
Capítulo 21| Conversaciones incómodas
Lexie
Dicen que para que las estrellas brillen tienen que llevar millones de años muertas. Pero no es cierto, es, de hecho, uno de los principales mitos de la astronomía. Aun así, es una metáfora preciosa. Pensar que han cumplido su máxima misión, iluminar la noche de toda una civilización, cuando precisamente han dejado de existir. Cuando se han esfumado. Cuando se han convertido en nada más que un gran puñado de polvo. Polvo de estrellas.
Ojalá con las personas pasara lo mismo. Aunque, en cierto modo, puede que así sea.
—¿Estás bien? —pregunta Tyler preocupado interrumpiendo mis pensamientos cuando ya nos hemos alejado lo suficiente.
—No, no lo estoy —contesto con sinceridad— No me esperaba que algo así me pudiera volver a pasar. Creía que había cambiado. Que ya no era una diminuta y pequeña niña asustada...
—Y no lo eres —replica contrariado— Eso es lo último que debes pensar. Te vi antes, vi como le plantabas cara. Si esta vez he intervenido es porque me ha perturbado la violencia con la que se estaba dirigiendo a ti. Le conozco, sé de lo que es capaz.
—Quizás habría podido defenderme sola. Quizás. Nunca lo sabré, porque te has metido en medio. ¿Qué haré si vuelvo a vivir una situación parecida y no estás?
—Lo siento. Mi intención era buena, de verdad.
—Lo sé, te lo agradezco—sonrío algo triste.
El joven de ojos castaños y complexión más bien grande decide acompañarme a casa, algo que también agradezco profundamente, aunque no se lo digo. Honor se ha dejado prácticamente todas sus cosas en mi casa. No sé que hacer con ellas. Solo siento ganas de quemarlas y esparcir las cenizas delante de su casa. Para que vea cuánto dolor me ha provocado, para que entienda qué ha hecho con tantos años de amistad. Como los ha pisoteado, los ha vendido al mejor postor.
—Buenas noches, Lexie —se despide delante de mi puerta— Me alegro de haberte visto, a pesar de que el desenlace no ha sido el mejor, mucho menos el que esperaba.
—Buenas noches —lanzo un breve suspiro— ¿Quién me iba a decir que lo mejor de la noche sería tu compañía? —digo en un leve intento de quitarle algo de hierro al asunto.
Una vez que estoy en mi cuarto decido que se me ha acabado de golpe y de un soplo toda la fortaleza. Me echo a llorar. Sollozo en silencio como acostumbro a hacer desde que soy pequeña, y eso que apenas he cruzado del todo el umbral de la puerta. Acabo tumbada sobre la cama, replanteándome exhaustivamente hasta qué punto no es culpa mía todo lo que ha pasado hoy. Una parte de mí, esa que apela a la racionalidad, sabe que no soy yo la responsable. Que, realmente, nadie le obligaba a intentar avergonzarme. Otra se siente tan sumamente estúpida que ni siquiera se cree como ha podido caer en una trampa tan evidente.
No tengo ganas de irme a dormir, porque, aunque ocurra un milagro y consiga conciliar el sueño, sé de qué contenido se llenarán mis sueños. Y no me apetece sentirme atacada también por mi subconsciente. Por tanto, me decido por la única otra cosa que se me ocurre hacer a estas altas horas de la noche. Busco distraída mi móvil, aun con la mirada algo borrosa y los ojos bastantes irritados. Selecciono su contacto —mentiría si dijera que no me lo sé de memoria — y pulso en el apartado que dice llamar.
Axel descuelga después de tantos pitidos que ni siquiera pensaba que fuese a sonar su voz al otro lado del interfono.
—Hola, Lex. ¿Va todo bien?
—¿Por qué no iba a hacerlo? ¿Es que una novia no puede llamar a su novio solo porque le apetece?
—Claro que sí —se defiende— Pero no le culpes por preocuparse si son las 3 de la mañana.
—Tienes razón, me has pillado. Ha sido de las peores noches de mi vida —reconozco.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—Honor. Ella ha pasado. Me ha traicionado. Solo me llevó a esa fiesta para burlarse de mí. Para dejarme en ridículo. Por si no fuera suficiente, además el estúpido de su novio se ha puesto como un baboso conmigo...
—Joder, ojalá haber estado allí. Les habría dado a todos una paliza.
—No me hace falta ningún perro guardián, Ax. No eres más macho solo por defender a tu chica —le digo medio en broma medio en serio.
—¿Te crees que no lo sé? Sé que eres más que capaz de defenderte sola. Eso no quita que me hierva la sangre cuando veo que alguien se mete contigo. No siento esa necesidad porque seas una chica, la siento porque me importas. Haría lo mismo por Nick o Dylan.
—Gracias —me limito a decir.
El resto de la conversación transcurre con naturalidad. Hablamos un poco de todo, de lo mucho que nos echamos de menos, de todos los planes que haremos cuando vuelva a Londres, de nuestras tradiciones navideñas favoritas.
—¿Qué harás en nochevieja?
