• Cruel •
Subí a mi auto, sosteniendo el volante y apretándolo con fuerza, como si eso fuera a apaciguar la enorme tristeza y miedo que me agobiaba.
Aún me costaba procesar todo lo que había sucedido, cada palabra que había salido de su boca, cada firma mía en esos documentos.
¿Qué hice?
¿Qué hago?
Jamás había pasado por una situación así. No sé cómo lidiar con ella.
Manejé, viendo medio borrosa la carretera, debido a las lágrimas que brotaban de mis ojos sin cesar. Mi cuerpo era un completo manojo de nervios.
Mi esposo aún debe estar dormido, pero no sé cómo contarle las cosas. ¿Debería hacerlo? Incluso si lo hago, ¿qué podría hacer por mí? ¿Realmente puedo esperar algo de él?
Estuve varios minutos estacionada frente a la casa, dudando en si bajarme o no. No tengo muchas opciones. No puedo quedarme callada. No puedo caer en el juego de ese demente.
—Mi amor… — le toqué el hombro y se movió bruscamente.
—Maldita sea, ¿qué mierda quieres? — refunfuñó, volteándose boca arriba y abriendo los ojos con dificultad.
—Perdón que te despierte, tenemos que hablar.
—No te bastó con llamarme y espantarme el sueño, ahora también me molestas cuando logro dormirme de nuevo. ¿Tienes una idea de lo cansado que estoy? Estuve toda la madrugada trabajando.
—Lo sé y perdóname, sé que estás cansado, pero tenemos que hablar…
—Pues si lo sabes, ¡¿por qué jodes tanto?! ¿Has visto la hora que es? En esta maldita casa no dejan a uno ni dormir— se rascó los ojos, sentándose en el borde de la cama.
«¿A quién vas a llamar? ¿A tu inservible esposo? ¿Cómo no? Él vendría corriendo a salvar a su damisela en apuros, ¿no es así?», sus palabras se quedaron dando vueltas en mi cabeza.
Fruncí los labios, apretando los puños.
—Lo siento. No volverá a suceder.
—¿Ya preparaste el desayuno?
—Sí, claro que sí.
Se levantó de la cama, yéndose en dirección al baño.
Para eso es lo único que le sirvo, ¿cierto?
No tiene caso que le diga nada. Al final, estoy completamente sola. Así que sola tendré que lidiar con esto.
[...]
Durante la noche no descansé absolutamente nada, solo estuve pensando y pensando en qué demonios podía hacer ahora. Quisiera pensar que todo esto se trata de una pesadilla de la cual despertaré en cualquier momento, pero no lo era. Lo supe cuando oí el timbre de mi teléfono con un número desconocido. Tenía la sospecha de que era él por la hora.
Mi marido ya había llegado de su turno y estaba dormido a mi lado. Mi teléfono sonaba insistentemente y lo ignoré, no tuve el valor de responder.
Por unos instantes olvidé cómo respirar al oír una bocina frente a mi casa. Abrí la cortina de mi habitación y mi corazón saltó un latido al ver que se trataba de él. En ese instante mi teléfono volvió a vibrar y contesté, llevándolo a mi oreja.
—Me has hecho venir a buscarte. ¿Por qué no me ofreces pasar para tomarme un café en compañía de tu inservible marido? Tal vez podamos tener una charla larga y tendida los tres.
Pasé saliva.
—Tienes quince minutos para salir, antes de que mi paciencia se agote.
Colgué la llamada, mirando de reojo a mi esposo y sintiendo que el aire por fin llegó a mis pulmones.
Me acerqué al borde de la cama, extendiendo la mano al hombro de mi esposo, pero a mitad del camino la cerré.
No puedo contar con él.
[...]
Me di prisa en bañarme y asearme, antes de que el tiempo que me dio terminara. Miré a todas partes antes de subirme a su lujoso auto. Internamente rezaba de que nadie de los vecinos me hubiera visto subir con él.
—Eres tremenda. Una sola cosa te pido y ya me estás fallando. Creí que eras más responsable cuando de trabajo se trata— puso el motor en marcha, chillando las llantas y dejándolas marcadas en la carretera.
—Va a despertar a medio mundo con su lucimiento. Es un desconsiderado, un lunático infeliz.
—Ya comenzamos con los halagos desde temprano. En primer lugar, fuiste tú quien no se presentó a la hora acordada, siendo prácticamente tu primer día de trabajo. Pensé que había sido claro cuando te dije que me gustan las personas responsables y puntuales. No me gusta que me hagan esperar. Estoy siendo demasiado bueno y comprensivo contigo, pero no te aproveches demasiado. No siempre cuento con los mismos niveles de paciencia.
Su teléfono sonó, interrumpiendo la conversación y le agradecí a todos los santos que se envolvió en la llamada.
—¿Ya lo tienes? Perfecto. Dímelo.
Sacó la mano del volante y lo miré asustada.
—9-1-9—su dedo índice dibujó los números de manera invisible en mi muslo por encima del pantalón.
Le empujé bruscamente la mano y me miró de reojo.
—Anota… —frunció el ceño, volviendo a llevar su dedo a mi muslo—. 9-1-9…
Era conmigo con quién hablaba, por eso notando su insistencia, decidí abrir la pequeña libreta y anotar el número que estaba dictando.
—Hoy mismo mi asistente se pondrá en contacto con ella. Gracias por el dato—colgó la llamada, dejando el celular en su entrepierna—. Antes de llevarte a ninguna parte, debemos conseguir un uniforme mejor que vaya a tono contigo, porque con esa ropa te pareces a una abuela. ¿Qué ropa interior estás usando ahora mismo?
Mis ojos se abrieron de par en par al ver que desvió la mirada de la carretera para mirarme directamente.
—Mire hacia al frente. Vamos a tener un accidente.
—Cuando me respondas. ¿Qué ropa interior llevas puesta ahora mismo y de qué color?
—Usted es un atrevido de la peor calaña.
—Ya entiendo. No quieres decirme porque prefieres que lo averigüe por mi cuenta. Eres tan malvada y cruel, dejando todo a mi imaginación… me gusta.
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