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«CAPÍTULO 4»

«Decisiones»

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Siendo honesto, Jungkook nunca fue un profundo creyente, sabía que existía algo mucho mayor que él, y si bien gracias a su parte lobuna todos veneraban a la diosa Luna, como humanos tenían otras creencias. En el caso de su reino, era la católica.

El eco resonaba a cada paso que da un el hombre de finos ropajes. Este da un paso tras otro, con el corazón acelerado y la respiración nerviosa al igual que cada célula en su sistema, mirando con atención y nerviosismo cada cuadro y estatua. Y es que no era para menos.

JungKook estaba en una iglesia, en el hogar de Dios, de los santos y todos los seres celestiales, sintiéndose un poco fuera de lugar al entrar. Él, Jeon JungKook, segundo en línea de sucesión al trono de Renkler, iba a confesar lo que toda una ciudad vería como un pecado. Uno horrible, uno que lo estaba consumiendo desde dentro hacia afuera y que ni siquiera lo dejaba dormir en las noches.

Hace cerca de un mes que no veía a Jimin, le había mandó una carta donde con todo su amor, le dejaba saber que eran un imposible. JungKook sintió la tristeza del alfa incluso sin un lazo. Quería creer que el amor por el joven de cabellos rubios era tan grande, intenso y recíproco, que no necesitaban una marca de apareamiento para completar su unión.

JiMin no merecía ser un secreto. Un secreto que lo dejaría tirado en tierra, pero debía sacar de su mente y pecho, lo antes posible. El recuerdo del alfa le estaba matando. Su sonrisa, su voz, su cuerpo y el hecho de no poder tocarlo, de verlo incluso de lejos, era una tortura.

Ese día la catedral principal del reino estaba completamente vacía puesto que era sábado y día de descanso. Jungkook tomó aire y pasó saliva sintiendo la garganta seca. Dando los últimos pasos hacia donde se encontraba el padre que estaba a cargo. Min YoonGi, sacerdote respetado y querido, serio y muy, muy devoto de su religión. También un gran amigo de Jeon, y un alfa de aroma a «menta, eucalipto y chocolate».

—Padre Min —dijo en voz alta, observando al hombre de espaldas. Este, contrario a otros días, no vestía su sotana —. ¿Cómo has estado?

YoonGi, quien se había girado con sorpresa a ver quien lo llamaba, sonrió al verlo.

—Muy bien Jeon, tan bien como podría —dejó lo que tenía a mano en la mesa de madera pulida a su lado y caminó cerca del príncipe—. ¿Qué haces aquí?

El ojiverde se encogió de hombros.

—¿No puedo venir? —el sacerdote negó y sonrió afable. Era un Alfa tranquilo que amaba su trabajo y lo profesaba con devoción. A veces, demasiada. La realeza no era de asistir a misa, tenían su propia capilla en palacio. Aún así, de vez en cuando iba a ver a YoonGi en honor de su amistad.

—La casa de Dios siempre está abierta a sus hijos, solo que hoy es sábado y nadie viene aquí.

Jungkook sintió su sonrisa temblar desde que YoonGi dijo "Todos sus hijos". ¿Será aún él uno de ellos? ¿Sería escuchado? Para los católicos ser homosexual era un pecado, no aplicaba en ellos al ser mitad lobos, y tener subgéneros. Pero una relación entre omegas o alfas, era lo mismo. Tan juzgado como todo lo que creen que tienen el derecho de juzgar.

La cabeza de JungKook dolía, llevaba días con dilemas y malos pensamientos. Unos que cada vez se volvían peores y más espeluznantes.

—Necesito ayuda —dijo y sonrió con toda la fuerza que pudo reunir, intentando no quebrarse—. Y un amigo que quiera escuchar cómo me quejo de la vida y todos los problemas que vienen con esta.

Min frunció el ceño, antes de acercarse posando la mano en el delgado hombro derecho, preocupado. YoonGi conocía a Jungkook desde pequeños, grandes amigos. Sin embargo, ni ello bastó para confiarle su mayor secreto, uno que podría destruir todo. No solo a él, sino también a quien amaba.

—Jungkook, ¿estás bien? —el aludido asintió, pero tal cosa no tranquilizó al alfa con aroma a menta. Min respiró profundo, los nervios de Jeon en evidencia por su aroma.

