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CAPÍTULO I

Topanga.

A todos alguna vez nos han contado alguna leyenda, seres fantásticos en los que muchos creen y otros no. Fantasmas, brujas, dragones, duendes, hadas, entre otros. A mí siempre me contaban una que otra, mi favorita, pero la vez no, era una que una vez me contó mi abuela, llamada "la llorona", sobre la mujer que pierde a sus hijos y anda por las calles llorando por ellos, siempre me interesó y gustó, pero a la vez la odiaba ya que temblaba del miedo con solo escucharla. Todas las noches, dormía abrazada a mi madre, creyendo que me aparecería la llorona, vendría por mí, y me llevaría. Pero llegó el momento en el que dejé de creer en las leyendas, y eso nunca pasó.

Mi familia siempre vivió en un pueblo llamado Puerto colorado, un lindo y pequeño lugar rodeado de ríos de agua pura y limpia, habitantes que se conocen entre todos, pero cada uno oculta un oscuro o valioso secreto, así son todos en este lugar, extraños y algunos misteriosos, pero por lo que me cuenta la abuela, así ha sido siempre. Mis padres, son de piel morena, cabello lacio y completamente negro, ojos café, o en el caso de mi padre, sus ojos son de un color extraño, son un estilo gris, mezclando miel y café. Respecto a la apariencia de ellos, todos se sorprendieron el día de mi nacimiento. La razón de aquello es que al contrario de mis padres, yo soy de piel pálida, cabello castaño claro y ondulado por competo, además, mi color de ojos es un miel con una mezcla de dorado. Después de todos llevarse aquella sorpresa, se enteraron que mi difunta bisabuela de parte de papá, era exactamente igual a mí, solo que su color de ojos era más dorado que miel. El color de mis ojos es lo que más le llama la atención a los habitantes de Puerto Colorado, pues yo era la única con estos ojos en todo el pueblo. Recuerdo cuando tenía seis años, mi abuela me contaba una leyenda sobre una chica con mi color de ojos, siempre amé esa historia, y de pequeña creía que era cierto, pero cuando crecí, dejé de creer, a pesar de eso, la sigo amando.

-Cuenta la leyenda, que hace más de diez años, un grupo de cinco amigos fueron en busca de nuevas tierras. Estaba Yacu, el líder, quien guiaba al resto y tomaba las decisiones. Suyan, la hermana menor de Yacu, era la que alentaba siempre al resto, y se encargaba de administrar los alimentos. Ailin era la más pequeña de todos, por lo cuál era la que más cuidaban y protegían, en especial Amaru, su mejor amigo y el más sabio de todos. Por último estaba Anahí, así como el significado de su nombre, ella era tan bella como una flor, su piel pálida, sus mejillas rojiza, su hermoso y largo cabello castaño claro, pero lo que más llamaba la atención era sus ojos, sus ojos eran una mezcla de miel y dorado, esos bellos ojos ocultos bajo una gacha mirada la cual permanecía así. Era tímida, la única razón por la que estaba en ese grupo, era porque su tía la había obligado a ir, y así pudiese hacer algunos amigos.

Una noche, después de tanto caminar, decidieron acampar en un lugar frío y despejado, a la orilla de un hermoso río. Mientras todos dormían, Anahí salió a dar un paseo, ya que el sueño no le llegaba. Sentada en una roca a la orilla del río, siente la presencia de alguien tras ella, al voltear su vista, se encontraba Yacu allí parado. Cuando levanta su vista para verle a la cara, por primera vez Yacu puede ver los hermosos ojos de Anahí, iluminados por la luz de la luna, se podía admirar por completo. Se pierde en su mirada y cae completamente enamorado.

