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Capítulo 13: La fiesta sorpresa

Eira se dirigía a su sala común, acompañada por varios compañeros, cuando los gemelos Weasley, Fred y George, se colocaron a ambos lados de ella. Los miró con desconfianza. Nunca había hablado con ellos, o al menos no había intercambiado más de un par de palabras, pero sabía que eran los mayores bromistas del colegio.

—Tú eres amiga de Harry —comentó uno.

—Y de Ron y Hermione —agregó el otro.

Al hablar con ella, captaron la atención de sus compañeros, que no dudaron en acercarse. No dejarían que unos Gryffindor molestasen a alguien de su casa, y menos a Eira. Luke, Orión y Blaise, que habían estado hablando sobre el torneo, habían sido los primeros en acercarse, y pronto se les unió también Draco. Theodore y Daphne avanzaban unos pasos por detrás, pero también prestaban atención a lo que ocurría.

—Sí —respondió Eira, extrañada—. ¿Por qué?

—Porque hemos organizado una fiesta sorpresa en la sala común, y creemos que no puedes faltar. No se supone que puedas entrar... pero sabemos que eres amiga de varios de Gryffindor, y todos te aprecian. Nadie dirá nada.

Los Slytherin los miraron con desconfianza. No sabían de nadie de su casa que hubiese sido invitado a la sala común de Gryffindor a ninguna fiesta. La relación entre ambas casas nunca había sido buena, aunque todos eran conscientes de que a Eira no le importaba aquello, ni tampoco le importaba si debía ir o no a la sala común de los leones.

—No dirás que sí... —comenzó a decir Draco, mirando a la bruja directamente.

Pero ella ya sabía qué respondería. Era un momento para celebrar y para estar con sus amigos y, aunque tenía amigos en Slytherin, también los tenía en Gryffindor. Y quería compartir aquel momento con ellos.

—Además, ahora Ron y Harry ya no están enfadados —agregó uno de los gemelos para tratar de convencerla.

Eira lo miró con sorpresa. Sus amigos llevaban ya mucho tiempo enfadados, y no esperaba que se hubiesen reconciliado, pero se alegraba por ello.

—¿De verdad? —preguntó.

—Sí. Entonces, ¿vendrás?

—Claro.

Vio que Luke sonreía, porque sabía cuál sería su respuesta, y Draco componía una mueca de fastidio. No estaba enfadado, Eira lo sabía, pero tampoco le gustaba que fuese a la sala común de quienes él consideraba sangre sucias y traidores a la sangre.

—¡Vamos, Eira! —protestó en voz alta.

—¡Cállate! —le espetó bruscamente Orión, mirándolo con desprecio.

A él tampoco le gustaban demasiado los Gryffindor, pero no estaba dispuesto a consentir que Draco se metiese en los asuntos de Eira de aquella manera. Era su primo porque compartían sangre, pero nunca le había gustado su manera de ser. Además, no le gustaba la familia de su madre, dado que ella nunca lo había querido.

—Voy a ir, Draco, y no me importa lo que digáis —advirtió Eira, molesta, mirando al rubio con una rabia que él nunca había visto en su mirada.

Los gemelos Weasley sonrieron al ver por primera vez el carácter de la chica, que pensaban que era más tranquila. No cabía duda de que habían estado equivocados.

—Ven con nosotros —dijo Fred.

Ella los siguió sin dudar.

Los gemelos la guiaron hasta el cuadro de la señora gorda, detrás del cual estaba su sala común. Dijeron la contraseña y entraron. Nadie se sorprendió al ver allí a Eira, ni la criticaron. De hecho, todos la acogieron bien, y le ofrecieron comida y bebida. Alguien había colgado estandartes que representaban a Harry con el dragón, y habían encendido bengalas mágicas. Harry, Ron y Hermione aún no habían llegado.

—Si necesitas algo, estaremos aquí —dijeron los gemelos a Eira antes de ir junto a un amigo de ambos.

Ella asintió y se dirigió hacia Neville Longbottom y Dean Thomas, que le hablaron de inmediato como si se tratase de una amiga, aunque realmente solamente habían hablado un par de veces por coincidir en clase.

De pronto, la puerta se abrió, y Harry, Ron y Hermione entraron. Todos comenzaron a aplaudir y gritar de inmediato, animando a Harry, su campeón favorito. Eira realmente se debatía entre Harry y Viktor, de modo que animaría a ambos por igual. No podía escoger a uno de los dos. Harry era su amigo desde que había comenzado en Hogwarts, pero a Krum lo conocía desde mucho antes, desde siempre, y era muy importante para ella.

