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Capítulo II


Kendall.

Desastre. Era la palabra que resumía de todo lo ocurrido. Es horrible estar en casa de noche, todos en el pueblo durmiendo, y de repente lleguen personas a destruir todo el lugar con armas, quemando casas, y matando a todo el que se le dé la gana, sabiendo que nunca has hecho nada contra ellos, como para que vengan a convertir tu hogar en una pesadilla.

Para ese entonces tenía siete años. Vivía con mi madre, mi padre, y mi hermana menor, Maca, la cual en ese tiempo tenía unos pocos meses de haber nacido. Mi familia y yo vivíamos en un pueblo indígena, pero nosotros teníamos el mejor estado económico de todos los del lugar, pues mis padres vivieron toda su vida en la ciudad, pero se vinieron a vivir acá para cuidar a mi abuela, para cuando ella murió, ellos ya se habían acostumbrado el lugar, por lo cual se quedaron acá.

Recuerdo perfectamente que esa noche, después de cenar, la empleada recogió todos los platos y arregló la casa. Mientras mi papá y yo jugábamos ajedrez en la sala de estar, mi mamá cambiaba a Maca para dormir. Escuchamos el grito de mi madre llamándonos para dormir, al cual le hicimos caso de inmediato. Justo en el momento que me iba a dormir, uno de los señores llamó a papá para informarle algo. Mi padre me dice que me quede durmiendo, pero sin que él se entere, yo lo sigo. El señor le dice algo, a lo cual él sale corriendo con una inmensa cara de preocupación, se encierra en su oficina, para salir luego de una hora. Cuando sale, tiene unas cuantas maletas hechas, se dirige a su habitación, donde mi madre y mi hermana ya están dormidas, viendo por el pequeño espacio entre la puerta y la pared, él le da un beso a cada una y le deja una hoja de papel doblada en la mesita de noche. Apenas se dirige a la puerta, yo voy corriendo a mi habitación. Mientras me hago el dormido, él me dice unas cuantas palabras que hasta el día de hoy no recuerdo, me besa la frente y sale. Me quedo un rato ahí en silencio, pensando en que era lo que ocurría, sin saber que lo que iba a ocurrir era algo que nunca creí que pasaría, hasta ese momento. Me asomo por mi ventana, y logro ver como se sube al carro, y este se va alejando hasta desaparecer en la carretera. Me pongo a llorar, preguntándome porque razón mi padre se había ido, porque nos dejó abandonados de un momento para el otro. La simple respuesta llegó a mí unas pocas horas después. En la madrugada, mi madre me despierta, moviéndome de un lado para el otro exageradamente, veo su preocupación y estaba llorando, llevaba a Maca en brazos. Confundido, la sigo hasta la puerta. Cuando salimos mis ojos no creían que era verdad lo que veía, era una catástrofe. Unos hombres con grandes armas matando a habitantes del pueblo, mientras otros huían. También quemaban casas, torturaban a los niños, era tan feo lo que veía, que me obligué a cerrar mis ojos y dejar que todo ocurriese como si nada. A pesar de esto, escuchaba los fuertes y horrorosos gritos, pero también llegó a mis oídos el llanto de Maca junto con un fuerte grito de mi madre. Cuando los abro, mi hermana estaba tirada en el suelo, arropada con su manta, y un hombre se llevaba a mi madre a la fuerza, mientras yo suplicaba entre gritos que no le hiciese nada malo. Todo lo que dije fue en vano, en un abrir y cerrar de ojos, el mismo que se la estaba llevando, le disparó en la cabeza, y su cuerpo cayó al suelo ya sin vida.

Todo lo que viví, me enseñó que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, me enseñó que hay personas muy vengativas que te puede hacer cualquier cosa sin que tú le hayas hecho algo. También me enseñó que hasta tu propio padre puede ser tan cobarde de dejarte abandonado a ti y a tu familia, sin importarle nada, puede largarse, y dejarte a ti luchando.

El día de hoy, vivo en una pequeña casa junto a mi hermana, después de caminar con ella en mis brazos durante horas, llegamos a un pueblo llamado Puerto Colorado. Al llegar a este lugar, una humilde señora nos vio y nos dio posada, la adaptamos como la nana Maya, y la amamos demasiado, ya que ella siempre tuvo un inmenso cariño hacía nosotros. Nos cuidaba tanto que no nos dejaba salir, decía que afuera había mucho peligro, pero nosotros no nos quejábamos, pues la casa tenía un patio grande, y con eso nos bastaba. Ella hacía todo, pero unos meses después de llegar, contrató una señora que la ayudaba con los quehaceres, aquella señora también nos demuestra cariño, yo la llamo tía Kanda, pero Maca la llama mamá, pues fue ella quien la crió desde que llegó aquí, siendo una pequeña bebé.

– ¡A que no adivinas!– me dice Maca entusiasmada, interrumpiendo mis pensamientos.

– ¿Que pasó, pequeña?– digo sonriendo.

–Nana me sacó a pasear– pude notar la alegría en su voz. – le pedí a la nana que me llevase a comprar la comida, y fuimos al mercado, y conocí varias partes del pueblo.

–Oh que divertido Maca, ¡te gustó?

–Me encantó... – Suspira.

Era la primera vez que la veía así. Pues desde que tengo memoria, esta es la primera vez que sale a pasear. Pues la nana no es la única que la cuida, también estoy yo, yo la protejo demasiado, y nunca me agradó la idea que ella saliera, pero si va con alguien que yo conozca, no hay problema. En mi caso, no me molesta, pues de vez en cuando, cuando la nana tiene sus siestas por la tarde junto a Maca, yo me escapo. No me voy muy lejos, solo camino cerca de la casa, nunca atravieso calles, me gusta recorrer ese sector. Cuando llegamos al pueblo, era tanto el susto que tenía que no le preste atención a nada, lo único que recuerdo, fue que vi un hermoso río, era cristalino, sus aguas puras, era hermoso. Siempre quise salir de casa e ir a verlo, pero nana Maya nunca me dejó, siempre temió que me ocurriese algo, pues yo sé cuidarme, pero de tanto consentimiento de parte de ella y de la tía Kanda, creo que no tanto.

–Maca, ¿sabes qué día es mañana?– la cargo y la siento en mis piernas.

–Claro que sí, ¡mañana es tu cumpleaños!

–Sí, y adivina que le pediré a la nana Maya.

– ¿Qué? Me preguntó mientras jugaba con sus rubias trenzas.

–Le pediré que me lleve al río...

– ¿El río?

–Si, pequeña. ¿Sabes el cuadro que está en la sala?– asiente. – ¿Recuerdas que ella nos dijo que esa era un pintura de un paisaje del pueblo?– asiente de nuevo– bueno, ese es el río que quiero conocer– le sonrío.

–Que bien, ¿y yo te puedo acompañar?

–No sé si la nana te deje, pero le voy a preguntar, ¿vale?

–Vale.


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