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• Engaño •

Me llevó a conocer los alrededores del museo, la variedad de obras, cuadros, reliquias y esculturas. Era un lugar hermoso, intrigante, curioso, te envolvía con su misterio e historia. 

—Su trabajo no solo será en el museo. Como le comenté, poseo varios negocios e instituciones a las que debo visitar regularmente para asegurarme de que todo esté marchando en orden. Es ahí donde entra usted. Como mi asistente, necesito que me acompañe a cada uno de ellos. Debe encargarse de programar mis reuniones, de coordinar eventos y estar al tanto de que los encargados hagan su trabajo, enviar invitaciones, mantenerme al tanto de cada movimiento y paso que haga. ¿Hasta ahora todo está claro?

—Sí, Sr. Moore.

—No me gustan los secretos, tampoco las mentiras. Me gusta que me digan las cosas, sin importar lo que sea. La verdad ante todo. Nos servirá para mantener una buena comunicación y confianza—se detuvo de repente y casi choco con él—. Por cierto, hay algo más; no me gusta que me contradigan, tampoco acepto un «no», «no puedo», «no quiero», como respuesta. Siento que es importante que lo sepa— sonrió, antes de volver a caminar.

Por alguna razón, sus palabras me pusieron la piel de gallina.

Me trajo a una zona bastante solitaria. El pasillo lucía impecable, solo tenía pocos focos que alumbraban el camino. Nos detuvimos frente a una puerta de acero, la cual estaba rotulada con la advertencia de «área restringida» y con una caja de seguridad al lado, donde se debía insertar un código de acceso.

—En este lugar está prohibida la entrada de terceros. Tal y como lo dice el acuerdo que firmó. Debe asegurarse de no extraviar estas llaves, mucho menos de ventilar el código de acceso.

—Entendido, Sr. Moore.

El interior estaba helado. Mi cuerpo estaba temblando de frío. El cuarto se veía bastante oscuro. Las únicas dos cosas que resaltaban eran los cuadros que habían colgados de la pared, cuadros con diseños misteriosos y abstractos en color rojo y negro, y la vitrina que había en el centro de la habitación, donde se encontraba encerrada la muñeca. Era de tamaño real, de piel blanca. Lucía tan real que era aterrador.

Sus muñecas estaban atadas a dos finos cables que la mantenían de pie, pero en una postura sacada de una película de terror.

Era como ver a la mismísima escritora Marilyn Todd. Era idéntica. ¿Acaso es una muñeca inspirada en ella?

Su cabellera castaña era rizada. Los ojos verdes eran de cristal, las luces hacían que brillaran.

Vestía un corsé negro strapless, con un tutú blanco y corto, como si fuera una especie de bailarina. Aunque su rostro estaba maquillado como si fuera un payaso. Sus labios estaban pintados de un rojo carmesí y culminaba más allá de la comisura de sus labios, mientras que tenía dos triángulos, uno que sobresalía de sus cejas y el otro por debajo de los ojos. La sombra negra hacía que el verde de sus ojos resaltara.

En su cabeza traía un sombrero negro y los tacones estaban combinados con su atuendo. Sus uñas estaban pintadas de transparente y bien cuidadas. Tenía un cuello en volantes idéntico al tutú que llevaba puesto. 

Parecía como si estuviera mirando los cuadros. Su expresión no denotaba tristeza, enojo, felicidad o angustia, diría que tenía una expresión neutral, aunque demasiado perrurbadora.

—Te presento a Marilyn Moore; mi madre.

Ya veo. Entonces mis sospechas eran ciertas. Él es hijo de Adrien y Marilyn Moore. 

—¿De qué material está hecha esa muñeca? Su piel luce demasiado realista.

Pasé saliva al acercarme al cristal y ver que era una obra demasiado perfecta. No había ningún tipo de imperfección en el material. Ni siquiera parece de cera.

—¿Tú qué crees? Veamos, adivina. Eres una mujer muy sabia e inteligente, Rachel.

Su actitud cambió de repente y me volteé.

¿Por qué me está tuteando?

—¿Por qué me habla así?

—¿No es Rachel tu nombre?

—Sí, pero… —me interrumpió.

—Hace poco más de un año, en la empresa Platinium, eras asistente del Sr. Terrazo…

—Supongo que lo leyó en mi currículum…

—No. Es irónico que no me recuerdes, cuando yo desde que te vi por primera vez he grabado cada proporción de tu voluptuoso y gigante cuerpo.

Honestamente me volví un ocho con su comentario.

—¿D-disculpa?

—Planeaba robarte, pero me has facilitado las cosas. Una mujer como tú, no es para trabajar con un viejo inepto y tacaño como él, que no conoce el valor de tener a una diosa como tú a su lado.

—Es totalmente inapropiado y una falta de respeto lo que está diciendo. Le pido encarecidamente que…

—¿Qué vas a pedirme? Soy yo quien pide y exige aquí, no tú, preciosa.

—¡Abra la puerta inmediatamente! No quiero estar un segundo más aquí frente a alguien tan grosero, patán y atrevido.

—Hace mucho tiempo nadie me halaga tanto. Es un verdadero honor oír tales palabras de una mujer tan bella como tú.

—¡Le he dicho que me abra la puerta!

—No. Has llegado a un acuerdo conmigo. No te puedo dejar ir, así como así.

—¿Con usted? No. Yo solo llené un acuerdo de confidencialidad por el cuidado de la muñeca, acuerdo al que voy a rescindir inmediatamente.

—¿Estás segura de eso? —enarcó una ceja—. Veamos, ¿qué decía la cláusula número 22? ¿Realmente creíste que hablaba de hacerte cargo únicamente de la muñeca? Mi diosa, pensé que eras más inteligente. Qué decepción.

Corrí ligeramente hacia la puerta y le di varios golpes inútiles. No tengo el código y esta no abre desde dentro.

—¡Alguien ayúdeme! — mis palabras fueron silenciadas con la presión que ejerció su mano en mi boca.

Encontrándome en esa situación no tuve más remedio que morderlo y enterrarle el tacón en su zapato de cuero.

—¡A mí no me toque, desgraciado! — me alejé como pude, intentando calmar mi fatiga y el miedo que se veía reflejado en mis manos temblorosas.

—Así es como me gustan. De carácter fuerte y agresivas. Eres perfecta. Sería una dicha ser maltratado y pisado por ti.

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