━𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈
Glosario del capitulo
Vitkar: era un hechicero y mago en las sociedades . Podían ser hombres y mujeres, expertos en la tradición de la magia rúnica.
Hidromiel: es una bebida fermentada. Está considerado como una de las primeras bebidas alcohólicas que el hombre elaboró.
Eir: Diosa de la salud en la mitología nórdica.
Ragnarok: En la mitología nórdica, es la batalla del fin del mundo.
Valhalla: En la mitología nórdica Valhalla, el «Salón de los Caídos», es el reino de la eternidad donde habitan los héroes muertos en combate.
Helheim o Hel: es conocido como el reino de la muerte y se encuentra en la parte más profunda, oscura y lúgubre del Yggdrasil.
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MIS OJOS SE POSAN EN EL ROSTRO DEL VIDENTE, Y RECUERDO EL PORQUE ODIO LA CIUDAD DE KATTEGAT. No es el ruido el que evita que mi estadía en esta ciudad sea más larga que un día, es el rostro del vidente. Es él quien perturba mis sueños cada vez que tengo la desgracia de encontrar su figura entre las calles de Kattegat.
El vitkar de Kattegat ronda por las calles mientras mis pasos circulan por el mercado en busca de la hija del pescador. La bella Astrid se convirtió con rapidez en unas de las mujeres de mi círculo íntimo.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Astrid al momento que llegó al lugar de su trabajo—. ¿Tan rápido se comieron las provisiones?
—La reina necesitaba mi ayuda —contestó sin poder evitar soltar una risa por la última pregunta de la hija del pescador—. Se ha enfermado y el príncipe pidió mi ayuda.
—¿Has llegado a la cama de alguno de ellos? —me preguntó Astrid cortando la cabeza de unos de los pecados.
—¿Qué? ¡No! —bramo indignada por esas palabras de Astrid. Las palabras de Ivar se vuelven a repetir, pero en los labios de mi amiga—. No soy una prostituta.
—Eira, lo mencionaba por los príncipes. —Astrid interrumpió al momento que mi voz se empezaba a elevar—. Los príncipes son reconocidos por su libertinaje. Especialmente Hvitserk.
En mi mente llegó la imagen de Hvitserk, aunque no hemos cruzado algunas palabras puedo imaginar la sonrisa traviesa que tiene en su rostro en cada momento que ve mis ojos.
—El vidente nuevamente te busca —murmura Astrid con su ceño fruncido observando detrás de mí—. Eso creo, no tienes ojos, pero... creo que te observa a ti.
—No tengo nada que conversar con él —aclaró tratando de evitar de que mi cuerpo se gire por la curiosidad—. Simplemente he venido a verte unos momentos antes de volver a mi pueblo.
—¿Por qué te niegas a conversar con él? —pregunta Astrid deteniendo los movimientos de sus manos.
—No tengo nada que conversar con él —repito—. No tengo preguntas para él.
—Pero al parecer él las tiene. —Uno de los dedos de Astrid se levanta para apuntar al cuerpo que está detrás mío. El vidente dio el paso que hace meses se había negado. Presentar su figura delante o en este caso detrás de mí.
Salió de la sombra.
—Es tiempo, servidora de los dioses.
El murmullo del vidente detrás de mí provoca que mi cuerpo se estremezca de temor. No estoy preparada para enfrentar las conjeturas de la magia de los vitki.
—¿Tiempo para que? —pregunto levantando mis ojos a la mirada de Astrid, la que observa el rostro del vidente con su ceño fruncido.
—Sígueme. No volverás a tener otra oportunidad.
No deseó alguna oportunidad con el vidente, pero su amenaza me preocupa. Sospecho las palabras que quieren salir entre sus labios.
—Síguelo —ordena Astrid apuntando con el cuchillo el camino que traza el vidente a su cabaña—. Ve, Eira. Vamos, ¿Por qué le tienes miedo?
—No es a él a quien temo —contestó girando mi cuerpo para seguir el camino del vidente.
Los pasos de vitkar son lentos, de la misma forma que lo son los pasos de los abuelos de mi pueblo. Pero aun así sigo sus pasos de la misma forma observando a las personas alrededor. Cada uno de ellos se apartan del camino del vidente. El vitkar tiene tanto poder como los gobernantes de esta ciudad.
