11. Dolor.
—¿Sabes algo de ella? —dije poniéndome de pie.
—¿Para qué o qué? Espera, ¿te conozco? —dijo llamando la atención de Bernard.
—No soy de aquí. No creo que me conozcas —contestó con dureza.
—No importa, pero me resultas familiar.
El chico me estudió de pies a cabeza, ¿qué estaba pensando?
—Ustedes están buscando información donde no la hay. Toda su clase no sabe nada de ella.
—¿Tú sí? —indagé.
—Yo soy el único que sabe quién es Natasha —tomaba su mochila con el mismo brazo del cual colgaba y a pesar de que no estaba erguido, realmente era imponente.
—¿Quién eres tú?
—Me llamo Marcos.
No sé qué tenía ese chico, pero no me sentía atemorizada, creo que a cualquier persona le daría cierto temor estar frente a él, pero a mi no, al contrario parece que ambos sabíamos que Natasha había hecho que cruzáramos el mismo camino por una razón.
—¿Por qué se escapó de casa?
—Alto allí: No te diré algo así en un lugar como este —su mirada apuntó hacia un grupo de chicos que nos miraban curiosos—. Evito rumores, es todo.
—¿Puedes ayudarnos? —preguntó Bernard.
—Está bien.
El chico —ahora Marcos—, nos llevó lejos de la escuela, no caminamos mucho, apenas unas cuadras y llegamos a su casa. Estaba vacía y con las luces apagadas. Bernard me preguntó si realmente estaba segura y si podíamos confiar en este chico, y yo lo estaba totalmente, no confiaba en su aspecto, sino en la forma en la que dudaba de nosotros y su deseo de hablar sobre Natasha.
El chico encendió un cigarrillo cuando dejó sus cosas en una silla que estaba por el pasillo principal y prendió las luces. La casa era blanca pero sucia y desordenada. Esa sensación de desconocer el lugar dónde estás atacó mis sentidos, aún así no me sentía en peligro sabiendo que Bernard estaba conmigo.
—Pasen.
El chico subió unas gradas que nos llevaron a la parte de arriba, donde estaba el comedor y las habitaciones. Era un diseño extraño de casa, sin embargo era un hogar, lo notaba por la cocina llena de utensilios y mantas. Mamá decía que cuando una cocina está llena de utensilios es porque hay alguien allí que es muy hogareño. Qué irónico.
El chico abrió la puerta de una habitación y nos invitó a pasar. Se sentó en su cama y nosotros permanecimos en pie.
—¿Por qué están buscando a Natasha?
—Eh… Yo…
—Alessa —interrumpió Bernard—, no tienes que hacerlo. Sé que es difícil para ti decir esto.
—Deja. Lo haré —inhalé aire y me atreví a continuar—: Natasha me pidió ayuda, pero no estoy segura sobre qué cosa quiere que haga.
—¿Dices que Natasha te pidió ayuda? ¿Desde donde vienes?
—La ciudad vecina —dijo mi amigo—. Estamos buscando alguna pista sobre ella.
—¿Está allí? ¿Cómo está? ¿Les ha hablado de mí, entonces? —el chico sonrió mientras preguntaba, seguramente esperando noticias de ella.
Tampoco lo sabía.
Intercambiamos miradas con Bernard. ¿Quién iba a decirle lo que ocurrió? ¿Cómo decirle que Natasha está muerta? Sin embargo yo tomé la palabra.
—¿No sabes aún lo que sucedió con Natasha?
—No. Dime. ¿Dónde está Natasha? Le he enviado mensajes desde hace varios días, pero no me contesta… —dijo señalando su celular, y luego de ver nuestros rostros serios, su sonrisa se deshizo.
—Natasha murió el 21 de noviembre, un autobús perdió el control y la atropelló. Yo la ví morir —mis lágrimas salieron. Dar esta noticia era lo peor que podía hacer por Natasha, pero al parecer él tenía que saberlo. No se puede ir por la vida con la conciencia tranquila sabiendo que aún hay alguien que todavía espera respuesta de un muerto.
