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Capítulo 4| Margen de maniobra

Lexie

Siempre se me ha dado muy mal tomar decisiones. Sobre todo, en las cosas importantes. Es cierto que llevo años deseando ser todo lo independiente posible. Pero hay momentos como este en los que me gustaría poder tumbarme entre los brazos de mi madre y que sea ella la que solucione todos los problemas de mi vida, como cuando era pequeña. Desgraciadamente, aunque pueda pedirle mil consejos, soy yo la que debe librar mis propias batallas.

Lo peor es que tampoco tengo demasiado tiempo de margen. Me da miedo equivocarme. Me da miedo arrepentirme. Si bien una parte de mi sabe exactamente qué debo hacer, a la otra le atormenta que acabe fracasando. Por mis padres, por mi familia, por mis sueños. Por mí. No estoy preparada para irme, y es muy duro. Pero puede que tampoco lo esté para quedarme. En cualquier caso, de nada sirve lamentarme por estar en esta situación tan desafortunada.

-—¿Lexie? No puedo dejarte más tiempo. Vamos a cerrar. Derek tiene muchas cosas que hacer.

Le dije que necesitaba unos minutos para reflexionar. Que necesitaba estar sola. Solo asintió y se fue a hacer un par de tareas. Sabia igual que yo, que por mucho que quisiéramos bromear y coquetear, era algo serio. Muy serio. Y valoro que me concediera un pequeño margen de maniobra.

—Lo sé. Lo siento por hacerte esperar, seguro que si no estuviera aquí te habrías ido ya —digo con dificultad por el nudo que tengo en la garganta.

—No te creas. Tiendo a martirizarme más de lo que te imaginas. No quiero meterte prisa, de verdad. Pero tampoco puedo dejarte más tiempo. ¿Te has decidido ya?

—Creo que sí. Es una lástima

—¿Te vas? —me interrumpe sorprendido.

—No me has dejado acabar —le espeto— Es una lástima que al final sí que vaya a tener que ser tu amiga.

Me lanza una mirada de aprobación y hasta me parece ver en sus ojos un atisbo de alegría.

—Estás haciendo lo correcto, aunque quizá mi opinión no te sirva para nada —me dice con un tono mucho más suave del que había usado hasta ahora.

—Gracias —le digo sonriente— Pero aún tengo un problema, mañana debo hacer el pago mensual de la residencia, y como ya has visto no tengo suficiente dinero. No le puedo decir a Derek que me dé un adelanto si todavía ni me ha contratado —digo con desesperación.

—Deberíamos hablar ya con él. Ven, acompáñame.

Se da la vuelta y se dirige hacia la parte de atrás de la tienda. Le sigo nerviosa, lo que pase a partir de aquí ya no depende de mí. Y no sé si me siento aliviada o aún más agobiada.

Recorremos un estrecho pasillo hasta que nos paramos delante de una puerta cerrada. Imagino que este es su despacho. Dylan ni siquiera me mira, alza su puño y pega tres veces. Inmediatamente, nos da permiso para pasar. Siento como el corazón se me va a salir del pecho. Incluso aunque quiera contratarme, no sé dónde me voy a quedar hasta que tenga dinero para pagar mi habitación.

—¿Ya te vas Dylan? —dice el propietario sin despegar la vista de su portátil.

—Creo que aún me quedo un rato —responde Dylan— Quería hablarte de otra cosa. Es sobre la falta de personal.

Esta vez, Derek sí mira hacia nosotros. Tarda en reparar en mí, pero lo hace. Me observa curioso, algo desconcertado. Si supiera la gran lucha interna que me ha traído hasta aquí

—No te conozco —me dice de repente— Soy Derek. ¿Eres una nueva amiga de Dy?

—Le acabo de conocer —reconozco— Me ha contado que necesitáis dependientes. Estoy interesada.

—Bueno, no estábamos buscando a nadie formalmente.

Siento como se me secan los labios. Mi pulso se acelera. ¿Y si me he ilusionado demasiado pronto? ¿Y si esa guerra interna no ha servido para nada?

—Sin embargo —añade cuando percibe la decepción de mi rostro— Si que me vendría bien tener a alguien. ¿Sabes de música?

—Sí —me apresuro a contestar— Escucho muchos géneros y tengo buena memoria.

—Además, ha ayudado antes a una clienta. Tiene talento, te lo aseguro —intercede Dylan por mí.

—Podemos probar, ¿Cuándo querrías empezar?

—Mañana mismo —digo aún sin asimilarlo.

—Perfecto. Abrimos normalmente a las diez de la mañana. En cuanto al cierre, aunque solemos cerrar a las siete, a veces tengo que irme un poco antes. ¿Estás interesada en algún turno en concreto?

—Tengo clase por las mañanas. Soy universitaria, pero puedo adaptarme si es necesario —no voy a ponerme exigente, desde luego.

—No, no te preocupes. ¿Podrías entrar a las 2? —asiento conforme— Pues, en ese caso, nos vemos mañana Perdona, ¿Cómo te llamas?

