━𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐈
Glosario del capítulo:
Aptrgangr: es una criatura clasificada como un no muerto en la mitología nórdica.
Vitkar: Fue una figura chamánica durante la época vikinga.
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BASILIO I HA FALLECIDO. EL EMPERADOR DE CONSTANTINOPLA YACE INTERTE EN SU LECHO. Su torso yace inmóvil, con sus ojos cerrados como si estuviera durmiendo. Un suave brisa entró por la ventana que estaba abierta provocando que los inciensos se apagaran cuyo aroma canela era el favorito del emperador.
Mis ojos se quedaron en la imagen de Alejandro entrando a la habitación, él no se percató de mi, y yo preferí esconder mi cuerpo en la esquina de la habitación observando en la lejanía los sucesos que pasaban alrededor. Un centenar de hombres de la aristocracia se posicionaron a pies de la cama. Allí, ante el cuerpo sin vida de Basilio su hijo menor fue proclamado emperador.
—Vamos —susurro Alessio. Mis ojos se despegaron del cuerpo sin vida de mi emperador para encontrarme en el perfecto rostro de Alessio. La mirada de azul de mi amado denotaba preocupación. Su cuello estaba tenso, al igual que los músculos de su rostro. Su mano se aferro a mi brazo con firmeza, instándome a seguirlo.
Caminamos por los pasillos del castillo mientras los sollozos de los sirvientes resonaban en mis oídos. La luz del sol me cegó al mis ojos salir del castillo, quise detener mi andar, pero Alessio me insto a seguir adelante.
—Escúchame, no te apartaras de mi lado por ninguno momento —me advirtió—. Si no estás conmigo, estarás con Georgius, pero en ningún momento estarás sola. ¿Entiendes?
—¿De qué hablas? ¿Por qué actúas de aquel modo? —inquirí confundida.
Alessio se detuvo, tratando de hacerse oir por encima del bullicio del mercado. El ruido del mercado me impide que logre escuchar con claridad las palabras de mi amado. Los gritos de los vendedores son más fuertes que la voz de él.
El líder de los Tagmata agarra nuevamente mi brazo para sacar nuestros cuerpos del bullicio del mercado. Nuestro andar no se detiene hasta alejarnos lo suficiente de los ruidos de los mercantes.
—Mi amor... —susurre tratando de detener el andar de Alessio. Mi llamado es escuchado. Él se detiene—. ¿Qué sucede?
Su mano suelta mi brazo y su cuerpo se posiciona al frente del mío.
—Basilio murió.
—Lo sé —murmuré posicionando mis manos en su torso. No existió una gran amistad entre Alessio y el emperador, pero ambos se respetaban como aliados—. Sé que lo conocías hace muchos años, pero era su momento...
—¿Qué? No estoy triste por la muerte del emperador.
—¿Entonces? No entiendo tu comportamiento —señale retirando mis manos de su duro torso.
—Estoy preocupada por el nuevo emperador. Alejandro no es Basilio. Es cruel e incompetente, y temo del futuro del imperio bajo su mandato.
—No podemos hacer nada. Basilio lo eligió como su heredero, sólo nos queda respetar su decisión.
—Alejandro te desea —dijo Alessio frunciendo su ceño—. Lo veo en su mirada. Cada vez que pasas por su lado... —Mi amado no termina su frase, pero agarra su cabello con fuerza. Eso lo hacía cada vez que se frustraba—. Basilio lo controlaba, pero ahora no hay quien lo detenga.
—Él no se acercaba a mi por Basilio —aclaré—. Él sabe que no puede tocarme. Te pertenezco a ti.
Lo sabía toda Constantinopla. Ningún hombre se atrevía a mirarme o tocarme de alguna forma indebida. Yo, era la mujer del mejor guerrero del mediterráneo. Quien se atrevía a faltar mi respeto encontraba la muerte.
Alessio alivia su ceño fruncido para posar una pequeña sonrisa en su rostro. Su mano se posa en mi cintura para acercar mi cuerpo al suyo. Su rostro se esconde en mi cuello, y por un momento todo queda en paz. Pero nuestra tranquilidad se vio interrumpida por el repique de las campanas de la iglesia, anunciando la muerte del emperador, pero no fue lo único que interrumpió nuestra paz. La voz de mi dios supremo se presentó en mi cabeza.
Debes partir. Es el momento, debes volver a Noruega.
Trate de contener las lagrimas mientras Alessio me tranquilizaba con palabras de aliente y un dulce beso en la frente.
—Tranquila —susurro Alessio en mi oído—. Todo estará bien si estamos juntos.
Partí de Constantinopla días después, obedeciendo la orden recibida.
