• Interacción •
—Lo siento, mi hija tiene la manía de morder todo lo que ve, aún me cuesta que la deje—la agarré en mis brazos, presionando su cabecita en mi pecho, en un ángulo donde no pudiera ver sus ojos.
—¿Tu hija?
—Sí. ¿Qué no es hermosa? Dios obra por senderos misteriosos.
—¿Senderos misteriosos? —entrecerró los ojos.
—¿Quieres pasar? —me alejé con ella, dándole la espalda e inhalando aire para soltarlo suavemente.
Si le demuestro que estoy nerviosa y le pido que se vaya, levantará muchas sospechas. Además, dudo mucho que habiéndome encontrado vaya a irse fácilmente. Debo inventarme algo.
—Ha pasado mucho tiempo sin verte. ¿Qué ha sido de tu vida? —le cuestioné, buscándole conversación y cambiando un poco el tema.
—¿No es una pregunta demasiado descarada de tu parte? ¿De quién es ese bebé?
Su pregunta tan directa me causó un enorme nudo en el estómago.
—Es una larga historia—me volteé para enfrentarlo, buscando demostrar seguridad en mis palabras—. Pero te conozco, ese reproche que soltaste hace un momento, hace más que evidente el propósito de estar aquí. Buscas una respuesta por haberme ido sin avisar y te la daré. Sé que estás enojado conmigo y tienes tus motivos, pero quiero que te pongas un momento en mi lugar. No creo que sea tan difícil de entender. Supe que había una clínica en este estado que podrían ayudarme con mi situación y quise arriesgarme, pero sabía que tú no ibas a permitir que viniera, por el dichoso acuerdo. Sabes bien que mi gran anhelo siempre fue ser madre, así que vi esta oportunidad para encontrar una solución y poder ser mamá. Una oportunidad como esta no se da dos veces en la vida. ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?
—¡Hablar! —levantó la voz y me sobresalté—. ¿Qué te costaba decirme que esos eran tus planes? Te habría ayudado, así como lo hice tantas veces, pero no, decidiste escapar, sin decirle nada a nadie. Dejándome atrás como el rabo de un perro, sin tenerme en consideración. Confié en ti y me diste una puñalada por la espalda.
—No hables tan alto, la asustas—le sobé la espalda a Joyce, meciéndola de un lado a otro—. Ya, tranquila, mi amor. Déjame acostar a mi princesa y hablamos, ¿sí? Sé que no soportas a los niños, por lo que oír sus ruidos deben molestarte.
—¿La has estado criando sola? —miró los alrededores, quizás el propósito detrás de su pregunta era para saber si había alguien más conmigo.
—¿Y necesito a alguien más para hacerlo?
—¿Cuánto tiempo tiene?
—Pa-pa-pa—las palabras, o más bien, sonidos que hacía Joyce, estaban empeorando mis nervios.
Estaba muy inquieta y esa actitud en ella jamás la había notado.
¿Acaso siente que él es su papá?
No sé si era producto de la curiosidad, pero Kyllian se acercó lentamente y, por fortuna, en el momento que lo hizo, Joyce enredó un mechón de mi cabello en sus manos y este cubrió parte de sus ojos y nariz, pero sus dos cachetes y labios sobresalían entre el mechón.
—Es idéntica a ti—su dedo índice y el pulgar apretaron sus dos cachetes al mismo tiempo y ella frunció sus pequeños labios.
Lo dice porque no ha visto en realidad su rostro entero. Ella es una copia suya.
—Se ve esponjosa como tú y, por lo que veo, también sacó lo traviesa.
Tal vez no debía sentir cosas, pero por dentro, no pude evitarlo. Aunque él no lo sepa y no me atreva a contarle, acaba de conocer a su hija e interactuar con ella. Y eso, como madre, lo descarté tantas veces por la situación, lo vi como algo imposible, pero tuve muchos sentimientos encontrados. Me sentía a punto de derretirme.
Había llegado enojado, pero su semblante y actitud se suavizó. Quizás está mal soñar con que, algún día cambie de opinión respecto a los niños, y la acepte.
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