Capítulo 2
El hijo de los Malfoy, Draco, se acercó a Eira en cuanto la vio, dispuesto a contarle lo que había hecho durante las vacaciones. Se habían visto en varias ocasiones al principio del verano, pero durante los días que el hermano de Eira había estado en el país, no se habían visto. De hecho, la familia apenas había salido, dado que el primogénito de los Sayre no deseaba relacionarse con otras familias.
—Este año entraré en el equipo de quidditch de Slytherin —presumió—. Seré buscador.
—¿Cómo lo harás? —preguntó la bruja.
Draco no era malo en quidditch, pero tampoco destacaba por su talento. Habían jugado juntos, junto a Crabbe, Goyle y Nott, cada verano, y Eira sabía perfectamente cómo jugaba.
—Bueno... estoy seguro de que me cogerán en las pruebas, y también daré una Nimbus 2001 a cada miembro del equipo.
Eira puso los ojos en blanco. La familia Malfoy siempre solucionaba todo por medio del dinero, algo que no le gustaba demasiado. Sus padres tenían dinero, más incluso que los Malfoy, pero en lugar de presumir de ello, se limitaban a tener una vida no demasiado ostentosa y a no presumir ante los demás.
—Deberías ganártelo por tus propios medios —comentó.
—Jugaremos mucho mejor con escobas nuevas... a ti también te beneficiará; eres cazadora.
—Mis padres podrían comprarme una Nimbus 2001, pero estoy bien con mi escoba —respondió ella—. Lo que intentas hacer es comprar al equipo...
—¿Vas a enfadarte por ello, Eira? —preguntó el rubio, comenzando a molestarse.
Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza, aún sin estar convencida de la idea de su amigo. No le gustaba en absoluto. Sin embargo, sus ideas respecto al poder, respecto al dinero e incluso respecto a la pureza de sangre eran diferentes. Y Eira había aprendido que no merecía la pena discutir sobre valores, pues no llegarían a un acuerdo y la discusión sería en vano.
—Vamos, se nos hará tarde —dijo Melody, quien se había percatado de la tensa discusión entre su hija y Draco.
—Mi hijo y yo iremos primero a comprar algo; nos reuniremos con vosotros más adelante —comentó Lucius, sin mencionar qué sería exactamente lo que harían.
Por las miradas de los demás adultos, Eira dedujo que todos sabían qué era lo que sucedía. Y no estaba dispuesta a ser la única que no lo supiese, de modo que optó por preguntarlo.
—¿De qué se trata?
Lucius suspiró y, cuando los padres de la chica asintieron, dándole permiso para responder, empezó a hablar.
—Bueno... el Ministerio cada vez se entromete más, y hay un par de artículos en casa que no sería conveniente que descubriesen que poseo. Me desharé de ellos cuanto antes.
—De modo que iréis al Callejón Knockturn — dedujo Eira.
Ella misma había visitado aquel lugar en un par de ocasiones, siempre con sus padres. Les había acompañado a comprar ingredientes para pociones que no vendían en el Callejón Diagon. Le había sorprendido el hecho de que su madre hubiese saludado a varios magos que parecían practicar las artes oscuras, como si les conociese. No le habría resultado tan extraño si se hubiese tratado de su padre, más abierto a las artes oscuras, pero su madre siempre había parecido evitarlas.
—Sí —confirmó Lucius.
Decidieron que, mientras Draco y su padre iban al Callejón Knockturn, los demás irían a comenzar comprar el material necesario para Hogwarts.
—Nos veremos en Flourish y Blotts —dijo Narcisa—. No os entretengáis demasiado.
Fueron a través de polvos flú hasta el Callejón Diagon. Eira había viajado por aquel medio en muchas ocasiones, generalmente para visitar a sus amigos, dado que aún no tenía el permiso de aparición aún. Cuando llegaron a su destino, Thomas se separó para buscar algo por su cuenta, mientras que Eira, Narcisa y Melody fueron a comenzar las compras.
—Es preciosa —comentó Eira, admirando la Nimbus 2001 tras el cristal de un escaparate.