—Lo estaré —miró a su amigo a los ojos—. ¿Podrías regalarme una confesión?

Min abrió la boca para negarse, no estaba de servicio y tampoco creía estar vestido adecuadamente. Jeon sabiendo esto lo detuvo alzando la mano.

—Solo necesito que me escuches como el sacerdote que eres.

—¿Por qué como sacerdote y no como amigo?

—Porque como el primero estás obligado a guardar silencio en mí nombre.

—¿Qué tan grave es?

Jungkook asintió con ojos cristalizados.

—No tienes idea cuánto.

—Bien, comencemos —dijo Yoongi, mirándolo a través de las rendijas que separaban a ambos en el confesionario—. ¿Qué te ha traído aquí?

—Perdóneme, padre —susurró Jeon. Respirando hondo en el proceso y siguiendo las pautas, Min asintió antes de tomar la palabra.

—¿Por qué?

—Porque he pecado.

—¿De qué forma? —preguntó Min.

Jungkook sintió que todo en él temblaba, su lobo alerta al sentir la inquietud del humano en el ambiente, así como la presencia de otro alfa cerca. Jeon unió ambas manos y cerró los ojos dándose valor. Ya estaba ahí, no podía echarse atrás, era la única forma en la que lograría un futuro junto a JiMin. Sin embargo, los miedos eran demasiado grandes. Y aún así, él, quería, necesitaba hacerlo.

Si la iglesia reportaba que el príncipe estaba en una relación o tenía algún tipo de intimidad con un alfa, sería desterrado y se le impedirían volver. A menos que le dieran caza, pero para ello se necesitaría la aprobación de la junta, y esto le daría tiempo a escapar con JiMin.

—Me he enamorado de un hombre, y antes de que diga algo. Le diré, que es un alfa.

—¿Qué... —susurro Min, perdido al escuchar esas palabras. YoonGi se levantó de la silla, y olvidándose de los protocolos se paró delante de Jeon con los ojos abiertos y escandalizados—. ¡¿Que has dicho?!

El príncipe no pudo evitar sobrecogerse y saltar en el asiento debido al grito. Tragando saliva antes de responder, intentando tranquilizar a su lobo.

—Lo que ha oído.

Min negó riendo, incrédulo y sin entender. Su propio lobo perdido sin saber entender qué pasaba que tenía al humano tan alterado.

—Lo único que he escuchado es a un alfa que debe contraer matrimonio en nada, proclamar el pecado diciendo que ama a otro alfa. Algo que es una completa locura, déjame aclarar eso —dijo lentamente como si estuviera tratando de explicárselo tanto a Jungkook como a él mismo—. No le hayo la parte lógica a todo esto. No debiste decir eso. ¡No debiste decirme esto!! Amar a otro alfa es una blasfemia, está mal. Si fuera un omega, incluso un beta, ¿¡pero un alfa? ¿En qué estabas pensando?

Min parecía desesperado, y no por la noticia en sí, sino más bien por lo que implicaba saberlo para él.

—¿Y qué quieres que haga?. No puedo cambiarlo. He luchado, vivimos en un reino  de cambiaformas, devotos a la diosa Luna y a la cristiandad. Sé que estoy condenado y aún así he venido a  usted ¿No le parece que es, porque he llegado a mi límite? —su voz salió rota y desesperada, su lobo se removió inquieto—. ¿Qué quiere que haga? ¿Qué cree que no he intentado?

—¿Recapacitar? —preguntó encogiéndose de hombros y algo histérico—. Olvidar todo esto. Te conozco, Jeon Jungkook, si viniste a decirme esto, es porque ya has tomado una decisión al respecto y por tu propio bien, espero que sea dejar toda esta conversación atrás y hacer como si nada, ¿verdad?

Jeon lo observó mordiéndose los labios, con ojos rojos al igual que sus mejillas, aguantando las ganas de llorar que terminaron en un débil sollozo, uno que hizo a Min mirarlo entre desesperado y apenado. No recordaba la última vez que había visto Jeon así, reducido a lágrimas, hipidos y gemidos de dolor, con su aroma agrio y la tristeza a flor de piel.

—No puedo, lo amo demasiado.

Min lo miró y suspiró, pasándose la mano por el rostro de arriba hacia abajo, negando.

