Capítulo 2
CALLEJÓN DIAGON
La familia viajó al día siguiente al callejón Diagón por medio de los polvos flú. Era un medio de transporte sencillo e increíblemente útil. Eira estaba acostumbrada a viajar mediante polvos flú. Solamente debía tomar un puñado de polvos del saco que había colocado sobre la chimenea, echarlos al fuego y decir de manera clara el nombre del lugar al que deseaban ir.
Una vez en el callejón Diagon, Eira sacó la carta que había recibido el día anterior y comenzó a leerla una vez más, comprobando que sabía todo lo que necesitaría aquel curso.
"COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
Director: Albus Dumbledore
(Orden de Merlín, Primera Clase,
Gran Hechicero, Jefe de Magos,
Jefe Supremo, Confederación
Internacional de Magos)
Eira Sayre:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.
Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.
Muy cordialmente,
Minerva McGonagall
Directora adjunta"
"UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:
-Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
-Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
-Una capa de invierno (negra, con broches plateados).
(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)
LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
-Libro reglamentario de hechizos, primer curso, Miranda Goshawk.
-Historia de la magia, Bathilda Bagshot.
-Teoría mágica, Adalbert Waffing.
-Guía de transformaciones para principiantes, Emeric Switch.
-Mil hierbas y hongos mágicos, Phyllida Spore.
-Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.
-Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.
-Las fuerzas oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.
RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS."
—No comprendo por qué no pueden tener escobas propias —comentó Thomas, mirando la última frase de la carta—. Estoy seguro de que Eira vuela mejor que muchos alumnos de séptimo.
La chica había montado por primera vez en escoba cuando tenía cinco años, en un momento de distracción de sus padres. Emocionada, había dado vueltas alrededor de su casa, persiguiendo a los pájaros que veía, hasta que sus padres la habían visto. Ambos habían quedado sorprendidos por la manera en la que volaba a pesar de su corta edad.
—Son las normas —le recordó Melody—. Estoy segura de que el próximo año entrará en el equipo de quidditch.
Thomas asintió, aunque habría preferido que la niña pudiese acceder al equipo aquel mismo año y con una escoba propia, tal y como él mismo había hecho en Dumstrang.
—Seguid adelante, voy a mirar algo —dijo.
Eira iba a preguntar qué, pero su padre ya se había marchado, de modo que continuó caminando junto a su madre. Se disponían a comprar el material necesario para la asignatura de Pociones cuando vieron a Lucius Malfoy, que caminaba solo y no parecía estar demasiado contento. Se detuvo ante ellas, sonriendo un poco.
—Buenos días —saludó—. No sabía que vendríais hoy.
—Eira recibió ayer la carta —comentó Melody—. ¿Y Draco y Narcisa?
—Están comprando túnicas en Madame Malkin —explicó el rubio—. Mel, ahora que los niños irán a Hogwarts, podríamos...
—No, Lucius, ni lo pienses —advirtió Melody—. Deberías irte antes de que alguien sospeche.
Eira observaba la escena sin comprender demasiado bien qué era lo que sucedía. El hombre parecía no estar interesado en su presencia, y continuaba mirando a su madre fijamente.
—Pero Mel, sé que...
—Márchate antes de que te lance la maldición asesina, Malfoy —dijo de pronto Thomas, quien había llegado y se encontraba detrás del rubio, apuntándolo con su varita.
A ninguno de los hombres pareció importarle que la gente que les rodeaba les observase. No era habitual ver a dos altos cargos del Ministerio enfrentándose tan abiertamente en un lugar concurrido como lo era aquel.
Lucius levantó las manos y asintió. Tras lanzar una última mirada a Melody, se marchó, y Thomas guardó la varita para acercarse a su familia. Su esposa le sonrió.
—No era necesario montar esa escena —le dijo a su marido, sonriendo.
—Tal vez debería pensárselo dos veces antes de acercarse —comentó el hombre—. ¿Qué diría la prensa si supiese lo que sucede? Es un irresponsable... no piensa en su familia.
