Epílogo: La despedida de Natasha.
En ese mismo tiempo recibí los resultados de la escuela. Como era de esperarse, no aprobé y estaba condenada a vivir un año más dentro de esa escuela. Ya no me importaba tanto —al menos no del todo—, pues sabía que habían cosas más difíciles de las que preocuparse, además, me consolaba el hecho que tampoco las personas serían las mismas en aquel lugar. Ahora podría comenzar de nuevo.
Sonó mi celular esa mañana, ya con los aires de Navidad inundando con su típico olor la casa. Este día lo había dispuesto para limpiar, ordenar y decorar para esa fecha, tan solo faltaban unos días y estaríamos haciendo maratones de películas de romances navideños con mamá.
Con Bernard finalmente definimos nuestra relación, ahora éramos más que amigos delante de todos y ya no me daba miedo aceptar que lo quería demasiado. Estaba enamorada, siempre lo estuve de él…
Vi que era el número de Alicia y entonces contesté. Alicia traía una buena noticia y es que a causa de mi historia había llamado la atención de algunas personas importantes, las cuales me habían enviado una donación que realmente nunca había contemplado.
—¿Pero qué haré con ese dinero? —le pregunté, sabiendo que habían muchas cosas que podía hacer con él, pero ninguna era tan relevante. Me había dado cuenta que mamá no era una tacaña, sino que solo me estaba preparando para administrar bien el dinero. ¡Todo este tiempo estuvo ahorrando para que fuera a la universidad!
—En ese caso, creo que Lucas e Ignacio también tendrán sus necesidades, tal vez ese dinero les sirva para cubrir alguno de sus gastos.
—Sí, tienes razón. Es lo mejor que puedo hacer con eso… Oye, ¿conseguiste lo que te pedí?
—De hecho también te llamaba por eso. Se supone que hoy por la mañana tendrías que haber recibido lo que me pediste.
—Pero no he recibido a nadie en la puerta.
—¿Ya buscaste en la entrada de tu casa?
—Bueno, no… Déjame revisar.
Corrí hasta la puerta y la abrí con ilusión. Busqué en los alrededores y justo a un lado había un paquete. Una caja blanca que tan solo tenía mi nombre y el sello de una lavandería que no conocía. Le había pedido algo muy importante a Alicia y no pensé que fuera a ser tan detallista.
—¿Lo encontraste?
—Lo tengo enfrente de mí.
—Me llamaron por algunas cosas que encontraron. Les dije que las pusieran a parte. Han de estar allí al fondo.
—Está bien. De verdad, gracias.
—No hay de qué. Feliz Navidad, Alessa.
Y así nos despedimos.
Mi corazón latía de alegría. Consideraría este paquete como el primer regalo de Navidad, aunque faltara mucho para eso. Entré a casa con la caja en mis manos y me encerré en mi habitación para abrirla. Estaba nerviosa.
Quité las primeras capas de cinta adhesiva y la abrí. Allí estaba: Su chaqueta negra. Alicia sabía que las pertenencias de Natasha no había sido reclamadas y cuando me contó este detalle me apresuré a pedírsela.
Al principio llegué a envidiar a Natasha por esa chaqueta, pero ahora contemplaba este recuerdo con cariño y admiración. Ahora podía tener algo de ella cerca de mí.
Y al fondo, tal como Alicia había dicho, había una pequeña bolsa transparente que contenía las cosas que habían encontrado en la chaqueta antes de lavarla. Un lápiz labial, un pañuelo y una pequeña fotografía. La observé.
Reconocí al niño. Reconocí ese diente que faltaba. Reconocí su cabello y su piel tan linda. Su esencia tan buena. Era Bernard.
¿Qué hacía esa fotografía allí? ¿Cómo es que Natasha la había conseguido? Era un misterio o una coincidencia. Tal vez Natasha tenía sus propias búsquedas. Tal vez todo esto tenía sentido visto desde otra parte; tal vez tenía sentido visto desde el cielo.
Era increíble.
No tocaría el tema de la chaqueta y la fotografía sino hasta que considerara que fuera el mejor momento de hacerlo. Así que después de este descubrimiento y mi asombro, junto a Lucas y Nacho decoramos la casa. El mayor fue el encargado de poner las luces y el pequeño se encargó de poner los adornos en el árbol. Los tres habíamos congeniado desde el principio y finalmente supe cómo era tener hermanos, supe porqué Natasha los quería tanto.
Pero cuando la tarde cayó me encontré a Nacho sentado en la grada de afuera, con rostro perdido, con sus manos abrazando sus rodillas, mirando al otro lado de la calle, donde no había nada.
—¿Qué pasa, Nacho?
—Extraño a Natasha…
—Sé que debes extrañarla, pero ahora de seguro está en un lugar mejor. Natasha te quería mucho, además.
—Ya sé… Natasha siempre llegaba a casa cuando nos quedamos solos, pero un día solo nos dijeron que ya no estaba viva… No entendiendo por qué yo sí la seguía viendo.
—¿Qué dices?
—Natasha se quedó con nosotros —sus ojos azules, como dos pequeñas canicas celestes se llenaron de lágrimas—. Yo siempre la miraba a través de una ventana, me sonreía y me decía que cerrara la puerta como ella lo hacía todas las noches.
—¿Dices que cuando Natasha se fue de casa siempre te visitaba?
—Sí, pero solo por las noches y solo a través de la ventana.
