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9. Ruido y silencio.

El día siguiente la pasé tratando de estudiar, aunque eran tantas tareas que no podía concentrarme en ni una sola. Por la mañana me desperté y desayuné, aunque tal como lo había hecho en estos días comí muy poco. Mamá aún no sabía lo del espejo roto en mi baño, así que traté de repararlo con pegamento, quedando peor de como estaba, entonces terminé tirándolo a la basura. Luego conseguiría otro.

Me sentía más tranquila, como si por esta mañana las olas turbulentas de mi mar se hubieran apaciguado. Natasha volvía a mi mente ya no como un espanto, ahora comenzaba a tener una historia, una forma de ser y una vida antes de esto. Sin embargo, la inquietud aún seguía como una pequeña espina en mi mente, sentía que las cosas no habían concluido con saber un poco más de ella. Había una tercera persona en el accidente la cual no me quitaba esta sensación de vacío, de duda, de incertidumbre. ¿Será posible haber muerto y no darse cuenta? Había visto mucho sobre eso en las series de televisión.

Miré a la ventana de mi habitación, estaba soleado y tranquilo, ya no me daba miedo salir de casa, pero pasar cerca de un autobús me consumía la calma. Pensaba también las palabras que estaban sobre la lápida de Natasha. Ella tenía hermanas o hermanos, supongo que también vivía con su madre o su padre, en el mejor de los casos con ambos.  ¿Por qué se encontraba tan lejos de su casa? ¿Qué fue lo que la llevó lejos de su familia?

No quería perder mi tiempo haciendo las tareas, pero tenía que hacerlo si no quería perder un año de escuela. Se suponía que luego de este año comenzaría a trabajar en el restaurante con mamá, pero si no pasaba este año tendría que hacer las dos cosas al mismo tiempo, o peor, quedarme a estudiar y seguir con la miseria de dinero que me toca. Terminé varios resúmenes y luego me alisté para dejarlos en la escuela.

Cuando llegué solo marqué mi asistencia, pues si había completado las tareas del día no era necesario permanecer en la clase. Usaría ese tiempo para algo más importante.

La terminal de autobuses me ponía nerviosa, en especial cuando veía la ruta del autobús que causó el accidente. Había alistado mi mochila con comida, los papeles de Natasha y el poco dinero que había ahorrado, y me dispuse a buscar en Google la dirección de su casa.

Tomé dos autobuses, uno que me llevó a la ciudad vecina y el otro que me dejó cerca de donde se suponía que vivía Natasha. Las casas de ese lugar eran un poco viejas; desalineadas las unas con las otras. Sin jardines, sin vallas o casitas de perro afuera. Un vecindario que se notaba y era muy peligroso además de pobre. No era el lugar que yo esperaba.

La casa que aparecía en la dirección tenía unos números, pero ¿donde estaban todos los números de las casas? Noté que pasaba un señor repartiendo periódicos y antes de apuntar en su libreta y dejar el periódico miraba al suelo. Entonces vi debajo de mis pies y allí había un contador de agua potable, el cual en un borde tenía varios números, ¿así funciona esto? Había apuntado el número de la casa en un papel y busqué contador por contador la casa a la que correspondía el número. Y finalmente la encontré.

Un patio pequeño y lleno de basura afuera junto con otros cachivaches era custodiado por una armazón de hierro vieja que fingía ser una cerca. Había una puertecita de metal que el óxido la había corroído de abajo. Pero al ver con más detalle, había un pequeño niño, quizás de unos cuatro años, que jugaba con unos carritos viejos y sucios en el borde de la puerta de la casa.

—¿Hola? ¿Hay alguien en casa? —dije llamando la atención del niño.

Dos grandes y preciosos ojos azules me miraron con sencillez. El niño que vestía de verde corrió dentro de la casa sin decir nada. Seguido de esto, salió un niño más grande que parecía de unos diez años y fue él quien tomó la palabra.

—No hay nadie con nosotros —este niño tenía los ojos un poco más oscuros, sin embargo no dejaban de ser azules. ¿Todos tienen los mismos ojos? Aunque no el tono de piel, estos dos chicos eran pálidos como yo.

—¿Seguro? ¿Dónde está tu madre?

El niño suspiró y miró de reojo la puerta.

—Está adentro, en su habitación, pero no le gustan las visitas.

—Quería saber cómo se siente ahora, por Natasha.

—¿Eras amiga de mi hermana?

—No, apenas nos conocimos.

—Ya no está más aquí. Vete, a papá no le gustará ver a nadie aquí cerca. —El niño se volteó para entrar a su casa.

—Espera —me miró—. ¿Por qué se fue de casa?

—Porque…

Esa mirada… Sus ojos eran ruido y sus labios silencio. Quería decirlo, quería contarme lo que había pasado, pero algo dentro de su cabeza no lo dejaba. Aquel niño llevaba consigo la misma mirada que su hermana. Algo, una razón dentro de ellos que no podía salir a la luz, un motivo que no les permitía hablar… Era eso, ahora que lo pienso, Natasha tenía esa mirada, la misma que intriga al no saber su porqué, al no entender de dónde viene. Pero, al fin y al cabo, sin palabras sólo era eso, una mirada.

Y no quería que solo fuera eso.

—Confía en mí.

—Natasha dijo que buscaría un lugar para que viviéramos todos juntos y tranquilos… —su rostro se llenó de color rojo y sobre las dos medias lunas oscuras debajo de sus ojos se formaron lágrimas. El niño corrió dentro y cerró la puerta de un solo golpe.

Estaba sorprendida. No era tampoco la familia que yo esperé que sería.

El niño ocultaba algo tal como lo hacía Natasha. Un sentimiento. Una historia. Tal vez era miedo. Pero lo cierto era que aunque quisieran disimular aquello, sin querer ambos hablaban, ambos dejaban al descubierto el secreto. Hacían ruido a través del silencio.

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