Eira aún estaba confundida. La relación entre su familia y los Malfoy siempre había sido excelente, ¿qué había cambiado?
—¿Hay algún problema con ellos? —preguntó.
—No —se apresuró a responder Melody—. Pequeños malentendidos, nada más. Continuamos siendo amigos, como siempre.
La niña sabía que algo ocurría con Lucius Malfoy, que algo había hecho, algo que no le gustaba a su padre, pero no dijo nada. El rubio sin duda temía lo imprevisible que Thomas Sayre podía llegar a ser. El padre de Eira era un mago poderoso, al igual que su esposa, que no se dejaba intimidar por nadie y que siempre, de una u otra manera, obtenía lo que deseaba.
—Ve adelantándote, Eira —le indicó su padre—. Tengo que hablar con tu madre.
Ella asintió y se dirigió a la tienda donde compraría el caldero y la balanza. Le encantaba aquella tienda. La conocía bien por haber ido en varias ocasiones junto a su madre, que era la mejor pocionista que conocía. De hecho, aunque trabajaba en el Ministerio de Magia, dedicaba gran parte de su tiempo libre a crear nuevas pociones.
Eira se dirigió hacia la sección de calderos, emocionada por poder tener al fin uno propio y poder crear las pociones ella misma. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se percató de que había alguien frente a ella hasta que chocó.
—Disculpa —comenzó a decir, levantando la vista.
Frente a ella se encontraba un chico unos años mayor que la observaba con cierta diversión. Eira le mantuvo la mirada, seria, sin saber si se estaba riendo de ella.
—No importa —le dijo él—. Luke Montague —agregó tendiéndole la mano.
—Eira Sayre —se presentó ella, estrechándole la mano.
—Tu primer año en Hogwarts, supongo —comentó el chico, y ella asintió—. Espero que quedes en Slyetherin.
—Por supuesto —dijo ella, en un tono que no admitía lugar a la duda—. Quedaré en Slytherin.
El chico se mostró un poco sorprendido ante la convicción de aquella bruja de once años. Pocos magos estaban tan seguros de cuál sería su casa en Hogwarts. Él mismo había dudado años atrás y había temido quedar en otra casa.
—En ese caso, seremos compañeros —comentó Luke, sonriendo—. Suerte en la Ceremonia de Selección.
—Gracias.
Un chico que aparentaba la misma edad que Luke y de apariencia similar se acercó a él. Parecía un tanto molesto, a juzgar por la manera en la que se dirigió a él. Apenas reparó en la presencia de Eira antes de comenzar a hablar, claramente enfadado.
—Creí que habías salido ya...
—Cálmate, Graham —dijo Luke, poniendo los ojos en blanco—. A no ser que quieras que ocurra lo mismo que ayer, por supuesto.
Graham, quien parecía ser hermano de Luke, asintió y se calló, aunque continuó con el ceño fruncido.
—Adiós —se despidió Luke antes de salir de la tienda.
Eira olvidó al chico en cuanto tuvo frente a ella los calderos. Había algunos enormes, con increíbles grabados en el metal. Debían de ser extraordinariamente caros. Tan ensimismada estaba que no se percató de que sus padres habían entrado hasta que estuvieron junto a ella.
—Peltre, medida 2 —le indicó su madre.
Eira tomó el correspondiente y después compraron la balanza de latón. Tras realizar las compras en aquella tienda, se dirigieron hacia Madame Malkin para comprar las túnicas. Dentro se encontraba todavía Draco, junto con un chico de gafas y cabello azabache.
—Ese debe de ser Potter —comentó Thomas, diciendo exactamente lo que Eira estaba pensando.