—¿Por qué?
—No sé. A lo mejor quedó atrapada en un cristal cuando murió… Olvídalo, es tonto.
—¿Y qué otra cosa te decía?
—La última vez tocó la ventana y me dijo que no faltaba mucho, que pronto llegaría alguien que nos sacaría de allí. Y después apareciste tú en la puerta de la casa. Cuando te vi supe que eras la persona que Natasha había dicho.
¿De dónde sacaba toda esa historia? ¿Será que yo no era la única que podía ver a Natasha aún después del accidente? Algo en mi interior se llenó de cierto miedo, pero a la vez estaba consternada, Natasha veía cada uno de mis movimientos a la vez que cuidaba de sus hermanos. ¿Cómo es que funciona este mundo? ¿Cómo es que funciona la muerte y la vida cuando ambas se entrelazan? ¿Qué cosas hay en el aire que no comprendemos por completo?
No tenía idea de qué decirle a mi nuevo hermano. ¿Qué se dice acerca de algo tan fascinante? Sólo lo abracé y compartí unas lágrimas junto al pequeño niño.
—¿Tú sabes si volverá a aparecer? —pregunté.
—A veces miro a la ventana de nuestra habitación y espero ver su reflejo, pero ya no aparece. Creo que ya no volverá porque ya no me duele tanto, aunque la extraño mucho… O quizás sea que ya no es la misma ventana…
—Espero que puedas volver a verla.
Aquellas palabras se quedaron en mi mente sin retorno alguno, no podía comprender la magnitud de un mundo tan pequeño, no tenía idea de porqué las cosas pasan o cómo es que funcionan. Hay cosas que no tienen explicación.
Cayó la noche y mamá estuvo de vuelta, yo ya había preparado la cena y comimos todos juntos. No era como en los viejos tiempos, eran nuevos tiempos que apenas comenzaba a disfrutar, sentía el calor de una familia, tal vez no completa, tal vez no perfecta, pero me gustaba esta nueva faceta de nuestro hogar.
Sin embargo, después que todos nos fuéramos a la cama, yo no pude dormir. Las palabras de Nacho eran extrañas y perturbadoras al no saber darles sentido. Los niños pueden inventar cosas, pero la sinceridad de Nacho me hacía creer que lo que dijo era totalmente cierto. ¿Cómo olvidar que yo también viví algo similar con Natasha? Tan solo que su recuerdo era más aterrador.
Miraba por la ventana de mi habitación, no había nada en la calle, solo la luz del farol que iluminaba parte de la cuadra. Estaba entretenida viendo, pero me cansé de hacerlo, seguro era eso, que Natasha ya nunca aparecería…
Preparé la cama para dormir y cuando suspiré frustrada por no conciliar el sueño, sentí cómo una gota de agua fría cayó sobre mi frente y no pude despertar hasta el siguiente día.
Veía una montaña muy verde, el cielo de diciembre despejado y celeste, mi vestido cubría mis piernas por completo y el viento lo movía como una enorme cortina que perseguía mis pasos. Caminaba hacia arriba, donde debajo de un árbol pequeño y delgado esperaba alguien por mí.
No sentía mis piernas, no sentía mi cuerpo, era como si caminar no cansara, como si el viento, aún con toda su fuerza, no pudiera detenerme, era tan suave, era tan diferente… Llegué al árbol donde vi un cabello ondulado y café oscuro que caía sobre unos hombros cubiertos por un vestido blanco, un vestido como el mío, lleno de encajes y pequeñas perlas por toda la tela. Un rayo de luz que se colaba entre las hojas del delgado árbol y que se posaba en mi rostro llamaba mi atención, hasta que finalmente pude fijarme en los brazos de esta persona. Había un pequeño niño de piel morena cubierto con una manta. No había reconocido a Natasha hasta que se dio la vuelta y sus ojos tan hermosos me vieron.
“Gracias por hacerlo.”
Entendía su mirada, estaba segura de que esas eran sus palabras por más que no movía su boca.
Extendió su mano hacia mí y yo tomé lo que tenía en ella. Era un regalo extraño: Una pequeña piedra gris que llevaba otra más pequeña en su interior rodeada de agua. La acerqué a mi cuerpo y este terminó absorbiendo la piedra. Entonces regresé la vista a Natasha. Tenía muchas dudas en mi mente, tenía varias preguntas pendientes para decirle, pero el tiempo se había acabado. Sentía que mi cuerpo era arrastrado hacia abajo de la montaña, algo que tiraba de mí y que yo no veía, como si dos manos tiraran de la cola del vestido y me llevaran hacia atrás.
“Lo que no tuve, lo tendrás tú.” Eso fue lo último que dijo.
Desperté con el sol en mi cara y Nacho a los pies de mi cama tratando de despertarme para que preparáramos el desayuno. Mi cabeza daba vueltas y estaba sudando.
—Espera un segundo… —y corriendo hacia el baño devolví toda la comida de anoche.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Sí. Vete a la cocina, ya llegaré —cerré la puerta y me miré al espejo después de lavar mis dientes, aún sin entender lo que había visto en este sueño.
Natasha se había ido, aun así me dejó algo. Tal vez era agradecimiento, o no lo sé, tal vez me había tomado cariño así como yo a ella. Me había dado este regalo, y apenas me di cuenta que tenía vida. Lo supe por un extraño golpe que venía desde mi interior, desde lo más profundo de mi cuerpo.
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