—Lexie —le digo avergonzada, debe pensar que soy una despistada—Hay algo más. Necesitaría un adelanto.

Me mira con incredulidad. Si hasta ahora no pensaba que esté loca de remate, está claro que ahora sí.

—No sé si te he entendido bien, ¿Necesitas un adelanto sin haber empezado?

—Me han retirado la beca. Necesito el dinero para quedarme. Por eso es todo tan repentino. Imagino que no será posible.

—No, no lo es. No sé cómo vas a funcionar o si vas a abandonar antes de que acabe el mes. Me gustaría poder ayudarte, pero no puedo.

Las lágrimas amenazan con irrumpir. Con mucho esfuerzo, consigo ponerlas a raya. Ya veremos por cuanto tiempo.

—Igual puedes quedarme conmigo esta noche y mañana por la mañana le pides el dinero prestado a tus padres. Si se lo devuelves no creo que haya problema -vuelve a intervenir Dylan.

No es mala idea. Lo cierto es que no se me pasó por la cabeza que mis padres pudieran ayudarme. Sé que durante todo el curso es incosteable, pero para este primer mes igual aceptan. Por intentarlo no pierdo nada.

Pienso entonces en la primera parte del plan: irme a casa de un completo desconocido.

—¿Y si eres un asesino en serie? —suelto de repente.

Ambos sueltan una carcajada al unísono. Imagino que no se esperaban esa reacción. A veces puedo llegar a ser muy idiota.

—Te diría que no lo soy, pero probablemente eso diría un asesino en serie —bromea— Qué te parece si llamo a mi madre con el manos libres y le pido permiso para que te quedes. ¿Confiarías un poco más en mí? Le diré que eres una amiga de la universidad. No quiero que piense que se me ha ido la cabeza.

Sinceramente, toda la situación es absurda. Hace media hora no sabía de la existencia de esta tienda ni la de estas dos personas. Mi vida tendría material suficiente para escribir una novela, eso seguro.

—Está bien —accedo, tampoco tengo otra opción.

Mientras Dylan saca su móvil del bolsillo, centro la mirada en él. Hasta ahora no me había fijado, pero es bastante guapo. El pelo rubio alborotado le cae sobre la frente con rebeldía. Sus ojos azules parecen inquietos y extenuantes. Es físicamente el prototipo de chico con el que todas soñamos de adolescentes. Atractivo, fuerte y dulce. ¿Esconderá algo tras esa faceta de chico encantador?

—Hola mamá —dice cuando su madre descuelga la llamada— Sigo en lo de Derek.

—¿Y a qué hora piensas volver? Mañana tienes clase, jovencito.

—Lo sé. Dentro de nada estaré allí, te lo prometo. Solo quería pedirte permiso para que venga una amiga de clase a dormir, tenemos un examen pronto y queremos prepararlo.

—¿Y de qué es el examen exactamente? —inquiere su madre con confianza— ¡Espero que no sea de anatomía! —exclama disgustada.

Me arden las mejillas. Ahora sí que estoy verdaderamente avergonzada. Miro de reojo a Derek que parece estar disfrutando mucho de la situación. Dylan, en cambio, parece tan abochornado como yo.

—¡Mamá, por favor! —grita el joven de pelo cobrizo— No seas exagerada. Solo vamos a estudiar. De verdad. Ni si quiera es mi tipo.

Auch. Eso ha dolido. Podría haberla intentado convencer sin atacarme. Puede que don perfecto sea igual de insensible que el resto de los tíos.

—Está bien —cede la mujer— Pero se queda en el cuarto de invitados y cena con nosotros. Si no, no hay trato.

—Genial. Muchas gracias, mamá. Ahora nos vemos.

Dylan guarda el dispositivo y me mira sonriente. Parece satisfecho.

—¿CÓMO QUE GENIAL? —me va a dar un infarto,

—Necesitabas un sitio donde quedarte y ya lo tienes. ¿Qué tiene de malo?

—Que tu madre quiere que cene con vosotros. Y yo no sé nada de medicina, va a saber que le has mentido.

—Ella tampoco tiene ni idea. Tú intenta estar relajada y seguro que cuela.

Sin más remedio me despido de Derek. Mañana mismo comenzaré a trabajar en Amigos del disco en cuanto acabe las clases. Está pasando todo demasiado rápido. Nos montamos en su coche y vamos directos hacia mi residencia, necesito coger un pijama y un par de cosas básicas. Con suerte podré esquivar el tiempo suficiente la transferencia del pago mensual.

Cuando ya lo tengo todo, salgo deprisa y con sigilo. Prefiero que nadie me vea.

— ¿Estás lista? —me sonríe al cerrar la puerta del copiloto.

—Sí. Creo que aún no te he dado las gracias por todo lo que estás haciendo por mí, y eso que no me conoces—le agradezco con franqueza.

—Quiero ser médico, Lexie —me recuerda— Me gusta ayudar a la gente.

Un silencio algo incómodo se instala entre nosotros. Según avanzamos hacia su casa, más me invaden los pensamientos intrusivos. Intento frenarlos, pero no siempre es fácil.

