5
La sonrisa de Min Yoongi era aterradora.
–Otra demanda, colegas.
La noticia fue recibida con un coro de suspiros desganados.
–¿Por qué no respetan el tedio del lunes y esperan demandarnos los martes?
Continuaron con sus tareas hasta la pausa de sus labores donde se reunieron a tomar café en la cocina. El laboratorio se construyó en una casa familiar que Min Yoongi pudo costear y anexar un par de habitaciones extra. Lo cual, facilitaba tener servicios básicos como gas para cocinar y contar hasta con una habitación en caso de quedarse la noche para controlar algún experimento.
–Tené –Seokjin extendió una taza de café a Hyejin, que agradeció con un asentimiento.
Ambos tomaron asiento en la mesa redonda, viendo cómo Jung Hoseok declinó la oferta de cafeína y apostó por tomar su almuerzo tardío. En la cocina flotó el abombado aroma de carne y salsa, lo que hizo apretar los labios a Seokjin que sintió hambre. Su dieta no era vegana como la de Jimin, aunque estaba resignado a unirse a su plan alimenticio para no tener que cocinar. Ahora, en presencia de un trozo jugoso de carne tuvo que replantearse tal decisión.
–¿Podés leérnosla? –Pidió Kang Seulgi cuando ingresó a la cocina junto a la pasante del laboratorio, Jiyoung–. Oh, aun no iniciaron.
–No es nada nuevo tampoco –explicó Hyejin, viendo con diversión cómo Hoseok degustaba su platillo sin el menor interés en la reunión–. Estamos, después de todo, atentando contra la naturaleza.
La ética y la moral, dos conceptos de peso a tener en cuenta. Luego de ver los beneficios de cualquier proyecto científico, claro. Por supuesto, era una picardía omitir o profundizar en aspectos que competen a la bioética cuando se estaba inmerso en estudios, análisis y proyecciones beneficiosas para la sociedad. O, sin adornos convenientes, cuando el proyecto auguraba un prestigio y reconocimiento cuantioso.
Ninguno de los allí presente, desde el jefe y líder del Proyecto Egomet, sus colaboradores Kim Seokjin, Ahn Hyejin y su hermana Jiyoung que realiza sus pasantías en el laboratorio, Jung Hoseok, Kang Seulgi, ignoraban los estatutos legales con los que se sostenía su trabajo. Y las restricciones correspondientes. Las cuales se reducían a, o bien podía resumirse en, el uso probado y eficaz del material génico humano luego de previas indagaciones en animales; que ninguna intervención comprometiera lo que comprende las características humanas fundamentales, como es el caso de la inteligencia, la capacidad de raciocinio y, por sobre cualquier otra, la libertad; que toda práctica génica tendría que prometer una motivación y finalidad sustancial.
–El doctor Choi se ocupará mañana mismo con el protocolo estándar para el caso.
Hyejin, que había estado leyendo los argumentos acusatorios, rio alto al leer:
–Humanitos, por favor, ¿cómo un representante legal se permitió el absurdo de utilizar el término humanitos?
Yoongi encogió los hombros, y aunque lucía tranquilo, su semblante pálido –más de lo habitual– denotaba sus ojeras y las líneas de estrés estropeando los alrededores de su boca. También delató su estado la inquietud yendo de un lado a otro en la cocina y el temblor de sus manos que buscó ocultar al entrelazarlas. Todos sabían que estaba interviniendo en las Comisiones de la Ciencia para postular el actual proyecto, Egomet, a un galardón y establecer a nivel mundial los alcances de años de investigación y pruebas. Incluso, y esto solo lo sabía Seokjin, estaba dispuesto a revelar algo que dejaría a todos boquiabiertos y haría que los gritos de protesta resuenen alto y claro.
Pero el impacto, sabían, solo era el punto de inicio. Era la ruptura necesaria para ejercer presión y permitir los verdaderos cambios. El caos como motor creador, y otras metáforas disponibles.
