Epílogo: third part.
N/A: Este capítulo contiene contenido no apto para menores, se recomienda discreción. Sí no te gusta este tipo de lectura, no lo leas por favor. En cambio, si quieres quedarte, espero que el contenido alcance tus expectativas.
Zen envolvió a su esposa en sus brazos, dándole un abrazo y aspiró el aroma que desprendía. Sin decir una palabra, le ayudó a quitarse las horquillas que sostenían su precioso peinado, dejando así su cabello libre sobre su espalda aún cubierta. Ella le lanzó una mirada cautelosa y se levantó.
—Debo darme un baño, vuelvo enseguida—, aseguró ella.
Él se recostó en la gran cama que habían preparado para ellos, y por un segundo creyó que ella no vendría. Tan perdido estaba en sus pensamientos, que no escuchó cuando ella salió y se posó en frente de él.
La vista le quitó el aliento y se puso duro, casi como acto de reflejo, ella llevaba puesto un conjunto de lencería en color blanco, que cubría sólo lo necesario. Sintió una punzada de culpa por ver así a su esposa, pero se recordó que ya no había nada de malo en ello, así que se dejó llevar y disfrutó de la vista que le ofrecía. En esos cuatro años, Shirayuki había dejado de ser una jovencita. Ahora sus pechos tenían un volúmen grande, sus caderas habían ensanchado y sus piernas se habían tonificado.
Jamás la había deseado tanto como en ese momento. Ella se acercó un poco más le dijo en un susurro:
—Tócame.
Él obedeció y se levantó, para poder acariciar la boca de la pelirroja. Quería acariciarle todo el cuerpo, pero la noche era joven y tenía todo el tiempo del mundo, así que decidió que lo haría lento, disfrutando cada segundo.
Levantó la mano y acarició su rostro, para después bajar su cabeza hasta la suya, y envolver sus labios con los suyos. Primero fue suave y dulce, y en menos de lo que ambos esperaban, el beso se tornó deseoso y desesperado. Ella puso sus manos alrededor de su cuello, y él la tomó de la nuca para profundizar el beso. Acarició los mechones rojos, y se deleitó del aroma que desprendían. Se separó un poco para poder ver su rostro, y se le secó la boca cuando vió que ella estaba sonrojada y sus ojos exigían más. Y él vivía para complacerla, así que eso fue lo que hizo.
La jaló hacía él, y la condujo hasta la cama, donde ella se dejó caer. Él se subió enseguida sobre ella, queriendo darle más placer con su boca. Volvió a besarla y luego cuando ambos no pudieron más, bajó sus besos hasta su oreja, ella gimió y él volvió a hacerlo.
El cuello blanco se le antojo y paso sus labios por todo el rincón caliente. Ella tomó sus manos, y para su sorpresa, las puso sobre sus pechos, diciéndole con una mirada lo que quería que hiciera. Él amasó la carne aún cubierta por la tela y ella volvió a gemir. Sus besos se centraron en su pecho y ella se arqueó. Las manos de Zen se dirigieron a su espalda, donde se encontraba el broche del sujetador de encaje. Ella se terminó de quitar la prenda, y Zen miró embelesado los hermosos senos que tenía delante. Eran blancos como la nieve y los pezones eran rosas, como los cerezos. No pudo esperar más y su mano los acarició de nuevo. La respiración de Shirayuki se volvió aún más pesada y gimió cuando su boca tocó los duros puntos.
Usó la lengua para probarlos y mordió, mientras la mano seguía masajeando el otro.
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