—No lo sé. Normalmente no hacemos gran cosa. La mayor parte de mi familia vive en el extranjero, así que no vienen todos los años. Supongo que será una noche normal...
—No me parece bien. ¡Es el fin y el principio de uno de los años más importantes de tu vida! Tenemos que celebrarlo de alguna forma.
—¿Y qué propones? ¿Qué tengamos una ciber cita?
— Algo mejor. Algo mucho mejor —dice con un tono divertido.
—No me dejes así, Axel. Dime que maquinas. No podré dormir, de lo contrario —intento sonar lo más suplicante posible.
—Hasta mañana, Lexie. Es una sorpresa. Cuanto antes vayas a dormir... Antes lo sabrás.
**
Axel
No sé si lo hago motivado por la culpabilidad. Por esa horrible y asfixiante sensación de que estoy ocultando a la chica a la que amo algo lo suficientemente grave como para que significara el final de nuestra relación. Prefiero pensar que lo hago porque quiero hacerle feliz. Porque es lo que mi corazón me pide a gritos. Al menos así me siento un poquito mejor.
—¿Estás loco? ¿Después de lo que pasó hace apenas unos días vas a pedirle un favor? —pregunta Sarah espantada. Prácticamente se le salen los ojos de sus órbitas.
—Es por Lexie. No tengo ninguna gana de hablar con ella. Mucho menos de verla y admitir que la necesito. Pero merece la pena, ella lo merece.
—Intentas compensarla, ¿verdad? —replica contrariada ante mi asombro.
—¿Por qué querría hacerlo?
—Venga, hermanito, no te hagas el tonto. Hay una lista bieeen larga de cosas por las que deberías hacerlo. Primero, por no contarle que piensas hacerte una prueba de compatibilidad para salvarle la vida a Derek. Luego, por no explicarle qué paso en realidad entre nuestros padres. Y sobre todo...
—¿Cómo sabes tú eso? —la interrumpo sorprendido, prácticamente boquiabierto.
—Yo lo sé todo. Absolutamente. Si no me entero de algo, es porque no quiero. No lo olvides —me avisa orgullosa.
—¿Desde cuando eres tan perspicaz?
—¿Desde cuándo piensas en irte a estudiar al otro lado del mundo y evitas contármelo?
Mi mirada de incredulidad es suficiente como para halagarla. Como para dejarle totalmente claro que estoy más que impresionado. Nota mental, no subestimar jamás a Sarah.
—Entonces, ¿tengo razón?
—Ya sabes la respuesta. Sí, quiero compensarla por algo que aun no ha ocurrido y por muchas otras cosas que no le he contado. Hace unas semanas nos prometimos sinceridad. Ella ha sido franca conmigo en todo momento... Es injusto que no sea mutuo.
—Así que, tu plan es acudir a mamá y pedirle que nos deje utilizar la casa del lago para pasar el último fin de semana del año... ¿Qué pasará con papá? Si al final cede, ¿vamos a abandonarle en una noche tan especial?
—Claro que no. También vendría con nosotros. Quiero hacer una fiesta con todas aquellas personas que son importantes para mí. Con todas esas que han estado ahí este último año tan difícil.
—¿Y de verdad crees que ella se quedará al margen? Parece que no la conoces.
—Ese es el plan. Será difícil. Pero por algo soy su hijo, por algo compartimos sangre. Puedo resultar igual de convincente y manipulador cuando me lo propongo.
**
Suspiro angustiado mientras miro de reojo la puerta del establecimiento. Se trata de una de esas cafeterías que tanto están de moda porque sirven cafés, batidos y aperitivos tan caros como esnobs. Vaya, un sitio genial para quedar con alguien como mi madre. Continúo parado, plantado delante del sitio. Me siento mal, sucio, asqueado. No quiero tener que verla, que mirarle a la cara. No quiero tener que acudir a ella después de lo que le hizo, de lo que nos hizo. No quiero permitir que piense que realmente la necesito. Porque no es cierto, nunca ha estado ahí. Me hierve la sangre que solo al pensar que tras años y años ausente cree que es una buena madre solo por acceder a verme.
—Hola, hijo —me saluda cuando finalmente me decido a cruzar el umbral de la instancia y sentarme junto a ella— No pensé que quisieras a verme, mucho menos que lo propusieras tú.
—Quiero que te quede claro algo, Anna —utilizo su nombre de pila a adrede, porque sé que así llamaré realmente su atención— Ni te he perdonado ni creo que lo haga nunca. No deseo verte, no quiero tener nada que ver contigo. Para mí ya no eres mi madre —elijo las palabras con conciencia, buscando a aquellas que más puedan herirla.
No obstante, como cabía esperar, ella ni se inmuta. No cambia el semblante, mantiene tranquilamente su expresión. Como si lo que acabara de decirle le diera exactamente igual. Probablemente, porque es así.
—¿Entonces a qué hemos venido? Podías decirme todo esto por teléfono. ¿O era más satisfactorio despreciarme en persona? ¿Querías verme la cara mientras cargabas contra mí con todo tu odio y dolor? Preferiría que no me hicieras perder el tiempo de esta forma.