—¿Qué dices? —se levantó— Natasha… ¿Cómo? —su voz se quebró y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Cómo es posible? —y encendió otro cigarrillo que lo llevó a toser demasiado.
Estaba conmovido y no era por gusto, yo también lo estaba. Natasha era única ahora que lo pienso, de esas personas que dejan huella, que dejan su esencia en las personas que llegan a conocerla. No era la mejor de todas las chicas, pero ella valía la pena, ella también merecía ser descubierta.
***
Se hizo de tarde en casa de Marcos. La que comúnmente se usa para la hora del café, para el chico era la hora de un nuevo cigarrillo. Cuando se tranquilizó finalmente dijo:
—Salimos muchas veces, era más que mi amiga aunque ambos lo negábamos. Era toda una amante o una cómplice, no sé muy bien cómo explicarlo todavía… Yo he querido mucho a Natasha, y admito que ya nada será igual para mí después de ella.
“Éramos un par de raros, supongo. Ella tenía 17 años cuando la conocí y comenzamos nuestra relación. A diferencia de otras chicas, sentía que ella era genuina conmigo… Natasha a pesar de todo tenía un corazón intenso, y no sabía comprenderla del todo, pero me gustaba que fuera ella misma cuando estaba conmigo, porque yo también podía ser yo cuando estaba con ella. No creí que las cosas fueran a ser de esta forma, tan extraña, tan repentina.
—¿Y por qué estaba lejos de casa?
—Creo que fue su misma vida la que la obligó a huir de aquí. Sin embargo no era la chica furiosa que todos veían en ella, en realidad era una chica muy triste, llena de secretos, llena de un pasado que nunca le contó a nadie, ni siquiera a mí. Lo cierto es que había algo en su casa que ella ya no soportaba. Últimamente había estado un poco rara, más melancólica e impulsiva también, y un día solo me dijo que se iría para buscar un lugar donde vivir con sus hermanos.
—¿Intentaste detenerla? —preguntó Bernard.
—Claro que sí, pero es muy complicado ofrecer lo que uno no tiene. Yo nunca fui un ideal, ni un profesional o un príncipe azul. ¿Confiaría ella en mí tanto como para cambiar su vida junto a la mía? ¿Le hubiera gustado dormir en esta pocilga? ¿Se hubiera sentido cómoda con reglas distintas a las de su hogar? No le podía ofrecer todo lo que realmente hubiera querido darle.
“Pero ojalá le hubiera dicho que se quedara conmigo… que durmiéramos apretados, que compartiéramos el mismo bocado… Todo hubiera sido mejor a que pasara lo que pasó.
El chico era duro, pero no le negaba las lágrimas a Natasha. Sé que es difícil llorar, sé que es difícil aceptar los sentimientos que llevamos dentro, es difícil decir una verdad tan sencilla —como un te quiero o un te amo— cuando toda la vida nos hemos mentido a nosotros mismos por no vernos ingenuos delante del resto.
—¿Y no dijo más? ¿No dijo por qué se iba?
—No, nada. Pensé que se iría por mi culpa, y se lo pregunté, pero me dijo que me llamaría luego, que yo no era la razón, sino algo de lo que apenas se acababa de dar cuenta. Dijo que ya no toleraba a su padre (padrastro, de hecho) y que quería vivir lejos de aquí y de todo lo que le recordara a su casa.
—¿Crees que se peleó con él y por eso se fue?
—¿Creerlo? No, eso es un hecho. Vivían peleando todo el tiempo, no había día en el que no discutieran. Su casa era un campo minado.
Marcos terminó su cigarrillo y nos dijo que nos sentáramos en el comedor. Dijo que había algo que Natasha le dio antes de irse y que creía que era hora de abrirlo.
En una bolsa marrón que claramente era de una chica, Marcos sacó una libreta negra, gruesa por las páginas llenas de papeles en medio y desgastada.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Era su diario. Me dijo que no lo leyera, así que no lo he abierto en todo este tiempo, pero creo que a ustedes les servirá.
