Capítulo 8| Decisiones difíciles
Lexie
Salgo del baño ahogada. Estoy tan confundida que hasta me olvido de dónde estoy durante unos segundos. Echo un vistazo a mi alrededor, no sé cuánto tiempo me he pasado ahí dentro, pero la casa de Axel se ha quedado totalmente desértica. Casi abandonada. Las palabras de Addie se unen a la imagen que contemplé a hurtadillas en el garaje y siento una punzada en el pecho.
Suspiro y busco en mi mente un lugar al que pueda ir. Tampoco tengo muchas opciones. Todavía no he llamado para volver a reservar mi habitación ni he realizado el pago de la residencia. Ojalá no lo hubiese retrasado tanto. ¿A quién se le ocurre confiar plenamente en un hombre? Lo peor es que después de lo que he descubierto de Sarah, siento que no debería ser demasiado dura con él.
No tengo derecho a enfadarme y mucho menos a reprocharle nada -a fin de cuentas, no somos pareja-. Pero, por otro lado, no puedo quitarme a esos dos abrazaditos de la cabeza.
A veces vivir es taaan agotador.
Decido salir de la mansión. Han pasado demasiadas cosas en este lugar que no he tenido tiempo de asimilar. Necesito respirar. Necesito alejarme de Axel y ordenar mis prioridades. He estado un mes viviendo aquí, con él. Viéndolo todos los días y compartiéndolo todo, y ni siquiera hemos hablado de qué somos. De qué queremos ser. ¡No hemos tenido ni una cita, por el amor de dios! Aún no nos hemos besado. Y no será por falta de ganas, eso seguro.
Cuando estoy a punto de cruzar el umbral de la puerta principal, una voz que conozco mejor de lo que me gustaría, pronuncia mi nombre. Una voz que pertenece a la última persona en el mundo a la que desearía ver.
—¿A dónde vas? – dice justamente después.
—No quiero hablar contigo ahora, Axel. No sé a dónde diablos voy, pero adondequiera que pueda estar lejos de ti. Aunque ya no sé si eso es posible – sé que estoy siendo hiriente, y sé que no tengo porqué. Pero, a veces, es el corazón quién dicta las normas. Y el mío no es precisamente el más lógico de todos.
—Sé que me he comportado como un gilipollas. Ronan quería dejarme como un cabrón insensible y arrogante. Y honestamente, se lo he dejado en bandeja. Aún así, no te marches sin oír primero lo que tengo que decir.
Sé qué me va a contar. Y también sé que en el momento en el que diga la primera palabra, no seré capaz de irme. No podría ver cómo me enseña parte de las experiencias más dolorosas de su vida, sentir que se está abriendo en canal ante mí y dejarlo completamente solo.
—No te molestes. Lo sé todo – estoy siendo tan apática que me da miedo. Me siento fría, como un cubito de hielo.
—¿Lo sabes? ¿Cómo lo sabes? Me correspondía a mí contártelo, Lexie. Es mi hermana, mi familia. Mi vida – balbucea con dolor.
—Venga, Ax, ni que fueras a hacerlo. Estabas demasiado ocupado con otro asunto.
—No te entiendo. ¿De qué me estás hablando? Pareces muy enfadada, y francamente, no encuentro la razón.
—Yo sí. La razón mide aproximadamente uno setenta y tiene el pelo rubio – replicó molesta.
Aparece en su rostro una expresión de desconcierto. Esa respuesta no se la esperaba.
—¿Estás celosa, Lex? – la mueca de confusión es reemplazada por una de diversión. No me creo que esté disfrutando con esto.
—En la vida. Jamás. Ni aunque fueras el último hombre sobre la faz de la tierra y de nosotros de-pendiera el futuro de la humanidad – le contesto aún más cabreada.
—Vamos, preciosa. ¿A quién quieres engañar? Estás celosísima – sonríe con una mezcla de orgullo y superioridad.
Preciosa. Nunca me había llamado así. Ni por ninguna forma que no fuese mi nombre, en realidad. Siempre sabe qué decir y cuándo es el momento justo para hacerlo. Lo detesto.
—Me importa una mierda a quién te follas. Cómo si te tiras a medio campus A no, que según cuentan eso ya lo has hecho. Que pena – digo con sarcasmo.
Axel abre tanto los ojos que por un momento pienso que van a salirse de sus órbitas. Puede que me haya pasado un poquito. Solo un poquito. Pero ni loca voy a retractarme. Estaría siglos burlándose de mí. Además, en parte se lo merecía.
