Capitulo 18| Mentiras y más mentiras
Axel
Secretos. Relaciones extraoficiales. Una posible pérdida incuantificable.
Mi vida.
La última vez que escarbé hasta desenterrar algo que querían que se mantuviese oculto, lo pagué bien caro. Por eso, quizás, dicen que la curiosidad mató al gato. Yo fui ese gato y me temo seguir siéndolo. En los últimos meses, mi mundo había recuperado el sentido que en su día perdió: quedadas con amigos, una chica a la que quiero con todas mis ganas, objetivos que realmente me motivan a seguir. A seguir esforzándome. A seguir respirando. A seguir existiendo.
Sé que enfrentarme a mis padres por lo que Dylan me contó a cerca de mi tío no es la mejor forma de darles la bienvenida. Sin embargo, ¿cómo puedo saber que se negaron a salvarle la vida y no decir nada al respecto? La última vez permanecí callado. Fui un cobarde.
Esta vez no tendrán esa suerte.
Deben estar al llegar, mañana es nochebuena y el día anterior tenemos una especie de ritual inamovible. Son una familia de tradiciones, aunque solo sea para aparentar de cara al exterior. Porque la realidad es que llevan tres meses sin pasar por casa. Tres meses en los que, como siempre, Sarah y yo hemos tenido que arreglárnosla solos. Esa es la verdadera tradición. Piensan que, por llenar nuestra vida de toda clase de lujos, son los mejores padres del mundo. Pero los buenos padres son los que nos esperan en casa al acabar el día, los que se interesan por lo que pasa en nuestra vida. Los que se preocupan de que tengamos las herramientas necesarias para ser feliz. Los buenos padres son los que ejercen de padres. Punto.
—¡Axel! —grita mi hermana desde la cocina con un tono bastante desesperado.
Acudo a su llamada alarmado, cualquier grito de socorro de Sarah, por muy insignificante que parezca, es suficiente para que se me hiele la sangre.
—¿Estás bien? ¿Qué pasa?
—Tranquilo. No te alteres —me sonríe— Papá y mamá están aparcando. Necesito que me prometas que no vas a comentar absolutamente nada de que salgo con una chica.
—¿Qué? ¡No tenía ni idea!— mi interpretación es tan mala que prácticamente podría ganar un premio a la peor actuación.
—No finjas que no lo sabías. Las chicas me contaron que te enteraste por accidente. No pasa nada, confío en ti. Yo tampoco les hablaré de Lexie si no quieres que lo haga.
Medito fugazmente en su propuesta. No tenía pensado contarles que tengo novia, pero tampoco ocultárselo. Lo privado no tiene por qué ser secreto, aunque últimamente se nos olvide a menudo. Como si tuvieran un tercer ojo o un radar que les avisa cada vez que sus hijos hablan de ellos, los susodichos entran por la puerta principal arrastrando sus maletas con naturalidad, como si no llevaran meses sin pasar por casa.
—¡Axel, Sarah! —exclama mi madre visiblemente emocionada— Cuánto os he echado de menos.
Mi padre viene detrás, cargando la mayoría de equipaje. Dios se apiade de su espalda.
—Hola, chicos. ¿Cómo habéis estado? —nos saluda él dejando las voluminosas valijas sobre el suelo.
—Bien —contesta mi hermana sin demasiada expresividad, lo que extraña a ambos.
Si bien están acostumbrados a obtener de mi únicamente este tipo de interacciones, no lo están si hablamos de Sarah. Incluso cuando abusaron de ella, conservó en parte ese brillo en la mirada que tanto le caracterizaba. Es evidente que le ocurre algo, puede que esté enfadada con ellos por marcharse tanto tiempo. Puede que se sienta incómoda por su repentino cambio de sexualidad que no sabemos si serán capaz de respetar. Puede que simplemente esté agotada de formar parte de esta farsa. En cualquier caso, estoy seguro de que está llegando al límite.
Y no sé si seré capaz de apagar este fuego. De evitar esta bomba de destrucción masiva.