Marcos me dio la libreta y yo la tomé en mis manos, nerviosa. Ambos chicos estaban a la expectativa. No sabía si ser ceremoniosa en este momento, pero ahora Marcos me había dado la autoridad sobre su diario, como si dicho diario hubiera estado esperando por mí, como si Natasha lo hubiera escrito para que yo lo leyera antes que el resto.
Lo abrí.
“Si lees esto, estás muerto.
-Natasha”.
¿Era en serio? ¿No podía comenzar con otra frase?
Revisé las primeras páginas, en ellas hablaba de su vida en la escuela, lo que hacía diariamente y la razón por la que escribía su diario: no estar tan sola. El diario al principio tenía muchos párrafos, sin embargo más adelante continuaba con recortes, flores, bocetos, dibujos y otras cosas que les prestaría atención luego. No era rutinaria, sus actividades variaban día con día, pero sus sentimientos componían un patrón notable. Eran una montaña rusa: un día estaba en la cima del mundo y al otro ya no.
—¿Qué dice? —preguntó Marcos—. ¿Habla de mí?
—Déjame ver.
Pasé varias páginas y me topé con una en especial.
25. 04. 23
Marcos fue increíble…
Y con cinta estaba sostenida la cubierta de un preservativo.
Naturalmente los tres nos reímos y Marcos estaba avergonzado, pero le había quitado lo tenso al momento. Dejé la ceremonia por un lado y me dediqué a disfrutar el sentimiento del diario. Esa risa inesperada fue todo un consuelo que nos hizo sentir que Natasha estaba allí con nosotros para compartirla.
Marcos dijo que quería pasar una noche conmigo, pero tengo miedo, es mi primera vez y aunque estoy segura de que es con él con quien quiero hacerlo, me da miedo que yo no llegue a gustarle lo suficiente.
Antes de Marcos, Alex me había dicho que no tenía suficientes caderas y que no estaba tan llena de atributos como otras chicas. Me hacía pensar que el cariño que le tengo a Marcos tan solo dependía de un físico bonito, y que yo no lo tenía. Así que le terminé preguntando qué pasaría si no le gustaba, y él solo respondió:
“No lo quiero hacer por cómo es tu cuerpo, lo quiero hacer porque tu me gustas, porque es tú cuerpo y no el de nadie más.
Sí, sé que me gustará porque tú ya me gustas lo suficiente.”
Y no puedo negar que ha sido lo mejor que he escuchado en todo este tiempo.
Decía tan solo unas páginas atrás de aquella fecha tan especial.
Marcos no se reservó ni una sola lágrima. Lloraba al recordar que Natasha ya no estaba aquí, pero todo el cariño que ella tenía por él era suficiente para calmar el dolor de esa herida. No siempre sabemos qué tanto nos puede llegar a amar una persona, sin embargo, ahora que lo pienso, me doy cuenta que es mejor dejar en claro cuánto nosotros sí amamos a esa persona. La intensidad con la que late nuestro corazón es la que realmente cambia la historia.
—Busca más adelante. Tal vez solo así sabremos qué pasaba por su mente antes de que se fuera de la ciudad —dijo Marcos, luego.
Adelanté varias páginas pero, tan ordenadas como eran las primeras, las últimas eran un caos. Las flores secas y los recortes bonitos habían acabado, ahora el diario estaba lleno de borrones sin sentido, frases cortas y llenas de furia, habían otras páginas que incluso las había arrancado. Eran dos cosas que habitaban en su mente: todo el amor que tenía para dar en su vida, y a la vez, todo el irremediable odio que había recibido de ella.
Natasha era un sinónimo y también un antónimo. Ahora entiendo porqué su muerte era igual de complicada que su vida.
Entonces llegamos a una de las últimas páginas, donde había escrito con plumón grueso:
Lorenzo a vuelto a golpear a mamá, le ha dejado una marca en el brazo, y no pude evitar recordar lo que pasó cuando tenía doce.
Odio a ese hombre.