Las palabras de mi viejo amigo resuenan en mi cabeza durante varios días. Aunque parte del ejército Tagmata se retiran a la cabaña de Floki para observar la mejora de sus embarcaciones, aún soy capaz de escuchar a Georgius, sentir a Eros cerca de mi y percibir el dolor de su agarre en mi brazo, aunque ya no quedan marcas.
La ida de partir de Kattegat me atormenta. Me deja sin habla, sin apetito y sin aliento. Me muevo por la ciudad como un aptrgangr, muerta en vida.
¿Qué debo hacer? Partir junto a Georgius ya no es una opción, pero las alternativas que me quedan no son las mejores. ¿Quedarme a esperar que Alejandro llegue o escapar y alejarme del hogar de mis dioses?
Por Odín.
¿Qué camino debo tomar?
Freyja, oye mi plegaria.
Frigg, resuelve mi duda.
Los dioses no contestan, y me acerco al único lugar donde podría encontrar socorro.
Entró a la casa del vitkar con dudas, es la primera vez que recurro a él de forma voluntaria. Aunque sus palabras me confunden, necesito hablar con alguien que me ayude a resolver mi incertidumbre.
—Oh, la servidora de los dioses. —La voz grave del vidente se alza cuando piso su hogar. El vitkar me espera, acostado en su cama. El olor a hierbas, y humo inunda mis sentidos. Frunzo el ceño por la intensidad de la fragancia —. ¿Has llegado en busca de un confidente o de un consejero?
Mis pies se adentran en la casa del vidente hasta llegar al lado de su cama. Me siento en la esquina del colchón al momento que vitkar levanta la parte inferior de su cuerpo para sentarse.
—Ambas —contesto, fijando mi mirada en su horrible rostro.
—¿Quieres preguntar si debes partir o quedarte?
Me sorprendo ante sus palabras. Mi duda solo es mía, nadie aparte de Georgius es consciente de mi dilema.
—¿Qué deseas? —pregunta el vidente llamando mi atención.
Sin pensarlo demasiado, respondo:
—No quiero ver a Alejandro.
—Entonces tienes tu respuesta.
Debo partir. Esa es la respuesta que me entregan los dioses a través del vidente. Debo partir una vez más, dejando atrás mi vida y mi pueblo.
—¿Querías otra respuesta?
Mi cuerpo se congela pensando en la pregunta del vidente. Por supuesto quería otra respuesta. Después de tanto tiempo estaba volviendo a sentir. Mi cuerpo adormecido estaba volviendo a despertar.
—Debes partir lo más lejos que puedas antes de que los extranjeros partan. Debes perder el rumbo para volverlo a encontrar.
Guardo silencio.
—¿Qué sucede? No sería la primera vez que partas de un lugar. Los dioses te proveerán, no lo dudes.
—No es eso... sé que los dioses cuidan de mi. De una forma bastante extraña...
—No deben cuidarte de la forma que esperas. Ellos no son igual a nosotros. —El vidente interrumpe mis palabras.
—No debes decirme cómo son. Sé más de ellos que usted.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
Silencio. No puedo responder a su pregunta. ¿Por qué estoy aquí si sabía la respuesta desde la primera vez que llego la duda? ¿Por qué retrasar lo inevitable? Soy una nómada, no tengo hogar. Ni Constantinopla, ni Kaupang, ni Kattegat son mi hogar.
—Quería escuchar otra respuesta —confieso soltando un suspiro. Evito mirar su rostro, dejando que mis ojos vaguen por su hogar.
—Te lo dije una vez, tu destino es más grande que estar enamorada de un hombre.
—¿A que te refieres? No buscaba una respuesta que me llevara a Alessio. Es imposible que viaje con Georgius.
—No hablo de él.
No me atrevo a preguntar de quien habla. Aunque la el nombre del príncipe de Kattegat llega a mi cabeza con rapidez. No debo pensar, ni meditar las palabras del vidente que el bello rostro de Ubbe se presenta.
—Estoy cansado, ya vete. Debes partir.
El vitkar regresa a su posición inicial en la cama, y se sumerge en el sueño.
La reconstrucción de la flota de los comerciantes de Constantinopla empieza con rapidez. Floki, es hábil en su labor; puedo ver desde la distancia que al menos una de las embarcaciones esta lista para zarpar.
Mis ojos se siguen los movimientos de Floki mientras los rayos de la diosa Sól alumbran la figura del constructor de barcos, y la belleza de Angrboda. La hija de Floki está en la orilla de la playa atenta ante cualquier pedido de su padre.
—Es bueno —añade Georgius acomodado su cuerpo a mi lado—, y rápido.
—Lo es.
El silencio reina por unos momentos. Aunque no veo a Georgius, sé que está inquieto.
