y en sus labios se había dibujado una sonrisa retorcida; una que jamás había visto en él.
Estaba extasiado con la idea. Sus manos me apretaban demasiado y su pene se hizo más grande, como que estaba punto de terminar.
Me sentía en mi límite. Aunque enterraba mis uñas en sus brazos por la desesperación de buscar aire y el miedo, la estimulación de sus embestidas, a la par de ese calor que se esparció en mi interior tras su descarga, hicieron que un potente orgasmo fluyera, enviando ondas de calor y corrientes a todo mi cuerpo. Me sentía plena, a tope, feliz. La sensación de plenitud era lo mejor. Tenía la sensación de que iba a desfallecer con tanto.
Sus manos aflojaron mi cuello, pero mi interior era quien se negaba a soltarlo. Quizás era un anhelo y pensamiento loco, pero quería más.
A pesar de no haber recuperado por completo el aliento o la fuerza, en todo lo que pensaba era en continuar.
Dios, aún está tan duro y palpitando dentro de mí.
Mis manos se enrollaron alrededor de su cuello, atrayéndolo a mí.
—Por favor, mátame una vez más.
Esbozó una sonrisa maliciosa.
—¿Y quién dijo que había terminado contigo, mi diosa? ¿Acaso no sientes cómo me tienes todavía? —lo empujó, moviéndolo de forma brusca y manteniendo su semen dentro—. Apenas estamos comenzando. No tienes ni idea de todo lo que te espera.
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