Su madre sonrió. Ambas sabían que no comprarían la escoba; Eira no la quería ni la necesitaba, porque la suya ya era buena. Simplemente le gustaba admirarla.
Pasaron un buen rato en la tienda en la que vendían ingredientes para pociones, dado que Melody quería comprar muchas cosas y, además, necesitaba nuevos calderos. Cuando terminaron, fueron a Flourish y Blotts. Al acercarse, vieron a una multitud que se apretujaba en la puerta, tratando de entrar. El motivo lo proclamaba una gran pancarta colgada de las ventanas del primer piso:
GILDEROY LOCKHART
firmará hoy ejemplares de su
autobiografía
EL ENCANTADOR
de 12.30 a 16.30 horas
—No es posible —dijo Melody con evidente molestia.
Al entrar, vieron que Harry Potter se encontraba junto a Lockhart, aunque no parecía tener demasiadas ganas de estar allí. Eira vio cómo su amigo era obsequiado con las obras completas de Lockhart.
Thomas se encontraba allí, de brazos cruzados, observando la escena con una mueca un tanto burlona, o tal vez despectiva. Su hija no fue capaz de saberlo con certeza.
—Acaba de anunciar que enseñará Defensa Contra las Artes Oscuras en Hogwarts —comentó—. No creo que aprendáis demasiado durante este curso...
Draco y su padre entraron en aquel momento en la tienda. El primero compuso una mueca de desprecio al ver a Harry aún junto a Lockhart, y Eira supo en aquel mismo instante que habría problemas.
—Otra vez está llamando la atención —comentó, molesto.
—Seguramente no haya sido por su culpa —defendió Eira—. Además, es famoso porque el Señor Tenebroso mató a sus padres y no pudo acabar con él... no me gustaría estar en su lugar.
Melody sintió pena al escuchar aquellas palabras. No por el chico, sino por Tom. Él mismo había sabido que podría sucederle algo y había actuado al respecto, pero a pesar de ello, a pesar de saber que regresaría, no podía evitar echarlo de menos. Recordar la noche en la que los Potter habían sido atacados aún le dolía. Thomas tomó la mano de su esposa, consciente de que extrañaba a Tom. Había sido para ella casi un hermano.
Harry dejó los libros a una niña que debía de ser, a juzgar por el color de su cabello, otra Weasley. Antes de que Eira pudiese darse cuenta de lo que ocurría, Draco se había encaminado hacia ellos, y Eira no pudo hacer más que seguirlo para tratar de detenerlo.
—¿A que te gusta, eh, Potter? —dijo el rubio—. El famoso Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista.
—Draco... —comenzó a decir Eira en tono de advertencia. Harry reparó entonces en ella, y le lanzó una mirada dándole a saber que no la culpaba de aquello y que no debía preocuparse.
—¡Déjale en paz, él no lo ha buscado! —replicó la pelirroja.
Eira pensó que, o era muy valiente, o Harry le gustaba. Y se decantaba más por la segunda opción que por la primera.
—¡Vaya, Potter, tienes novia! —se burló Draco.
La chica menor se puso roja en el momento en el que Ron y Hermione se acercaban. Ambos habían visto a Eira, pero no se habían percatado aún de la presencia de Draco.
—¡Ah, eres tú! —dijo Ron sin interés dirigiéndose al rubio—. ¿A que te sorprende ver aquí a Harry, eh?
Y Eira supo que algo se avecinaba, como quien es consciente de la calma que precede a la tormenta.
—No me sorprende tanto como verte a ti en una tienda, Weasley —replicó Malfoy—. Supongo que tus padres pasarán hambre durante un mes para pagarte esos libros.
—¡Draco! —se escandalizó Eira, y el chico la miró—. ¿Acaso no tienes límite?
Mientras tanto, Harry y Hermione habían tenido que sujetar a Ron, quien se había puesto rojo y había tratado de ir hacia Malfoy.
—¡Ron! —llamó en aquel momento un hombre que debía de ser el señor Weasley, avanzando hacia su hijo—. ¿Qué haces? Vamos fuera, que aquí no se puede estar.