Días después, seguían acampando en el mismo lugar, desde aquella noche, Yacu era el único que hablaba con Anahí, y que no temía acercarse a ella, ya que por lo apartada que es, el resto del grupo empezaron a inventar rumores sobre ella, pero Yacu después de conocerla bien, se dio cuenta que esos rumores eran falsos, ella era una chica completamente normal como las demás, aunque, por una pequeña parte no estaba tan seguro, pues el color de sus ojos era el que había causado tales rumores, por eso él tenía sus pequeñas sospechas, las cuales se rogaba así mismo creer que fuesen inciertas. Luego de terminar de conocerse, el uno al otro confesó su amor, pues Yacu y Anahí se dieron cuenta que se amaban mutuamente, y ese amor, duró más de lo que creían.

El pequeño campamento, con el pasar del tiempo, iban llegando más personas, pasaron meses, se construyeron viviendas, y fue creciendo hasta que se convirtió en un pequeño pueblo llamado Puerto Colorado. Pasaron dos años y medio, Yacu y Anahí se habían casado, vivían justos y completamente felices, pero cada día que pasaba, había un problema que crecía aún más. Anahí le ocultaba algo a Yacu, algo que supo desde siempre y nunca quiso decirle, por miedo a que él le temiese, y con el pasar del tiempo, también por miedo a perderlo. El día que Anahí se decidió a contar toda la verdad, Yacu se encontraba en su trabajo, por lo cual ella se dirigió a este. Al llegar, sus compañeros le informaron que él había salido hace más de tres horas y aún no volvía. Preocupada, caminó por casi todo el pueblo buscándolo. Al caer la noche, exhausta, s le dio por caminar a las orillas del río. Mientras trataba de despejar su mente, topó con una pequeña cabaña, y juró escuchar voces provenientes de adentro, y no solo eso, una de esas voces era la de su esposo. Desesperada se dignó a tocar la puerta, cuando esta se abrió, por lo que sus brillantes ojos vieron, Yacu la estaba engañando con Ailin, esa chica que desde antes intentó ser su amiga, pero no pudo por envidia de la belleza de Anahí, Horrorizada salió corriendo del lugar, seguida por su infiel esposo. Unos metros después él logró alcanzarla, ella se separó, su mirada era amenazante y profunda, lo miró directamente a los ojos, y con la pura rabia que tenía apenas logró pronunciar "te arrepentirás de haberle roto el corazón a una bruja", y sin más preámbulos, se tiró al río y se ahogó.

Se dice que desde ese entonces, Yacu, a pesar de su arrepentimiento, ya no había vuelta atrás, cada día y cada noche, su vida era una tortura. Por los días todo le salía absolutamente mal, en su trabajo lo despidieron, su familia se fue a vivir a otro lugar y lo dejó solo, y todos sus amigos dejaron de acercársele, con medio a que la maldición los persiguiese a ellos también. Por las noches tenía pesadillas con ella, soñaba cuando ella lo encontró, pero en vez de ahogarse ella sola, en los sueños él se tira con ella al río. Fue tanta la tortura y tanta la depresión que le causaba esos sueños, que se suicidó, tirándose al río él también. Yacu y Anahí siempre vivieron mintiéndose el uno al otro, para ella era tan grande lo que ocultaba, que por eso no podría decirle. Para él, fue tan grande la tentación de una chica, que fue lo que lo hizo caer en el engaño.

-Por eso siempre digo, todas las brujas son malas...- dice mi primo cuando la abuela termina de contar.

- ¡Claro que no!- lo golpeo en la cabeza- ella hizo eso solo porque él la engañó, no significa que sea mala.

Y esas siempre fueron las típicas discusiones que teníamos mi primo y yo cuando la abuela terminaba de contar leyendas. En el caso de historias como esta, él siempre decía que todas las brujas eran malas, pero yo siempre las defendía.

A veces me pregunto, como era que yo me creía todas esas historias. Pero la respuesta es fácil: era pequeña, uno de pequeño es inocente, se puede creer cualquier cosa, cree que todo es bueno, cree que todo existe, no cree en la maldad.



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