━𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈𝐈𝐈
Glosario del capitulo
Nóttleysa: Días sin noche. Durante el verano, entre los equinoccios de marzo y septiembre en el hemisferio norte, el sol ilumina el polo norte permanentemente, o lo que es lo mismo, se hace de noche pocas horas del día.
Phu vulgare: Nombre antiguo que se le daba a la planta Valeriana.
Nattveror: La segunda comida, no se tomaba al mediodía, sino a última hora de la tarde. Por lo general incluía pescado o carne, y verduras.
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MIS MANOS TIEMBLAN BAJO EL DOLOR DE LAS CUERDAS APRETADAS, MARCANDO MI PIEL CON SU FIRME AGARRE. Mi rostro arde por el dolor de los golpes del ejército que atacó a Atenas. Fueron letales con mis dueños, y con la aristocracia. La ciudad fue masacrada en un abrir y cerrar de ojos. Nada quedó de pie, nada de los musulmanes quedó con vida.
—Homines eam in templo latentem invenerunt, se oblectare posse arbitrati sunt. "Los hombres la encontraron escondida en el templo, pensaron que podría entretenerse."
Logre entender a la perfección el latín de sus bocas de los hombres que entraron a la tienda. A pesar de invasión musulmana en Atenas, el latín y el griego siempre fueron los idiomas predominantes. La lengua materna de la ciudad se negó a ser borrada.
—Muslim es? " ¿Eres musulmana?" —Gire mi rostro para observar al hombre que dictó la pregunta. Estaba solo. Al parecer era el líder del ejército. Estaba segura que no era un rey, un rey jamás estaría en batalla.
Mis ojos se quedaron en su torso desnudo. Su piel estaba manchada por la sangre de los hombres que asesinó, pero su belleza resplandece incluso bajo ese manto rojo. Mechones rubios caían por su rostro cubriendo parte de ella.
—No, ego ex Norvegia "No, soy de Noruega" —conteste en su idioma. Él sonríe al escucharme, y procede a despojarse de la vestimenta inferior. Desvié mi mirada con rapidez al percatarme de su desnudez.
—Tu procul domo "Estas lejos de casa" —señaló el guerrero. Asentí con mi cabeza sin saber si él estaba observando—. Esne servus? "¿Eres una esclava?"
—Ita, domine mi "Si, mi señor" —respondí al nuevo amo al que estoy atada.
Escuché los pasos del guerrero alrededor de la tienda acercándose a mi. Por instinto cerré mis piernas con fuerza.
—Ne timeas me, et non nocuerunt tibi "No me temas, no le haré daño". —El guerrero baja su cuerpo para quedar a mi altura. Sus ojos azules exploran mi figura hasta que su mirada se posa en el amarre de mis manos—. Non fruor cogendo foeminam cruribus aperire "No me entretiene obligar a una mujer abrir sus piernas".
Sus dedos deshacen el nudo de la cuerda.
—Alessio —pronuncia su nombre, revelándolo al fin.
—Eira.
—Liber es, Eira. At eris hospitio in mea castra receptus. "Eres libre, Eira. Pero serás bienvenida en mi campamento como mi invitada" —Su mirada busca la mía. Su plena atención está en mí—. Nemo tibi nocebit, promitto. "Nadie le hará daño, lo prometo"
Jamás imaginé que él cumpliría aquella promesa hasta el final de nuestra historia.
Mi sueño no me causa dolor alguno, pero mi cuerpo se despierta asustado. Me recompongo con un sonido de miedo en mi boca, mi corazón late con rapidez y mi cuerpo está sudado. Algo me asustó, se que no es el sueño. Es imposible. Nada relacionado con Alessio me causa algún temor.
Tardó en que mis ojos se acostumbren a la oscuridad del salón comunal. No hay fuego en el medio en los días de Nóttleysa. Observó a los pocos habitantes de Kaupang durmiendo a mis lados. El cuerpo del pequeño Einar yace a mi lado, durmiendo. Retiro uno de los mechones rubios que cubre su rostro.
—¿Pesadillas?
Mi cuerpo salta de miedo al escuchar una voz masculina en el salón. Busco al hombre con rapidez. Reconozco la silueta de Ivar Ragnarsson.
El hijo menor de la reina Aslaug está sentado a una poca distancia de mi. Sus ojos no pestañean. Da miedo. Ahora entiendo porque mi cuerpo despertó de aquella forma.
—¿No puede dormir? —pregunto.
Él no responde, pero sus ojos siguen en mi.
—Eres una curandera, ¿no es así?
Asiento con mi cabeza.
—Cura mi enfermedad.