—Si esta es tu forma de demostrarme que no estás celosa, vas mal. Imagino que es a Hannah a la que has visto. Era un abrazo de reconciliación. No hay motivo para que te pongas así, solo es mi exnovia – en cuanto acaba de pronunciar la última palabra parece darse cuenta de lo que realmente acaba de decir. La ha cagado. La ha cagado hasta el fondo.
—Pues si esa es tu forma de hacerme sentir mejor, tú sí que vas mal — contesto desafiante.
—Ni siquiera somos amigos. Necesitaba hablar con alguien. Necesitaba consuelo y ella estaba ahí. No pienso disculparme por eso, Lexie.
—¿Y qué pasa conmigo? Si no te hubieras ido corriendo, si no hubieras huido de mí, yo te habría escuchado. Te habría consolado. Pero yo no soy ella. No confías en mí. No significo lo mismo. No soy la chica nueva que te devuelve la fe en el mundo ni las ganas de vivir. No soy ella —saboreo esas tres palabras amargas y las reproduzco en mi mente una y otra vez.
—Tienes razón, no lo eres —su frase me sienta como una jarra de agua fría —Porque no quiero que lo seas. No tienes que serlo. Me gustas porque eres tú.
En otro instante, me habría lanzado a sus brazos. Pero no hoy. No después de que me ocultara algo tan importante. No después de que me hiciera sentir superflua e insignificante.
—Me tengo que ir. No puedo seguir aquí contigo. No puedo continuar con esta conversación. Estoy agotada y no me gustaría decir algo que realmente no siento — él asiente lentamente, comprensivo. Si es que hasta discutiendo es razonable y encantador. En serio, cómo lo detesto.
—Tienes razón. No vamos a llegar a ninguna parte. Ven, te acompaño a tu habitación - hace un amago de posar su brazo sobre mi hombro.
—Me parece que no lo has entendido bien. Tengo que irme de aquí. No puedo pasar la noche contigo.
A juzgar por su reacción, esto le ha dolido hasta más que lo anterior. Quizá no estoy siendo la persona más madura del mundo, pero es lo que tengo que hacer.
—Quédate, por favor. Necesito que estés aquí – su tono de voz débil y triste me destroza el corazón. Ojalá fuese un poco más fácil de manipular.
—No voy a irme para siempre, Axel. Es únicamente por esta noche. Pasarla aquí contigo no me va a ayudar a aclarar mis ideas. Mañana, cuando crea que he reflexionado lo suficiente, volveré. Y mantendremos una conversación. Seria. Sin jueguecitos ni provocaciones. ¿Crees que serás capaz?
—¿De pasar la noche sin ti o de ponerme serio? – dice esbozando una sonrisa triste.
—De ambas.
—Lo intentaré, te lo prometo. ¿Puedo saber a dónde irás? Son las tres de la mañana. No puedo evitar preocuparme – es tan dulce que casi caigo ante la tentación de quedarme.
—Con Addison – miento – Me escribió hace un rato y me dijo que podía pasar la noche con ella si algo no iba bien.
Es el farol más grande que me he tirado en la vida. Nunca he sido una buena jugadora de póker, ya veremos si él lo es.
—Está bien. Ten cuidado – bingo – Nos vemos mañana. Descansa,
Me dedica otra sonrisa, esta vez mucho más cálida y se da la vuelta. Opto por marcharme antes de que se arrepienta y continúe insistiendo en que me quede.
El problema es que no tengo a dónde ir. Es demasiado tarde para llamar a Addison. Estará dormida y mañana trabaja temprano. No puedo ser tan egoísta. De todas las personas que conozco en Londres, solo se me ocurre una que pueda estar dispuesta a ayudarme.
Una vez en la calle, marco su número. Contesta al tercer pitido. Y efectivamente, estaba en lo cierto.
Dylan pasa a recogerme dentro de diez minutos.
***
Salgo de la ducha un poco confundida. La última vez que estuve en este baño no hacía más que mirar el váter deseando que me absorbiera. Que me llevara lo más lejos posible de aquí. Digamos que es lo ocurre cuando te enteras de que uno de tus profesores de la universidad es el padre del chico que acabas de conocer y en cuya casa te quieres quedar habiéndote inventado una súper mentira. Menos mal que no me echaron a patadas. Y pensándolo bien, hasta lo habría entendido.
Que Dylan aceptara venir a buscarme no ha sido ninguna sorpresa. La cuestión es que no sé en qué punto estamos. No sé si siente algo por mí, si está enfadado o si simplemente le da igual. Llevo más de un mes sin verle. Según me dijo Derek, se ha pasado alguna que otra vez por la tienda pero siempre cuando tengo el día libre o he salido a comer. Es evidente que me está evitando y eso me coloca en una situación casi igual de incómoda que la anterior. ¿Por qué esta casa se empeña en hacerme sufrir?