Ni siquiera sé si quiero hacerlo.
—¿Estás bien, hija?
—No —replica secamente— Ninguno de los dos lo estamos, mamá.
—¿Ha pasado algo mientras no estábamos?
—Deberías ser más precisa. Habéis estado tres meses fuera, han pasado muchas cosas.
—Pero cariño, ya hemos hablado de esto otras veces. Es nuestro trabajo. Es nuestra obligación -interviene ahora nuestro padre.
—¿Y nosotros qué? ¿A caso no tenéis ninguna obligación con nosotros? Llevo todo el año fingiendo que lo que me hicieron no tiene importancia. Que soy lo suficientemente fuerte como para superarlo sin vuestra ayuda, porque vosotros hacéis como si nunca hubiese pasado. Como si ese monstruo no me hubiese arrebatado todo lo que me hacía ser quien soy...
—Ya basta, Sarah. No puedes hablarnos así...
—Tiene todo el derecho del mundo —protesto— Sé que creéis que soy una causa perdida, que es demasiado tarde para mí. Pero, sinceramente, pensaba que ella os importaba un poco más.
Mis padres permanecen en silencio, quietos. Muy quietos. Como si fuesen camaleones intentando mimetizarse con el entorno. Durante un instante, hasta siento pena por ellos. Durante un instante, porque luego la imagen de mi tío Derek postrado en una cama azota mi mente. Y ya no soy capaz de sentir ni un ápice de lástima por estas dos personas.
—Eso no es lo peor —sonrío irónico— Derek lleva una semana ingresado en el hospital.
Una parte de mi ansía atisbar sorpresa en sus ojos. Encontrar cualquier indicio de que ninguno sabía verdaderamente lo que le ocurría. Encontrar algún resquicio de humanidad en su rostro.
Desgraciadamente, no ocurre.
—¿Desde cuándo? ¿Por qué no sabíamos nada?
—Os llamaron. A ambos. Varias veces. No contestasteis y se cansaron de intentarlo.
—Axel... Nosotros...
—Sí, papá. Estabais ocupados. Lo sé, siempre lo estáis. La cuestión es que tu hermano se estaba muriendo. TU hermano. Y a ninguno le ha importado lo suficiente como para volver a casa. Como para cuidar de él. Como para intentar salvarle la vida...
—¿De que estás hablando?— pregunta él confuso.
—Sé que Derek tiene cáncer de riñón. Sé que lleva varios meses en quimio. Y, sobre todo, sé que te pidió que te hicieras la prueba de compatibilidad para donantes y que le dijiste que no.
Mi padre frunce el ceño desconcertado, como si no entendiera a que coño me estoy refiriendo.
—Sabía que tu tío estaba enfermo, me lo contó semanas antes de marcharnos. Sin embargo, no me dijo que fuera tan grave, ni si quiera que fuese cáncer. No me pidió ayuda, Axel. Te prometo que si lo hubiese hecho no me habría despegado de él...
—Henry... Yo... Yo sí lo sabía.
Si mis instintos no me fallan, diría que está a punto de empezar una primera guerra mundial a nivel familiar. Las piezas de un puzle que ni siquiera sabía que se había empezado a construir en mi cabeza, comienzan a encajar. Y es justo ahí donde lo comprendo todo.
—¿Fuiste tú! —grito iracundo— Tú fuiste la que habló con él, la que interceptó el mensaje. Tú te negaste a salvarle la vida...
—Elizabeth, dime que eso no es cierto. Por favor. Dime que no me ocultaste que la vida de mi hermano se estaba consumiendo poco a poco.