Eira y su madre decidieron que serían ellas quienes entrarían en la tienda mientras su padre se dirigía a Flourish y Blotts a comprar los libros, supuestamente con el fin de terminar antes con las compras. Aunque su hija sabía que la razón era otra. Su padre sabía a la perfección que, si ella entraba en la librería, pasaría demasiado tiempo leyendo libros de hechizos y de pociones, y que resultaría difícil sacarla de allí.
—Draco —saludó al ver que el rubio salía de la tienda.
El rubio sonrió en cuanto la vio y se dirigió hacia ella. Siempre habían mantenido una relación cercana.
—Eira.
Su madre entró en la tienda, dejando a ambos chicos solos en el exterior mientras tanto. Draco miró a su amiga y echó un vistazo al interior de la tienda, asegurándose de que el chico de cabello azabache continuaba dentro y no le escucharía.
—Me he encontrado con un chico de nuestra edad que irá a Hogwarts este año —comentó—. Diría que es hijo de muggles, aunque él asegura lo contrario. Pero es extraño... ¿conoces a algún mago o bruja que no juegue a quidditch y no sepa en qué casa va a estar? Incluso diría que no había oído hablar de Hufflepuff y Slyherin hasta que las he mencionado... Viene con el guardabosques de Hogwarts; sus padres están muertos.
A Eira se le ocurría una persona que encajaba con aquellas características, aunque supuso que habría más alumnos huérfanos que no supiesen nada acerca del mundo de los magos. Sería demasiada casualidad que fuese quien ella estaba imaginando.
—Harry Potter es huérfano —comentó.
—Puede que sea él —admitió el rubio—. Aunque, a decir verdad, esperaba algo mejor del Niño que Sobrevivió.
Ambos miraron al interior de la tienda en el mismo instante en el que el chico tocaba su frente, en el punto exacto en el que había una cicatriz con forma de rayo. No les cupo ninguna duda de que sus sospechas eran acertadas.
—Es él —comentó Eira.
—¿Crees que quedará en Slytherin? —preguntó Draco con curiosidad, probablemente deseando acercarse a alguien tan famoso como Harry Potter.
—Lo dudo —admitió la bruja—. Sus padres pertenecieron a Gryffindor, y no parece muy interesado en la pureza de sangre. Además, ¿crees que estaría en la misma casa que el hijo del hombre al que destruyó? Sería una situación un tanto extraña...
Draco estuvo de acuerdo. Ambos sentían curiosidad por Orión Black, al igual que el resto del mundo mágico. Todos sabían acerca de su existencia, pero nadie sabía decir dónde había vivido tras la desaparición de su padre y la encarcelación de su madre. Tampoco estaban seguros de que fuese a asistir a Hogwarts, pero era lo que todos suponían que haría. Al fin y al cabo, Voldemort lo había hecho.
—Tienes razón.
—Debería entrar ya; mi madre me estará esperando. Nos veremos en el tren.
Ambos se despidieron, y Eira entró en la tienda, en la que su madre esperaba. Harry Potter parecía haber acabado ya de probarse las túnicas, y estaba esperando a que la propietaria tuviese listo su pedido.
—Harry Potter, ¿verdad? —preguntó Melody acercándose al chico. Ella, al igual que su hija y Draco, se había fijado en su cicatriz.
—Sí —murmuró él, un tanto avergonzado.
Melody asintió. Aquel chico había derrotado a Tom, a quien había sido su compañero durante tantos años. No podía evitar odiarlo, a pesar de que no había sido el culpable y a pesar de todo lo que Tom había hecho. Sin embargo, no hizo ningún comentario.
El chico, por su parte, observaba a Eira, quien ni siquiera le prestaba atención. Melody se dio cuenta de ello, aunque su hija tardó un poco más de percatarse de que Harry Potter la estaba observando.
—¿Entrarás este año en Hogwarts? —preguntó él al ser descubierto.
—Sí. Tú también, ¿verdad?
Él asintió en el momento en el que Madame Malkin le entregaba sus túnicas. Sin tener otra excusa para continuar la conversación, el chico se despidió.
—Nos veremos en Hogwarts, espero —comentó.
