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6. Su nombre es Natasha.

—¿Cómo te sientes? —Bernard no siempre ha sido atento, puedo decir que en realidad es bastante despistado y distraído —eso a mi parecer—, pero últimamente me había estado haciendo este tipo de preguntas. Sé a lo que se refiere, pero no puedo controlar estos síntomas y no puedo hablar de lo que ocurrió el jueves, es todo.

—Estoy bien —dije secamente.

—Es mentira… —bufó entre dientes.

No me atreví a verlo, sabía que él tenía razón, no estoy bien, pero tampoco estoy tan mal como para seguir con el tema… o tal vez sí. De todos modos, siempre he sido así con él, ¿por qué razón debería ser diferente ahora? Este accidente no ha cambiado nuestra relación, así que seguiré guardandome mis propios recuerdos, mis propios secretos y mis sentimientos, solo para mí.

Suspiré e hice como si no hubiera escuchado lo que había dicho.

—¿Si digo algo sobre lo que pasó, eso cambiará alguna cosa? —dije luego de varios minutos y él se pensó mucho su respuesta.

—No. Pero, si lo dices…

—No. Entonces no insistas —lo interrumpí antes de que terminara.

Escuché cómo bufó de nuevo y se incorporó de la cama.

—¿Qué fue lo que viste?

—Nada, no vi nada. Ya déjalo, estoy bien.

—No, no lo estás. Alessa, deja de ser tan dura por un momento.

—¿Por qué me pides eso ahora? Solo no quiero escuchar nada sobre ella.

—¿Ella? ¿Quién “ella”?

Me detuve en seco. Hasta ahora no me había percatado de que “ella” tan solo era un problema en mi mente, sin embargo no había llegado a ser parte de ninguna de mis conversaciones con nadie. Bernard no entendía aún que yo había visto toda la escena, desde principio a fin. Él no sabía que pude ver a esa chica de pie y luego bajo aquel gigante de hierro.

—Traeré más café —dije incorporándome y yendo a la cocina.

Era temprano, la mañana no era la más fresca, pero tampoco me quejaba. Bernard caminaba detrás de mí, se reclinó sobre la barra mientras yo llenaba la segunda taza de café, sentí sus dedos separar mi cabello como largos listones cafés los cuales dejaba caer sobre mi hombro cubierto por mi camiseta blanca, me miró fijamente cuando me di la vuelta y dijo con una suavidad irrepetible:

—Solo dilo.

—No puedo… —dije llenándome de lágrimas.

¿Cómo le explico lo que siento, si ni siquiera sé qué es lo que estoy sintiendo? ¿Cómo le digo que siento como si hubiera muerto ese día? ¿Cómo le explico las apariciones de esa chica, cuando ella ya no existe? ¿Qué digo si se trata de hablar sobre sus ojos y su mirada tan peculiar? Dirá que estoy loca, que necesito ayuda y que le diga las cosas a mamá porque sería bueno que lo supiera también.

—Tranquila —él me rodeó con sus brazos, y aunque pensé que diría algo más, no dijo palabra alguna. Su silencio era un remedio para mi corazón lleno de estruendos, el arrullo de sus brazos hacía que mis ideas y miedos revueltos se pusieran en orden por tan solo un momento.

Lo besé con el cariño del primer beso y luego, sabiendo lo bien que me había hecho con su comprensión, se fue. Y es que a veces es lo único que se necesita para sanar tan solo un poco, que no pregunten ni digan nada, que nos abracen y compartan nuestro dolor al mismo tiempo, a pesar de no saber sus raíces, a pesar de no saber la historia detrás nuestro que tanto nos asusta con su persecución.

No solía ser así, tan vulnerable y mansa ante las caricias, tan susceptible al silencio o a las miradas, ni tampoco tan pensativa, pero no tenía otra cosa más que hacer sino pensar. Pensar, pensar y pensar todo el día, puesto que todas las cosas que podía hacer durante el día se habían vuelto insípidas a mi parecer.

Como Bernard se había ido me quedé afuera de la casa, de nuevo en la grada, solo que esta vez mis pensamientos habían tomado otra dirección, una menos estresante, con una sola pregunta en mi cabeza: ¿Cuál era su nombre? Aquello no cambiaría la realidad, pero sí mi perspectiva, puesto que si yo también estaba muerta, tenía que dejar de verla como un monstruo, porque yo no lo era, y no podía permitir que siguiera siendo un fantasma sin nombre, porque yo sí lo tenía, porque ella también era una persona como yo antes de esto.

***

Abrí mi computadora y busqué el portal de noticias, esperando encontrar algo sobre esa chica, pero dado que ya habían pasado varios días desde el jueves, las noticias eran otras. Así pasa siempre, solo hacen un conteo de todos los muertos por día, pero nunca hablan de ellos, solo de números que se vuelven una ofensa ante lo único de cada historia.

“El accidente del 21 de Noviembre” busqué.

Mi estómago comenzaba a revolverse, y no quería vomitar, pero sentía que dentro de poco en eso terminarían las cosas. Aparecieron varias noticias al respecto, pero fui directo al Periódico Digital Nacional donde por supuesto estaba un artículo de la periodista del otro día.

Por alguna razón, no sé si sea tan sobrenatural como se siente, pero nunca hay más información que funcione. No hablaba nada sobre “la tercera persona” y lo que siempre estaba al pie de la noticia era su rostro, sus ojos. Pero finalmente, luego de darle vueltas a toda la Web y buscar detalladamente en internet, encontré una pista. Su usuario de Instagram marcado como privado.

Natasha Borges vivía en la ciudad vecina, tenía diecinueve, un año más que yo, y estudiaba en una escuela diferente. En Facebook no tenía amigos en común, y su perfil no daba mucha información, ni fotos, ni lugares de visita, tan solo el libro de “Fox in Socks” de Dr. Seuss como favorito. En su fotografía de perfil se podía ver que usaba una chaqueta con el nombre de la escuela, el Instituto Roster. Al notar este detalle, de inmediato fui a mi celular, y marqué el número de Bernard.

No puedo creer que el mundo, literalmente, es muy pequeño.

***

—¿Y quieres que vaya hasta ese lugar solo porque sí? —Bernard estaba de brazos cruzados afuera de mi casa—. ¿Al menos podrías explicarme qué está pasando por esa cabecita?

—Solo ayudame, tengo que saber algo de ese lugar…

Me recliné sobre la pared. Había caído la noche y Bernard regresó hasta ese entonces, puesto que el resto del día se la pasó ocupado con sus asuntos. No me importaba qué asuntos, al menos no tanto. La luz del farol iluminaba tenuemente su rostro, aún así, podía notar su seriedad, molesto, casi decepcionado de lo que le había pedido.

Bernard había estudiado en aquel instituto antes de mudarse cerca de aquí y comenzar desde cero. Nunca mencionó qué fue lo que pasó en aquel lugar, pero lo cierto era que odiaba la idea de tan siquiera volver a poner un pie allí. Sin embargo yo lo necesitaba.

—¿Qué hay en ese lugar? ¿Por qué estás revolviendo las cosas de esta forma?

—No estoy revolviendo nada, es solo que… Quiero ir, hay algo importante allí.

—¿Y qué es tan importante que tienes que cruzar toda la ciudad?

—Una historia.

—¿Qué? ¿De qué o quién?

—En realidad es su historia—y con un poco de duda le mostré la foto de aquella chica en mi celular.

—¿Quién es ella?

—¿Recuerdas lo que dije esta mañana? Su nombre es Natasha y estuvo conmigo durante el accidente.

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