—¿Qué haces aquí? ¿Quieres conversar conmigo? —pregunta, yo niego con mi cabeza—. ¿Entonces? Es una gran distancia entre Kattegat, y el lugar donde vive el constructor de barcos.
Me encojo de hombros.
—Estaba buscando hierbas para unos remedios. Camine, y camine hasta que escuche las voces de la tripulación, y por unos momento creí que estar en Constantinopla. Con el sol brillando sobre nosotros y la orilla de la playa... Me sentí como en casa.
—Lo siento, por darte esperanza —se lamentó mi viejo amigo colocando una de sus manos en mi rodilla—. Me hubiera gustado que fuera diferente.
—Yo también.
Mi mirada sigue en la figura de Floki, sus movimientos me fascinan. He estudiado muchas cosas, pero nada sobre la construcción de barcos.
—El vidente dijo que mi destino es más grande que estar enamorada de un hombre —susurro, girando mi rostro para observar el perfil de mi viejo amigo.
—¿Crees en eso?
Me encojo de hombros nuevamente.
—El hecho de que no poder estar con Alessio, es la prueba que necesito para creer en las palabras del vidente.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No forzare el destino. Mi vida no está unida con Alessio. Nuestra historia terminó, debo aceptarlo.
—¿No crees que mi llegada, de todos los lugares del mundo, sea una señal de los dioses que deben estar juntos? —pregunta mi viejo amigo frunciendo su ceño.
—Tu llegaste aquí, no él —precisó.
—Eira...
—Adiós, mi viejo amigo. Le agradezco a los dioses que me dieran la oportunidad de verte una vez más.
Mis pies se levantan de la arena caliente para volver al camino que trace.
—¿A dónde irás? —pregunta Georgius imitando mi acción. Sus pies se posicionan al frente de mi figura.
—Crep que es mejor que no lo sepas, por tu bien y por el mío.
Nuestras miradas se quedan conectadas por unos momentos.
—Lo buscaré, y le hablaré sobre ti —promete Georgius, sin pronunciar el nombre del hombre que ambos adoramos.
—Adiós, mi viejo amigo. Que los dioses protejan tu camino.
Mis labios rozan la mejilla de mi viejo amigo, y deposito un beso antes de que mis pies me lleven de regreso por el camino que recorrí.
No estoy preparada para partir de Kattegat. No tengo provisiones, ni la vestimenta adecuada para enfrentar el frío del bosque. No tengo nada mas que el collar que adorna mi cuello, lo unico que me queda después del ataque a nuestro pueblo.
—¿Qué sucede contigo? —La dura voz de Eivor interrumpe el hilo de mis pensamientos. Levanto la mirada de la mesa par encontrarme con la suya. La vieja escudera está sentada alrededor de la mesa, junto a la reina Aslaug. Ambas me observan con sus ceños fruncidos—. La reina te está hablando.
—Lo siento, mi reina. —Detengo el movimiento de mis manos—. ¿Qué es lo que me ha dicho?
—¿Por qué preparas tantas medicinas para mi hijo? —inquiere la reina, señalado los frascos despuestos en la mesa, son dos docenas.
—Trabajo para él —apuntó frunciendo su ceño.
—Pero, ¿no crees que es demasiado? —pregunta la reina aun señalado los frascos.
—Según algunos reyes, nunca es demasiado —replico.
—Tu no eres una reina —apunta Aslaug aún con su ceño fruncido—. ¿Qué es lo que sucede contigo? Te has comportado de forma extraña últimamente.
—Somos amigas, ¿No es así? —Esta vez en Eivor quien alza su voz. Mi mirada danza entre la reina y la vieja escudera. Mi boca quiere contar mi secreto, quiere pedir ayuda, pero algo me detiene.
—Mis problemas, me pertenecen a mi. No tienen por qué cargar con ellas —expresó mientras mis manos vuelven al trabajo.
—Algo sucede con el extranjero, ¿verdad? —insiste Eivor, sin contentarse con mis palabras—. Desde su llegada, algo cambió en ti. ¿Deseas volver con ellos? ¿A tu antigua tierra? ¿Te estás despidiendo?
—Todavía no se han ido.
—Pero lo harán en algún momento —precisa la reina de Kattegat—. Levanta tu mirada, Eira. Solo deseamos ayudarte.
—Mi problema no tiene solución —respondo, deteniendo mi trabajo y llevando mis manos a mi rostro, inhalando el aroma de la valeriana.
—¡Ah! Entonces existe un problema con los extranjeros —apunta Eivor mi cuerpo con uno de sus dedos—. ¿Quieres volver al lugar del cual escapaste?
Niego con mi cabeza.
—¿Quieres volver con el hombre que amas?
No niego, ni asiento con mi cabeza.
—El que quiera volver con él, no es un problema, ¿o si? —preguntó la reina de Kattegat.