–Ni siquiera estamos tratando embriones –protestó Seokjin sin fuerzas, rascando el tejido cicatricial de su herida en el dedo. Le ardió deliciosamente, pero no sangró.
Su tono no pasó inadvertido para Yoongi que, cuando todos se marcharon a casa, pidió que se quede unos minutos. Sabiendo por dónde iban los tiros, Seokjin se cruzó de brazos y practicó una expresión neutra para conversar. Con la lengua recorrió sus labios el regusto áspero del café y prometió comprar cápsulas en lugar del frasco económico que trajo Seulgi. De todas formas, le tocaba a él reponer la alacena este mes.
–Me vas a decir qué sucede, ¿no?
No eran amigos, aun así, Min Yoongi solía tratar temas de conversación típicos, como preguntar por su pareja. Sin embargo, esta vez fue directo al punto y consiguió que Seokjin se inquiete.
–Cuando esté sucediendo algo, supongo –levantó los hombros, pretendiendo no oír su corazón martillando su costillar.
El jefe aguardó, tal vez otorgando una cortes petición silenciosa para que hable, pero Seokjin no caería. No confiaba en que este no lo arrojaría a la calle antes de que termine de explicar sus razones para lo que hizo. La que creyó una idea estupenda, o lo menos, práctica, estaba demostrando que fue un error gravísimo. Solo contaba con solucionarlo por su cuenta y sin que, en lo posible, nadie se enterara. Por eso, permanecieron callados hasta que el suspiro aburrido de Seokjin rompió la tensión.
Por la luz que se colaba del respirador junto a Yoongi, tintando de naranja la parte superior de su cabeza, debían de ser las siete. Vio el reloj del microondas y notó que faltaban diez minutos aun. Habían acabado sus tareas pronto, dada la ayuda de la hermana de Hyejin, que les ahorró quedarse hasta caer la noche. Iría directo a recoger a Jimin, y si estaba compensando el abandono de esas semanas, pues no sentía que obrara mal. Además, cierto tinte de arrepentimiento se filtraba en su sangre cada que escuchaba a Jimin bromear sobre su inusual comportamiento.
–Olvido que trato con un amigo y colega –ordenó Min Yoongi las palabras para causar simpatía, sin embargo, sonaron forzadas–, podés irte.
Pero Seokjin no dejó escapar la preocupación en el semblante de su jefe y supo que cualquier asunto que traía en la cabeza lo implicaba y, seguro también, lo comprometía. Lo percibía incluso a la defensiva.
–¿Para esto me pediste que me quede?
–Sí. No, no, es que... –las manos de Yoongi subieron a su cabello y lo desordenaron, dándole un aspecto miserable. Nada ayudó a su imagen la desdicha pintada en sus ojos opacos–. Quizá estoy siendo aprensivo. Está sucediendo algo que no puedo controlar y temo que te ocurra lo mismo, pero si me decís que está todo en orden, olvidá esto que digo.
¿Olvidarlo? A Seokjin le caminó por la espalda el miedo helado de lo que estaba implícito en la conversación.
–El elemento permanece en reposo, por si te consuela –la mentira ardió en la garganta de Seokjin y la tragó hasta que una bola espesa y ácida le ocupó el estómago.
Min Yoongi lo estudió por largos segundos, como si persiguiera algún indicio de que mentía. Terminó asintiendo, para alivio de Seokjin.
–Pienso que es lo mejor. Tal vez nunca deberías disponer de ello.