Ya seca y vestida salgo del lavabo. Necesitaba urgentemente quitarme ese hedor de alcohol basura. Por muy distante que esté conmigo, debo agradecerle que siempre me ayude cuando estoy en apuros. Al llegar a la sala de estar, veo a Dy sentado en uno de los sofás con la mirada perdida.
—Gracias por salvarme —le digo con sinceridad— Sé que la última vez no te salió demasiado bien —desplaza la vista hacia mí y me dedica media sonrisa.
—No es nada. Esta vez estamos solos. Mis padres han ido a una conferencia en Oxford. Volverán mañana por la noche, puedes quedarte hasta entonces si lo necesitas.
—Está bien. Gracias, de nuevo. No sé qué habría hecho sin ti -él se ruboriza y por alguna razón eso hace que yo también me sonroje.
Me siento a su lado sin saber muy bien qué decir. Tampoco hemos pasado mucho tiempo juntos. Nunca hemos tenido una conversación fluida. ¿Debería ser yo la que tenga la iniciativa? Estoy a punto de preguntarle por algún tema banal cuando es Dylan quién rompe el silencio.
—¿Puedo saber qué ha pasado? —no esperaba que me fuera a preguntar eso— Te he recogido, de madrugada, de la casa de mi mejor amigo. Me gustaría saber por qué.
No lo había pensado. Solo le he pedido que venga, no tiene ni idea de en qué contexto. Dudo que sepa siquiera que llevo más de tres semanas viviendo allí.
—Axel y Ronan se han peleado en la fiesta de Halloween de Sarah. Puedes estar tranquilo —digo al ver que todos los músculos de su cara se han tensado de repente- Ya sé toda la historia. Ambos están bien. No ha sido tan grave como suena.
—Joder. Sabía que tarde o temprano esto pasaría. Ax lleva meses siendo una bomba de relojería. Solo necesitaba que la persona indicada rozara el botón rojo para estallar por los aires. Sin embargo —continúa diciendo— No me creo que le hayas dejado tirado después de revivir algo que fue devastador para él. ¿Qué más ha pasado, Lex?
Es cierto que no nos conocemos demasiado, pero sabe leerme a la perfección. Su deducción me ha pillado por sorpresa. Tanto que me demoro en contestar varios segundos.
—Le he visto abrazándose con Hannah
Dylan entrecierra los ojos. Por su expresión diría que eso le es aún más extraño que lo anterior.
—¿Y por eso has huido despavorida de su casa? Así que estás celosa
—¿Por qué iba a estarlo?
—Porque te gusta Axel desde la primera vez que lo viste. Es obvio.
Intento que mi rostro no me delate. Pero creo que esta vez me ha pillado de lleno.
—Esto no es justo. No puedes esperar que te cuente mis secretos más íntimos sin que tú seas igual de sincero conmigo —mi mueca de insatisfacción le parece dar una idea.
—Tienes razón. Hagamos lo siguiente: tendremos cinco oportunidades de preguntar lo que sea al otro. Y debemos responder con sinceridad —la propuesta parece divertirle
—¿Y si me preguntas algo que no quiero responder? —no me gusta por donde puede ir este juego, seguro que consigue que vaya a su favor.
—Nos quitaremos una prenda.
No estoy muy convencida, pero hay varios temas que necesito aclarar. La curiosidad es mi peor enemiga y estoy segura de que por eso ha propuesto esa opción. Sabe que voy a aceptar.
—Vale. La condición es que empiezo yo —él asiente conforme y yo me decido a formular la primera pregunta— ¿Por qué has dejado de trabajar en Amigos del disco? Sé que vienes en algunas ocasiones, casualmente siempre que no estoy.
Dylan me sonríe. Si creía que le iba a intimidar con eso, estaba más que equivocada. Hasta parece hacerle gracia.
—Creo que lo intuyes.
—Eso no es válido. Tienes que decirlo.
—Porque no quería veros. A ti y a Axel quiero decir.
Mierda. Quién me manda a mi a ser tan directa.
—Es mi turno. ¿Sientes algo por mi? —arrugo la nariz nerviosa. A diferencia de él, no estaba pre-parada para esta primera ronda. Sopeso mis opciones y me decanto por la que creo que me hará menos daño. Al menos a largo plazo.
Me recompongo como puedo y traduzco toda mi inseguridad en una falsa sonrisa de picardía. Mientras tanto tiro de mi suéter hacia arriba, hasta que pasa por mis brazos y cae al suelo. Él son-ríe satisfecho. Le ha gustado más que a mí mi decisión.