Miro fijamente a Dylan. Él está tan concentrado en la carretera que no se da cuenta. Repaso sus brazos musculados que reposan tensos sobre el volante. Cuando tras recorrer todo su cuerpo llego por fin a su cara, descubro que me está sonriendo.

—Muy bien, no te apetece hablar, prefieres comerme con los ojos. Tampoco me parece mal —se burla de mi con chulería— Ya estamos llegando.

Unos minutos después él apaga el motor y aparcamos delante de lo que se supone que es su casa. La miro impresionada, es igual de grande que la de Axel. Empiezo a pensar que en esta ciudad todo el mundo es rico. Definitivamente, ellos pertenecen a una clase con la que yo no he tenido siquiera contacto hasta hace poco. ¿Qué van a pensar de mí?

—No te asustes —dice Dylan— No solemos comernos a los invitados.

Sé que intenta disipar la tensión a base de bromas, pero no está funcionando como él piensa. No sé actuar bien bajo presión y mucho menos mentir. Mi única esperanza es que Dylan empatice un poco conmigo y no me ponga las cosas más difíciles de lo que ya son. Desde luego, no parece que eso vaya a pasar. Pero por algo dicen que la esperanza es lo último que se pierde.

Cuando saca las llaves de casa y las introduce en la cerradura, yo estoy a punto de desmayarme. Nunca he sido demasiado creyente, pero si realmente existe algo ahí arriba, está claro que me voy directita al infierno. Si me vieran mis padres no se lo creerían. ¡Con lo mal que se me ha dado siempre mentir!

Ambos entramos en la instancia despacio, o al menos a mí me da la impresión de que todo ocurre a cámara lenta. Todo está en silencio, en calma. En parte, por eso me sobresalto cuando su madre, que parece tener un sexto sentido para lo que se refiere a su hijo, aparece emocionada ante nosotros. Parece ser de esas personas demasiado expresivas que tanto me ponen de los nervios.

—¡Hola! ¿Cómo estás? Estoy encantada de conocer a una amiga de Dylan. Normalmente, no trae a nadie a casa. Ya casi pensaba que no tenía amigos. ¿Te llamas Lexie no? Es un nombre muy bonito, me gusta mucho. Espero que te guste la cena —dice parloteando sin parar.

—Mamá. Ya está bien. La vas a asustar. Luego te extraña que no traiga nadie a casa.

Parece avergonzado. Sé lo que se siente cuando tu familia no está bien de la cabeza. Aunque aún es pronto para juzgarla, claro.

—No se preocupe, señora Davis —intervengo agradeciendo interiormente que Dylan me dijera su apellido para presentarse— Como de todo, seguro que está muy rico. La comida casera no puede no estarlo —digo con una amabilidad que hasta a mí me parece exagerada.

—¡Qué maja es esta chica! —exclama con alegría— Tráela siempre que quieras.

Sonrío un poco más tranquila. Igual no es tan complicado como pensaba. Soy demasiado paranoica. Él pone los ojos en blanco. Al final puede que sea yo la que se vaya a divertir a su costa.

En ese momento, oigo como la puerta de la entrada se cierra sonoramente. Imagino que será su padre. Si es la mitad de agradable que ella, seguro que va todo sobre ruedas.

—¡Cariño, ya estoy en casa! —dice mientras llega hasta nuestra altura.

—Te presento a Lexie, es compañera de clase de Dylan. Tienen que acabar un trabajo y va a dormir aquí hoy. La cena está servida, así que cuando queráis nos sentamos.

El hombre, aún de espaldas, asiente distraído mientras cuelga su abrigo de perchero. No recae en mi presencia hasta unos segundos después, cuando se da la vuelta. Esbozo una sonrisa algo forzada. Para cuando sus ojos se encuentran con los míos, mi cara ya está hecha un poema. ¿Qué iría todo sobre ruedas? He tentado a la suerte demasiado pronto, porque de todos los hombres del mundo, una vez más, tenía que ser él su padre. Él. Mi profesor de literatura creativa. ¿Puede Londres dejar de hacerme esto? Se supone que es una gran ciudad. ¡No debería encontrarme con gente conocida siempre que estoy en este tipo de situaciones!

Durante unos segundos pienso que no me ha reconocido. ¡Qué ilusa! Tuve una tutoría con él apenas hace unas semanas. Claro, en ese entonces no podía imaginarme que el cercano profesor Davis acabaría siendo el padre de un desconocido que me lleva a dormir a su casa en un momento de desesperación. Si lo veo, no me lo creo. Entre Axel y esto, empiezo a creer que me estoy volviendo loca.

—¿Lexie? ¿Lexie Bennet? —dice él perplejo con una expresión de incredulidad total.

Señor, si existes, es un buen momento para apiadarte de mí y ayudarme.

Parece que Lexie está un poco harta de que todas las personas de su vida estén relacionadas entre si. Debe ser muy molesto. ¿Se reencontrarán pronto Lexie y Axel? Yo lo estoy deseando.

Nos vemos pronto :)

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