La seguridad de sus palabras en su petición me desconcierta. No es la primera vez que estoy al frente de un hombre diferente. He conocido diferentes tipos de enfermedades, algunas físicas y otras mentales, pero nadie como Ivar el deshuesado.
—Puedo pagarte —señaló Ivar Ragnarsson sin suavizar el tono de su voz—. O puedo darte lo que quieras. Tan solo debes pedírmelo.
Su mirada penetrante es inquietante. Una extraña sensación me causa el hijo menor de la reina. No puedo descifrar su personalidad. No se si es bueno, o malo. Si lo que sale de su boca es un tipo de ayuda o alguna amenaza.
—No puedo curarlo. —Está disconforme con mi respuesta, y lo reluce en su mirada. Su postura se vuelve aún más rígida—. Porque no sé qué tipo de enfermedad tiene.
—Según Ubbe, conoces varios lugares. —Asiento con mi cabeza—. ¿Me estás diciendo que es la primera vez que ves esta enfermedad? —Vuelvo a sentir la cabeza—. Por Odín, soy un hombre afortunado.
Sus últimas palabras están cargadas de resentimiento e ironía.
—Pero puedo ayudarlo con su dolor.
—Eso, ya lo hace la curandera de Kattegat.
—Ella no lo puede hacer como yo.
Mis palabras llaman su atención. Sus ojos no se despegan de los míos. La intensidad de sus ojos azules brillando en la oscuridad no me intimida.
—Prepararé algo para usted, y podrá decidir cuál de las curanderas prefiere que esté a su lado.
Y una amplia sonrisa aparece en el rostro de Ivar.
Asiente con su cabeza después de unos momentos.
Observó cómo la silueta similar a la de una serpiente se aleja del comedor principal para dirigirse al dormitorio que comparte con su madre, pero antes de desaparecer por completo detiene su arrastre.
—¿Quién es? —Una extraña pregunta sale de la boca de Ivar.
—¿Quién es quién?
—¿Quién es el hombre de quien susurras su nombre en tus sueños?
No contestó su pregunta de forma inmediata. Trato de pensar en buscar las palabras correctas.
—Mi pasado.
Tener a Ivar Ragnarsson interesado en mi trabajo tiene sus ventajas. El hijo menor de la reina ordena a los esclavos a atender a los habitantes de mi pueblo, proporcionándonos comida y ropa. Los esclavos obedecen sin atreverse a desobedecer las ordenes de un hijo de Ragnar Lodbrok.
—Eira, ¿esta es la planta? —La voz de la pequeña Thora llama mi atención. Alzo mi mirada para observar su rostro angelical.
Niego con mi cabeza al ver las plantas que están en sus pequeñas manos.
—Te dije que no lo era —señala el pequeño Einar acercándose a nosotras.
Thora se encoge de hombros.
—Sigan buscando, pero no se alejen.
Ambos asienten con su cabeza para desaparecer entre los árboles del bosque.
—¿Por qué estamos haciendo esto?
Eivor es quien se acerca con sus brazos cruzados delante de su cuerpo. Su pose demuestra lo molesta que está.
—El príncipe Ivar pidió mi ayuda —contesto aun observando el camino que tomaron los dos niños—. ¿Cuidaras de Thora?
—Cuidaremos de Thora —me corrige Eivor posicionando su cuerpo al frente del mío—. No puedo cuidarla sola, Einar me da bastante trabajo.
—¿Ella está bien? ¿Has hablado con ella?
—¿De que? ¿Por qué hablaría con ella?
—Perdió a su madre —contestó frunciendo mi ceño para dirigir mi mirada a Eivor.
—Estará bien, es pequeña, olvidará.
—Yo nunca olvidé a mi madre —murmuró recordando que tenía la misma edad de Thora cuando perdí a mis padres—. Nunca entendí la decisión de los dioses de arrebatarme a mi madre. Aún la necesitaba...
—Tu vida con la de Thora es distinta. Nadie la venderá... si es lo que te preocupa.
Di un paso hacia atrás ante la impresión de escuchar esas palabras. Aquella verdad que solo está en la memoria de algunos pocos de Kaupang. Tan pocos, que solo Eivor y la vieja Seren saben esa parte de mi historia.
—Se que ese no será su destino. Ella es de Noruega, ¿Qué clase de pueblo vendería a su propia gente?
—Tú también eres de aquí.
Mi boca suelta un suspiro. No me gusta esta conversación. No me gusta hablar de mi pasado. Nada de lo que conlleva a ese tiempo es bueno... solo una cosa. Un hombre.
