━𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈𝐈
Glosario del capitulo:
Tagmata: era un tipo de unidad militar. Fueron unidades de élite creadas por el emperador Constantino V , y comprendieron la columna vertebral del ejército del entre los siglos VIII y XI. Se confiaba a los Tagmata la seguridad del emperador y del palacio imperial, pero formaban también el núcleo de las expediciones de campaña. Eran las tropas más preparadas y mejor pagadas del ejército bizantino.
Jarl: Similar al titulo de conde.
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SUELTO UN SUSPIRO AL ACOMODAR MI CUERPO ENCIMA DEL LÍDER DEL EJÉRCITO DE LOS TAGMATA. Mi cabeza se apoya en su torso desnudo.
—Me siento... feliz —susurre—. Es raro, creo que nunca me he sentido así de... feliz. Ni siquiera imaginé que si podría lograrse sentir así.
Mis manos viajaron a la belleza de su torso para acariciarlo con las yemas de mis dedos.
—La felicidad nunca ha sido su objetivo.
La voz grave de Alessio provocó que mi cuerpo se estremeciera de placer.
—Te dedicas a servir. Solo piensas en servir a sus dioses. Aquellos de los que nunca he escuchado...
—Ni yo he escuchado sobre tus dioses —defendí con rapidez la veracidad de mis dioses.
—Mis dioses son antiguos. Existen mucho antes de que nacieran los vikingos.
Levante mi cabeza para enfocar mi mirada en sus ojos. Odiaba cuando él hablaba sobre la antigüedad de sus dioses. No podía refutar sus palabras.
—Eso no quiere decir que no existan.
El sonríe. Una bella sonrisa se amplía en su rostro. Era extraño, él no sonríe a menudo. Su rol de guerrero, de líder de los Tagmata le quitaba toda la alegría que podría lograr sentir.
—Los he sentido y los he escuchado. ¿Dudas de mis palabras? —pregunte con el conocimiento que él jamás dudaría de mi.
Él no borró su sonrisa.
—Defiendes con demasiada vehemencia a sus dioses, y lo obedeces con la misma fuerza. ¿Por qué? ¿Qué mas le han dado aparte de dolor y esclavitud?
Solo tenía una respuesta a esa pregunta.
—A ti.
Sé que mis palabras le dieron alegría. Lo se, porque mis manos que estaban aún en su torso suben al lugar donde late su corazón, y me percato que sus bombeos se vuelven frenéticos.
—No fueron los dioses los que unieron nuestro destino —aseguró Alessio acariciando con suavidad mi barbilla—. Ni los suyos, ni los míos.
—¿Por qué estás tan seguro de eso?
—Los dioses nos envidian. —La voz de Alessio se transformó. Aunque su tono era suave, de igual forma demostraba severidad—. Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último, y todo esto es más hermoso porque existe un final. Nunca serás más hermosa de lo que eres ahora, nunca volveremos a estar aquí.
Sus palabras rondaron en mi cabeza por un largo tiempo. Trate de buscar las palabras para refutar las suyas, pero nada llegaba. Él tenía razón. De alguna forma lo sabía. Pero el amor a mis dioses era más grande que la verdad que salió de la boca de Alessio.
—No le des todo su amor. No es recíproco. Ellos no quieren su felicidad, ni la mía. Simplemente buscan la veneración y desean nuestra obediencia.
No sabía si eran las palabras o el tono de voz de Alessio que lograba convencer a cualquier que fuese capaz de escuchar. O el simple acto de que sus labios buscaron los míos, que sus palabras tomaron fuerza. Y el amor y la fe en mis dioses desaparecieron con el pasar del tiempo. Nada importaba más que el hombre que estaba a mi lado.
No necesitaba más.
Los dioses se percataron de aquello, y cambiaron el rumbo de mi historia.
—¿Qué piensas? —La voz de la dulce Angrboda llega a mi oído interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
—En los dioses —contestó levantando mi mirada para conectarla con los ojos azules de Angrboda.
—Te han entregado una segunda oportunidad de vivir —señala Angrboda cuando sus dedos cubren las heridas de mi rostro con una crema que ella preparó.
No pregunte su contenido, no tengo la fuerza para hablar.
—¿Estás bien?
Asiento con mi cabeza ante la pregunta de ella.
—Gracias por ayudar a mi pueblo y a mi. Estoy en deuda contigo.
El rostro de Angrboda se embellece aún más cuando una sonrisa aparece.
Quise hablar, quise pronunciar algo, pero las palabras no salen de mi boca.
La poca fuerza que poseo la utilizo en recordar el pasado.
"No le des todo su amor. No es recíproco. Ellos no quieren su felicidad, ni la mía. Simplemente buscan la veneración y desean nuestra obediencia."
Recuerdo a la perfección cada palabra. Recuerdo con exactitud cada cosa que estaba en ese momento. Recuerdo el sonido del mar golpeando las olas, y el sonido de las espadas del entrenamiento de los Tagmata. Aún soy capaz de sentir en mis dedos el relieve de las cicatrices del cuerpo de Alessio cuando esas palabras llegaron a mi oído.