Eira asintió. Una vez que el chico se hubo marchado, suspiró y comenzó a probarse la túnica, mientras pensaba en lo sucedido.
Harry Potter, un mago famoso en el mundo mágico. En opinión de muchos, era un héroe, un salvador. Thomas Sayre opinaba que aquella fama era innecesaria, pues Harry había sobrevivido gracias a la valentía de Lily, su madre. Sin embargo, no hablaban demasiado sobre el tema. Melody trataba de evitarlo, y Eira comenzaba a sospechar que ocultaba algo.
—Nos falta la varita —comentó Melody cuando salieron de la tienda—. Ollivander's.
Madre e hija se dirigieron hacia la tienda del viejo fabricante de varitas al que acudían todos los magos de Gran Bretaña para adquirir la suya a los once años. Era un fabricante conocido en el mundo mágico, y sus trabajos eran de calidad.
—Melody Sayre, qué agradable sorpresa —comentó el hombre—. Su varita es de arce, ¿verdad? Veintiséis centímetros, núcleo de...
—Disculpe, pero hoy he venido por mi hija —lo interrumpió la mujer amablemente, aunque algo en sus palabras hacía saber al mago que, si continuaba hablando, algo sucedería.
—Sí, sí, por supuesto —dijo el anciano, y se volvió hacia Eira, que no sabía qué era lo que su madre trataba de ocultar con tanta insistencia. No solía actuar de aquella manera—. Dime, ¿con qué mano coges la varita?
—Soy zurda —contestó la niña.
El hombre a observó y acto seguido miró a su madre también. Parecía que tenía una idea había surgido en su cabeza, de modo que dio media vuelta y regresó poco después con tres cajas. Colocó las tres frente a Eira y abrió una de ellas para después tenderle una varita.
—Prueba esta —dijo—. Si tenemos suerte...
Sin embargo, parecía que la suerte no estaba de su lado aquel día, pues en cuanto Eira tomó la varita, un rayo salió de ella hacia uno de los estantes de la tienda, que volcó al instante. Aquello no fue todo. La luz de la tienda se apagó de pronto, y los tres quedaron por un momento a oscuras, hasta que Melody reparó el desastre.
—Lo siento —se disculpó Eira, avergonzada, dejando rápidamente la varita sobre el mostrador.
—No pasa nada —la tranquilizó Ollivander—. Generalmente las reacciones no son tan catastróficas, pero no hay problema. Probemos otra...
Le tendió la segunda varita, que Eira tomó con cierta inseguridad. En cuanto la empuñó, un rayo salió directo al mostrador, que comenzó a arder de manera demasiado agresiva. Asustada, la niña soltó la varita, que cayó al suelo. Y una vez más, fue su madre quien sofocó el incendio, que por suerte solamente había dejado el mostrador algo oscurecido.
—Me lo temía —comentó el fabricante de varitas, mientras Eira recogía la varita que había dejado caer y se la devolvía—. Me lo temía.
—Disculpe, ¿qué es lo que temía?
Ollivander miró detrás de ella, a su madre, y suspiró negando con la cabeza. Al parecer, no diría nada más. Le tendió una nueva varita, que Eira tomó con un buen presentimiento. Al instante, las otras sus cajas salieron volando a sus estantes, y la niña sintió un extraño vínculo con la varita que sostenía.
—Cedro, veinticuatro centímetros, núcleo de cola de fénix —le dijo el hombre—. Una varita poderosa y leal.
Melody pagó lo que costaba y salió de la tienda despidiéndose rápidamente. Eira estaba confundida. Nunca antes su madre había actuado de una manera tan extraña, y no comprendía qué ocurría.
—Mamá... ¿qué iba a decir Ollivander? —preguntó, curiosa.
—Nada —respondió la mujer—. Simplemente le gusta hablar, y no deseaba perder tiempo. Tenemos que buscar a tu padre; seguramente nos estará esperando.
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