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17. Justicia.

El día pasó. Bernard no llamó, ni yo tampoco tuve el valor de hacerlo. No podía creer que se estaba rindiendo justo antes de llegar a la meta. Trataba de que eso no me afectara, pero tal como se habían hecho las cosas, me daba cuenta que ahora yo estaba en el lugar de Bernard cuando me encontraba destruida por el accidente. Él fue demasiado bueno conmigo, pero se olvidó de ser bueno con él mismo, y era hora que yo le diera las gracias como se debe.

Tomé el autobús, esta vez iría a casa de Marcos, pues él también podía ser de ayuda en este caso. No recordaba bien su casa, pero luego de rondar las calles y tocar algunos timbres, finalmente coincidí con él en una tienda cercana, donde me encontraba comprando un refresco.

—¿Alessa? —Marcos por lo visto tenía una buena memoria y me reconoció al instante.

—¡Marcos! —dije con alivio—. Te he buscado estas dos últimas horas. Tengo buenas noticias.

Marcos sonrió y después de haber hecho las compras, me llevó a su casa, la cual había pasado por alto varias veces durante todo este tiempo. Hablamos un rato y como era hora del almuerzo decidió comprar comida rápida. Mientras comíamos le comenté sobre lo que estaba pasando, sobre cómo llegué a dar el diario a la policía, sobre la detención de Lorenzo en estos días y finalmente lo invité a ser parte de los testigos.

—Pero jamás estuve presente en ningún crimen, yo no sería de mucha ayuda aunque quisiera serlo…

—No es cierto, el detective me explicó muchas cosas antes de salir de su oficina y creí que tú podías dar testimonio sobre el ambiente en el que vivía Natasha. Tú conoces cómo era su vida antes de que se fuera, tú conoces las veces en las que peleaba con Lorenzo, tú la conociste mejor que nadie…

Marcos lo pensó por bastante tiempo, tanto que creí que negaría la propuesta que le había hecho, pero tan pronto abrió la boca para hablar, así aceptó ayudar.

***

—... Así que por eso él viene conmigo. Creo que será de ayudar saber los tratos que habían en esa casa —afirmé delante del detective Carlos y él hizo que Marcos pasara a su oficina. Hablarían en privado.

Estábamos en el lugar que debía de ser, dando testimonios sobre lo que sabíamos de Natasha y de su padrastro. Era de tarde ya, nos habíamos atrasado por el tráfico, pero finalmente llegamos a las oficinas a buena hora.

—¿Cómo has seguido? —La suave mano de Alicia tocó mi hombro y me sacó de mis pensamientos.

—Estoy casi satisfecha… —dije con un tono melancólico.

—Verás que se hará justicia —dijo brindándome una sonrisa que solo ella puede dar—. Lorenzo está detenido. Esta mañana estaba afeitándose en su casa cuando llegó la patrulla. Fue algo rápido.

—¿Y los niños? ¿Y su esposa?

—La madre de Natasha lloró, pero luego (con la cabeza fría) se llevó a los niños a un cuarto aparte cuando le pusimos las esposas a su padre y lo sacamos de su casa.

“Estuve presente (porque toda investigación que comienzo la acompaño en cada momento), y siempre es así de desgarrador: Las lágrimas, las despedidas, la incertidumbre que queda cuando se llevan a un miembro de tu familia, el silencio, y muchas veces también el alivio, la carga que sueltan las personas cuando su opresor se va.

—¿No es este el primer caso que apoyas?

—No, Alessa. Vivo del reportaje, pero también de la justicia. A diferencia de muchos reporteros, yo no puedo ser una simple espectadora, tengo que hacer algo, tengo que darle valor a estas personas y a sus historias, tengo que tener un poco de empatía por este mundo lleno de egoísmo…

—¿Por eso me ayudaste?

—Así es.

Hubo unos minutos que pasaron en silencio. Alicia ahora había tomado asiento al lado mío, cuando me animé a preguntar:

—¿Crees que esos niños me odien por lo que hice con su padre?

—Quién cometió un error no fuiste tú, fue su propio padre quien se lo buscó, y tarde o temprano siempre se nos llega la hora de pagar la factura.

—Debo confesar algo que me duele mucho —miraba al suelo y sentía ese horrible nudo en la garganta—: Hay alguien a quién yo traté de ayudar, y cuando creí que estaba haciendo las cosas bien por él, se enojó porque él no quería que lo hiciera. Por eso tengo miedo que ahora esos niños me tengan cierto rencor, también. A veces la gente no quiere que los ayuden…

Un policía en su patrulla llegó donde nosotras, preguntando por el detective Carlos, sin embargo aún estaba ocupado con Marcos.

—¿Hay algo que debamos saber nosotras, oficial? —preguntó la reportera.

—Es otro testigo de su caso, señorita Alicia. Es un chico como de unos veinte que quiere hablar con el detective. Dice que estuvo presente en uno de los delitos del señor Lorenzo.

Me puse de pie al instante. Le pregunté dónde estaba el chico y corrí afuera para encontrarlo. El viento soplaba, está vez se sentía el olor a Navidad que había demorado en aparecer. El cielo estaba cubierto por pintura rosa y celeste, casi púrpura. La patrulla esperaba afuera, y entonces reconocí el abrigo de Bernard.

Toqué el vidrio y él me miró. Salió de inmediato.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté, pero la única respuesta que me dio fue un abrazo silencioso, lleno de dolor, lleno de tristeza y melancólica, pero también lleno de coraje y valentía. Cuando lo vi a los ojos supe que buscaba justicia.

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