—Te van a colgar si alguien se entera de esto. Incluso pueden darte caza. Mi voto me permite guardar silencio, pero eres el heredero al trono ¿sabes lo que eso significa? Esto no terminará bien, menos para quien sea ese chico, Jeon.

—Y eso solo demostraría la maldad de nuestra gente. La pena de muerte es una particular muestra de barbarie—dijo con voz cansada y baja. Min lo observó.

—No serías el primero. Olvídalo y deja todo eso atrás. Ni siquiera podrás tener un lazo, tampoco hijos. Se fiel a los principios...

—¿Quién dice que no lo soy? —Min abrió y cerró los labios ante la pregunta—. ¿Por qué estoy enamorado a un alfa no estoy apegado a la Diosa? No he cometido asesinato, violación o pederastía No le he hecho mal a nadie ¿Por qué no estaría apegado a ella? Soy devoto cuando cumplo con el deber y deseo de estar junto a mi destinado, cuando le hago caso a mi lobo cada vez que grita "mío" con total desesperación.

Min negó, esto estaba mal, muy mal.

—Jungkook, la diosa no podría hacer eso. Ella no podría castigarte así, no dándote un alfa como pareja. Esto tiene que ser una completa equivocación.

Jungkook negó.

—No te atrevas a decir eso —pidió—. Temí por un momento, realmente lo hice, pero no má. Ahora, me he dado cuenta que no debo hacerlo. Soy feliz así, amo con la misma fuerza que tú o cualquier persona de Renkler y del mundo. Tengo ese derecho solo por haber nacido y haré uso de ello. Amaré a quien mi corazón dicte que es el correcto. Él lo es.

—Alfa y omega, Jungkook. Eso es todo, el dúo clásico, el real. No quieras venir a hacerte el progresista cuando sabes cómo vas a terminar.

—El que niega el progreso es un impío; el que niega la providencia niega el progreso, pues providencia y progreso son la misma cosa, y progreso no es más que uno de los nombres humanos del Dios Eterno —cito la frase de un libro que había leído hace tiempo y miró a YoonGi con decisión—. ¿No lo crees?

—Serás desterrado, Jungkook. Sufrirás, te darán caza y muerte.

—El sufrir merece respeto, el someterse es despreciable.

—¡Jungkook! —gritó.— Eres mi mejor amigo, no lo hagas. Jeon, por favor, no me hagas reportar esto al rey —negó—. ¡¿Por qué eres tan terco al respecto?!.

—¡Porque no soy el alfa perfecto que todos piensan, nunca voy a amar a otra persona que no sea él! —explotó terminando por levantarse, calmarse en varias inhalaciones—. No arderé al ver el cuerpo de otro sino es el de él. No quiero tener a otro entre mis brazos solo por el placer de apreciar su rostro. Mi vida es monótona y gris cuando estoy lejos, sin embargo—sonrió al recordar—. Cuando estoy con él, cuando estoy con él todo es distinto. Es como si el mismísimo arcoíris me regalara sus colores y la más íntegra y fuerte llama de fuego creciera en mí de una forma arrolladora y vivaz. Su aroma, su sonrisa, amo cada maldita cosa de él.

—Jungkook—el ojiverde negó.

—Me iré, padre. Para mañana ya no estaré aquí, usted es el único que sabe esto.

—Tus padres...

Jungkook se encogió de hombros.

—Estarán bien, no te preocupes.

—Jeon...

—Adiós, padre.

Ese día, mientras Jungkook veía por última vez el castillo y el sol caía dando paso a la noche, corrió en busca de JiMin, quien observaba por una ventana con mirada melancólica.

El alfa de hebras doradas lloró de felicidad, después de un mes sufriendo y lamentándose al recibir esa carta de despedida su amor. Ahora su destino, reaparecía frente a él. Ambos no hicieron más que abrazarse y besarse con lágrimas en los ojos y grandes sonrisas.

Taehyung vio a JiMin sonreír como no lo hacía en un mes, y pensó por un segundo, que cuando de destinados se trata, al parecer incluso el dolor traería recompensas.

Esa noche, JiMin se despidió de Taehyung, de la madre de este y sus amigos. JiMin los miró una última vez antes de tomar la mano de su alfa y con el cálido sentimiento que le brotaba del pecho, irse con él, a donde el destino los llevará.

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