—Enhorabuena, Harry —felicitó Eira acercándose a su amigo—. ¡Has sido el mejor!

El mago sonrió. No había visto a la Slytherin al entrar ni había esperado verla allí, siendo de otra casa. Pero conociendo a los gemelos, no le resultaba extraño. Y le gustaba tenerla a su lado; la había echado de menos al terminar la prueba. Además, después la había visto con Krum, y no le había gustado verlos tan cerca.

—¡Gracias! —dijo—. Krum también lo ha hecho bien, por lo que dicen...

—No tanto como tú —replicó Eira encogiéndose de hombros—. Ha sido increíble.

Los cuatro amigos se sentaron juntos. Eira se dio cuenta en aquel momento de lo mucho que había echado de menos parar aquellos momentos juntos, porque no había hablado mucho con Ron desde que se había enfadado con Harry. Perteneciendo a otra casa, no coincidía con ellos tanto como le gustaría.

Lee Jordan cogió el huevo de oro que Harry había dejado sobre una mesa, y le animó a abrirlo. Todos sentían curiosidad.

—¡Sí, ábrelo! —pidió Eira junto a los demás.

—Se supone que tiene que resolver la pista por sí mismo —objetó Hermione.

—¿Crees que Karkarov no ayudará a Viktor y que Madame Maxime no ayudará a Fleur? —le preguntó Eira.

—Además, también se suponía que tenía que averiguar por mí mismo cómo burlar al dragón —susurró Harry.

Hermione se rindió ante los argumentos de sus amigos y, mientras varias personas más repetían a Harry que abriese el huevo, él lo cogió y lo abrió.

El huevo estaba hueco y vacío, pero no tardó en salir de él un lamento chirriante y estrepitoso que llevó a muchos a taparse los oídos. Eira no había oído en su vida nada igual, ni sabía de nada que pudiese provocar un ruido como aquel.

—¡Ciérralo! —gritó uno de los gemelos Weasley.

Alguien pensó que podía ser una banshee y que tal vez la segunda prueba consistiese en burlar una. Neville Longbottom, por su parte, pensó que podría tratarse los gritos de alguien siendo torturado.

—¡Vas a tener que luchar contra la maldición cruciatus! —dijo.

—Eso es imposible —respondió Eira—. La maldición cruciatus es ilegal y, además, Dumbledore nunca lo permitiría. Debe de ser otra prueba.

O al menos eso esperaba porque, si era cierto que Voldemort estaba detrás de aquello, en alguna de las pruebas podía haber una trampa mortal para Harry. Cada vez se alegraba más de que Luke no hubiese metido su nombre en el cáliz por advertencia de Orión.

Continuaron comiendo dejando a un lado el tema de la segunda prueba, para la que aún faltaban tres meses. Los campeones sin duda esperaban poder resolver en aquel tiempo el enigma del huevo de oro.

—¿Has cogido todo eso de las cocinas, Fred? —escuchó Eira preguntar a Hermione, mirando la comida.

Sabía que deseaba entrar para tratar de liberar a los elfos domésticos, pero no estaba de acuerdo con su amiga. Eira había vivido siempre en el mundo mágico, y estaba acostumbrada a que los elfos domésticos sirviesen en casas, colegios... Había una gran diferencia, en su opinión, entre tratarlos bien y liberarlos. No deseaban ser liberados. Dobby era una excepción.

De pronto, Neville comió una galleta que lo convirtió en un canario gigante, y todos rieron. Incluso él mismo, cuando recuperó su aspecto normal.

—¡Son galletas de canarios! —explicó uno de los gemelos con entusiasmo—. Las hemos inventado George y yo... Siete sickles cada una. ¡Son una ganga!

Eira no se imaginaba haciendo aquella clase de bromas en su casa. Sabía que sus amigos más cercanos se reirían, y Luke también, pero ni Draco ni sus amigos lo harían. Pensarían que aquel comportamiento era demasiado propio de Gryffindor o algo semejante. Realmente había una gran diferencia entre ambas casas y, sin embargo, por algún motivo el Sombrero Seleccionador la había enviado a Slytherin, al igual que a su madre, sin dudarlo ni un solo segundo.

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