¿Qué había ocurrido? La página no decía nada más, así que voltee la siguiente.
Siempre creí que Lorenzo era mi verdadero papá, pero después de analizar por varios años el por qué yo soy negra y ni mamá ni Lorenzo lo son, tuve que preguntarlo.
Mi verdadero padre no sabe que yo existo. Y si mi verdadero padre supiera que vivo, de seguro nunca me hubiera hecho todo esto…
Odio el salta cuerda, porque fue lo que Lorenzo usó ese día. Siempre dejo mi cuarto bajo llave y duermo con Lucas y Nacho para evitar que les haga lo mismo que a mí. No quiero que Lorenzo los toque nunca, pero mamá jamás me creyó, o si quizás lo hizo, teme enfrentarse a ese hombre. Odio tener que depender de su dinero, porque de no ser que él es el único que sostiene esta casa, lo hubiera matado.
Lorenzo me hizo mucho daño esa noche, cuando mamá se emborrachó tanto que perdió los sentidos y el único “al cuidado de la casa” era él. La cicatriz que tengo en el brazo, de la que Marcos siempre me pregunta, es de esa vez. Nunca se lo he dicho (ni a él ni a nadie), pero algún día lo sabrá, quizás cuando yo sea más grande, quizás cuando sepa no tartamudear mientras hablo.
A veces quisiera hablar… No, a veces quisiera gritar todo lo que me hizo esa vez por todo lugar donde se pueda gritar. Quiero decirlo, pero no puedo, porque duele mucho y no es fácil pronunciar palabras tan cortas pero intensas a su vez.
Al principio no entendía nada, pensaba que sólo se trataba de un delirio en mi cabeza o de mis recuerdos inventados, hasta que comenzaron estas sensaciones, esta cosa, esta mancha que vive dentro de mí. Hasta que tuve conciencia, hasta que supe que aquello no estaba bien, hasta que me di cuenta que Lorenzo abusó de mí aquella noche.
Explotaba en lágrimas. No había leído todo eso en voz alta, así que Bernard y Marcos estaban confundidos, pero la tensión era notoria. Ellos también querían saber qué pasaba.
—¿Qué dice? ¿Por qué se fue? —preguntó Marcos.
—No habla de eso —dije tomando aire—. Natasha… Ella… No entiendo… por qué me duele tanto…
Marcos me quitó el diario en un solo impulso y comenzó a leer mientras Bernard me consolaba.
—Maldito —dijo con odio y cerró el diario—. Lorenzo… Nunca lo creí de esa forma.
—¿Qué has dicho? —preguntó Bernard con espanto—. ¿Quién es Lorenzo?
—Su padrastro. Un imbécil hijo de…
—¿Lorenzo qué?
—Torres. Lorenzo Torres.
Bernard dejó de arruyarme, se levantó de la silla y caminó a la ventana. Secó el sudor de su rostro y luego bufó, lidiando con algo en su mente. ¿Qué pasaba? ¿Lo conocía? ¿Por qué? ¿Quién es Bernard en realidad?
—Alessa, nos vamos de aquí.
Otro golpe, esta vez no en mi cabeza, sino en todo el cuerpo. ¿Por qué Bernard estaba actuando de esa forma? Esta vez traté de no juzgarlo como la vez pasada, así que solo le dediqué una mirada cargada de decepción a Marcos y acepté la orden sin renegar.
Marcos nos llevó a la puerta. Bernard iba a paso rápido, sin embargo el chico me detuvo antes de irme.
—Alessa, toma —y dejó el diario de Natasha en mis manos.
—¿Por qué decidiste ayudarnos?
—Porque después de Natasha, tu has sido la segunda chica que ha podido mantenerme la mirada. Tienes una fuerza de guerra en los ojos y me recuerdas a ella.
—¿Solo por eso?
—Lo mismo me pregunté cuando mencionaste lo de Natasha. ¿En serio solo fue por su mirada? —sonrió cuando traté de analizarlo.
—Gracias por todo, Marcos.
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