—No lo es, pero no es lo que sucede.
—Entonces, habla, Eira. Queremos ayudarte —brama Eivor perdiendo la poca paciencia que aún posee.
—No pueden ayudarme. Nadie puede.
—¿Nadie? —preguntó Eivor, sorprendida por mi afirmación.
—Solo un ejército.
—¿Un ejército? —murmura la reina confundida por mis palabras—. ¿Quién eres? —me pregunta, observando mi rostro con desconfianza.
La mirada que me entrega la reina me desconcierta, y me hiere. Me doy cuenta de que, con el tiempo, he desarrollado un cariño por la madre de Ubbe. Y se que debo decir la verdad, al menos una parte de ella.
—Nadie especial, pero hay un hombre que ha puesto precio a mi cabeza en Constantinopla. Uno de los extranjeros, Eros —pronunció su nombres con desdén—, tiene la intención de entregarme a él.
—¿Y quién es ese hombre? —pregunto Eivor.
—El actual emperador de Constantinopla.
Observó cómo ambas se intercambian miradas de confusión entre ellas. Se que dudan de mis palabras. ¿Qué emperador pondría precio a la cabeza de una simple curandera?
—¿Eres una ladrona o asesina? —interroga la reina. Niego con mi cabeza—. Entonces, ¿qué problema tienes con ese hombre?
—Quiere mi cuerpo y mi inteligencia. Después de la muerte de su padre, me negué a trabajar para él.
—¿Por qué? —Ambas mujeres que están al frente de mi dictan aquella pregunta.
—Es cruel e incompetente. Dos cualidades que lo convierten en un hombre y gobernante despreciable.
—¿Es por eso que escapaste de Constantinopla? —pregunta Eivor, bajando su voz y conectando mis palabras con la razón de mi escape.
—Si. Alessio me defendía, pero tenerlo atado a mi todo el día y la noche no era vida para ninguno de los dos.
—Impediré que los extranjeros te saquen de Kattegat. No debes porque temer. Estarás protegida por mis guerreros —asegura Aslaug.
—Pero ellos sabrán la ruta marítima para llegar aquí. Y Alejandro vendrá por mí.
No hay escapatoria.
—¿Estás segura que vendrá por ti? —pregunta Eivor.
Asiento con mi cabeza.
—La única solución es que me vaya de este país.
—Tal vez, pero puede haber otra solución —murmura la reina.
—¿Otra?
—Si. Estoy segura que los dioses nos entregarán su sabiduría para encontrar la solución. Tenemos tiempo, Eira. Tus amigos aun no parten, y para que lleguen a su hogar pasarán meses.
—No tengo tiempo. El vidente mencionó que debo escapar antes que ellos partan de aquí.
Ambas sueltan un suspiro. Las palabras del vidente tienen poder. Saben que no puedo desobedecer sus palabras.
La reina y la vieja escudera se quedan en silencio. Las dos se quedan observando mi rostro, pero ya no con duda o desconfianza en sus miradas, solo hay lastima y compasión. No existe otra solución que partir de Kattegat.
—Ofreceré una ofrenda para que los dioses cambien tu destino —dijo la hermosa reina de Kattegat. No puedo evitar sonreír ante esas palabras—. No puedes irte. Te quiero aquí.
—Es el destino —musito, encogiendo mis hombros—. No tenemos poder para cambiarlo.
—Ellos me escucharan —insiste la reina, levantando su cuerpo del asiento—. ¡Margerethe! —Aslaug grita el nombre de la esclava, que emerge de la oscuridad de las esquinas de la casa comunal—. Consigue un caballo. Sacrificaremos el animal en nombre de Eira.
—Si, mi reina. —Observó el cuerpo delgado de la esclava moverse por la casa hasta que su cuerpo desapareció por la puerta principal. No me he percatado de su presencia. Mi secreto se quedará en ella también, pero la puerta no se cierra por completo. La presencia de un hombre imponente entra por ella.
Un hombre alto, de cabello rubio y ojos azules tan profundos y hermosos como los del príncipe Ubbe, ingresa con paso de seguro a la casa comunal.
—Bjorn... —saluda la reina al hijo mayor de Ragnar Lodbrok.
Mis ojos permanecen fijos en el, sorprendida por ver una vez mas al gran Bjorn Ironside. Ya no es el dulce joven que vi por última vez.
La llegada de Bjorn cambiaría el ritmo de Kattegat.
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Nota de la autora:
En este capitulo no hay Ubbe, pero en el siguiente, si. 🙊
Espero que les haya gustado, en los siguientes capítulos veremos el gran cambio de la vida de nuestra curandera.
Gracias a todos los que votan y/o comentan. Muchas gracias💕💕
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