—No podía permitir que echaras por tierra todo tu trabajo. Tenías que hacer ese viaje. Si no, habríamos perdido toda nuestra inversión
Me quedo helado. Congelado. Convertido en piedra. La frialdad con la que la mujer que me trajo al mundo admite que dejó abandonado a una de las personas que más nos ha cuidado, es tan inmensa que es capaz de dejarme sin aliento. Ninguno de los tres damos crédito a lo que acabamos de oír. De repente, siento un peso insoportable sobre los hombros, como si mis huesos se hubiesen convertido en hierro. Los ojos se me llenan de lágrimas, y un enorme y enredado nudo me oprime la garganta. Intento respirar con todas mis fuerzas. Cuento mentalmente hasta diez y pongo en práctica el truco que Lexie me enseñó. Inspira, expira. Inspira, expira. Inspira, expira. Repito la frase una y otra vez, pero no funciona. Nada lo hace. El oxígeno huye de mis pulmones como dóciles gacelas que escapan de su depredador.
Estoy teniendo un ataque de pánico. Oigo, en segundo plano, la dulce voz de Sarah pidiéndome que me tranquilice. Está asustada. Todos lo están. No consigo enfocar a mi alrededor, y solo distingo una serie de destellos sucesivos que más que proporcionarme alguna información de lo que ocurre, me ciegan. Por un minuto, tengo la sensación de que voy a morir. De que, finalmente, mi corazón se cansará de intentar mantener a flote el resto de mi organismo. Justo entonces, unos brazos me envuelven con suavidad. Con cuidado, como si cualquier movimiento brusco fuera a romperme. Y me siento frágil. Me siento de cristal. Un indeleble trozo de cristal que cualquiera puede romper, pero que solo yo puedo mantener entero.
—Respira, hijo. Céntrate en respirar —susurra en mi oído una voz paternal— Imagínate que estás en la playa. Con tus amigos, pasándotelo bien. Piensa en el sonido de las olas del mar rompiéndose con violencia contra las rocas. Piensa en la suave y fina arena que forma la orilla. En la brisa acariciándote el pelo, las manos, la frente. Siente el viento en todo tu cuerpo...
No sé cuanto tiempo pasa hasta que logro volver en mí. Hasta que consigo mantener a raya a mis molestos demonios. Lo único que veo cuando abro los ojos, es el cuerpo de mi padre arropándome con cariño.
—Papá —balbuceo débilmente.
—¿Estás bien? —dice mientras se separa de mi para dejarme algo de espacio.
—'Vuelvo a respirar con normalidad. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está mamá?
—Llevas medio inconsciente más de una hora. Sarah y yo le hemos pedido que se vaya a casa de los abuelos. Creímos que era lo mejor... Te ha afectado mucho lo que ha pasado.
—No estoy seguro de que algún día pueda perdonárselo —le confieso. Ambos estamos sentados en el suelo, apoyados sobre la pared del salón totalmente sobrecogidos.
—Si te soy sincero, yo tampoco.
—¿Ahora qué va a pasar? —pregunto inseguro, carcomido por la incertidumbre.
—He llamado al hospital y he pedido las pruebas. Todavía no he hablado con él, pero pienso hacerlo esta tarde. Tengo mucho que explicarle, y mucho por lo que disculparme.
—Él no me lo contó. Me enteré porque Dylan le escuchó en la tienda, él presenció la conversación. Aunque ahora sé que no eras tú con el que hablaba. Siento haberte acusado de algo que no habías hecho. ¿Cómo iba a imaginar que ella decidió por los dos?
—Está bien, no pasa nada. Yo también me lo habría creído.
El aspecto de mi padre no tiene nada que ver con el que tenía al poner un pie en casa hace unas horas. Su expresión, la curvatura de sus labios, cada músculo de su cara se ha endurecido. Sé que es un hombre fuerte, y necesito más que nunca que lo sea. Por los dos.
—¿Puedo preguntarte algo más? —murmuro en un ataque de valentía.
—Claro, no más secretos durante una temporada —sonríe con tristeza.
—¿Crees que mamá alguna vez te ha sido infiel?
Él permanece callado, meditando qué respuesta debería darme. Pero me ha prometido la verdad, y es lo único que espero obtener de él.
—No lo creo. Lo sé. Tu madre me puso los cuernos poco después de casarnos. ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque estoy bastante seguro de que no eres mi padre.
BOOM. Dejo esto por aquí y me voy...
Como siempre, gracias por leerme. Hasta pronto!
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