—Ve por los niños, seguiré buscando sola —señaló al momento que mis pies buscan el camino para adentrarse en el bosque de las afueras de Kattegat.
Al momento que mi mente se concentra en la búsqueda de la planta phu vulgare, lo de alrededor queda en el olvido. Ni el pasado, ni el presente y ni siquiera el futuro me atormentan cuando cumplo mi labor de curandera.
—¿Qué busca?
La voz masculina de Ubbe Ragnarsson provoca que mi cuerpo salte de un susto, de la misma forma que saltó cuando en la mañana escuche la voz de su hermano menor. Pero el sentimiento de continuación es totalmente distinto.
—Puedo ayudarla a buscar lo que sea que está... buscando —apunta el príncipe mientras se expande una sonrisa por su rostro.
Un nerviosismo corre por mi cuerpo al recordar aquel beso del día anterior. No fue un sueño. Imposible que lo fuera; aún soy capaz de sentir el tacto de sus labios junto a los míos. Aun puedo sentir la calidez de su boca envolviendo la mía.
—¿Sabe de plantas? —preguntó mientras mis pies por voluntad propia se acercaban al príncipe.
—Puedo aprender —murmura Ubbe antes de que mis labios tocaran los suyos. Ni siquiera planeé aquel beso. No era mi intención que mis pies me llevaran a su boca.
Después de aquel primer beso, una fuerza invisible me empuja hacia él.
El beso empieza con movimientos suaves, apenas unos roces entre sus labios junto a los míos, pero al momento que sus manos se posiciona con fuerza en mi cintura la suavidad entre nuestras bocas se esfuma. Su mano se posicionó detrás de mi cabeza para acercar más nuestras bocas, como si aquello fuese posible. Y cuando su lengua entró a mi cavidad con urgencia mis pies pierden fuerza. Pierdo fuerza ante los sentimientos que vuelven a surgir en mi cuerpo. Instintos que estaban dormidos, hasta hoy.
—No logro dejar de pensar en usted —susurra Ubbe después que nuestros rostros se separaran en busca de aire—. Ayer, fue lo último que pensé antes de dormir y hoy en la mañana ha sido lo primero que llegó a mi mente cuando desperté.
Sus palabras son hermosas; quería sonreír al momento que soltó aquella declaración. Pero no pude. No es recíproco.
El rostro de Ubbe no es lo primero que llega a mi mente cuando abro mis ojos. Y el príncipe se percató de eso.
—Se que tiene a alguien en su mente, y no trato de tomar su lugar. Solo quiero que nos divirtamos. No hay nada malo en eso.
—No, no lo hay.
Un suspiro de alivio sale de mi boca al escuchar que el príncipe no podía nada más que diversión. Aquello lo podía entregar. Aunque ha pasado tiempo desde que mi cuerpo se divirtió, aun puedo recordar lo que debo hacer.
—¿Y qué busca? ¿Puedo ayudarla?
Asiento con mi cabeza aceptando la ayuda que quiere entregarme el príncipe.
Le explico la planta que busco, la forma y su color. Ubbe escucha atentamente la descripción, permaneciendo a mi lado mientras se incorpora a la búsqueda.
Su compañía perduró todo el día, hasta que la hora del nattveror llega a indicarnos que es el momento de regresar a la casa comunal.
Nuestros cuerpos no se separan durante el trayecto.
—Gracias por tu ayuda —expreso antes que el guardia de la puerta se percate de nuestra presencia—. Y también por las palabras anteriores... Ha pasado un largo tiempo desde que un hombre mostro interés en mi. No lo esperaba —declaró al momento que mis pasos se detienen—. Creo que he perdido la práctica.
Ubbe ríe por mi comentario.
—Le aseguro que no ha perdido la práctica.
Los dedos de su mano suben para rozar las comisuras de mis labios. Un gesto comprometedor, pero no lo suficiente para que la gente hable de nosotros.
Logro sentir como mis mejillas se sonrojan.
—Vamos, su madre nos debe estar esperando —murmuró, dando los pasos para alejarme del príncipe.
El guardia de la puerta nos observa, y de forma inmediata, abre la puerta para nosotros.
La belleza de la reina Aslaug nos aguarda, pero no está sola. Alguien la acompaña al lado de la mesa. Alguien que no es de aquí, alguien que no es de Noruega.
El canasto que está en mis manos cae, liberando las hierbas que están adentro. El sonido es fuerte, logrando atraer las miradas. No hay nada de divertido en la imagen que enfrento. Reconozco al hombre instante.
El pasado no se quedó atrás. No se queda en el olvido.
Ha vuelto.
Ha vuelto por mí.
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