–¿Querés que me deshaga de...? –Se enfureció, sabiendo que su exabrupto poco contribuía a su engaño. No pudo evitarlo–. ¿Acaso enloqueciste o te conmovieron las palabras de un puñado de sentimentales? Es nuestro trabajo, dedicación y talento el que estaríamos tirando a la basura ¿y por qué? –por poco arroja la silla al levantarse, andando como acorralado mientras despotricaba. Parecía que su voz se oxidaba ante cada palabra que escupía con enfado–. Estás equivocado, Min, si crees por un segundo que me dejaré amedrentar por argumentos de personas incapaces de discernir entre ciencia y religión, o de aquellos que ladran sobre moral y ética cuando sus conductas no son las ejemplares. ¿Qué fue esta vez lo que te golpeó? ¿Los defensores de fetos? ¿Darán abrigo, alimento, proporcionarán educación, dinero para juegos, viajes a los fetos cuando estos requieran atenciones y cuidados o apartarán la mirada ante el maltrato, el abandono a los bebés de probeta que supuestamente fabricaremos en masa así como se ocupan de los desamparados en situación de calle...?
–¡No estoy refiriéndome a esta demanda! –Cortó la diatriba Yoongi y algo en su rostro pareció iluminarse por la discusión, solo que Seokjin no se amilanó por el grito–. Está mostrando reacciones insólitas, respuestas por fuera de lo que establecimos posible.
Seokjin tuvo que obligarse a respirar con normalidad ante aquella revelación.
–¿Y? Sigue siendo parte del proyecto, podemos remover cualquier función que escape a lo que prometimos. Nadie tendrá que saberlo, y no es como si fuera la primera vez que un experimento se desecha –se oía lamentable aquella propuesta, pero Seokjin pateó la culpa debajo de la mesa y evitó ver en su dirección–. Si eso querés, podríamos volver sobre nuestros pasos y corregir...
–¿Olvidás que eso se nos está terminantemente prohibido por el código de bioética?
Resopló.
–Lo está cuando el proyecto es público, en el resguardo del secreto nada vale más allá que aquello que dicen sus conocedores.
El sonido de sus respiraciones fue música de un ambiente pesado de culpas, arrepentimientos y temores.
+
El taller de Jeon era un amplio galpón donde podían ocupar plaza cinco coches y trabajar en ellos con comodidad. A veces, podía albergar camionetas, casas rodantes o camiones medianos.
–Estoy con vos en un minuto –dijo Jimin, ajustando la camisa húmeda del bloque motor de una camioneta familiar mientras Seokjin lo esperaba a un lado–. ¿Terminaste tu trabajo por hoy o lo suspendiste? Es temprano –miró la hora y eran apenas las seis y cuarto de la tarde. Un lunes. Seokjin trabajaba hasta las nueve ya que era cuando Yoongi pasaba por el laboratorio a chequear y discutir con su equipo.
Decidió ignorarlo en favor de pasar más tiempo con él. Apresuró sus manos para dejar listo el coche e irse. Cuando retiró la cabeza de dentro de la caja del motor, donde tuvo que casi colgar para ajustar el anillo de caucho, vio a Seokjin sosteniendo la caja reguladora de los frenos.
–¿No crees que deberías agregarlo? Digo, para evitar accidentes.
Se congeló. Y tuvo que apretar las manos en torno al paño con que desengrasaba sus manos para no quitarle aquel cableado. Solo respiró hondo y asintió, pidiendo que se lo acerque. Cuando Seokjin estuvo cerca, se hizo a un lado y le señaló con el mentón.
–¿Te importaría? Solo debés conectarlo desde las dos salidas cobrizas. Sí, así es, la chapa va debajo, apretá hasta que escuchés el clic. ¿Ya? Perfecto, gracias, amor.
Seokjin extendió la mano, la cual Jimin estudió por segundos parpadeando confundido, y se limpió un poco de grasa que quedó en el dorso.
–No es nada, Jim.
Pero lo era, y esta vez Jimin tuvo que concederle peso a sus dudas.
Nota:
Creo que sé más de genética que de autos, por lo que si no tiene sentido el arreglo que pide Jimin, y saben de qué va, me dicen y lo cambio jajaja
Quejas:
:)
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