—No tengo preguntas para ti —declaró al momento que entramos a su pequeña choza. Su hogar es un lugar oscuro y desordenado.
—Pero yo tengo preguntas para ti —murmura el vidente recostando su cuerpo en la cama—. Me has obligado a salir en tu búsqueda, ¿por qué?
—No te he pedido nada. No quiero conversar contigo, no tengo preguntas para ti —señaló cruzando mis brazos delante de mi cuerpo.
—Has perdido el rumbo, ¿Por qué no eres capaz de verlo? —Su pregunta es un golpe duro a mi cuerpo. Tengo que dar un paso hacia atrás ante la impresión de sus palabras.
—¿He perdido el rumbo? ¿Como? Tome el rumbo que los dioses me mostraron. Obedecí en cada orden. Me aleje de aquel imperio y volví a casa cuando ellos decidieron, y ¿he perdido el rumbo? Esto debe ser alguna especie de burla.
—Te has convertido en una mujer ciega y sorda —señala el vidente levantando su rostro a mi dirección—. Has dejado de escuchar a los dioses...
—Son ellos los que no han hablado —interrumpo con rapidez.
—Ellos han hablado, pero no eres capaz de escuchar. La melancolía, la pena y la rabia no te lo permiten.
Bufo al momento que terminó de hablar.
—¿Qué más quieren de mí? He obedecido, y cumplido cada una de sus órdenes. No puedo dar más.
—Puedes y debes, niña —clama el vidente posando en su rostro una extraña sonrisa—. Eres servidora de Eir, servidora de los dioses. Tu destino es más grande que estar enamorada de un hombre. No puedes seguir aferrándote del pasado.
Las palabras del vidente se quedan en la choza por unos momentos. Después de que su boca se cerrará, aún soy capaz de seguir escuchando su voz.
—No puedo olvidar. No es fácil —admito buscando un lugar para sentarme en el suelo. El vitkar mueve su cabeza a la dirección de mi cuerpo. Aunque él no tuviera ojos, es capaz de ver todo—. No tengo pena. Tengo rabia e impotencia a mis dioses.
—¿Por qué?
—Sabes el porqué —contestó levantando mis rodillas para refugiar mi cabeza en ellos.
El vitkar del pueblo soltó un suspiro
—Tu camino es oscuro, sucio y ruidoso, pero también claro, limpio y silencioso. Veo muchos hijos, pero a la vez ninguno. Te veo en el Ragnarok, y después de él. Te veo en Valhalla y en Helheim. Te veo...
—Detente —ordenó sacando mi rostro entre mis rodillas—. No quiero escuchar algo que no soy capaz de entender.
—Tu camino está lleno de oportunidades. Tan solo debes salir del nido.
—¿Oportunidades de que? ¿De perder a otro hombre ¿De perder a otro amor? He visto, he vivido las oportunidades de los dioses, y solo me ha traído dolor y desolación. No quiero más. Diles a los dioses que busquen a otra servidora —bramó mientras mi cuerpo se levantaba para buscar la salida de aquella horrible choza.
—Eres la servidora de los dioses, tu destino está marcado, nada ni nadie puede borrarlo. —Es lo último que escuchó de la boca del vidente antes de cerrar la puerta con un fuerte movimiento.
Mis pasos tratan de buscar la salida de esta ciudad, sin importar que mi cuerpo tropezara con los habitantes. Debí partir cuando la diosa Sól apareció entre las montañas, pero antes de que mis pies llegarán por el mercado el cuerpo de uno de los hijos de la reina detiene mi andar.
—Mi madre ha pedido tu presencia. —Las manos de Hvitserk se posan en mis hombros para detener mi andar—. ¿Estás bien?
Mi cuerpo salta hacia atrás para rechazar el tacto del hijo de la reina. Su cuerpo había quedado muy cerca del mío.
—¿Sucedió algo con la reina?
Hvitserk negó con su cabeza.
—Pero desea verla —añadió el príncipe de Kattegat—. ¿Estás bien? —repitió la pregunta. Observó su rostro. Está preocupado.
—Si, estoy bien —contestó girando mis pies para dirigirse a la casa comunal, en donde el cuerpo de la reina de Kattegat me espera.