— Te confieso que ha sido muy satisfactorio, sí. Pero no era mi objetivo. Quería pedirte un favor —me atrevo a decir mientras me aclaro la garganta. Ella abre los ojos sorprendida. Eso sí que no se lo esperaba.
—Vaya, me escupes toda esa mierda de indignación maternal en la cara para pedirme en cuestión de segundos que haga algo por ti. Pensaba que te había enseñado mejor a conseguir que los demás hagan lo que quieres, porque, desde luego, esta forma no es la mejor.
—No te equivoques —la amenazo— Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Harás lo que te pido porque me lo debes.
—¿Qué es lo que te debo? Sé que piensas que he sido mala madre, pero te aseguro que eso no es suficiente.
—No voy a recordarte lo que le has hecho a Derek, sé que te da igual. Que no te sientes culpable y que lo volverías a hacer. Sin embargo, hay algo que si sé que no te va a gustar que salga a la luz. Algo que, si llega a los oídos de la prensa rosa, aunque solo sea en forma de rumor, podría destruir tu carrera por completo —esta vez si la veo titubear, es un signo tan tímido, diminuto, que casi me pasa desapercibido. Pero ese temblor en el labio antes de contestar me afirma que sí está preocupada.
—Déjate de juegos, Axel. Esto no es el póker, no puedes tirarte un farol. Me da igual que creas que tienes contra mí. Nadie sabrá sí es verdad, y la prensa no perderá tiempo con un rumor que comienza mi propio hijo. No te creerán, nadie lo hará —se defiende visiblemente enfadada.
—Sé que Jack no es mi padre –dejo caer la bomba y me mantengo en silencio.
—No digas tonterías, hijo —replica rápidamente.
—Y no las digo. Encontré hace meses un informe médico con la mayor parte del texto censurado a excepción de mi nombre. Mi grupo sanguíneo es incompatible con el de papá. No es mi padre biológico. Lo sé. Me haré una prueba de paternidad si te empeñas. Él está dispuesto.
—Es...Espera —me interrumpe completamente aterrada— ¿Se lo has dicho a él? ¿Has hablado de esto con él? ¡AXEL! ¿Qué has hecho?
Mi madre entra en pánico. Está tan sumamente asustada que por un segundo siento pena por ella. Claro está que no dura más de unos segundos. No puedo olvidar el daño que me ha hecho. Que le ha hecho a mi tío.
—No me levantes la voz. Sí, le conté mis sospechas. Y no le parecieron para nada desorbitadas.
—¿Qué has hecho? No tienes ni idea de nada, estúpido —contesta con agresividad, nunca la había visto así antes— Vas por la vida jugando a ser adulto y no eres más que un niño. Ni tu padre ni yo quisimos jamás que nacieras. Supéralo. Llegaste a este mundo de rebote...
—No sigas haciéndote la víctima —intento reponerme ignorando el contenido de sus hirientes palabras que como cuchillos me atraviesan el vientre.
Ella permanece callada un minuto entero, un largo minuto en el que no deja de mirarme a los ojos. Cuando creo que va a irse, escucho su voz.
—No, Axel. Jack no es tu padre. Le engañé. Por eso te digo que ni tu padre ni yo te quisimos nunca, fuiste un accidente. Un error que condenó toda mi vida.
Pensarlo, creerlo, sospecharlo no es tan doloroso como saber que es cierto. Como escuchar a otra persona afirmar en voz alta uno de tus mayores miedos.
—Hagamos una cosa. Yo hago lo que sea que fueras a pedirme, lo que sea, y tú le dices a papá que estabas equivocado. Que era mentira... —renueva la conversación.
No doy crédito a lo que oigo. Después de esto, ¿realmente espera que haga como que no ha ocurrido nada? ¿Qué deje a un hombre creer que vengo de él cuando sé que no es así?
—No voy a hacer eso, olvídalo. No necesito nada de ti —me mantengo firme.
—Escúchame, Axel. Tú no tienes ni idea de con quién le puse los cuernos. Pero él sí lo sabe. Va a meterse en un lío. Va a matarle, joder —está tan nerviosa, tan presa del pánico que sé que dice la verdad.
No me importa lo más mínimo lo que pueda pasarle a ella. Pero él... Él es diferente. Lo medito durante unos segundos. No tengo tiempo para tomar una decisión.
—Está bien, lo haré. Pero mis exigencias han subido. Quiero la casa del lago. No que me la prestes, quiero que me la cedas. Que sea mía. También... También quiero que me acompañes a Nueva York.
—Cualquier cosa Axel, cualquier cosa menos contarte quién es realmente tu padre.
Bueno, bueno... Parece que la trama se va enredando. ¿Quién es en realidad el padre de Axel? ¿Acaba nuestro chico favorito de tomar una decisión sobre NY? Del uno al diez, cuánto odiáis a su madre? Espero que un mil.
Gracias por leerme. Hasta pronto <3
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