—Lucius, no empieces... —comenzó a decir Melody.
—Vaya, vaya... ¡si es el mismísimo Arthur Weasley!
Se situó junto a Draco, colocando una mano sobre su hombro. Narcisa permanecía a una distancia prudencial, observando la situación. Thomas, por su parte, estaba también observando desde una cierta distancia, de nuevo de brazos cruzados y con una pequeña sonrisa. No intervendría a menos que su mujer o hija se viesen involucradas.
—Lucius —saludó fríamente Arthur Weasley.
En el momento en el que el señor Malfoy comenzó a hablar sobre las redadas del Ministerio e insinuar que pagaban mal a Arthur, Melody se alejó y fue junto a su marido. Estaba cansada de tratar siempre el mismo tema, de tratar de convencer a los demás de que no por ser de sangre pura eran mejores que el resto y de que no debían insultarlos por sus creencias o nivel económico.
—No le des importancia —murmuró Thomas mientras pasaba un brazo protector alrededor de los hombros de su esposa—. Ya conoces a los Malfoy...
—Nunca he estado de acuerdo con su comportamiento —comentó ella.
Entonces, tras un mordaz comentario de Lucius, Arthur Weasley se lanzó contra él. Eira retrocedió un par de pasos al mismo tiempo que los hombres chocaban contra los estantes. Los gemelos Fred y George animaban a su padre, mientras que su madre observaba horrorizada la situación. La gente comenzó a correr, provocando más caos.
—¡Eira! —llamó Thomas.
La chica se acercó a sus padres mientras observaba. Los magos se alejaban, derribando de aquella manera otros estantes. Mientras tanto, un empleado trataba de poner orden.
—¡Caballeros, por favor, por favor!
—¡Basta ya, caballeros, basta ya! —dijo una voz que se alzó sobre las otras.
Hagrid se abrió paso hasta llegar a los hombres, a los que separó sin apenas esfuerzo. Lucius tenía un labio partido, y se volvió hacia la chica Weasley, aún con el viejo libro de transformaciones en la mano. Sonreía con malead.
—Toma, niña, ten tu libro, que tu padre no tiene nada mejor que darte —le dijo.
Se volvió después hacia su hijo y su esposa y les hizo un gesto para salir.
Melody parecía perpleja. Miró a la menor de los Weasley durante unos segundos antes de negar con la cabeza.
—¿Estás bien? —le preguntó Thomas con preocupación.
—Sí, sí. Deberíamos irnos.
Ambos miraron entonces a su hija, que parecía un tanto reacia a marcharse tan pronto. Eira no quería salir de la tienda sin haber podido siquiera saludar a sus amigos.
—Te esperaremos fuera —dijo Melody, comprendiendo a la perfección las intenciones de la chica.
Eira se acercó entonces a la familia Weasley, a Harry y a Hermione, que estaba junto a sus padres. Mientras la señora Weasley regañaba a su marido, Eira se dirigió a sus amigos.
—Me alegro de veros —dijo—. Me habría gustado haber podido ir a la Madriguera...
Ron le aseguró que no había ningún problema, y Harry le explicó con detalles cómo Fred, George y Ron habían ido a buscarlo a casa de sus tíos en un coche volador y lo habían llevado a la casa de los Weasley. Algo que, aunque irresponsable y atrevido, hizo sonreír a Eira.
—Y he terminado en el Callejón Knockturn —terminó de decir Harry, con lo que la chica frunció el ceño—. Estaban allí Draco y su padre.
—Lo sé... Harry, ese callejón es peligroso para los que no saben cómo moverse —advirtió ella, un tanto preocupada.
—¿Tú has estado? —preguntó uno de los gemelos, acercándose. Eira no sabía si se trataba de Fred o de George.
—Bueno... sí, aunque siempre con mis padres.
—Qué suerte. A nosotros siempre nos han prohibido ir...
En aquel momento, los señores Weasley apremiaron a sus hijos para salir, de modo que Eira volvió junto a sus padres y los Malfoy. Ninguno, excepto Melody, veía bien la relación de la chica con los Gryffindor, pero nadie se atrevió a decir nada.
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