Recordar es mi salvación y mi perdición.
"No le des todo su amor. No es recíproco. Ellos no quieren su felicidad, ni la mía. Simplemente buscan la veneración y desean nuestra obediencia."
Él tenía razón, la tenía antes y la tiene ahora. En aquella batalla no solo murió Lambert.
Queda tan poco de Kaupang, que no soy capaz de alzar mi mirada para observar a los demás.
Duele.
—¿Qué piensas? —Esta vez no es Angrboda quien alza su voz, la cual no me había percatado de su partida. Hvitserk está al frente de mi tratando de buscar mi mirada.
—No solo Lambert murió. Debí... Debí rezar antes —susurro lo último que sale en mi boca a la vez que bajo mi mirada del rostro del príncipe.
—Tienes mi silencio. —La mano del hijo de la reina Aslaug se posa debajo de mi barbilla con la intención de levantar mi mirada—. Lo que sucedió ahí, fue algo mágico. Tuve el honor de observar a una servidora de los dioses. Ellos te escuchan...
—Hvitserk... —susurro incómoda.
—Salvaste vidas. Salvaste mi vida. Estaré en deuda contigo, siempre.
—Hvitserk, falleció la mitad de mi pueblo...
—Y la otra mitad está viva gracias a ti.
Un largo suspiro sale de mi boca.
El no entendería jamás que ser servidora de los dioses no tiene nada de mágico. ¿Por qué los dioses habían decidido intervenir ahora? ¿Por qué escucharme después de que negué mi rol de servidora? ¿Por qué aceptar mi llamado de auxilio? ¿Por qué no buscar otro servidor?
—Estarás bien. Tu pueblo y tu estarán bien.
—¿Cómo lo sabes?
—Me asegurare de aquello. Hoy, y siempre. Te debo todo...
Levanto mi mano para detener las siguientes palabras que quieren salir de su boca. Su mirada verde no deja de buscar la mía.
—No me debes nada. Nada de lo que hago es en busca de obtener algo.
La mano de Hvitserk atrapa la mía con suavidad. No me niego a su tacto.
—Quiero deberte algo. Quiero estar unido a ti de alguna forma. Tienes un poder que nunca he visto...
—¿Qué poder?
Su cuerpo da un paso hacia atrás por la sorpresa de mi pregunta.
—Tienes el poder de invocar a los dioses. ¿No puedes ver lo poderosa que eres? Mucho más que cualquier rey o vitkar.
—Y aun así no pude salvar a mi pueblo. No pude... —Mi voz se quiebra. Y las lágrimas intentan salir por mis ojos. Trato de contenerme. Trato de controlar la pena que quiere invadirme, pero todo falla cuando los brazos cálidos de Hvitserk me rodean.
Mis lágrimas caen una tras otra, sin importar que estamos en el salón principal de la casa comunal. Sin importar que podían vernos. Sin importar que me involucran de una forma sentimental con Hvitserk por aquel gesto.
La calidez del príncipe calmó mi tristeza. Su cuerpo contuvo mi pena, y después de unos momentos una extraña sonrisa se posó en mi rostro cuando su boca murmuró en mi oído; no eres tan solo una servidora, eres una salvadora.
Al final del día, soy yo la que está en deuda con Hvitserk Ragnarsson.
"No le des todo su amor. No es recíproco. Ellos no quieren su felicidad, ni la mía. Simplemente buscan la veneración y desean nuestra obediencia."
Las palabras y la voz de Alessio se siguen repitiendo en mis pensamientos aunque el sol haya escondido su rostro. Una extraña sensación de incertidumbre me alberga, pero no logro percatarme si es por la llegada de los dioses a mi vida, o por no tener un hogar donde pasar las noches.
No tengo nada, pero a la vez tengo todo con tan solo respirar.
—La reina ha abierto las puertas de la casa comunal para usted, y su pueblo.
Ubbe, el príncipe, se arrodilla a mi altura. Mi cuerpo esta sentado en la arena gris de la playa de Kattegat.
—Los ayudaremos.
—Gracias.
—¿Está bien? —Observo sus ojos, percibo preocupación.
Niego con mi cabeza.
—Pero lo estaré.
Ubbe se acomoda a mi lado, su hombro roza el mío. Un contacto sutil que despierta mi cuerpo adormecido.
—Lamento que la llegada a Kattegat sucediera de aquella forma. Si hubiéramos llegado antes, quizás nada de esto habría sucedido.
No solo soy yo la que tiene el sentimiento de culpa.
—Llegó en el momento preciso.
—No estoy seguro de eso.
Giro mi rostro para enfocar mi mirada en él, y se que hay algo más en sus palabras.
Prefiero callar, al igual que él, pero sus manos hablan. Sus dedos buscan el collar que cuelga en mi cuello.
—Es un hermoso collar. Nunca vi uno igual.