—¿Por qué aceptaste llevarme a tu casa el día que nos conocimos? Podría haber sido alguna loca.
—Veo que solo te interesan los porqués —coge una bocanada de aire— No lo sé. No sé realmente que me impulsó a hacerlo. Me pareciste preciosa estabas perdida y desesperada. No corría ningún peligro ayudándote. Sabía que era lo que tenía que hacer.
No estamos mirando de un modo tan intenso que siento que está traspasando mi ropa, lo que hace que empiece a sentir un ardor que nunca antes había experimentado. Tampoco ayuda el hecho de que, sin contar con mi sujetador, lo único que separa mi torso de sus ojos es una fina y corta camiseta interior
—¿Qué dirías si te pido que duermas conmigo? En mi habitación. En mi cama -por un segundo tengo la impresión de que no estoy respirando.
—Te diría que ni hablar. Esta ha sido fácil, muchas gracias —Dylan continúa sonriendo, está claro que con él no funcionan mis pésimas dotes de actuación— ¿Realmente te atraigo? ¿Te atraigo sexualmente, Dy? —no sé quién es la que ha hecho esa pregunta, porque aunque la voz brota de mi garganta, la Lexie que conozco no se habría atrevido.
Él suspira y se desliza aún sentado sobre el gran sofá celeste hacia mi dirección, dejando muy poco espacio. Estamos tan cerca que escucho su respiración, cómo late su corazón. Y va muy deprisa.
—¿De verdad quieres saberlo? Ten cuidado Lexie, no preguntes algo que realmente no quieres oír.
No sé si es su voz grave, prácticamente ronca. Si es el tono sensual con el que dice cada palabra o si es el modo en el que acaricia con suavidad las letras de mi nombre. El caso es que estoy muy cerca de lanzarme sobre él. ¡Está tensión va acabar conmigo! Asiento con lentitud y espero a que él vuelva a hablar. No obstante, no lo hace. En su lugar, se quita con una serenidad sorprendente la camiseta, dejando a la vista su musculoso abdomen.
Nunca creí que un cuerpo, un simple cuerpo podría volverme loca. Y mucho menos que podía llegar a desear tanto a alguien, con cada parte de mi.
—No quiero seguir jugando a esto, Dylan —me atrevo a decir con hilo de voz bajito y avergonzado.
—Podemos parar cuando quieras —contesta él alejándose unos centímetros.
—El problema es que no sé si quiero parar.
Si la tensión ya era incontrolable, ahora lo es aún más. Estoy tan inquieta, que, de pronto, me levanto del sillón. Él hace lo mismo. Al final nos quedamos uno enfrente del otro. Cerca. Muy cerca.
—Dylan yo
No soy capaz de terminar la frase, inmediatamente siento sus labios presionando los míos. El contacto de su lengua y el sabor de su boca llegan después. No soy consciente de que estoy besándole hasta que transcurren unos segundos. Sé que debería apartarme. Que no estoy haciendo lo correcto. Pero, entonces, la imagen de Hannah y Axel vuelve a conquistar mi subconsciente. Ahí sé que he perdido la razón.
Las manos de Dylan aprietan mi espalda. Con fuerza, con ímpetu. Sigo atrapada en su boca cuando él, indeciso, se separa un poco de mí y coloca su frente contra la mía.
—¿Puedo? -dice señalando mi sujetador.
Asiento y vuelvo a besarlo. Mientras tanto, él se las arregla para deshacerse de mi camiseta y mi ropa interior. Ya no tengo nada que me cubra el pecho, supongo que estamos en igualdad de condiciones. Él ejerce aún más presión sobre mi torso y acabo apoyada contra la pared. Sus manos siguen recorriendo mi cuerpo como si fuese una expedición y yo noto como cada vez aumenta más esa quemazón que sentía antes. La diferencia es que ahora está por todas partes.
Nos damos un poco de tregua porque a ambos nos falta el aliento. Esta vez no nos hace falta decir nada. Él coloca sus manos en mi trasero y me levanta en brazos. Sigo contra la pared, pero él me sujeta dejándome con las piernas ligeramente abiertas. Le hago una seña para que se desnude también de la parte de abajo. Cuando parece que va a hacerlo, distingo en sus ojos un ápice de duda.
—¿Estás segura de esto, Lexie? No quiero que te arrepientas de acostarte conmigo.
Y es justo ahí, en ese preciso instante, cuando se desata el caos absoluto.
Comenta un fueguito si la tensión sexual ha sido insoportable...
Gracias por leerme. Un abrazo
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