El salón de la casa comunal está integrado por los príncipes de la ciudad. Solo faltaba Hvitserk, quien llega a mi lado con una sonrisa en su rostro. Las palabras del vidente golpean mi cabeza una vez más cuando la mirada azul de Ubbe se posa en mi. Y el recuerdo del hombre que deje atrás golpea más fuerte que los susurros del vitkar.
No seré capaz de olvidar si el rostro de Ubbe Ragnarsson ronda en mi vida. ¿Cómo podría?
La salud de la reina es débil, pero no lo es para que su cuerpo se levantara en busca de una copa de hidromiel. La observo allí sentada en su cama con la copa entre sus manos. Una gran sonrisa se posa en su rostro al verme.
—No beba mucho —le pido al momento que me siento en la esquina de su cama. La reina borra la sonrisa en su rostro para levantar una de sus cejas por mi petición—. Aún está débil —explicó.
—No puedes pedirme eso.
—Claro que sí, soy su curandera —apuntó acercándome a ella para agarrar su vaso de sus manos.
—Eres mi súbdita.
—Primero soy curandera. —Quise retirar la copa de hidromiel a la fuerza, pero decido evitar un enfrentamiento con la Reina. Aslaug tiene el poder de cortarme la cabeza si quisiera.
—Estoy bien, deberías beber conmigo —puntualizó la reina suavizando el tono que había empleado—. Debemos celebrar... debemos hacer un banquete en su honor.
—No es necesario. —Niego con rapidez.
Aunque negase ser la servidora de los dioses, aún tengo una responsabilidad. El curar es mi deber. El deber que me encomendó Eir.
—Claro que sí. Has venido a mi ayuda, dejando de lado tu casa, tu pueblo por mi —bramo la Reina. —¡Esclavas! —El grito de la Reina provocó que Petra y Margarethe llegaran con rapidez a la habitación—. A la noche harán un banquete, preparen todo. Avisen a la ciudad. —Las esclavas asintieron con su cabeza para salir con urgencia ante la orden de la Reina—. Te pasaré un vestido. —Observó el vestido que estaba usando desde el día anterior.
—Estoy bien con mi vestido —aclaró frunciendo mis brazos delante de mi cuerpo. Su comentario no me ha agradado.
—Ubbe mencionó que no estás casada... quizás el banquete te ayude a...
—No busco casarme —interrumpo con rapidez las palabras de la reina. Ella se sorprendió.
—¿Y qué buscas?
Ante su pregunta solo puede encoger los hombros.
No lo sabía.
—¿No buscas el amor? —pregunta la reina de Kattegat bebiendo lentamente el líquido de su copa.
Dudo responder.
—Aún eres joven —señala la reina—. Debes formar una familia. Buscar a un hombre que te dé seguridad, y que caliente tus noches.
Niego con la cabeza una vez más.
—La mujer debe lanzar una moneda cada vez que encuentra a un hombre. Debemos rezar a los dioses que el hombre que llega a nuestra vida sea bueno. Que nos ame, y ame a nuestros hijos. —Suelto un suspiro—. Ya lance la moneda, y le rece a los dioses. Encontré un buen hombre, y sé que no tendré la fortuna de encontrar a alguien tan bueno como él.
—No puedes estar segura... —La mirada de la reina divaga por la habitación hasta que se detiene en algo o mejor dicho en alguien—. Hijos, ¿Qué necesitan?
Giro mi rostro para observar a los hijos de Ragnar en la entrada de la habitación de su madre.
Estoy segura que escucharon mis palabras.
—Madre. —La boca de Ubbe Ragnarsson es la primera que se abre. Sus ojos se concentran en el rostro de su madre—. Iremos a cazar.
—Vayan, pero deben volver a la noche, habrá un banquete en honor a nuestra curandera.
—Sí, madre —contestó Ubbe—. Estaremos aquí —señala Ubbe sin dirigir una mirada a mi figura—. Vamos.
Ubbe se retira con rapidez. Sus hermanos siguieron sus pasos.
—Debes lanzar la moneda una vez más. Eres servidora de Eir, estoy segura que los dioses escucharán su rezo.
Suelto un suspiro al escuchar una vez más la palabra "servidora".
—No esté tan segura de aquello, mi reina. Los dioses no dan suerte, solo desafíos —comentó volviendo a observar el rostro de la bella reina de Kattegat.