—Es una joya del mediterráneo. Es un trabajo de artesanos de Atenas —aclaró alejando mi cuerpo de los dedos de Ubbe.
—Mencionas ciudades que no conozco.
—El mundo es muy grande, mucho más que la arena que esta debajo de sus pies.
—Le habrías agradado a mi padre —señala el príncipe alejando sus dedos de mi cuello. Una extraña sonrisa llega a su rostro.
—Lamento que no esté aquí cumpliendo su rol. El como Jarl lo hizo bastante bien.
La sonrisa en su rostro desaparece y su ceño fruncido se presenta.
—Mencionó que no estuvo aquí cuando Ragnar gobernó.
—Como rey, no. Pero como Jarl, si —aclaro—. Eras solo un niño cuando lo vi por primera vez.
Ubbe ríe ante mis palabras.
—Me conocías.
—Lo vi un par de veces. Mis padres viajaban con regularidad a Kattegat. Tenían grandes amigos.
—No logro recordarla.
—¿Por qué lo haría? Nunca existió una interacción entre nosotros. Usted era tan solo un niño, y yo tenía la edad de su hermano mayor.
—¿Conoce a Bjorn?
—Lo recuerdo a él y a su madre Lagertha —admito sin despegar mis ojos de su rostro—. Lo recuerdo todo. Todo lo que he visto, y todo lo que he leído está aquí —señalo mi cabeza.
—¿Sabes leer? —pregunta sorprendido.
Asiento con mi cabeza.
—A mi padre le habrías gustado—repite aquellas palabras—. Siempre quiso saber más. Era ambicioso; no por obtener más poder, sino por adquirir más información. Siempre repetía que él sería capaz de entregar más que su ojo para obtener sabiduría.
—¿Y qué pasó? ¿Qué pasó con él? —pregunto, pero Ubbe al parecer no tiene la respuesta. Simplemente se encoge de hombros.
—Creo que Frankia... lo quebró. —Frunzo mi ceño al escucharlo. No tenía conocimiento de que los vikingos habían llegado a Frankia—. Su hermano lo traicionó. Se casó con la hija del emperador, y destruyo el asentamiento vikingo que Ragnar estableció tras ganar la batalla.
—No hay traición peor que la de la propia sangre.
—Después de enfrentar a Rollo, padre se fue. No se despidió de nadie, simplemente dirigió sus pasos a las afueras de Kattegat, y no lo volví a ver.
Los ojos del príncipe se entristecieron. Su mirada azul bajo, y se quedó en la joya que cuelga en mi cuello.
—Lo lamento. El pueblo perdió a su rey, pero usted a un padre. —Una de mis manos viaja con la intención de tocar una de sus piernas. Mis dedos acarician con suavidad su rodilla con el intento de reconfortar su dolor.
—No es necesario tanta formalidad —señala el príncipe levantando su mirada a mi rostro, luego la dirige al lugar donde mis dedos aun acarician. Y dirigió una de sus manos para cubrir la mía. Su tacto cálido desboco de que mi corazón latiera con rapidez.
—Hvitserk mencionó lo mismo. —Es lo único que puedo murmurar.
—Hvitserk está impresionado por usted. Dice que usted no es una mujer ordinaria... —Observó como la boca de Ubbe se mueve, pero no puedo escuchar, su mano sobre la mía me desconcierta.
—Quiero besarla.
Escucho esas palabras claramente.
—Quise besarla ayer, pero... —La mano de Ubbe se mueve por el largo de mi brazo. Las yemas de sus dedos se mueven con rapidez hasta el largo de mi cuello. No toca el collar, solo la desnudez de mi piel—. ¿Puedo besarla?
Me sorprende su pregunta. La confusión se apodera de mi.
—¿Puedo?
Esta esperando, no se precipita, espera mi respuesta. No se si es por lo atractivo que se ven sus labios rosados en este momento, o su paciencia que logra que mi boca responda.
—Si...
Al pronunciar esa palabra, Ubbe se mueve con rapidez. Sus labios encuentran los míos con urgencia, toda paciencia se desvanece.
Sigo el ritmo de sus labios. Mi boca se abre para permitir que su lengua entre.
Casi gimo de placer al sentirlo.
Nuestras bocas se sueltan cuando la necesidad de respirar se impone.
Por Freyja...
Nunca sospeché que anhelaba tanto el tacto de sus labios junto a los míos.
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Nota de la autora:
¡Hola bellas valquirias! Les informo que corregí una información del capitulo IV. Eira, no salva a Angrboda. Me he confundido de los tiempo de la serie. Angrboda nace cuando Ragnar es rey, mientras que Eira como se menciona en este capitulo estuvo en Kattegat cuando Ragnar gobernó como conde. Eira, tiene la edad de Bjorn y Torvi.
Y bueno ¡Se besaron! Es que gritaba de emoción cuando escribía el capitulo. Es el único de los Ragnarsson que esperaría el consentimiento de una mujer.
Espero que les guste el capitulo. No se olvide de comentar y/o comentar <3
Nos leemos pronto. <3
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