La bella Aslaug simplemente sonríe. Es una sonrisa triste, como si conociera a la perfección las palabras que se dictó en mi boca. La reina no es feliz, eso lo sé. Creo que lo sabe toda la ciudad de Kattegat. La ausencia de Ragnar Lodbrok solo significaba que no deseaba estar al lado de ella, ni de sus hijos. El amor que alguna vez le profesó, no fue suficiente para que el rey se quedará al lado de ella.
—Yo lancé la moneda, pero perdí —murmura Aslaug sin retirar aquella triste sonrisa—. Me alegro que una de las dos tuvo suerte.
Apoyo una de mis manos en la suya en el intento de confrontar su lastimado corazón.
Su amor la abandonó a ella, y yo abandoné al mío.
Los hijos de Ragnar desaparecieron toda la tarde. La paz se sentía en aquel lugar. Y en la soledad de habitación las palabras empezaron a fluir de mi boca.
—Fui sirvienta del emperador Basilio en Constantinopla durante cinco inviernos. Aprendí diferentes cosas en ese lugar, me dediqué especialmente a estar con el emperador. Después con los años fue perdiendo la vista, así que estaba encargada de leer sus manuscritos... me tenía mucha confianza hasta que murió. Su hijo era el sucesor de la corona. —Me estremecí al hablar de él, al recordarlo. No quería recordar aquel hombre. Alejandro era cruel, era la representación de la maldad—. Decidí salir de aquel lugar después de la muerte del emperador.
Aslaug me observa atentamente. Nunca había contado esa historia en voz alta, pero en cierto modo me sentía cómoda con la Reina y no podía mentir delante de ella.
—¿Y el hombre que amaste? —me pregunta después de permanecer en silencio unos segundos—. Por el cual lanzaste la moneda, y ganaste.
—Se quedó —manifestó con mi ceño fruncido. Me molesta mi historia. Salí de aquel lugar escapando de las manos de Alejandro. Escape sin Alessio por órdenes de Odín.
—¿Volverías a buscarlo?
—No volvería a Constantinopla —le respondo.
—No fue esa mi pregunta —replica la Reina bebiendo otro sorbo de su copa. Al verla mi garganta deseo el contenido de su copa.
Decido servirme una copa de hidromiel para seguir hablando de mi pasado.
—Estaba profundamente enamorada —le explico sintiendo como el hidromiel bajaba por mi garganta. Enfoco mi mirada en la copa que está en mis manos—. Él fue el primero. El primero que me acosté. —Quise decirle "voluntariamente". Había sido prostituta años atrás, en mi juventud. Estaba temerosa al tacto masculino. No lo deseaba después de años de ser una esclava sexual, pero prefiero guardarme esa parte de mi historia. —Se que para muchos hombres somos un abrir y cerrar de piernas... pero él fue distinto. Él fue paciente —le explicó levantando mi mirada con vergüenza por aquel relato—. Su tacto era dulce. Y me protegió de tantas cosas, que ni siquiera puedo recordarlas todas.
La Reina sonrió. No es una sonrisa burlesca, es un gesto sincero.
—Un buen hombre —apunta Aslaug.
—Lo fue. Lo es —corrijo mi error con rapidez—. Sé que está vivo, en algún lugar.
—Lo volverás a ver —me asegura la Reina con firmeza en sus palabras—. En esta vida o en Valhalla.
—Espero que sea en esta —admito con una pequeña sonrisa. Alessio no iría al Valhalla, su religión no se lo permitía. Él es un fiel servidor a los dioses romanos. Los dioses de sus antepasados.
—Mi reina está todo listo —anunció Petra al momento de entrar a la habitación.
Con Aslaug había escuchado el bullicio de los habitantes de la ciudad momentos atrás, pero nuestra conversación era mucho más entretenida que los ruidos del salón.
El Hidromiel estaba haciendo efecto en nuestra cordura.
—Vamos. —La Reina se levantó con elegancia ante el anuncio de su esclava—. Sigamos celebrando —brama la reina con una sonrisa en su rostro.
Antes de salir de la habitación de la reina un suspiro sale de mi boca. Solo deseo que aquel banquete durase tan poco para partir a mi pueblo antes de que mi boca soltara más historias de mi oscuro pasado.
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